Espada Negra: juego de rol

RELATO: LA GLORIA DE THURAN OLLVAROR

El presente relato fue desbloqueado por el resultado del "Juégame" de abril de 2016, al alcanzar veinte partidas. Iba a ser incluido a la versión impresa, pero nos quedamos a muy pocas.

Thuran Ollvaror se sentó en su forja preparado para afrontar un nuevo día de trabajo. Claro que por otra parte de día ya tenía bastante poco: en la lejana superficie hacía un rato que la sombra se había ocultado. Y no es que el sufriera aquella peculiar enfermedad del espíritu que afligía a muchos de sus compatriotas. No, él salía todos los días a la superficie para recibir algo de luz del día, tenía relaciones con la gente, y dormía a una hora normal. Les había llevado cierto tiempo darse cuenta de que esa era la causa de ese mal de las profundidades, lo cual, según los libros, había traído cierta confusión en el pasado.

En cualquier caso él pasaba más tiempo en la superficie de lo que le gustaba. De hecho pasaba demasiado tiempo arreglando los problemas de todo el mundo en lugar de dedicarse a su auténtica pasión, y lo que prefería: la forja.

Pero cuando no era un problema con los suministros era un asunto de relaciones con otro clan, y si no una vivienda que había sufrido daños, o una discusión entre dos personas… y eso solo en la superficie. Las minas tenían también sus propios problemas.

-He aceptado demasiadas responsabilidades -se dijo a sí mismo acariciándose la barba. Sabía que en la escasa hora que había sacado para trabajar no conseguiría reunir el estado de concentración aceptable para forjar algo minimamente decente, y aunque iba retrasadísimo con su trabajo, era totalmente consciente de que era mejor no hacer nada que crear una pieza sin espíritu, o aún peor, manipular otra que ya estuviera en proceso. Y sin duda no lograría sacarse de la cabeza las preocupaciones más recientes, e incluso las que tendría que acometer en los días cercanos.

Tonteó un poco con el metal, aún así. No en algo importante, claro, sino más bien un simple collar con el que intentar relajarse. No lo consiguió, y como esperaba, el resultado estaba vacío.

-A los veintisiete años uno no debería estar preguntándose que ha hecho con su vida -se dijo a sí mismo.

-¿Te arrepientes de lo que has hecho con tu vida? -preguntó Oilgne desde el marco de la puerta.

Él se sintió sobresaltado, pero estaba demasiado cansado para responder.

-¿Cuánto llevas ahí? -quiso saber.

-Un rato -respondió su mujer acercándose a él-. Bonito collar.

-No tiene alma, es una baratija.

-¿Una qué? -preguntó ella, con una sonrisa.

-Una bagatela. Una mierda, un trozo de basura. ¿Te hace gracia? -añadió al ver que sonreía.

-El resto de hombres de este clan echan un mes en hacer piezas bastante peores. Darían la mitad de su alma por poder hacer una pieza como esa en una semana, y tú has tardado… ¿un rato?

-No seas zalamera conmigo.

-Pasas muy poco tiempo con tu familia. Tu hija está creciendo sin un padre.

-Estoy muy ocupado -replicó él-. Tengo demasiadas responsabilidades que…

-¿No puede hacer nadie en todo el clan? -preguntó ella-. Desde el ataque no estás con nosotras.

-No, eso sí que no. Esa discusión no vamos a tenerla.

-Nunca quieres hablar de eso -señaló ella.

-He tenido un día muy complicado…

-Todos lo son. Desde hace tres meses que llegas cuando ella ya se ha ido a dormir y te marchas cuando aún no se ha levantado. Siempre pregunta por ti y…

-Perdón -dijo una voz desde la puerta-. ¿Interrumpo algo?

-Ya me iba, gran herrero importante -dijo Oilgne esquivando al mensajero.

-Siempre lo hago todo mal -masculló él.

-¿Vuelvo en otro momento?

-El jefe quiere hablar contigo. Se ha reunido con el consejo… pero si estás ocupado puedo decirles que vas en otro momento…

-¿Tengo aspecto de ocupado? Déjalo, sé perfectamente cómo llegar.

Casi lo prefería a tener otra discusión con Oilgne. Claro que, ¿qué querría de él el jefe del clan en ese momento? Precisamente solía recomendarle que se tomara más tiempo libre, ¿acaso querrían obligarlo? Recorrió los pasillos subterráneos con cierta ansia hasta la enorme sala principal en la que una conversación se disipaba en susurros. Thuran se sentó en uno de los bancos de piedra que formaban el consejo del clan. Frente a ellos el demasiado anciano Enion Ollvaror presidía la reunión en el banco de piedra.

A Thuran le gustaba aquello. Le gustaban las piedras, y le gustaba el arte incluido en ellas. Le gustaría decir que dedicaban demasiado esfuerzo a asuntos no productivos, pero, ¿cómo podría decir que debían dejar su faceta artística? Él mismo no querría hacerlo en ningún caso.

-¿Qué tal las cadenas de Eferr? -preguntó el viejo.

-Mal, señor. Había una bolsa de arena ahí encima, y no parece que la vayamos a poder reabrir, no en pocas semanas. Siento no haber venido a la reunión, acepto cualquier castigo que…

-Basta, Thuran -interrumpió Enion, lentamente-. Basta. Este consejo no quiere someterte a ningún castigo. En cierta forma, al contrario.

-¿Cómo?

-Hemos recibido una copia de una carta dirigida a los clanes guneares. La escribe Íngaur Fosrodr, el hijo de Sigalvald en la que propone… una serie de cambios de calado profundo en los clanes. Se diría que se postula a sí mismo como rey.

-¿Y el viejo Sigalvald le ha cedido el gobierno del clan? -preguntó él, incrédulo. Había coincidido con él en un par de ocasiones, y no le parecía el tipo de persona que cediera su poder.

-No tenemos detalles -señaló Enion-. Pero el jefe del clan Ollvaror en persona ha convocado una reunión en la que se solicita a los jefes de las minas que accedan o envíen un representante. Como comprenderás, estoy muy mayor para emprender este tipo de viaje.

Thuran asintió. De hecho el jefe del clan era en sí mismo un absurdo enigma. En ese momento tendría dos siglos y medio, y nadie sabía nada de él. Bajo las montañas no era tan necesaria una figura de liderazgo general, aunque se siguiera firmando con su nombre.

-¿Y queréis mi opinión sobre quién enviar?

-A decir verdad, no, Thuran. Este consejo te ha elegido a ti.

-¿A mí? -preguntó él, molesto-. Pero yo no puedo, estoy encargado de las cuestiones de ingeniería, los juicios de superficie, la seguridad de las minas… y está mi propio trabajo en el que tengo ya un retraso considerable. Es mejor elegir a alguien que no sea tan… -paró para pensar.

-¿Indispensable? -dijo el anciano.

-No quería decir eso.

-Pues yo sí. Conoces cada piedra, cada persona, cada agujero. Es hora de que otros conozcan todo eso, y que una persona que conoce tan bien esta montaña nos represente ante el jefe clan. ¿Tienes algo que decir de esto?

Él elevó los hombros. Oilgne lo mataría.

-Este consejo ya ha tomado una decisión. Lo que yo diga dará igual.

-En ese caso cada cual puede volver a sus asuntos. Tú no, Thuran, tú quédate.

-Sí, Enion -dijo él, molesto. El resto realizaron sus saludos, reverencias y ritos privados, y fueron abandonando la sala sin mayor mención.

-¿Qué tal estás, Thuran? -le preguntó Enion.

-Bien, jefe.

-Jefe -repitió Enion con una sonrisa-. Desde el ataque has ido aceptando más y más responsabilidades. Se diría que quieres reemplazarme.

-No -garantizó él, simple.

-Pues yo sí lo querría. Es una pena que tanto ímpetu venga impulsado por una pérdida tan grande. Dicen que aún conservas la habitación de tu hija intacta, y que no has tocado las cosas de Oilgne.

Thuran cerró los ojos y no logró reprimir un sollozo.

-Cada cual lleva las pérdidas a su forma, señor.

-Dicen que os oyen hablar solo.

-Solo lo hago por reflexionar, señor -afirmó él, molesto consigo mismo-. No tiene consecuencias en mi trabajo.

