Nelk se preguntaba si los momentos que recordaría de su vida serían las masacres en las que había participado. Se cerraba los ojos y pensaba venían muy fácilmente a su mente el combate de la arena de Harrassia o la defensa del templo de Sohaila. Y no es que se sintiera culpable por ello, se sentía culpable de las que habían salido mal, como el ataque sobre las carsij. Se sentía orgullosa, en tanto que eran una forma de honrar a los dioses, y esperaba que estos la reencarnaran en una vida mejor cuando muriera. Alguien más inteligente, como Dafne y Msrah, que en esos momentos caminaban con ella, listos para atar cabos con el que había estado financiando a su enemigo, el rico comerciante Muhamid, protegido por no menos de treinta mercenarios extranjeros.
El camino de la venganza sobre esta indispensable pieza en los acontecimientos no había estado carente de cierta dificultad, pero habían podido afrontarla a su ritmo, sin la agobiante presión de ser asediados por ejércitos, o recibir la peligrosa visita de asesinos. Así que durante el último mes habían recorrido lugares de Harrassia que a ella le había gustado conocer y en los que había podido conocer a todo tipo de personalidades, desde la brutal sacerdotisa Maca a la gran hiena Fira, y por supuesto a Galagi, el guerrero tribal capaz de derribar a un caballo harrassiano a veinte pasos con su lanza arrojadiza, a Raskadet, el capitán pirata rebelde, y a Talleb, un influyente Najshet que se preciaba de saberlo todo allá donde hubiera ojos de su gente, y que resultó ser un colaborador capital en muchos asuntos, desde la posibilidad de conseguir la absolución para sus compañeros a el camino para ejecutar la venganza sobre Muhamid.
Este camino había pasado por demostrar la ilegalidad de sus acciones ante sus competidores mediante un enorme documento redactado por el grupo de Talleb. Estos habían estado encantados de colaborar, pues como harrassianos ardían en deseos de hacerse con sus posesiones. Esto les había permitido entrar en contacto con su subalterno de confianza y explicarle que le convenía huir cuanto antes, robando todos los bienes que pudiera de su jefe mientras ellos ejecutaban la venganza.
Y eso, a fin de cuentas, era todo. Todos pensaban que matar a Muhamid iba a representar una mejora en el sentido de que el caminante negro perdería su fuente de financiación, pero por lo visto el avaricioso comerciante estaba cerca de arruinarse, y la no poca satisfacción que obtendrían sería la de la venganza divina.
Y por eso caminaban hacia una masacre, y de nuevo Nelk no sabía quién sería el ejecutado, pero tenía una idea muy clara de que la sangre manaría hasta que fuera difícil caminar por el suelo.
Muhamid se había construido una importante mansión amurallada en las lejanías. Eso dificultaba un asalto no basado en el engaño, pero en lo bueno, les daba tiempo hasta que llegara el ejército.
De hecho Muhamid contaba con un cuerpo de mercenarios extranjeros equipados con cota de mallas que Nelk juzgó en el patio de la hacienda. Le gustaba que fueran extranjeros, nadie se hacía demasiadas preguntas por ver extranjeros muertos.
Su caminar los llevó a la estancia principal del financista, donde Nelk sintió que se le aceleraba la respiración al poner al fin cara y cuerpo a Muhamid, un nombre que la había obsesiondo desde muchas semanas atrás.
No se sintió muy decepcionada al ver que era un hombre que pasaba por mucho los cien kilos de peso, y le pareció que tenía cara de obseso cabrón. Claro que eso fue corroborado por el hecho de que hubiera dos furias encadenadas en la cama. Agradeció mil veces a Liana que no la hubiera hecho guapa, pues podría haber acabado como ellas, violada día tras día por ese cabrón adinerado cuya sangre pronto manaría a chorros.
-Así que tenéis algo que ofrecerme -dijo el comerciante.
-Suansuah, enséñale tus pechos -dijo ella, sin camuflar su desprecio.
Por supuesto lo que enseñó fue el collar que tantos problemas había dado, ese que el caminante negro ambicionaba.
