Hermanos Juramentados de la Espada Negra
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Hija de la desdicha - II: "Te quiero"
8-12-2016 02:03
Por Favnia
Nota de la autora: Este capítulo pertenece una serie de relatos que cuentan la historia de mi personaje, Laila. Por el momento, se centran en el pasado, aunque ya veremos hasta dónde avanzan. El capítulo anterior está disponible aquí.



II: "Te quiero"


Los dedos de Naeph-This peinaban con suavidad algunos mechones castaños del enmarañado cabello de Sekhmet. Desenredarlos era tan difícil, y su melena estaba tan encrespada, que casi parecía estar acariciando una zarza. Sin embargo, a juzgar por la forma en que sus ojos verdes admiraban el feo semblante adormilado de la otra furia, a ella no parecía desagradarle en absoluto. Todo lo contrario: el afecto que destilaba su mirada dejaba claro que, de sentir algo, se asemejaba bastante más a la felicidad.
O, al menos, a lo más parecido a la felicidad que, en sus circunstancias, pudiera sentir.
Allí, en la penumbra de aquella fría celda, en ese pozo de esclavitud y tortura, apenas sí había momentos en los que poder sentirse "bien". En los trece años de vida que Naeph-This llevaba a sus espaldas, sin haber conocido ningún lugar más que aquel, muy pocas veces había experimentado algo "bueno". Ahora, lo estaba haciendo. Se sentía, y experimentaba, todo lo "bien" y lo "bueno" que era posible sentirse y experimentar en su situación. No era mucho en una realidad objetiva, pero, a la vez, para ella, era decir mucho en su realidad subjetiva...
El olor a humedad se entremezclaba con el del sudor humano y los orgasmos femeninos. Era una combinación curiosa, la del aroma a esa suciedad fresca y oscura, con el de la humanidad y el sexo. Si Dan´jat realmente existía, seguramente estaría satisfecha con lo que las dos furias habían compartido horas atrás.
Más curioso aún resultaba el contraste entre ambos cuerpos: Con unos ojos claros y grandes que delataban su mestizaje, y una larga cabellera oscura que se mantenía todo lo cuidada que las condiciones de higiene y miseria de aquel lugar permitían, Naeph-This, de rostro aun algo infantil, pero indudablemente bello en sus facciones todavía levemente redondeadas, había alcanzado, pese a su juventud, una considerable madurez en su cuerpo y un notable desarrollo de sus atributos femeninos. Sus curvas la definían perfectamente y, pese a no ser precisamente alta, sus piernas eran largas y ágiles. El entrenamiento habitual, sumado a las prácticas adicionales con Sekhmet, también habían hecho su labor, definiendo sutilmente unos pequeños músculos que apenas empezaban a notarse. Por su parte, la otra furia, con medio rostro quemado y sin un pedazo de nariz, seguía siendo tan fea como siempre, cada vez más musculada, con un cuerpo carente de curvas naturales y casi si un desarrollo significativo de sus pechos, pero sí de sus pectorales. Sus piernas, no obstante, eran largas también, y muy fuertes. Y sus manos, aun grandes y toscas, tenían unos dedos de igual modo alargados y llamativos. Pero, por encima de todo, destacaban sus cicatrices: toda ella parecía un mapa de heridas viejas y nuevas, fruto no sólo de los combates, sino de los recurrentes castigos.
No podía haber en todo el Najhset dos personas más distintas que ellas dos, tan contrarias en apariencia, como para parecer dos lados de una moneda que nunca llegarían a verse. Y sin embargo, allí estaban: juntas.