-No importa, Thuran. No importa. Este viaje te vendrá bien en todos los sentidos. ¿Sabes? A veces me pregunto si de verdad la elección de nuestros antepasados de entrar en estas cavernas fuera la adecuada. No es algo que pueda decir muchas veces, pero a ti… que seguramente seas el futuro jefe cuando yo me haya ido… a ti puedo decirte mis inquietudes. Aprovecha este viaje, Thuran Ollvaror.  Convierte todo el miedo en esperanza -añadió extendiendo unos papeles en su mano.

Él se levantó, se acercó y las recogió.

-¿Con qué autoridad acudiré?

-Con toda la autoridad, Thuran. Pronto será tu mina.

Y partió de la habitación ya ensimismado por las primeras líneas de aquella carta, y aunque sospechaba que no lograría centrase en su lectura, ni el temor a las responsabilidades que dejaba atrás, ni la incertidumbre de las que había de acometer lo distrajeron. Ni siquiera la tensa presencia de su silenciosa mujer, despierta a su lado en la cama consiguió distraerlo de tan poderosa lectura.

-Es ciertamente una persona inspirada. Un hombre muy vivido, este Íngaur Fosrodr. No tiene miedo a buscarse problemas por defender lo que piensa, y es bastante osado en lo que piensa, así que seguramente vaya a tener grandes problemas.

-¿Es todo lo que tienes que decirme? -preguntó ella.

-Tengo una gran responsabilidad con toda nuestra gente. Se espera de mí que lleve una respuesta al resto de miembros del clan quienes a su vez tendrán que responder ante este candidato a rey. No es ningún idiota, eso es más importante de lo que pueda parecer.

-¿Y eso es lo que vas a hacer? ¿Nos vas a dejar aquí solas, sin ninguna ayuda? Nadie más que tú quiere saber nada de nosotras desde el accidente, nos tratan como si no existiéramos.

-Es que no existís. A ti te ensartaron con una lanza… y Lirgrie logró huir… pero la encontraron muerta no mucho más lejos. Yo debí morir con vosotras pero… los dioses siempre me dieron buena salud y… debo usarla para ayudar a nuestra gente a tener una mayor prosperidad y que nuestros caminos sean seguros. Que a ninguna familia le pase lo que a nosotros.

-¿Y entonces nos vas a olvidar?

-Nunca os podré olvidar.

-¿Y qué vas a hacer? Hacer como si no existiéramos, como el resto de toda esta gente.

-Enion tiene razón. Me conviene salir, viajar, recorrer las montañas y centrarme en otras cosas. Que el tiempo haga su trabajo.

-Entiendo -dijo la mujer entre lágrimas-. Me tumbaré aquí y lloraré hasta que nos olvides y desaparezcamos para siempre.

Y lo hizo. Pasó toda la noche entre sollozos débiles sin que él pudiera pegar ojo, pero hizo un esfuerzo por aguantar sin darse la vuelta y acariciarla, besarla y consolarla. Y acabó tan cansado que pensó que no tendría fuerzas para caminar, pero ciertamente no era la primera noche que permanecía en vela.

En el exterior hacía frío suficiente como para no poder tener la cabeza muy ocupada en nada más que en caminar y sobrevivir, pero aún así de vez en cuando surcaban por su cabeza pensamientos al azar, no solo sobre su mujer y su hija, sino también sobre la carga de Íngaur Fosrodr e incluso sobre las mismas fuerzas que movían el mundo. Pensaba que no dejaba de ser aceptable que él fuera la elección para viajar, pues tenía unos conocimientos del mundo de la superficie superiores a los de su gente, y se desenvolvía bien tanto para interpretar el clima como para hacerse un refugio.

De hecho no era el Ollvaror más tradicional de la mina. Pretendía haber convertido a su hija en una embajadora en algún otro clan, y así abrir algunas relaciones y nuevas posibilidades. Precisamente cuando los mataron volvían de pasar unas semanas en el clan del carnero. Había aprovechado para hacerse con unas cuantas cabezas de ganadería, pero todas habían acabado en manos de los bandidos. Para colmo su mala suerte había sido percibida como un mal augurio para aquellos que salieran de las montañas, y su esfuerzo por sacar un poco a los Ollvaror a la luz había tenido un efecto totalmente contraproducente.

Temía tener una recaída de su tristeza cuando pasara por las tumbas de su mujer y su hija que no había vuelto a visitar desde el ataque. Lamentaba no su decisión de hacer el viaje, sino también la falta de pericia con la que había acometido aquel combate. Los dioses lo habían bendecido con buena salud y brazos fuertes, y gracias a eso había podido eliminar a tres de sus oponentes, pero no había conseguido quitarse de en medio un golpe de maza que lo dejó sin aire y fuera de combate. Habría dado toda su habilidad de herrero por volver a ese momento y acabar con sus oponentes, y que fuera su mujer y no su espíritu el que le recriminara no sacar tiempo para su hija.

-Bienvenido a un mundo de oscuridad -se dijo a sí mismo cuando finalmente se las encontró. No supo ni medio claramente por qué lo había dicho, pero tampoco se quedó a descubrirlo, puesto que la ruta que lo aguardaba era en sí tremendamente dura, y aunque tenía buenos conocimientos para afrontarla, sabía que un error cualquiera podría costarle la vida, y que el mismo acto de viajar era una aventura en la que no servía de demasiado hacer planes a largo plazo. Así que caminó en general rápido pero tranquilo, y aprovechó todas las estancias civilizadas que le ofreciera el camino, ya fueran ciudades, pueblos o granjas, pero aún así demasiadas noches tenía que buscar un lugar resguardado del viento, hacer un fuego y dormir en un refugio.

Y ni cuando estaba bajo techo encontraba suficientes fuerzas como para hacer mucho más que descansar. El único tiempo que tenía lo invertía en releer aquella carta que era un desafío, un reto que las montañas habían de afrontar. No podía más que imaginarse las aventuras de ese Íngaur Fosrodr que pretendía convencerlos de que podía traer buenas ideas de naciones extranjeras, y no podía más que desear haber estado en su lugar y haber conocido esos lugares extraños, y quizá otros herreros que hicieran las cosas diferentes a cómo las hacían ellos. Aunque sabía que en ese particular nadie en el mundo los superaría, con lo que probablemente nadie en el mundo lo superaría a él.

Y así fueron pasando los días sin que ninguna de las personas con las que se encontrara supusiera una cara que le fuese útil recordar, hasta que ya a solo dos días de su destino creyó identificar emblemas de su propio clan en un hombre que se había detenido en un pueblo. Este se le quedó mirando fijamente.

-¿Tienes algún problema, extranjero? -le dijo.

El rió. Se quitó la nieve del cinturón para mostrar su afiliación.

-Thuran Ollvaror, a tu servicio.

-Nunca lo habría dicho. ¿Y tus hombres? -quiso saber el otro.

Thuran lo juzgó con la mirada. Tendría treinta años, y eso si llegaba. Ni siquiera estaba calvo, algo muy frecuente en su clan, sino que se recogía una aceptable melena en una prolongada trenza. Apenas sí tenía una barba digna de ser llamada como tal, y su mirada no transmitía demasiada seguridad. Ni siquiera su constitución era demasiado fuerte, no le extrañaba que viajara con protección.

-Viajo solo.

-Toda una insensatez. Pero supongo que tenemos el mismo destino, así que ya no tendremos que hacerlo. Eiavald Ollvaror, a tu servicio. Siéntate a mi lado y hablemos. Hay un buen fuego y la cerveza no es mala.

Thuran había de reconocer que le apetecía pasar un rato tranquilo. Se quitó la capa y las botas, y se sentó a su lado, bien cerca del fuego. Probó la cerveza, que en verdad sí estaba aguada.

-Esto es un mal meado -opinó.

-Sí que lo es -reconoció Eiavald-. Pero como no hay otra cosa… cuando antes lo acepte uno… antes podrá disfrutar, ¿no?

-Aplaudo esa mentalidad.

-¿Entonces no viene nadie más de la mina del norte?

-No, nadie más. Solamente yo.

-Esperaba a alguien de más edad, la verdad.

Thuran se sintió confundido. Debía sacar al menos cinco o seis años a aquel joven.

