Hermanos Juramentados de la Espada Negra
El ataque de la carsij
7-10-2015 16:01
Por Verion
Hace una semana escribía sobre la creación de un personaje, Nelk, el cual estoy interpretando durante la campaña de Senshi. Debido a que ha tenido cierta aceptación y a que he acabado la novela "La última luna llena" me he decidido a relatar los eventos sucedidos durante la campaña.

Pido disculpas por adelantado a mis compañeros y al Creador de la campaña por los errores que haya podido cometer, pero como comprobarán, el relato se basa en el punto de vista de Nelk, en una sola escena, y ella también puede equivocarse.

Es la primera vez en mucho tiempo que me lanzo a hacer relato, y desde luego la primera vez que lo hago en público. En este sentido no quiero crear unas grandes expectativas a los lectores, estos "rolatos" no van a ser más de lo que son, el deseo de manifestar el resultado de unas partidas de estilo objetivo, así que no tienen por qué tener planteamiento, nudo y desenlace ni ninguna estructura particularmente útil. Además no los someto a un gran estado de corrección. Aunque probablemente siga escribiéndolos porque es una campaña que me gusta mucho, es útil para tener un registro, me ayuda a meterme en la piel de Nelk, y quizá condicione a mis compañeros a estar más interesados por esta sucesión de partidas que a mí me resultan tan interesantes.

Así que sin más preámbulo, allá va "El ataque de la carsij".

Nelk no sentía que servir a Kadhaj representara el mejor momento de su vida, pero sin duda sí era una oportunidad para demostrar su carácter, y en cualquier caso era mejor que la espiral descendente de castigos y humillaciones en los que se había metido en el pozo de furias.

Kadhaj había sufrido algún tipo de condena, como ella, solo que este había reaccionado con velocidad y se había ido al desierto con lo puesto. Con lo puesto, y un puñado de furias que había elegido entre la peor ralea del pozo. Las que no lo iban a echar de menos, las que tenían un negro futuro. Las que era un poco como ella.


Kadhaj tenía cierto contacto con la tribu del escarabajo, y habían acabado no solo conviviendo con ellos, sino que habían conseguido una posición de liderazgo que a Nelk le decepcionaba: no le gustaba convivir con aquella gente que poco tenía que ver con el Najshet y que seguían profesando su fe hacia la diosa de los árboles y los oasis. Sentía que estaba totalmente estancada.


En una ocasión se había levantado y le había escupido al hombre más fuerte del poblado. Había querido provocar una pelea, hacerle daño a aquel hombre, y que él se lo hiciera a ella. En su lugar Kadhaj había mediado.


-¿Qué está ocurriendo aquí? -le había preguntado el duro líder.


Nelk sabía que no podía decir que tenía ganas de pelea, porque la castigaría a ella.


-Ha insultado a Liana.


Kadhlaj no se había limitado a darle una paliza al guerrero, sino que le arrancó un ojo. Luego había mirado con expresión ceñuda a Nelk, y ella supo que su dueño sabía que había mentido. Kadhaj había demostrado a los hombres que no se podía insultar a los dioses Najshet, y le había dado una lección a ella: no des problemas, o alguien saldrá mutilado, y quizá seas tú.


Tampoco tenía permiso para dejarse llevar en los entrenamientos, así que estaba acumulando una frustración que percibía día tras día. Odiaba la temporada de tranquilidad que estaban viviendo. Casi empezaba a echar de menos los combates de gladiadores, pese a todas las humillaciones. Ahí al menos podía dejarse llevar.


Por todo ello, cuando un caminante solitario apareció junto a la tribu, Nelk se sintió aliviada, no por la curiosidad, sino porque tenía claras facciones Najshet, y porque sentía que traía con él la misma muerte.


-Soy Msrah, enviado de Taharda -dijo para presentarse-. Necesito de tu ayuda.


Por lo que Nelk pudo llegar a oír pegando la oreja a la tienda de Kadhaj, este y Msrah tenían algún conocido común, y la ayuda a la que se refería el sacerdote estaba relacionada con defender un templo oculto entre las dunas que estaba siendo atacado por harrassianos. Nelk sintió como le palpitaba el corazón de puros nervios hasta que Kadhaj asintió. ¡Volvería a estar con gente Najshet, en un lugar santo de su pueblo!


Msrah era un hombre algo menudo, de brazos y piernas débiles, pero con una voz lenta y grave que a Nelk le transmitía cierta confianza. Intentó descubrir cosas de él durante el viaje simplemente observándolo, pues le daba vergüenza que se riera de ella.


-¿De qué eres culpable? -le preguntó en una ocasión.