— Hmm... —Sekhmet se revolvió, con la cabeza apoyada entre los pechos desnudos de su amiga, desenterrando finalmente el rostro y despegándose unos centímetros, sin romper el contacto con la mano que acariciaba su cetrina cabellera.— Todavía no me acostumbro a que me mires así... —Murmuró, sonriendo.— ¿Realmente tienes tan buena vista como parece cuando entrenamos?
— Sekhmet... —La joven morena posó sus labios durante unos instantes sobre la tosca frente de la furia.— Sabes que, para mí, tú eres la persona más bella que jamás he conocido...
— ¡Oh, vamos! —Sekhmet se carcajeó, enarcando una ceja.— Vete al...
— Lamento interrumpir tan conmovedora reunión... —Dijo una voz, impidiendo así que Naeph-This llegara a saber a dónde la iba a enviar su amante. Desde los barrotes, la crepitante luz de una antorcha iluminó el el rostro de un hombre joven y fuerte, de rostro algo afilado y ojos pequeños y juntos, y a cuya repulsiva sonrisa le faltaba un trozo de labio inferior. Ambas mujeres le conocían bien: era Driss. Vestía una imponente armadura, que destelleaba ante los reflejos llameantes, y se mantenía a un par de pasos de las rejas, ya fuera por asco y superioridad, o a raíz de algún temor que en apariencia no tendría sentido. Sin embargo, el recelo con el que miraba a Sekhmet y la suficiencia con que ella le miraba dejaban claro que había algo más...— Pero, obviando el hecho de que la mestiza ha vuelto a conseguir colarse en tu celda, tengo órdenes para vosotras... —Driss se pasó la lengua por los labios, en un gesto casi sibilino.— Esta noche combatís en la arena. Las dos. —Sekhmet hizo ademán de abrir la boca para decir algo, pero un pequeño codazo de Naeph-This le hizo desistir. Aún así, el guardia parecía haberle leído las intenciones, porque volvió a sonreír.— No, engendro, esta vez Raamik no va a dejarte ocupar voluntariamente el lugar de la mestiza. Esta vez, lucháis ambas. Estad preparadas. —Imperó, dando mediavuelta y alejándose por el pasillo.
— Debí arrancarle la lengua de un bocado aquella vez... —Dijo Sekhmet, propinado a la pared un puñetazo cargado de rabia impotente.— Bien. Tú quédate detrás de mí y procura no estorbar, ¿quieres? De nuestros contrincantes me ocuparé yo.
— Sekhmet... —La ojiverde suspiró, negando con la cabeza.— Sabes que eso no será bastante: Raamik querrá espectáculo.
— Bueno, pues... Eres rápida y escurridiza, ¿no? Da muchas vueltas y haz movimientos vistosos con el arma, pero no te expongas ante nuestros enemigos: yo me encargaré.
— Puedo hacer más que eso. —Insistió.— Llevas tiempo entrenándome, ya soy mejor que muchas de las demás y además...
— ¡He dicho que yo me encargo!




Horas después, mientras el atardecer teñía de rojo anaranjado los cielos sobre el coliseo, Naeph-This esperaba el momento. Custodiada por Driss y otros dos guardias, la joven furia recorría con su mirada verdosa cada rincón, nerviosa y desconcertada: ¿dónde se habría metido su amiga? ¿Por qué las habían traído por separado cuando se suponía que tenían que luchar juntas? ¿Es que se había tratado de un engaño e iban a hacerla luchar sola y en desventaja? Raamik valoraba demasiado la rentabilidad de su belleza como para eso...
— ¿Dónde está Sekhmet? —Osó preguntar, mirando a Driss con una nota de temor en la voz.
— No te preocupes, Naeph-This... —Respondió el guardia. Y el hecho de que la llamara por su nombre, sólo sirvió para que, efectivamente, se preocupara de verdad.— Pronto la verás. —Sonrió— Llevadla.
Y, sin mayor dilación, los otros dos guardias escoltaron a Naeb-This la arena, empujándola fuera...
Asustada, recorrió con ojos desorientados las abarrotadas gradas, hasta que, instantes después, justo al otro lado del coliseo, otra figura era arrastrada, entre insultos y forcejeos, al exterior.


Al apartarse los soldados, Naeph-This pudo ver bien a su contrincante, que se encontraba a pocos metros de ella, observándola con la misma desesperación que su propio rostro reflejaba. Y entonces, por fin, lo comprendió todo:
— No... —Musitó, mientras el corazón se le congelaba en la garganta.— No puede ser...
Frente a ella, con idéntica expresión de incredulidad y desaliento, Sekhmet la miraba inmóvil, en silencio.


Ambas iban a luchar esa noche, sí, mas no juntas... Sino una contra otra.