-No es que tú parezcas haber vivido mucho Dabria Tulka, amigo mío.

-Bueno… algo hay. Entonces… ¿ese arma tan rara que llevas la has hecho tú? -preguntó.

-Totalmente personalizada -dijo él enseñando su arma con orgullo.

-Qué bien pensado. Tiene el peso de una maza ligera, pero esta punta puedes atravesar una armadura si golpeas lo bastante fuerte. ¡Muy interesante! Yo no he innovado tanto, pero no estoy atrás, mira -dijo enseñando su hacha. Thuran había de reconocer que la manufactura era de una calidad excelsa, pero quedó aún más impresionado cuando el joven se afeitó los pelos del brazo con una pasada de la hoja.

-Un filo excepcional -reconoció él-. Pero una hoja así tiene que ser extremadamente vulnerable.

Eiavald sonrió, orgulloso.

-No en la mina del este, amigo mío. Los Ollvaror de ahí hemos cavado profundamente y hemos encontrado hierro de una calidad no conocida hasta el momento.

-Me encantaría verlo -reconoció.

-Thuran Ollvaror no tiene más que ir a la mina del este, y ahí será bienvenido. Sí, yo soy Eiavald Ollvaror y soy reconocido y fiable. De ahí que sea el adecuado para ir a hablar a la reunión de los Ollvaror. ¿Tú conoces a Eorvarg?

-He coincidido con él en un par de ocasiones, sí, aunque no puedo decir que lo conozca bien.

-¿Y no te recuerda a alguien? -dijo señalándose a sí mismo.

-¿Sois familiares?

-Medio hermanos por parte de padre. Él es diez años mayor que yo… así que en realidad no nos hemos visto demasiado. Seguramente tú lo conozcas mejor que yo, claro, pero aún así es de esperar que surja un entendimiento natural, ¿no lo crees?

-En ese caso estaré en clara desventaja -reconoció él.

Eiavald rió ruidosamente.

-¿Quién sabe? Los lazos familiares son fuertes, pero las amistades pueden ser más fuertes, ¿no lo crees? Vamos a viajar juntos unos cuantos días, quizá podamos cambiar nuestras opiniones acerca de las cosas.

-Quizá -dijo él.

-¿Y qué opinas de este Íngaur Fosrodr? Porque está claro que es un hombre rompedor… yo al principio estaba totalmente en contra, me parecía uno de estos tipos que se creen mejor que los demás, ¿sabes a lo que me refiero?

-Sí, creo que sí.

-No un gran guerrero, uno de los que se creen más por ser más listos.

-Ya, entiendo lo que quieres decir.

-Pues el caso es que a lo mejor tiene razón. Y me dije, ¿qué pasa si este hombre, este tipo de la superficie que se cree más listo que los demás convence a todos los de la superficie de que se unan a él?

-Que nuestra forma de vida se acabará.

-Exacto. ¿Pero no es la misma esencia del clan Ollvaror encontrar la adaptación a las circunstancias?

-Explicate.

-Nuestros antecesores decidieron ocultarse bajo las montañas en busca de los secretos de la tierra. ¿No es un ejemplo claro de que supieron adaptarse a las circunstancias de su momento? Sobrevivieron, así que es indudable. Pues igual a nosotros nos toca ahora tomar una decisión tan grande como esa.

-¿Salir de nuevo a la superficie? -preguntó Thuran.

-No lo sé -dijo Eiavald, comedido en su entusiasmo-. Pero de alguna forma cambiar.

-No creo que tu hermano Eorvarg se muestre tan optimista.

Eiavald río de nuevo, escandalosamente.

-Es verdad. Es cierto. ¿No te he convencido a ti?

-No, ni de lejos. Represento a mucha gente de la mina del norte, no puedo decirles que he decidido que tenemos que hacer un gran cambio… porque alguien ha escrito una carta.

-Entiendo, claro. Representas a mucha gente. Pero yo te pregunto a ti, no a la gente que representas. ¿Thuran Ollvaror no quiere, como Eiavald Ollvaror un cambio?

-¿Un cambio? Pero depende del cambio.

-Eso ya lo veríamos. Yo solo digo que haya un cambio, algo grande y ruidoso, algo que las siguientes generaciones escuchen y digan: “qué osados fueron Eiavald, Eorvarg y Thuran. Decidieron aceptar el cambio, y nos vino bien a todos”.

Él sonrió.

-A decir verdad, amigo Eiavald, me conformo con que no me recuerden como el que tomó una mala decisión que los llevó a todos a la ruina.

-¿Ah sí? ¿Entonces por qué te has hecho ese arma tan personal? ¿Eh?

Él se rió.

-No eres ningún idiota, Eiavald Ollvaror.

Eiavald rió. Después rió mucho más.

Durante los siguientes días Thuran no pudo dejar de pensar que Eiavald era una persona curiosa e interesante. Detrás de sus exageradas risotadas había un cuidado excelso del detalle, y pese a su carácter desmedido y sus formas alegres se escondía un hombre que sin duda reflexionaba mucho todo lo que hacía y que se lo pensaba largo rato antes de tomar una decisión. Durante el viaje percibió ese carácter en dos ocasiones en las que se detuvo sin causa aparente. En ambas permaneció un buen rato parado simplemente pensando, y ocasionalmente fumando de su pipa, para reanudar el camino después.

Sus dos guardias por el contrario no parecían en absoluto interesados en tener conversación más allá de las cuestiones más técnicas del viaje. Thuran había llegado rápidamente a la conclusión de que no se trataba de hombres particularmente veteranos en las cuestiones de orientación o supervivencia, sino más bien hombres de armas. O mejor dicho, hombre y mujer, pues uno de los dos era en verdad una fornida señora que no caminaba paso tras paso sin emitir protesta alguna. De lo poco que había podido sacarles era que no tenían familia en su lugar de origen y que querían progresar en la vida.

Aún así aquello le dio que pensar. ¿Progresar en la vida? ¿Ese no era el deseo en mayor o menor medida de todo el mundo? ¿No era lo que Íngaur Fosrodr planteaba en su carta a los clanes? ¿No era lo que los Ollvaror se habían esforzado en alcanzar a lo largo de generaciones? ¿Podía haber un avance para todos? ¿O quizá simplemente el progreso de unos implicaría la desgracia de otros? Él no podía dejar de pensar que la visión del heredero del clan del carnero era demasiado utópica. Y debido a ello, y siendo hijo de quien era, era una mentalidad peligrosa.

Tardaron cuatro días en llegar a la mina del oeste, uno y medio más de los que habría tomado él, pero no había querido discutir en ese sentido con Eiavald, quien llevaba el liderazgo por la presencia de sus guardias. Además tenía claro que no iban a ir más rápido, y que en cualquier caso si se adelantaba y llegaba antes tendría que esperarlos, así que aprovechó el más relajado viaje para ejercer cierto descanso y leer unas cuantas veces aquella carta que tantas preocupaciones estaba despertando.

La mina del oeste resultaba en su superficie bastante limitada y poco esplendorosa. Pero sabían que la grandeza de un asentamiento Ollvaror no se medía por lo que había en sus pueblos, sino debajo de ellos.

Como habían llegado más bien tarde, pasaron la noche en la superficie. Ahí pudieron descubrir que el viento cantaba inquietantes melodías en el exterior.

-Le hielan a uno el corazón, ¿eh? -le dijo Eiavald, con los pies desnudos frente al fuego y una pieza de carne en la mano.

-Solo es el aire a través de las montañas -garantizó él.

-Es posible, amigo mío, pero aquí hay otras historias.

-¿Qué historias? -quiso saber, divertido.

-Espíritus. No está claro si son antiguos Ollvaror que custodian que nadie se acerca a la mina, o esclavos vengativos.

-Hum... -respondió él.

La cuestión del trato a los esclavos no estaba nada clara dentro de la familia Ollvaror. La mina del oeste era famosa por dar un trato especialmente cruel, mientras que la del norte en las últimas generaciones había prescindido de su uso con una notable pérdida de eficacia. Era uno de esos asuntos sucios para los que nadie tenía una solución. Y como no se iba a encontrar, tampoco se hablaba demasiado del tema.