Nelk sintió entonces asco de sí misma. Hacía todo lo posible por no recordar el tatuaje que tenía en la frente, pero los demás no tenían ese compromiso. Así que sintió ganas de contarle a aquel sacerdote toda la situación que le había llevado a desfigurar a puñetazos a media docena de furias destinadas a las prostitución. Pero él era un hombre santo devoto de los dioses, ¿qué comprensión podría tener por un sentimiento de envidia y frustración de una insignificante furia?

-Maté a una compañera -dijo al fin, intentando cerrar el asunto.

-Hm -respondió simplemente Msrah.

Nelk no encontró mucho alivio en su compañía, pero por lo menos él no la había juzgado ni había emitido opinión alguna. Así que intentó estar cerca de él el mayor tiempo posible, alejándose en lo que podía de los asquerosos miembros de las tribus. Además, no le gustaba reconocer que ellos estaban mucho más acostumbrados a caminar en el desierto que ella. Le ardían los pies y le quemaba la piel, y necesitaba más agua que ninguno de ellos. Estaba acostumbrada a las peleas cortas y buscar la sombra de los muros. Aguantar hora tras hora, día tras día, se le antojó un sufrimiento que no quería reconocer.

Todo aquello desapareció cuando llegaron al templo y sintió la grandeza del lugar. El ansia de conocer su interior solo se vio superada por el ansia de la muerte al encontrar a un harrassiano en la puerta, hablando con una guardiana.

Hubo una conversación que Nelk no entendió, puesto que no conocía más de veinte palabras harrassianas, pero sí entendía los gestos y los deseos, así que cuando percibió que Msrah no estaba nada contento con la presencia de aquel hombre, intervino.

-Pido permiso para ejecutar a este miserable -dijo.

El miserable sí que parecía entender perfectamente las palabras Najshet, porque la miró detenidamente, en un silencio absoluto.

-Adelante -autorizó Msrah.

Ella sacó sus dos armas, y el harrassiano hizo lo propio con una espada corta.

-Liana, llévame contigo si te soy indigna -musitó antes de lanzarse al ataque.

Para su desgracia, su oponente era mucho más rápido que ella, y la primera sangre que manchó la arena fue la suya. Para colmo, el harrassiano estaba revestido por una armadura de cuero, y ella luchaba solo protegida por inútiles telas. Vio por el rabillo del que Kadhaj estaba preparado para intervenir.

-¡No! -gritó ella-. ¡Me están juzgando los dioses!

Era consciente de que su oponente era superior a ella. Era más fuerte, sabía manejar mejor sus armas, y aguantaba mejor el paso de la pelea. Ella solo era superior en el deseo de vivir, o de morir por los dioses, y hubo de aprovechar cada ápice de ese deseo para imponerse a su enemigo, al que al final pudo atravesar con su arma.

-Ahora besa mis pies, miserable.

Todavía estaba vivo cuando empezó a despojarlo de sus bienes. Fue entonces consciente de que todos la miraban, y de que había un silencio casi absoluto. Recordó sus días en la arena en los que no se había ganado más que burlas después de vencer en la arena, y llegó a la conclusión de que ya que no iba a obtener el respeto, al menos conseguiría miedo. Cortó las tripas de su enemigo todavía vivo con su daga y se empapó en su sangre, hasta que finalmente Kadhaj se acercó y la apartó del cadáver. Casi lo agradeció: en realidad le daba algo de asco.

Después de aquello necesitó algo de descanso. El harrassiano se había defendido muy bien, y si no se curaba a tiempo no podría participar en los cercanos eventos funestos que su presencia vaticinaba. Por lo visto el harrassiano tenía algunos papeles de los que habían deducido algunas cosas. A ella esos detalles no le importaban.

La guardiana que había estado hablando con este resultó ser la única superviviente de un ataque anterior, por lo que Nelk pudo saber. Se trataba de una mujer tranquila y silenciosa llamada Dafne que en muy rara ocasión salía del templo. Aunque no le desagradaba su compañía, no parecían destinadas a estar muy cómodas juntas. Nelk tenía cierto miedo de quedarse a oscuras en el lugar, así que intentaba estar siempre cerca de la entrada con algunas velas, y solo se internó un par de veces, una para participar en un ritual del propio Msrah, y otra para coger algunas cosas del almacén, donde entre otras cosas había una decente cantidad de armaduras de los guardias muertos.

Constantemente se producían discusiones entre los otros tres integrantes, sobre todo en relación a cómo afrontar la defensa del templo ante la fuerza que había de llegar. Ella sabía que eso no le afectaba, simplemente se pondría donde le dijeran, y lucharía hasta la muerte. Siempre había sido así, y siempre sería así. De hecho por primera vez en muchos años se sentía bien: tenía la ocasión de morir defendiendo un lugar santificado, quizá así los dioses le perdonaran su culpa.

Al final el lugar en el que habrían de morir sería la segunda sala del templo, donde emboscarían a los asaltantes que entraran hasta el lugar. Las tropas del desierto aguardarían escondidas en el exterior para atacar por la espalda a sus enemigos. A ella le parecía bien: simplemente iba a matar harrassianos.

