Supongo que este artículo comienza raro, porque como algunas personas sabrán, ocupo un cuerpo varón de metro noventa. No obstante yo
me considero una persona agénero preocupada por estos conceptos, así que hoy me he querido escribir algunas líneas sobre el particular.
Recuerdo la primera vez que sufrí machismo de una forma totalmente evidente. Corría el año 1996, y por aquel entonces a internet accedíamos más bien pocas personas. Recuerdo que elegí participar en un extraño concurso de matemáticas para estudiantes. El caso es que el primer problema me lo dieron como malo, y cuando apelé, recibí una contestación que comenzaba con:
“
Estimada participante:...”
Sería interesante poder resucitar todo el correo, porque era un continuo de condescendencia bastante perturbador, el cual dudo que me hubieran dedicado de no haberse producido la… ¿confusión de género? La verdad es que nunca los saqué de su ¿error?, aunque sí me fastidió no llevarme los puntos que… bueno, en cierto sentido eran míos porque la solución del problema estaba bien. De hecho, abandoné el concurso.
Ahora sé que por aquel entonces yo ya era una persona agénero, a pesar de que no le pusiera ese nombre. Y aunque mi aspecto físico condicionaba (y supongo que sigue haciéndolo) a los que estuvieran presentes, mi forma de actuar en un internet en el que no había caras (ahora hay muchas más) podía llegar a despertar ciertas dudas, como por ejemplo en aquel concurso.
Al recibir un trato diferente en función a cómo me percibieran terceras personas me convierto, incluso sin quererlo, en un actor responsable del sistema. Es decir, si el organizador del concurso me hubiera percibido como un hombre, podría no haber reparado en el machismo del sistema y quizá habría finalizado el concurso.
En cualquier caso recibir un trato diferente al acostumbrado es una forma muy evidente de hacerse testigo de la existencia de un problema. Yo sé que el problema existe, e intento hacer lo posible en la medida de mis humildes capacidades para combatirlo, pero cuando me encuentro personalmente con estas muestras sin duda lo siento de una forma más interna.
He vivido otros casos de agresión de género por mi condición de agénero que no voy a traer a este artículo porque no son tan objetivos, y porque con mis más y mis menos, he salido adelante y me va bien, y no quiero ir de víctima ni trivializar en sufrimiento ajeno.
De hecho, debatiendo sobre estas cuestiones de género se me ha señalado que yo hago uso del privilegio masculino y que en este sentido no soy nada agénero. Yo no participo en esta forma de pensamiento, pero sí es cierto que, como ya he mencionado, mido más de metro noventa y practico deporte, así que, por ejemplo, es posible que produzca cierta imposición física. De una forma pasiva me he acostumbrado a un trato que tiene en cuenta esta característica. Por ejemplo, muchos de los que me dicen auténticas burradas por internet son mucho más comedidos cuando me los encuentro en persona en las jornadas de su localidad, como si fuese a saltar preso de un irrefrenable ataque de testosterona y fuera a ocasionarles un gran dolor físico.
El caso es que debido a esto he encontrado diferencias importantes en el trato cuando he escrito de identidad de género. Artículos escritos en esta misma web me llevaron a sufrir un acoso constante y bastante cansado que rara vez recibo cuando escribo de otros asuntos. E incluso cuando se da la situación de que este se produce, la naturaleza del mismo es diferente. Es decir, cuando alguien me ataca por algo que he dicho de rol o de consumismo, se me ataca por “ser comunista” o haberme metido con otros. Sin embargo, cuando digo que quizá habría que hablar de identidad de género en la literatura, se me trata con paternalismo.
Tengo la sensación de que, cuando alguien que no me conoce lee que soy agénero, piensa en un ser andrógino, como una especie de personaje inespecífico de un anime oscuro que probablemente tenga un papel secundario interesante en la trama principal. Parece que es en esta supuesta condición de ser endeble debo recibir cierta protección, y evitar que mis ideas salgan adelante.
Cuando he vivido esta circunstancia me he tenido que reír para no deprimirme, porque si es verdad que no hay más remedio que aceptarlo, la presencia y constancia de los comentarios hostiles resulta triste. ¿Qué lleva a algunos sujetos a luchar con tanta insistencia contra un movimiento que no persigue ningún mal contra sus personas?
Por todo esto, la definición de mi propio ser me plantea cuestiones para las que me cuesta encontrar una respuesta. En mi percepción soy una persona que lucha conforme a unos ideales, pero, ¿importa eso si todo el resto de personas me pueden percibir como alguien débil y por lo tanto que esos ideales pasen completamente desapercibidos? ¿Y cuánto de la percepción de mi ser depende de la aprobación ajena? Quiero pensar que más bien poco, porque recibo mucha desaprobación, pero, ¿qué ocurriría si mi aspecto fuera más bien menudo o endeble? Sin esta percepción física de mi identidad quizá no habría recibido tanto respaldo y ahora no podría hacer las cosas que hago. Es decir, que mi identidad física podría haber alterado la percepción de los demás y en segunda instancia mi propia percepción, configurando de este modo un ser muy diferente.
Y supongo que quiero ir a parar a un puerto un tanto pantanoso: si la respuesta a estas preguntas no es fácil de precisar, entonces la subjetividad en estos conceptos es temible. Nuestra experiencia nos va a llevar a tener una percepción muy limitada porque normalmente no vamos a tener con qué compararla. Incluso la persona más empática tendrá un sesgo muy importante de cara a entender estas problemáticas.
Un ejemplo particularmente interesante de esto son los hombres que tienen hijas y se involucran activamente en sus problemas con respecto a la vida habitual. He leído artículos de estos sujetos que pasan a entender estos problemas de una forma muy vivida gracias a la relación padre-hija.
Así que a lo que quiero llegar es a una forma en la que personalmente yo recibí alguna información en este sentido, y es jugando al rol. Voy a traer esto con un ejemplo.
En este caso estaba interpretando a un personaje que realmente me gustaba, y que si bien era agénero, tenía sexo femenino. El personaje vivía su vida de forma normal… y en las ocasiones más tensas nadie le daba un trato especial, pero en otras, el máster despertaba importantes conductas machistas en los PNJ, y desde mi punto de vista lo hacía bien. ¿Y por qué lo digo? Porque en una de ellas, de golpe y porrazo me sentí como en aquel concurso en el que me retiraron los puntos que en verdad me había ganado. Porque pese a que mi personaje tenía razón y podría haber conseguido algo de haber sido un hombre, no le quedó salvo fastidiarse y si eso buscar una alternativa. Y además de ser una parte de un proceso de inmersión (como causa y efecto en sí mismo) me hizo hacerme algo más consciente de una problemática que exige consciencia, trabajo y quizá cierta deconstrucción personal.
Supongo que en cierto sentido esta circunstancia exige mucho azar, y es difícil de recrear, pero en cualquier caso creo que es interesante y está al alcance de prácticamente todo el mundo que quiera probarlo.
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