-Una cosa está clara -añadió Eiavald moviendo un dedo de la mano arriba y abajo-. Nadie sale por la noche cuando hay estos ruidos.

-¿Me estás retando? -preguntó él.

-¿Y qué si lo es? -dijo Eiavald más serio.

Él rió.

-Me sería fastidioso porque se me congelarían las orejas. Es una mala cosa esta de quedarse calvo.

Eiavald lo acompañó en el jolgorio.

-En ese caso quedémonos tranquilamente y comamos más de estas costillas de carnero.

Los pobladores que los habían acogido dejaron a su alcance una tisana caliente. Él la olió; resultaba amarga y potente incluso al olfato.

-Es para dormir. Cuesta mucho conciliar el sueño las noches de espíritus. ¿No te la vas a tomar?

-Es una tontería. Es el aire -dijo él.

Eivald bebió, y él se preguntó si no estaba haciendo una tontería, cuando él era, de hecho, el primero al que lo visitaban los espíritus de los muertos. Debido a ello se acostó algo temeroso, y si bien no se le apareció su mujer, sí creyó identificar palabras entre los susurros del viento, y llegó a sentirse bastante incómodo y a no descansar en absoluto bien. Cuando se levantó apenas descansado  se preguntó si no debería haber accedido.

Durante la mañana ya sí fueron conducidos a la entrada de la mina. Esta resultó tener una precámara en la que ya fueron dejados en solitario y que se cerró a sus espaldas. Una serie de golpes indicaron una clave rítmica, aunque no pareció dar resultado alguno.

-Estos del oeste se lo toman en serio -observó Eiavald.

-¿No es tu hermano?

-Medio hermano. A ver si ahora se olvidan de nosotros y nos morimos de hambre en esta sala perdida de los dioses.

-No lo creo.

Apenas dicho eso la puerta interior se abrió y dejó ver al que sin duda era un herrero de alto rango. Revestido por una armadura de exquisita manufactura, llevaba una hacha de gran calidad al cinto. Su barba estaba perfectamente colocada.

-Señores, soy Eorvarg. Bienvenidos a la mazmorra del oeste.

-Hermano, soy Eiavald, de la mina del este.

-Thuran Ollvaror, de la mina del norte.

-Entonces ya estamos todos -dijo Eorvarg.

A Thuran la situación le llamaba la atención. Eiavald era bastante joven, y él no pasaba por mucho los treinta años. Eorvarg andaría en torno a los cuarenta, así que como órgano competente para decidir el futuro de la familia, sentía que estaban faltos de experiencia. Pero en cualquier caso sus pensamientos en ese sentido no perduraron demasiado. Según fueron avanzando por la estancia se fue haciendo consciente de que el arte que se veía en las paredes era muy superior a ningún otro que hubiese vivido. Ya no solo eran los magníficos bajorrelieves contando cada historia de la ciudad subterránea, sino que hermosas estatuas dibujaban sombras que llamaban a lo secreto y a lo cautivador.

Eorvarl les hizo algunas preguntas de cortesía que él no se molestó a contestar. Le hubiera gustado detenerse aprender de lo que tuvieran que decir esas paredes. Tenía la sensación de que podría echar meses solo dedicados a eso, y eso sin acceder a la biblioteca en papel, más moderna y con mucho menos prestigio, pero mucho más práctica.

-¿Estás bien, amigo? -le preguntó Eiavald cuando se hubieron parado en una sala de más tamaño.

-Estaba mirando las columnas -reconoció. Son de una manufactura asombrosa.

-Cada una trata de la naturaleza destructiva de cada uno de los dioses guneares -explicó Eorvarg-. Esa de ahí señala al dios padre Thargron, mientras que la que está detrás es en honor de Drayard. Esas dos son de Nadruneb y Babglón.

-¿Y Sigvaur? -quiso saber Eiavald.

-Sigvaur no es reconocido por los Ollvaror del oeste -aportó él.

-Sylviz no es reconocido por los Ollvaror de ninguna mina -corrigió Eorvarg-. Desde que el clan eliminara el jabalí de sus cinturones se rechazó a Sylviz como uno de los dioses que fueran parte de la vida bajo tierra.

-¿Y por qué es así? -preguntó Eiavald.

-Porque es un dios que adora al ciclo como una necesidad de la existencia. Los Ollvaror creemos, hermano, que el estado superior de existencia solo puede conseguirse a través de la destrucción de toda conciencia anterior. Quizá deberías pasar más tiempo estudiando nuestro pasado -recriminó.

-No me vendría mal un repaso -refunfuñó Eiavald.

-Eso es un punto de vista en cualquier caso -aportó Thuran, algo molesto por la actitud hostil de Eorvarg.

-En absoluto lo es. En la caverna del oeste hemos hecho importantes avances interpretando antiguas inscripciones que ahora estamos también llevando al papel. Si tenéis tiempo podríais instruiros sobre este asunto.

-Siguen siendo interpretaciones de complicadas metáforas. Vislumbrar el pasado a través de ellas es una tarea harto compleja…

-…que nos hemos esforzado en llevar a cabo -observó Eorvarg.

-...pero en cualquier caso no estamos aquí tanto para hablar del pasado como del futuro.

-Hablemos del futuro entonces -afirmó Eorvarg.

-Sí, eso es -aportó Eiavald, seguramente molesto por haber permanecido callado-. Todos hemos recibido la carta de este Íngaur Fosrodr y estaremos de acuerdo que no es nada muy bueno para…

-Un momento -interrumpió él-. ¿No va a venir nadie más?

-Estáis vosotros por la mina del norte y del este, y yo por la del oeste. Hay unos miembros del clan listos para unirse por si habíais enviado a más emisarios, pero no querría contar con la superioridad del número. ¿Te contaría eso, Thuran? -preguntó Eorvarg.

-A decir verdad, sí. Creo que somos un poco jóvenes para tomar decisiones por todo el clan, si se me pregunta.

-Pero la mina del norte te nombró emisario. Confían en ti.

-Así es.

-Y la del este autorizó a Eiavald.

-Completamente -asintió este, convencido.

-Entonces está claro.

-Creo que aún así es una situación sin ningún precedente histórico. Yo tengo autoridad, pero esperaba encontrarme con algún anciano representante cuya sabiduría poder apoyar. Me siento incómodo entre personas tan jóvenes. Más si tenemos en cuenta que estamos en la mina en la que habita el jefe Ollvaror en persona.

-Turkalor no está en condiciones para atender a esta reunión. Como dices, su sabiduría es enorme, pero la edad lo ha debilitado mucho, y no todos los días tiene fuerzas para poder desplazarse o atender este tipo de asuntos. Yo he trabajado con él en muchas ocasiones y cuento con su confianza. Estamos capacitados para tomar la decisión.

-No lo dudo -respondió él-. Los principios Ollvaror nos amparan… pero, ¿y si la falta de sabiduría nos hace cometer un error? Sabemos que lo que hay en esa carta es peligroso, pero nos falta experiencia.

-¿Y qué propones? -preguntó Eiavald-. ¿Quieres que esperemos sin hacer nada hasta que tengamos experiencia? Para entonces ya no podremos reaccionar.

Él sonrió ante el requiebro.

-¿Está Sigavald con mala salud? ¿Corre peligro su vida? -quiso saber.

-¿Qué tiene que ver eso? -preguntó Eiavald.

-Conozco al viejo Sigalvald, no cederá el gobierno a su hijo mientras esté con vida, y mucho menos si se entera de que Íngaur ha escrito esa carta, y no es algo que uno mantenga en secreto. Por el momento no hay prisa, podemos volver a nuestras minas, y solicitar nuevas instrucciones. ¿Qué decís?

-No me he dado este viaje para no hacer nada -opinió Eiavald-. Dentro de dos o tres años las cosas seguirán igual.

-Quizá no dentro de diez. ¿Hay motivo para dudar de la buena salud de Sigavald? -preguntó él.

-No -señaló Eorvarg.

-Se trata de un linaje con antecedentes de longevidad. Podría durar muchos años, y esto sería un problema menor.

-O podría no durar. Podría sufrir un ataque de bandidos, o caerse de un caballo. Si eso ocurre, tenemos que estar preparados, que es por lo que estamos aquí.

