Religión según la cual el mundo es el terreno de caza de los dioses. Estos se alimentarían tanto de los animales que en ella habitan, como de los propios hombres.
Esta peculiar forma de entender las cosas es practicada de forma única en los territorios de las tribus tidar, más allá de la frontera sur de Eridie. Por fortuna estas tienen cierta tendencia a grabar por escrito todo tipo de acontecimientos en grandes rocas de sus ciudades móviles, y gran parte de su religión puede ser inferida de estos curiosos registros.
El cacerismo encaja de forma prácticamente absoluta en el marco del tridecadeísmo, con dos notables excepciones: la forma en la que se trata la reencarnación, y las nulas referencias al caos. A continuación se detallan los conceptos claves en general.
El mundo fue creado para proporcionar comida a los dioses, y los seres vivos son, de hecho, esta comida. En general el mundo tiene muchos dioses, y en su mayoría son malvados y territoriales. Los miembros de las tribus se preocupan incluso de ignorar sus nombres, por si eso es una forma de atraer su atención.
Los tídar han reconocido el favoritismo por varios dioses a lo largo de la historia, incluyendo a Tatja, Drayard y Nadruneb en los últimos siglos. El culto a esta primera, no obstante, es prácticamente nulo con posterioridad a la invasión eridia.
Según las ideas de los tídar, estos dioses propios los protegen mientras estén en su propio territorio, de forma que mientras estén en sus ciudades y bajo la influencia de sus sacerdotes, no hay nada que temer. Por este motivo los tidar tienen un miedo terrible de las naciones extranjeras, y en muy pocas ocasiones uno de ellos reuniría el valor para viajar fuera de sus fronteras.
En general existe un miedo terrible a la diosa de los eridios, a la que se considera como una gran fuente de peligro. Esta animadversión no está injustificada, dada la contundente invasión que han ido sufriendo durante los últimos siglos, con la reducción progresiva de sus fronteras. No obstante, existe un miedo infundado a que los eridios realicen sacrificios rituales con los capturados para que su temible diosa se alimente de ellos. Este miedo está completamente injustificado, dado que los eridios no creen en el cacerismo, pero las tribus sí lo hacen.
No es ningún secreto que los sacerdotes están ansiosos por ofrecer sacrificios a sus dioses para que estos se alimenten, y en este sentido se producen con asiduidad sacrificios animales, y con menos de viejos, niños o enfermos. Pero el sacrificio favorito para los tídar son, de hecho, los prisioneros entre sus enemigos, entrando en esta definición tanto los eridios como los miembros de otras tribus.
Como ya se ha citado, toda la existencia de la religión tídar está probablemente condicionada por el miedo a los extranjeros, dado que de estos han recibido hostilidad y guerras. Hay una tendencia, de hecho, a renunciar a dioses de naturaleza más pacífica, como Tatja, y abrazar deidades con cualidades más bélicas, como Nadruneb o Drayard.
Es de señalar que los tídar no tienen una creencia particular en la reencarnación: una persona que muere acaba alimentando inevitablemente a un dios, o en el caso de que este lo haga en la gracia de uno, alcance un estado superior y eterno en su compañía.
No es difícil estudiar los mitos del cacerismo en tanto que se han mantenido bastante fieles a su concepción original debido a que han sido grabadas en las rocas. Por supuesto, hay que viajar a ciudades que en muchos casos han sido abandonadas y superar el deseo natural de los tídar de sacrificar a los viajeros a sus dioses, pero una vez soslayadas esas dificultades, la veracidad de las fuentes es aceptable, especialmente en comparación con otras.
La mano de Drayard
Según este mito los pueblos tídar se habían hecho demasiado cazadores y Drayard campaba a sus anchas, derribando todas las criaturas que le placían. Los dioses le habían advertido varias veces que de que su conducta no era razonable, pero él se había burlado de ellos.
Finalmente Nadruneb aconteció un terrible milagro, y todo el odio y rencor que la habitaban tomaron forma en un reflejo oscuro que tomó forma de loba negra. Esta criatura luchó con Drayard y le arrancó una mano de un mordisco.
La criatura aún mora por el mundo y ofrece sus sacrificios a Nadruneb, y las tribus tidar volvieron a ser recolectoras.