-Eso vale mucho dinero -garantizó Muhamid-. ¿Cómo lo habéis conseguido?
-Matamos a sus anteriores dueños -dijo ella.
-Estamos hartos de ser caminantes del desierto -mencionó Msrah-, de que nuestra propia gente nos traicione. Queremos un descanso, un lugar bajo techo en el que vivir tranquilos.
-Puedo conseguíroslo. Un buen puesto en el funcionariado de Raad Saak para todos vosotros.
-¿Y eso cómo es? -preguntó Msrah.
Ella se levantó y se acercó a las dos furias mientras el comerciante seguía intentando seducir a Msrah con sus promesas de prosperidad.
-Estoy algo cansada -dijo ella, interrumpiéndolos-. ¿Te importa que juegue un rato con tus putas?
-¿Jugar? -respondió el comerciante, sorprendido-. Sí, claro.
Y jugó con las dos. Podría haber sido bastante menos explícita de darles una daga a cada una, y la llave que con cuidado consiguió robarle a Muhamid, pero se dejó llevar con el único cuidado de no descuidar la tela con la que se tapaba el tatuaje. Se dijo a sí misma que si podía acostarse con esas chicas delante de aquel obeso violador de su cultura sería capaz de liberarse a sí misma y fundirse con Liana en cualquiera que fuera la circunstancia.
Pero no lo logró. Ni cuando las dos chicas la besaban y la acariciaban podía quitarse de la cabeza la masacre que quería producirse. El deseo de fundirse con ellas y con Liana en un orgasmo eterno era en realidad menor, porque lo que deseaba en verdad era que comenzara la masacre. Así que al final tuvo que fingir para que no quedara raro. En los últimos tiempos había aprendido a disimular bastantes cosas.
Finalmente volvió a la silla, pero no se sentó. Miró a Msrah.
-¿Está ya todo dicho? -preguntó.
-Yo creo que sí.
Después miró a Dafne.
-¿Sí? -preguntó.
-No hay nada más que decir -confirmó Dafne.
Había llegado el momento de la acción, lo cual le resultaba chocante. Había esperado mucha más resistencia, pero por el momento todo estaba resultando fácil. Desenfundó una de las espadas y apuntó al comerciante.
-Si sabes lo que te conviene no grites -dijo al finl.
-Pero… pero… ¡hice lo que el caminante negro me pidió!
-¿El caminante negro? ¡Nosotros no somos enviados del caminante negro!
-¿Entonces quienes sois, maldita sea?
Se destapó la cabeza y mostró su tatuaje.
-¡Tu eres Nelk, maldita perra!
-Sí, soy la perra que se ha follado a tus putas.
Nelk las miró. Se habían soltado y se abalanzaban sobre el comerciante con las dos dagas.
-Eh, lo quiero vivo un rato más.
-¡Guardias! -gritó, antes de que lo acuchillaran. No mucho, lo justo para que no pudiera huir.
Claro que, ¿por dónde podría huir? La habitación solamente tenía una puerta, y por ella empezaron a aparecer los mercenarios que había por el lugar, casi una veintena. Esa era la auténtica masacre, el baile con Taharda que habían estado esperando, el cabo que había que atar. Y se ató a base de terribles golpes en los que los dormenios demostraron no estar a la altura de los enemigos con los que ya se habían enfrentado. Ella consiguió, de hecho, su primera decapitación completa, y se sintió orgullosa el tiempo suficiente para recibir un golpe terrible del jefe del equipo al cual no logró vencer rápidamente. Pero la masacre satisfacía a Taharda, y una vez más Msrah logró convocarla y dar fin al asalto haciendo que sus mismas almas se escaparan por sus orificios. Solo quedaba el que la había golpeado a ella.
-Sería buen momento para rendirte -le dijo ella, en el harrassiano que conocía.
-No. Honor mercenario -replicó el capitán.
Ella lo prefería. Aunque estaba herida, no se había probado aún a sí misma, y se lanzó en un único ataque que neutralizó a su enemigo. Después se le acercaron las dos furias, a las que apartó.