-Tengo una idea -intervino Eiavald-. No sé tanto como vosotros del pasado, pero sí se mucho del presente, y soy un herrero de la… soy muy bueno. Demostremos que somos dignos de tomar decisiones partiendo objetos.

-¿Partiendo objetos? -preguntó Eorvarg.

-Sí. Sé que suena un poco Sigvar, pero no me he vuelto loco. A ver, nosotros sabemos que un herrero adquiere su sabiduría de su contacto con el metal, ¿no es así? Es natural que un herrero anciano sea sabio, pero también puede ser sabio un experto que tenga un talento natural, o que se haya esforzado mucho. Thuran lleva ese misterioso pico en el cinto, y tú, hermano, ese hacha de metal oscuro. Empecemos probando todos estos objetos. Si nos demostramos a nosotros mismos que somos los mejores herreros de nuestro tiempo, estaremos autorizados ante los mismos dioses. ¿Qué me decís?

Thuran habría querido decir que era una locura, pero no solo estaba en juego su honor profesional, sino que además había de reconocer que el precepto de que la práctica era la que otorgaba la sabiduría no le resultaba ajeno.

No obstante fue Eorvarg el que habló.

-Es infrecuente -dijo con el gesto congelado-, pero para mí tiene sentido. Si así se disipan las dudas de Thuran, me parece perfecto. ¿Qué dices?

Él asintió.

-Como decís ambos, es raro, pero se ha planteado una cuestión sobre el acero, y obviamente hay que responder. Después interpretaremos las conclusiones y ya veremos.

-Tardaré unas horas en organizarlo todo -señaló Eorvarg-. Un acontecimiento así no debe hacerse a escondidas del clan… ¿os parecería bien dejarlo para mañana al amanecer?

Ambos asintieron.

-En ese caso… os enviaré a unos asistentes. Sentíos como si esta mina fuera vuestra.

Eorvarg abandonó la sala de las cuatro columnas.

-Un duelo, ¿eh? -dijo él.

-¿A qué ha venido todo eso de dudar? ¿Es que no confías en él?

-No mucho -reconoció.

-La verdad es que yo tampoco, pero tiene razón. Además, no es mala cosa que seamos jóvenes. Los Ollvaror nos reunimos de lustro en lustro, y si siempre son los viejos los que lo hacen, siempre son nuevos. Nosotros podemos aguantar unos cuantos años y dar algo de empuje.

-Es verdad eso, es solo que… no sé, no termino de fiarme. Oye, voy a aprovechar su invitación y ver si leo algunas cosas. Si quieres venir conmigo me parece perfecto.

-Si no te parece mal, prefiero pasar el tiempo preparando las cosas para el duelo.

-No tendrás muchas oportunidades de aprender de los secretos de la cueva del oeste -señaló.

-Ni de vencer al segundo y tercer mejor herreros del mundo -replicó este.

Thuran no pudo evitar soltar una pequeña carcajada. Le gustaba el ánimo de Eiavald, y habría de reconocer que estaba intrigado por conocer lo que los esperaba al día siguiente, pero los secretos de la mina del oeste eran mucho más atractivos. Estaba claro que en el este habían sido muy explícitos desarrollando ideas bélicas y que contaban con la mayor cantidad de tropas, y que en el norte habían tendido a una idea de forja mucho más moderna y pragmática, pero en la mina del oeste era en la que más se interesaba por la religión, por los secretos de antaño, y por el origen de las cosas. Simplemente deambular por sus mazmorras ya le pareció acceder a un conocimiento oscuro y antiguo, en ese momento restaurado por artesanos con dedicación plena. Pero sabía que habría una biblioteca, porque al contrario que el resto de clanes, que solo consideraban aceptable el registro de la historia en grabados en paredes u objetos, ellos se habían adaptado a llevar registros en papel. Aún así había de reconocer que las críticas a ese soporte le parecían fundados: sería una lástima que todo ese arte mucho más natural e intuitivo para el hombre desapareciera, escondido en las mucho más inaccesibles y privilegiadas bibliotecas.

Le sorprendió, cuando finalmente logró encontrar la cámara, que muchos de los libros no estaban escritos en caracteres guneares, sino en dormenios, aunque había de reconocer que eran mucho más prácticos para la escritura en libros, y desde luego todos los herreros Ollvaror sabían hablar, leer y escribir ambos idiomas, y así permaneció durante horas, encendiendo velas con velas a punto de agotarse, e intentando buscar la verdad detrás de las elegantes metáforas. Y así pasó las horas, sabiendo que había perdido la conciencia del paso del tiempo, deseando que el duelo se retrasara una semana o un mes, hasta que finalmente unos pasos pesados le indicaron que alguien llegaría a interrumpirlo. No le sorprendió descubrir que se trataba de Eorvarg.

-Veo que has descubierto nuestra pequeña sala de lo secreto.

-Pequeña en tamaño, pero grande en conocimientos. En estos pequeños libros cabe más información que en todas las paredes de todas las mazmorras Ollvaror juntas.

-Quizá -sonrió el Ollvaror, complacido-. Pero aún nos queda mucho por conseguir. ¿Has visto la sección de libros dormenios?

-¿Qué nos pueden enseñar los dormenios? Nuestra tecnología de forja es mejor, su religión es falsa…

-No toda -interrumpió Eorvarg-. ¿Sabes que los correctores creen en Haradon y no en Soid?

-¿Y ese dios si existe?

-Desde luego aparece en el libro de Ganefast. Hace pensar que por lo menos tenemos un pasado común con los dormenios, y seguramente también con los harrassianos.

-¿Y habéis conseguido una copia entera del libro de Ganefast?

-Todavía no.

-Así que tenéis pistas.

-Muchas. Un explorador Sigvar que exploraba nuevos territorios podría haberse encontrado con el templo Eiagrimr, donde habría visto una en buen estado.

-¿Podría haberse encontrado?, ¿habría visto?, ¿qué forma de hablar es esa?

-Por lo visto lo atacaron los Eiagrimr y logró huir, pero falleció por las heridas poco después de relatar su hallazgo.

-¿Y le das credibilidad a alguien que dice que un moribundo dijo que vio un libro?

-La descripción del templo encaja con lo que sabemos de él. No sería la primera pista que seguimos que no nos lleva a nada, pero otras sí nos han permitido hacernos con copias incompletas que han mejorado nuestro conocimiento.

-Hasta dudo que ese libro exista realmente. Nosotros mismos no hemos empleado el papel hasta hace menos de cien años. ¿Crees de verdad en un libro escrito hace medio milenio? ¿Por qué sabemos tan poco de esa época si ya escribían?

-Un apocalipsis. Una cataclismo provocado por los mismos dioses, del que se seguiría una época de oscuridad provocada por la necesidad de sobrevivir. Hablamos de poblaciones obligadas a realizar terribles migraciones, sin capacidad de desarrollar ninguna forma de arte, ni artesanía, ni nada que no fuera lo indispensable para sobrevivir.

-¿Crees en esa idea de verdad?

-¿Crees en los dioses, Thuran Ollvaror?

-No te lo he preguntado a mala idea.

-Yo tampoco. ¿Crees en los dioses?

-Todo el mundo cree en los dioses.

-¿Pero crees que tenemos razón? ¿Crees que Sylviz es en realidad un vigilante que pretende evitar que se cumpla el sagrado mensaje que hace de todos los demás dioses uno? Eres un maestro herrero, Thuran, ¿no has sentido cómo el hierro y el carbón se destruyen para ser uno? ¿No has sentido cómo tu espíritu viaja hacia el metal en el que estas trabajando?

Thuran sabia que había algo intrínsecamente sobrenatural en su trabajo, algo que no siempre ocurría, pero que cuando ocurría era inmensamente trascendente. Sabía que esa mentalidad que se había transmitido de padre a hijo desde centenares de años atrás no era simple técnica, pero desde luego eso no justificaba las ideas de Eorvarg.

-Sin duda habéis hecho un buen trabajo… pero esa forma de fundir los dioses… no me convence. Yo sí creo que todos ellos son de alguna forma entes separados. ¿Quizá tengan algo común todos? Puede ser, pero entonces Sylviz también lo tiene, y si sabe especialmente importante. Sí, aplicamos la destrucción, pero también la convertimos en otra cosa, y eso es un ciclo en sí mismo.