— No… —Era incapaz de reaccionar, congelada en el suelo.— Por favor… Esto no…
Nadie la escuchaba, obviamente. El graderío era un murmullo de voces expectantes, y la voz de la joven no era más que un hilillo seco de quien deseaba más que nunca despertar en su negro agujero. Algo que, cuando ocurría cada mañana que amanecía sin sol, le hacía lamentarse por su suerte, pero que ahora, ante aquella escena, deseaba más que nunca que ocurriera. Así, aquello solo habría sido una pesadilla… Pero no fue así. Porque era una pesadilla, pero real.
Los guardias se retiraron y cerraron las puertas, señal de que el combate empezaba…
Pero Naeph-This no se movió.
Sin embargo, Sekhmet sí lo hizo, corriendo hacia ella mientras enarbolaba una pesada lanza, vitoreada por un público para el que era archiconocida.
Incapaz de reaccionar, Naep-This cerró los ojos. Quizá así, todo terminase rápido. O quizá, esta vez sí, despertase en su celda al abrirlos… Pero no fue así.
— ¡Reacciona, joder! —Le gritó Sekhmet, limitándose a rodearla. A sus “admiradores” les gustaba ver como el monstruo jugaba con sus presas antes de empezar. Pero esta vez, era muy distinto. Naeph-This abrió de nuevo los ojos, negando con la cabeza.— Naeph-This, por favor… ¡Lucha! ¡Atácame!
— No… No… —Musitó. Nadie las oía. Sus voces estaban sepultadas bajo unas gradas demasiado entretenidas y elevadas.
— ¡Maldita, sea Naeph-This! —Exclamó la furia— ¡Si no lo haces, nos matarán a las dos!


Y aquella afirmación, era demasiado poderosa como para caer en el mismo saco de arreactividad. Porque si bien era incapaz de plantearse si quiera la sola idea de herir a su amiga -cosa que, de todas formas, estaba lejos de sus capacidades físicas-, comprender que si no hacía absolutamente nada la mandaría igualmente a la tumba, era un pensamiento demasiado insoportable. No era una suicida, pero prefería morir antes que herir a Sekhmet. Sin embargo, así, tal cuál estaba, ambas caerían.
No quería participar en eso. No sabía participar en eso. Por lo que, realmente, solo podía dejarse llevar…
Estaba claro que no iba a intentar si quiera vencer. Pero al menos, iba a aparentar que luchaba por su vida.
Comenzó a girar, sosteniendo su espada, tal y como su amiga le había enseñado: grácil, vistosa. De vez en cuando fingía intentar alcanzarla, sin llegar a lanzarse. Era casi una danza, un espectáculo. Lo que se suponía que tendría que hacer mientras Sekhmet se encargaba de sus enemigos, y que ahora hacía frente a ella. Parecían estar bailando igual que cuando entrenaban… Pero no era un entrenamiento. Y aún así, eso, y esquivar unos lanzazos que estaban claramente mal dirigidos a propósito, era todo lo que podía hacer.
Y durante un rato que no supo decir si fueron apenas segundos o agónicos minutos todo quedó difuso en su memoria. Cualquier intercambio real de golpes o movimientos, cualquier acción, cualquier suceso… Todo, pasó sin que ella fuese capaz de procesarlo o vivirlo más allá de su cuerpo.
Un cuerpo autómata que continuó así, en algo que era insuficiente, que no era bastante para lo que se suponía tenían que hacer allí… Y Sekhmet comprendió entonces que Naeph-This nunca lo haría.
Solo ella podía resolver aquello.
Naeph-This sintió un fuerte golpe que le hizo volver en sí, cayendo al suelo de espaldas, ante el júbilo de los espectadores. Sekhmet dejó caer su lanza a un lado. Acto seguido, se sentó a horcajadas sobre su amiga y comenzó a golpearla con los puños desnudos, provocando así una ola de aplausos. Desde arriba, era difícil vislumbrar algo que no fuera la fornida figura de la furia sobre su víctima, por lo que el público no captaba realmente la acción de la pelea. Tan sólo veían el cuerpo de la feroz combatiente ejecutando rápidos e indistinguibles movimientos. Ambos ojos se cruzaron, y la mano que iba a asestar un nuevo puñetazo se detuvo apenas unos instantes:
Te quiero… —Dijo Sekhmet, agarrando el brazo con el que su amiga sostenía la espada… Y ensartándosela en su propio vientre.






Re: Hija de la desdicha - II: "Te quiero"
10-12-2016 12:25
Por Verion
:´^(
Re: Hija de la desdicha - II: "Te quiero"
27-4-2017 10:50
Por Taraak
Y por cosas como estas odio a estos egipcios sadomasoquistas, joder con los najshet, al margen de eso... preciosa historia de amor.