Hermanos Juramentados de la Espada Negra
Valeria mea de pie
3-2-2023 11:49
Me encanta el título de este artículo. Quizá lo mejor del artículo, porque en verdad no tengo demasiado que contar más allá de dejar testimonio de las curiosidades que le ocurren a una chica trans cualquiera, que supongo que no son para nada especiales, pero a mí me resultan un poco chocantes, así que cuando tengo un rato las comparto.

Como ya he señalado en otros artículos, me da cierto miedo utilizar mi expresión física femenina porque como siempre ha estado muy dentro de mí, pues más o menos es como enseñar algo muy íntimo, y podría haber pasado que antes una crítica negativa, o un comentario hostil me derrumbara. Soy una persona que tiene a sobrepensar y analizar excesivamente todo, así que de verdad podría haber ocurrido.

Vamos a poner un ejemplo de cómo es mi proceso mental: como imaginará el lector, las personas trans orinamos, y si acudimos a un local nocturno, tenemos que tomar la decisión de en qué servicio hacerlo, pero esto ya es conflictivo en sí mismo, porque haga lo que haga voy a crear una sensación de incomodidad. Por ejemplo, si entro en el de mujeres, puede que a alguna le moleste porque a fin de cuentas yo tengo pene y puede sentir que estoy invadiendo un espacio íntimo.

Por contra, si acudo al de hombres, pueden ocurrir también cosas raras. Recordemos que la sección posterior de mi cuerpo puede hacer que un repartidor abra la ventanilla y grite “RUBIA”, así que un hombre que entre en el servicio y me vea por detrás puede pensar “otras, me he colado donde no es”. O que directamente no le mole que haya una mujer trans invadiendo su espacio íntimo.

No sé cómo resuelve esta diatriba una persona razonable, yo llegué a pensar que la mejor opción era salir muy bien meada de casa y no beber durante el periodo de ocio nocturno. A fin de cuentas mi vejiga y mi próstata funcionan bien.

Y este tipo de incomodidad ocurre todo el rato. Porque de acuerdo que al final debería ser indiferente que yo me pinte o que me vista con unas telas u otras, pero la realidad es que estoy reproduciendo un código poco habitual, y por lo menos un rato, a la gente le choca.

Una de las mejores cosas que puedes tener en todo esto es apoyo. Personas que te acompañen y que sepan bien de qué va el tema y que sea tu relación con ellas la que sirva de ejemplo a las que se incorporen con posterioridad. Pero esto no siempre es así, bien porque esas personas no están siempre disponibles, bien porque… bueno, porque hay gente que es muy poco perceptiva.

Pongamos un ejemplo real ocurrido en una noche de fiesta, en una discoteca. Estaba yo sentada junto con mi amiga de referencia, referida en lo que sigue de párrafo y de artículo como Amre. Es de señalar que Amre es una mujer joven y atractiva que como es atractiva y además sabe maquillarse (¡gracias, Amre!) parece aún más joven. Lo digo, porque estando ambas sentadas y ya pensando en irnos a descansar, un hombre de aspecto metalero que ni era joven ni parecía tener interés alguno en su aspecto decidió pedirle bailar a Amre.

Hago un inciso en que no pretendo juzgar a un libro por su portada. Quizá el aspirante a bailarín era una persona interesantísima pendiente de confirmar su aceptación del premio nobel de la paz por sus decisivas intervenciones mediadoras en oriente medio, pero si desde luego pretendía convencer a Amre por sus cualidades mentales o creativas (o cualquier otra) no eligió ni las palabras ni el lenguaje corporal adecuado. “No, gracias”, recibió como respuesta.

El momento más particular llegó apenas un minuto después, cuando el citado sujeto apareció con un amigo fabricado más o menos en el mismo molde. “Perdona que sea pesado, pero, ¿queréis bailar?”.

¡La hostia! Se había traído a un amigo que iba a hacer el sacrificio de bailar con la chica trans para que él tuviera la oportunidad de estar con Amre. O sea, me pregunto cuantas cervezas le habrá tenido que prometer al tipo, o cuanta deuda tendría este con él. Alucinante, de verdad. “No, gracias”, volvió a ser la respuesta de Amre.

Este es un ejemplo de lo que venía a citar de muy mal ejemplo de cómo integrar a una persona trans en un entorno que es social y un poco hostil. Es el tipo de cosa que podría afectar a mi autoestima, al considerárseme una especie de estorbo al que hay que apartar para poder acceder a la “chica de verdad”, a la que no tiene pene. Pero no me sentí mal, la verdad. Me reí bastante del pobre recurso y las torpes maneras. Joder, si vas a hacer la cutre maniobra de llevar a alguien para que baile con la chica fea, por lo menos hazlo en el primer intento.

La lección de todo esto es más pragmática que otra cosa, y entiendo que es como funciono yo, que tengo los huevos pelados y por lo general la opinión ajena me trae al pairo. Vamos, que si estoy en un entorno en el que dos de cada tres personas me insultan y me escupen no voy a estar a gusto, pero en un entorno no muy hostil, los detalles que tiendo a sobrepensar, cuando ocurren, en realidad tienden a no tener ninguna importancia.

De manera que a la hora de elegir en qué baño orino, la respuesta es “en el de hombres”, y no por que haya dado respuesta a mis cuestiones al respecto, sino porque hay urinario de pared, y así meo de pie, cómodamente y sin mayor problema, sin que mis divinas nalgas toquen suciedad ajena. Después me lavo las manos, me recoloco la peluca y si es necesario me retoco el maquillaje frente al espejo.

Y con esto el artículo se enrosca sobre sí mismo y da lugar a su hermoso título, lo segundo mejor de este texto. Lo mejor sin duda es Amre, que esa noche me maquilló porque yo llevaba tres días durmiendo fatal y tenía la mano derecha hecha puré porque… bah, ¿a quién le importa?


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