-¿Y si el caos es la fuerza que nos permitirá alzarnos con la supremacía mundial? Permíteme que te muestre… observa esta ilustración.

Eorvarg había abierto un libro en el que veía a un hombre con una fuerza exagerada, múltiples ojos, y exageradas venas negras.

-Parece reciente.

-Nuestros artesanos las han realizado basándose en lo que recientemente hemos recopilado, en antiguos testimonios y en estatuas antiguas.

-¿Y pretendes utilizar ese poder? Los últimos que lo hicieron fueron los Skeror, y los expulsaron del clan.

-Ya. ¿Dónde crees que encontramos las estatuas? Esas fuerzas… según algunas interpretaciones son la maldad de las personas llevada a su expresión corporal… pero esto no tendría por qué ser así, los Skeror precisamente pensaban que el ser humano no puede escapar del mal, y que evitar el mal de una forma absoluta era negarse a sí mismo y provocar un mal mayor.

-Y los Skeror fueron expulsados por nuestros antecesores, Eorvarg.

-No por sus ideas, sino por sus métodos. No dudo de nuestros antecesores, pero sí creo que debemos atesorar todo el conocimiento. Creo que hay una verdad que solo ha sido revelada parcialmente. La misma verdad que llevó a los Ollvaror a borrar el jabalí de sus cintos y a meterse bajo tierra. Todos nosotros, generación tras generación hemos cumplido con la disciplina del acero, hemos profundizado en un impulso que se lleva la contraria con la misma naturaleza humana, y hemos encontrado nuevos metales, nuevas técnicas de forja, nuevas conexiones con los dioses, y las hemos puesto a disposición de los clanes. Todos hemos hecho algo grande… pero los primeros que decidieron internarse bajo tierra… ellos sí hicieron algo excepcional. Ellos comprendían una parte de una verdad que se ha diluido con el tiempo.

-Creo que no eres el primero que siente esto.

-¿Y no quieres salir de ello, Thuran? ¿No querrías ser el Ollvaror que recibiera esa segunda revelación? El que comprendiera por fin qué es lo incorrecto que hay en el mundo.

-¿Crees que serás tú? -preguntó él.

-Tengo miedo, Thuran. Miedo de morirme sin entender nada más. He sido un buen Ollvaror, he cavado profundo y he encontrado secretos en la misma tierra que mañana mismo podrás conocer. He hecho el avance que me tocaba, quizá mucho más… he vestido a los jefes de los clanes con las mejores armaduras que se han hecho desde hace cuatro siglos… y aún así tengo miedo de morirme y haber hecho solo eso.

-Y en el tiempo que quedaba has hecho esta biblioteca -señaló él.

-Así es.

Thuran quería decirle que quizá debería haber probado a amar, a tener hijos y a verlos crecer, pero desde luego no tenía el ánimo para dar ese consejo. Su familia estaba mucho más muerta que las esperanzas de Eorvarg Ollvaror por hacer algo grandioso en su vida. Por minúsculas que fueran sus posibilidades.

En cualquier caso le había gustado la conversación. Había temido que le hablara de Íngaur Fosrodr o de política, pero no había tocado el tema ni de lejos, y seguramente no le habían faltado las posibilidades. Empezó a pensar que Eorvarg no tenía por qué ser el tipo esquivo y sucinto que había pensado que era, sino más bien una persona inquieta por encontrar un conocimiento oculto que en sí no tenía por qué ser negativo. Quizá sí tendría sentido no tanto participar en sus cuestiones políticas como ayudarlo a encontrar algo de ese conocimiento que había compartido sin reservas.

Esa noche descansó como no lo había hecho la anterior. No le gustaba del todo no pasar ni un momento del día en la superficie, pero en la mina del oeste se llevaba a rajatabla esa forma de seguridad tan extrema que habían visto en las entradas, y no tenía intención de molestar, no para los pocos días que iba a pasar en el lugar. Pero desde luego bajo tierra no solo no se escuchaba el viento, sino que prácticamente no se escuchaba nada. Y aunque se despertó un par de veces sin tener ni idea de cuánto había dormido, se esforzó en volver a dormirse hasta que de hecho fue despertado por las campanas de un sujeto cuya única función sería precisamente conseguir que vivieran de acuerdo a un horario.

Thuran no se sintió extrañado de que la situación por la mañana fuera completamente diferente. En la estancia principal de la planta superior, el día anterior vacía, se habían reunido todos los habitantes de la cueva. Eso era algo que los escasos visitantes de la superficie no entendían, y era que las cuevas Ollvaror en realidad tenían mucha vida, solo que esta resultaba invisible en un solo punto. En el lugar se encontraban todos los habitantes libres que no estuvieran dedicados a una tarea fundamental, como por ejemplo vigilar a los esclavos. La reunión y duelo de los tres herreros era un evento con muy pocos precedentes, y sin duda nadie quería perdérselo.

-Escucha, Thuran -le dijo Eiavald cuando se hubo acercado-. Estoy dispuesto a dejarte a uno de mis guardias para que te sirva en esta prueba, ya que no has traído a nadie. Elije a cualquiera de los dos, yo…

-No será necesario -garantizó él-. Además, no sabrían manejar mi arma como yo. No, me encargaré personalmente.

-También yo puedo dejarte hombres -propuso Eorvarg.

-No, no me fío de nadie más que de mí mismo para usar mi arma. Empecemos, de hecho. ¡Solicito una plancha de cualquiera que sea el mejor metal que hayas extraído hasta la fecha, Eorvarg!

El otro sonrió.

-Lo tenía preparado -dijo dirigiéndolos hacia una mesa en la sala-. Estimados miembros de la familia Ollvaror, he aquí el futuro. El día en el que el hombre sea invulnerable, y el escudo se convierta en algo completamente inútil. Un guerrero completamente revestido por acero Ollvaror, ese es el compromiso entre hombre y metal.

Thuran observó la plancha. En verdad se preguntaba quién saldría victorioso del lance, y no tenía ninguna certeza de que fuera a ser su arma. No obstante era una de sus obras maestras, y estaba muy entrenado en su técnica. Se descubrió el pecho, se sentó en el suelo, dejó su arma frente a él y rezó una plegaria en silencio. Le costó sentir que estaba preparado para afrontar la tarea, y se lo tomó con calma, dejando que todos los nervios salieran de su ser. Después cogió el arma, se levantó, y aún estuvo cierto tiempo delante de la plancha antes de golpear. Y entonces sintió una fuerza descomunal golpeando a sus mismos músculos, tendones y huesos, y sacudiendo su corazón, sus pulmones y sus tripas. Pero su arma había atravesado finalmente el metal. No mucho, solamente un dedo, pero lo bastante como para levantarlo.

-¡A una nueva generación de armaduras siempre le seguirá una nueva generación de armas que puedan vencerlas! -anunció-. El mito del guerrero invencible no es otra cosa que un mito.

-¡Muy impresionante! -aplaudió Eiavald-. ¿Pero crees que puedes hacer eso con una de mis armaduras?

Thuran miró a los hombres de Eiavald. Se había fijado en sus armaduras, y aunque estaban bien forjadas sin duda no eran del impresionante metal de Eorvarg.

-Si no temes quedarte sin una de ellas, sí, sin ningún problema.

-Eso está bien. Kelia, acércate a Thuran y permite que te golpeé.

La mujer se acercó y se puso frente a él, firme e impávida.

-Esto es absurdo. Que deje su armadura en la mesa y yo…

-¡Kelia, si Thuran no te golpea te ordeno que te quites la vida! -ordenó Eiavald-. Si de igual forma te ataca pero sientes que no lo ha hecho con el mismo ímpetu que cuando atacaba al metal de Eorvarg, te ordeno que te quites la vida también.

-¡Es un honor morir por los Ollvaror! -gritó la mujer.

Thuran se acercó a Eiavald y Eorvarg. Este ni se levantó.

-¿No crees que esto ha ido un poco lejos? -preguntó él.

-¡Para nada, no ha hecho más que empezar!

-La vida de una persona está en juego por…

-¡La vida del clan entero está en entredicho! ¿Y si basamos los cincuenta próximos años basados en un pensamiento erróneo?