Hizo que uno de los miembros de las tribus le arreglara y adaptara la armadura de cuero del harrassiano, y se prometió a sí misma que si salía viva del lance aprendería a hacerlo por sí misma para ahorrarse la vergüenza y el miedo a que le dijeran que no. Afiló sus espadas, y rezó todas las veces que tuvo ocasión.

Al final lo que tenía que ocurrir, ocurrió. Una unidad de medio centenar de soldados de caballería llegaron al lugar, y una decena fueron enviados a explorar el lugar. Nelk se sintió completamente nerviosa, y sabía que sus compañeros también lo estaban. Sudaba, completamente excitada por la cercano dolor, aunque en el rostro de Msrah no vio el miedo a la propia muerte, sino a que aquel lugar santo fuera saqueado por los harrassianos. Fue consciente de que la derrota no era una opción, así que se lanzó sobre sus enemigos con sangrienta cólera, y fue muy consciente de que todos ellos habrían de destinar todos sus recursos a conseguir expulsar a esos extranjeros. Solo el esfuerzo combinado de la paciente determinación de Dafne, el nervioso pero eficiente liderazgo de Khadaj, los cánticos sobrenaturales de Msrah, y su propia ira pudieron expulsar a aquellos diez hombres, y no sin coste.

Todos ellos se miraron después de la sangrienta escaramuza. Sus armas estaban quebradas, sus cuerpos abiertos de heridas, y sus armaduras destrozadas. Nelk se quitó los colgajos inútiles de la armadura de cuero y se dio cuenta de que sangraba demasiado bajo las costillas. Aún así se acercó a uno de los muertos, le arrancó la cabeza, y se acercó lo suficiente a la puerta como para lanzársela a sus antiguos compañeros.

-¡A los de ahí dentro! ¡Que salga uno solo y combata individualmente conmigo! -gritó el que debía ser un oficial.

Nelk supo que todos la estaban mirando, y ella tenía un deseo absoluto de enfrentarse al excepcional oficial que aguardaba una respuesta, pero también era consciente de que no sería ya oponente ni para uno solo de ellos. Se sintió súbitamente miserable, y observada por aquellos a los que estaba decepcionando.

-Culpable -decía el tatuaje de su frente.

-Traidora -le habían dicho los guardias.

-Traidora -repetían las miradas de sus compañeros.

-Débil, no puedes protegernos -decían todos en su cabeza-, no puedes proteger al Najshet. Mereces la culpa.

Cayó al suelo de rodillas, y se tapó los ojos deseando que al menos no pudieran ver sus lágrimas, pero ni siquiera lograba contener los sollozos.

-Ya basta, Nelk -le dijo Kadhaj-. Deja algo para los demás.

Las tribus del desierto atacaron, y dieron lugar a una situación de caos en el exterior. Msrah volvió a entonar entonces sus cánticos sagrados, y convenció a los espíritus de los muertos para que regresaran y lucharan por ellos. La mayor parte de los que habían matado se levantaron con el gesto congelado y se dirigieron junto con el sacerdote hacia el exterior. Nelk sintió cierto asco, aunque también algo de alivio.

Los muertos lucharon con ímpetu, mucho más que los guerreros tribales, que tenían otras opciones que no luchar. Ella apenas participó en aquella refriega, solo observó impotente como se acababa finalmente con los invasores de Najshet, y aún así no se sintió aliviada.

Esa noche Kadhaj liberó a los supervivientes de la tribu del escarabajo, y se hicieron muchos ritos en nombre de la diosa. Nelk se sintió algo satisfecha de sobrevivir a la jornada y poder seguir defendiendo el templo, pero también se sentía culpable de no haber hecho todo lo que podía.

Sabía que la experiencia común la había unido con los supervivientes, y sintió la confianza de poder hablar con ellos de forma personal por primera vez.

-¿Por qué los has liberado? -le preguntó a su dueño.

-Bah, no iban a ser útiles aquí -mencionó, despectivamente.

Nelk creyó que entendía lo que quería decir Kadhaj: unos ignorantes amantes de los árboles y los oasis no eran dignos de ser testigos de las fuerzas divinas que estaban manifestando en ese templo. ¿Pero lo era ella?

-Hasta yo, que soy una furia que no sabe nada, entiendo que no se manda a cincuenta hombres a un templo para nada. Vamos a tener más problemas, ¿no?

-Eso creo -confirmó Kadhaj.

Nelk no tenía problema en volver a combatir. Pero no dejaba de pensar que un día ella moriría, y Msrah levantaría su cuerpo y la convertiría en una muerta viviente, como había hecho con los guardias. No quería eso, y sabía que era algo de lo que no podía hablar.


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