El sacrificio de Tatja y la supremacía de Nadruneb
Este muy reciente mito dice que la última matriarca que unificó a todas las tribus tidar tenía dos hijos. Uno había sido santificado a Tatja, y la otra a Nadruneb. Esta segunda, pese a ser más joven, se desarrolló anormalmente rápido tanto en su físico como en el poder que la diosa le daba, y exigió retar a su hermano para reclamar el fin del culto de Tatja en las tribus tidar.
El joven elegido de Tatja solo pudo hacer crecer una espiga de trigo, mientras que su violenta hermana hizo brotar enredaderas con pinchos puntiagudos que acabaron con el muchacho.
Las tribus dieron un vuelvo en su adoración a los dioses y su forma de actuar en la guerra, volviéndose de nuevo más recolectores que ganaderos, y más bélicos que pacíficos.
Como consecuencia de ello dieron más problemas al ejército eridio durante su invasión, pero su tendencia agricultora ya de por sí atrasada y expansiva sufrió un receso, y en la actualidad las hambrunas en la zona tídar son la mayor causa de muerte.
El dios de la guerra
Este mito parece señalar que los tídar tuvieron algún tipo de adoración a un dios de la guerra en el pasado. Este habría decidido intentar ser el único dios para los tídar, y robó por la fuerza un objeto poderoso a cada dios. A Nadruneb le quitó una corona de enredaderas con la que podía controlar las plantas salvajes, a Tatja le cortó su trenza, y a Drayard le usurpó una lanza de caza. Estos tres objetos fueron entregados a reyes tidar a cambio de su lealtad.
Pero los tres dioses contraatacaron en conjunto, y exigieron la cabeza de los tres reyes. Y mientras no se cumpliera su exigencia, no habría animales, ni frutos ni cosechas para los tídar. De esta forma se produjo la hambruna más dura de las tribus, y pronto el propio pueblo decapitó a sus líderes y ofrecieron sus almas a los dioses.
El culto al viejo dios de la guerra desapareció para siempre, pero los tres objetos no fueron retirados, y aún permanecen en alguna ciudad.
La prueba de la mayoría de edad
Ocurríó que los dioses cazaban sin piedad por el mundo y que sus víctimas más comunes eran de hecho niños que, faltos de su desarrollo, estaban indefensos en el mundo. Tatja estaba molesta con tal conducta y creó trece espigas de oro que otorgó a los dioses como presente a cambio de que estos acordaran permitir que los niños llegaran a una mayoría de edad de trece años hasta la cual si un niño era matado, no se podía consumir su alma, sino que en su lugar este volvía a nacer.
La décimo tercera espiga de oro fue entregada a los tidar, quienes la tienen guardada en una de sus ciudades.
Los tídar se toman muy en serio el asunto de la mayoría de edad. Por una parte, nunca sacrifican a un niño a sus dioses, y por otra tienen un complejo entramado de pruebas que los jóvenes deben realizar. Estas pruebas implican cualidades físicas, pero también reconocen el uso de la astucia y la capacidad de trabajar en equipo. Después de eso los jóvenes pasan una noche meditando en la naturaleza y tienen una conversación con un sacerdote sabio. Después de eso, son mayores de edad.
El uso de la escritura
Este antiquísimo mito está casi perdido y hay que buscarlo en piedras que están casi desgastadas. Todo parece indicar que los tídar recibieron la capacidad de escribir de un dios al que adoraban siglos atrás, probablemente Armeniam. Para ello, este dios de la sabiduría tuvo que enfrentarse a Nadruneb, quien era contraria a esta forma de actuar y prefería que los conocimientos pasaran de padres a hijos. A este respecto el dios de la sabiduría habría reconocido a Nadruneb su participación colaborando en la creación de una poderosa criatura de gran tamaño con piel dura como la de un cangrejo, que recorría las tierras Tidar.
Los tidar se habituaron rápido al uso de la escritura y los registros en piedra se hicieron comunes. Aunque los registros religiosos ocupan el lugar más importante, no son los más abundantes, puesto que cada persona mayor de edad apunta en el día de su ceremonia el nombre de adulto con el que será conocido desde entonces, así como la fecha y su símbolo personal. Con el paso del tiempo pueden anotar hazañas o aprendizajes personales, y probablemente sus allegados registren también la fecha de su muerte.