-Tengo una idea -intervino Eorvarg-. Pongamos la armadura a un esclavo. De esta forma tu valiosa guerrera…

-¡Kelia! -exclamó Eiavald-. Quiero que cuentes hasta veinte en voz alta. Si Thuran no te ha golpeado para entonces quiero que te cortes el cuello. ¡Talok, asegúrate de que nadie se interpone en su tarea!

-Deberías estar tú en esa armadura, Eiavald -dijo él mientras escuchaba la cuenta.

-Eso no probaría nada, Thuran. Yo no soy un guerrero. ¡Cuentas despacio, Kelia!

-Pagarás por esto -mencionó él.

Y se lanzó contra ella. ¿Qué remedio le quedaba? A fin de cuentas quizá la mujer no sufriría grandes daños. Buscó el impacto en una zona que no fuera mortal. Quería golpear en la hombrera, pero tenía miedo que el golpe se desviara a la cabeza, así que impactó en el pectoral izquierdo, pues había observado que la mujer tenía unos prominentes pechos que quizá amortiguaran un poco el golpe. Y golpeó fuerte, como había prometido.

La guerrera cayó al suelo sonoramente, y rápidamente se puso de rodillas y después en pie. Thuran miró su arma: no había nada de sangre en ella.

-Increíble -dijo en voz baja.

-¡Un guerrero y su armadura son uno! -aportó Eiavald-. ¡Deberías saberlo, Thuran Ollvaror! Golpear a una plancha de metal no es una prueba porque ni el herrero ni el guerrero han puesto su espíritu. Una armadura no es tal hasta que no está en el cuerpo de alguien.

Todo el mundo aplaudió aquello. Él mismo colgó su arma de su codo y se unió a los aplausos que dirigió no solamente al herrero, sino a la valiente guerrera que lo había impresionado.

Poco después el resto de asistentes se acercaron a mirar tanto su pico como la plancha de metal atravesada y la coraza de la guerrera. Comprobaron esos elementos una y otra vez, e incluso empujaron a la mujer en ocasiones. Todo el mundo estaba complacido. Thuran había de reconocer que también lo estaba.

Más tarde estuvieron de nuevo sentados en la sala principal. Muchos de los asistentes se habían marchado a realizar sus trabajos, pero otros tantos habían solicitado asistir sin voz a la reunión. Ellos habían accedido sin mayores reflexiones.

-Espero que sepas perdonar a un guerrero orgulloso -dijo Eiavald-. Pero teníamos que hacer una prueba de verdad, y además la lealtad, como el metal, también debe ser probado.

-Me ha impresionado la lealtad de Kelia. En verdad es digna de los mayores elogios. Y el metal de Eorvarg… he de reconocer que casi me arranca los brazos.

-No deja de ser sorprendente tu ingenio, Thuran -intervino Eorvarg-. Creo que se ha demostrado que entre el metal de la mina del este, la lealtad de la mina del oeste y el ingenio de la mina del norte podemos traer una nueva era de esplendor a la familia Ollvaror. ¿No lo creéis así?

-Sin duda, sí -mencionó Eiavald.

-Supongo que eso alivia tus dudas con respecto a la validez de las decisiones que podamos tomar. ¿No es así?

Él asintió. Ya no era una cuestión de forma que hubiera quedado solventada, sino que realmente había sentido impulsos muy fuertes durante el duelo que lo habían convencido de que aunque eran jóvenes en el cuerpo, su alma era en muchos sentidos veterana, y tendrían algún tipo de vínculo permanente. Sabía que las chispas negras que habían saltado en el contacto entre su acero y el metal de Eorvarg no desaparecerían por mucho tiempo que pasara, y quizá lo persiguieran incluso más allá de muerto, pasara lo que pasara.

-Me atemoriza cargar sobre mis hombros el peso de la responsabilidad de estas decisiones -reconoció-. Saber que el destino no solo del clan Ollvaror, sino de todos los clanes esté determinado por lo que nosotros decidamos aquí. Siento que no estoy preparado… pero acompañado por vosotros tengo la firme conciencia de que será difícil que nos equivoquemos los tres.

-Bien dicho -aportó Eiavald.

-En cualquier caso hemos de intervenir -añadió Eorvarg-. Los Ollvaror de antaño confían en que lo hagamos, y los que han de venir dependerán de que lo hagamos. La falta de acción será, a fin de cuentas, condenarse a que ocurra lo que otros decidan. Y eso no será bueno para nosotros.

-Entiendo lo que quieres decir -señaló Eiavald. Ambos lo miraron para que acabara la frase-. Eso es todo, quiero decir que estoy de acuerdo -añadió.

Thuran veía que su postura era demasiado débil, y que si no la defendía, nadie la mencionaría siquiera.

-Aunque reconozco que somos personas adecuadas para intervenir en este asunto, sigo pensando que es innecesario. Este Ingaur Fosrodr no cuenta con la aprobación de su padre Sigalvald. He coincidido con él en algunas ocasiones, y su carácter no se esconde. Íngaur no cuenta ni con el apoyo de su propio clan.

-Quiero hacerte una pregunta, amigo mío -intervino Eiavald-. ¿Crees que Íngaur Fosrodr no intenta ser rey?

Claro que lo creía.

-¿Qué quieres decir con eso?

-¿Crees que quiere ser rey de todos los clanes? Responde a esta pregunta.

-Sí, lo creo.

-¿Y crees que alguien lo bastante ambicioso como para querer ser rey y redactar esa carta tendrá algún reparo para convencer a su pueblo con argucias similares?  ¿Crees que una voluntad tan grande va a pararse porque su padre le diga que no?

-Nuestro clan siempre ha actuado ante la posibilidad de tener un rey -aportó Eorvarg-. Lo hicimos con Nivgeurjonr y lo hicimos con Feinhar.

-Pero mirad lo que pasó con Feinhar. Un hombre de gran talento y capacidad se vio totalmente frustrado y arrastró a su clan hasta la posición actual, bajo el amparo de la ley dormenia. ¿Es eso lo que queremos?

-Es un duro desenlace -reconoció Eorvarg-, pero la alternativa bien podría haber sido peor. El gobierno unificado de Nivgeur nos relegaba a una posición de debilidad, y el poder de Feinhar nos habría debilitado y en última instancia hundido. Esto es así, no puede simplemente haber riqueza para todos. Con los clanes unidos no tendremos ninguna fuerza para alcanzar tratos ventajosos para nosotros. Sabéis que llevamos a cabo complicadísimos proyectos con un precio exageradamente alto, y ya nos va mal incluso así.  ¿Cuantos guardias armados tenéis en la mina del norte, Thuran? ¿Treinta?

-Tenemos más de treinta -mintió él.

-En el oeste tenemos veinte. Dedicamos todo nuestro esfuerzo a cavar profundo, a documentar el pasado y buscar sus huellas. Si no podemos negociar con los clanes individualmente verán nuestra debilidad y tendremos que compartir nuestros recursos. ¿Creéis que los clanes serán tolerantes con lo que hacemos con los recursos? No, no lo entenderán, y toda esta ingeniería desaparecerá. En una generación los Ollvaror tendrán que volver a la superficie, y el sueño de nuestros ancestros y de nosotros mismos se desvanecerá para siempre. Vivimos de que los clanes estén separados, de que tengan rencillas personales, y de armarlos a todos ellos. De forjar la moneda con la que compiten. Y no tenemos que justificarnos por ello, esta es la vía para que podamos encontrar estos nuevos metales. ¿Crees, Thuran Ollvaror, que habrías llegado a ser el herrero que eres si hubieras nacido en un clan de ganaderos? Nunca habrías desarrollado esas armas que en el futuro podrían ser portadas por guerreros que serán los que nos defiendan de los dormenios o de los harrassianos.

-Hay que aceptarlo -dijo Eiavald-. La única forma de ayudarnos a nosotros mismos y ayudar a los de arriba es… tenerlos en ignorancia. Además, la hostilidad entre los propios clanes es en sí mismo un motivo de orgullo y de mejora de los guerreros. ¿No estaríamos haciendo una intervención contra natura no interviniendo?