-Estás herida -le dijeron.
-Es un maldito rasguño, ¿es que a vosotras no os pegan nunca?
-No. No así.
-Tendríais que probarlo de vez en cuando. Es de lo mejor de los vivos.
Se vendó ella misma. Era verdad, ese dolor le recordaba que había hecho una vez más lo correcto. Además, se le empezaba a dar bien eso de las vendas. Había aprendido algo de medicina, lo suficiente ya para abrir el vientre de dos hombres, sacarles los intestinos, anudarlos, y aún así poder despertarlos durante unos momentos.
-Le das un nuevo significado a la expresión “atar cabos” -dijo Msrah.
-¡Maldito miserable! -rugió ella-. ¡Mira a lo que lleva toda tu puta ambición! ¡Robaste a mi pueblo! ¡Mataste a mi gente! ¡Si no fuera por perros como tú no tendríamos!… no tendríamos… no…
-Mátalo ya, Nelk -dijo Dafne, algo asqueada. Nelk sabía que no le gustaba que hiciera esas cosas.
Le puso al comerciante las dos espadas en el cuello.
-¿Algo que decir?
-Solo quería… vivir bien.
Y lo mató. Y aunque estaba bien hecho, no sentía que sirviera de mucho. Otro ocuparía su puesto, y de hecho ellos habían ayudado a que otro lo hiciera, y algún día todo volvería a empezar. ¿Es que no se podía hacer nada?
Registraron el lugar, y pudieron hacerse con algunas reliquias que aún no había vendido. Por lo demás no quedaba nadie en la finca, y más les valía salir rápidamente si no querían…
-Hay algo en el sótano.
-Yo no he visto ningún sótano -replicó Dafne-. Tenemos que irnos.
-Hay alguien en el sótano.
Buscaron durante un buen rato hasta que finalmente encontraron una trampilla escondida que dio un acceso a un sótano algo oscuro en el que encontraron a un joven encadenado.
-Eh, chaval -dijo ella en harrassiano-. ¿Qué te han hecho?
El joven se lanzó agresivamente contra ella, y si no lo consiguió fue por las cadenas que lo retenían. Un siseo antinatural salía de su boca o… de una deformidad enorme en su cabeza, cubierta por una tela que ella retiró para descubrir que esta tenía una apertura que daba al interior.
Lo decapitó sin más, consciente de que se enfrentaban a una nueva fuerza de la que no sabían nada. Muhamid se había llevado a la tumba un terrible secreto del caminante negro.
Solo les quedó tiempo para encender el fuego por varios lugares antes de salir del sitio a gran velocidad, para darse la vuelta solo cuando estuvieron lejos. Los apagafuegos no conseguían controlar el incendio que teñía el cielo nocturno de rojo.
-Buen trabajo -dijo Msrah.
-¿Y de qué ha servido? -dijo ella-. Otro ocupará su lugar, y en algún momento tendrá la tentación de violar a nuestro pueblo.
-Quizá sea así -concedió Msrah-. Pero el que le suceda sabrá lo que le pasa al que roba a nuestro pueblo. Y siempre habrá un lealista Najshet dispuesto a recorrer el camino de Taharda.
Algunas notas:
Una vez más, una sensación "sandbox" muy lograda. Quizá estas partidas no tengan la profunidad dramtática de las anteriores: es muy evidente que hemos superado a nuestros oponentes y que tenemos la iniciativa. ¿Conservaremos la ventaja ante el oponente final de la campaña, el caminante negro? Quedan una o dos partidas para saberlo.
En realidad he metido en un par de párrafos partida y media con mucho interés propio. Si los personajes sobreviven, habrá que definir su ubicación final, y en estas partidas se empieza a ver que Kadhaj podría tener un lugar fuera de Harrassia, Dafne podría casarse, y Msrah podría conseguir presupuesto para volver a levantar el templo de Hampatuf. ¡Qué gloria! Nelk no hace planes a tan largo plazo, sospecha que no va a salir viva de la ejecución del caminante negro...