Hubo un tiempo hace cosa de un cuarto de siglo en el que yo me juntaba con otros adolescentes y escenificábamos apasionantes batallas en ese despiadado universo del lejano futuro en el que solo hay guerra, o sea, Warhammer 40.000. Claro que por aquel entonces estábamos bastante pelados de pasta, así que nuestras miniaturas eran aproximadas en el mejor de los casos, rara vez estaban pintadas, y la escenografía no estaba por encima de ese paupérrimo nivel. Claro que la imaginación hacía un gran esfuerzo por todos nosotros, pero sin duda soñábamos con echar partidas tal y como aparecían en las páginas de manuales y revistas.
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