-Eso no es así -corrigió Thuran-. La guerra entre los clanes es así porque nosotros hemos intervenido en el pasado. Si no hubiéramos armado a los clanes enemigos de Feinhar de forma ventajosa ahora mismo estaríamos bajo el reinado de su tataranieto, o lo que fuese.

-O habríamos desaparecido -aportó Eorvarg.

-De todas formas deberías reconocer cuando estás en desventaja, amigo Thuran -señaló Eivald.

-Asumo mi situación -dijo, fastidiado-. Pero precisamente por eso no voy a dejar de dar mi opinión.

-No me gustaría que obraras en contra de tu conciencia -señaló Eorvarg.

-Vosotros no vais a ceder, y a mí no me vais a convencer. Pero no os preocupéis, sabré estar en mi sitio y apoyar al clan, a despecho de mi opinión.

-¿Y podrías decírnosla? -solicitó Eorvarg.

-Opino que no habría que derribar el esfuerzo de Íngaur Fosrodr.

-Ya sabemos lo que no quieres hacer -intervino Eiavald-. ¿Y qué hay de lo que sí quieres hacer?

-¿Lo que quiero hacer? Pues seguir con lo que hacemos. Aportamos a los de la superficie… y quizá haya que cambiar algunas cosas para favorecerlos, pero aunque los clanes se unifiquen, seguirán necesitando el acero Ollvaror. La mentalidad del acero es una parte fundamental de los clanes de las montañas. Quizá una unión de clanes incluso despierte la demanda de armas y armaduras si esta decide enfrentarse de nuevo a Dormenia. Y aunque no, los clanes siguen sin ser necesariamente amigos. La existencia bajo un rey no implica que desaparezcan los conflictos.

-¿Te ha convencido, Eiavald? -preguntó Eorvarg.

-En parte… pero aún así creo que debemos fomentar la independencia como siempre. Y supongo que como estás tan preparado, hermano mío, tendrás un plan.

-Ya que Thuran conoce a Sigavald, propondría que él tratara directamente con el actual líder. Mientras tanto yo podría ganarme la confianza de su hijo.

-¿Y yo solo tengo que volver a la mina del este y aguardar? Me parece un gran plan.

-Alguien debería hablar también con Gangraz y asegurarse de que no le llega la información desde una perspectiva incorrecta.

-¿Y esperas que lo haga yo? No conozco personalmente a Gangraz, pero por lo que sé de él no estaría dispuesto a apoyar a alguien como Íngaur.

-Si es así, solo tendrás que viajar a Karhunulf una vez.

-Supongo que podré hacer el esfuerzo por el futuro del clan -accedió Eiavald a regañadientes.

-Sé que está en contra de vuestra naturaleza este tipo de conducta. -señaló Eorvarg-. A mí tampoco me hace ni la más mínima gracia, pero nuestra posición implica una responsabilidad con nuestra gente, nuestra ascendencia y nuestro legado.

Thuran no pudo dejar de pensar en aquellas palabras durante el resto de la jornada, ni durante la despedida del día siguiente. Ni siquiera durante la parte del camino que realizó con Eiavald podría dejar de pensar en las hermosas historias cavadas en la roca, en el compendio de sabiduría, o las excelentes armaduras. Se mirara como se mirara, eran la cima de la ingeniería y el arte del mundo, y eso implicaba una responsabilidad. Un rey como Íngaur no lo iba a aceptar, y aunque le molestaba aceptar que las tretas de Eorvarg estaban justificadas, sabía que era así. Y sentía que de alguna forma ese viaje del que en realidad no esperaba demasiado le había hecho pensar en múltiples aspectos de su vida de los que no era consciente. Sabía que el hombre que había partido de la mina del norte era el mismo que regresaba, pero había cambiado en el sentido de que se había hecho consciente de su propia existencia, y de la responsabilidad que esta implicaba. Su vida ya no era tan simple como organizar la mina, sino que se abrían múltiples posibilidades que eran incompatibles entre sí.

No le llevó demasiado tiempo convencer a los miembros de su clan de que había hecho lo correcto. De hecho simplemente relató los hechos tal y como habían ocurrido, y estos habían consentido de una forma directa. Pocos días después le fueron concedidos poderes para tratar con Sigavald. Él solicitó que fueran otros miembros del clan los que se desplazaran al territorio Fosrodr, pero le fue denegado. Él quería en verdad viajar a las tierras de la mina del este y pasar un tiempo desarrollando nuevas técnicas con Eiavald. No podía dejar de pensar en el duelo que habían tenido, y ardía en deseos no solo de comprobar cómo despertaba aquella lealtad entre sus hombres, y las técnicas de forma mediante las cuales hacía del espíritu del guerrero, del herrero y del metal una unidad indivisible que su pico no había podido destruir. Quería formar parte de la nueva ingeniería del acero, mucho más que de manipular a los clanes para que alimentar sus infinitas diferencias, y mientras viajaba para encontrarse con el antiguo jefe de clan se preguntó si de hecho no habría una forma de conseguir una paz consensuada entre todos ellos que fuera también positiva para los Ollvaror. Al menos por el momento no tendrían que actuar, y quizá las cosas se calmaran por si mismas sin que fuese necesaria su intervención. Afianzar las relaciones, conocer a los líderes y observar no era en ningún caso algo que fuera a hacer daño a nadie.

No pasó demasiado tiempo en su hogar, a penas tres semanas en las que informó de todo lo ocurrido. En principio iba a permanecer aún menos tiempo, pues pretendía llegar al clan del carnero cuanto antes para conseguir la información que fuera necesaria, y explorar su recién iniciada relación con Eiavald y Eorvarg y sus diferentes técnicas.

Pero mientras elegía un arma para regalar a Sigavald percibió que estaba fallando a sí mismo al hacer un regalo tan poco personal; una cosa era averiguar las intenciones del jefe Fosrodr, y otra bien distinta pervertir la mentalidad del acero a la que se sentía tan anclado. Así que finalmente forjó un arma única en la que se esmeró como nunca en su vida, en ese caso un cabezal de lanza de guerra cuyo misma forma sometió a la revisión del clan. La forja del arma llevó más de diez días e implicó a no menos de quince personas. Incluso la madera elegida para el mango fue elegida y preparada por hombres expertos en esas tareas. Así que cuando cogió y probó el arma se sintió convencido de que no solo estaba haciendo un buen regalo, sino uno magnífico con el que honrar a la mentalidad del acero.

Y cuando su viaje lo llevó al clan del carnero, el trabajo dio sus frutos. No solamente por ganar la cercanía con el líder del clan del carnero, sino porque el regalo le produjo una gran satisfacción y fue fuente de celebración en su gente. No obstante Sigavald ciertamente estaba mayor, y el arma pasó a formar parte de la decoración de una pared sin haber estado cerca de probar sangre. Mientras la miraba sentía que de alguna forma había fracasado totalmente en su misión, y que a la vez había logrado la máxima expresión como armero: un arma perfecta que nunca se empuñaría.

Una noche se encontraba absorto en aquellas reflexiones, ya en solitario en la sala del jefe, cuando una figura reclamó su atención.

-Un regalo digno de reyes -le dijo.

Se trataba de un hombre entre los veinte y los treinta años con bastante buen aspecto. Seguramente un decente guerrero que no había visto antes.

-Me honras con esas palabras. Soy su artífice, Thuran Ollvaror.

-Arnleirr Fosrodr. Soy sobrino de Sigavald por parte de su mujer. Siento presentarme por mi familia, pero en mí no he realizado ningún acto digno de ser mencionado, y supuse que así te sería más fácil encuadrar mi posición.

-Entiendo -dijo él simple. Sin duda había cierta agresividad en sus palabras.

-Y pese a mi inmensa lealtad hacia Sigavald, también soy muy buen amigo de Íngaur Fosrodr. Muy buen amigo, por lo que a mí respecta. Y como llevo tantísimos años sin ver a los Ollvaror por aquí, me he preguntado qué ocasión tendrían para traer un regalo tan magnífico… y me pregunto si tendría que ver con la carta que mi primo ha escrito.

-No me gusta tu tono de voz -dijo él.

-Mis disculpas. Pero si querías saber algo sobre nuestra gente solo tenías que acercarte y preguntar. No hacía falta hacer un regalo.

Thuran asintió. Aquella falta de respeto le estaba molestando.

-Te equivocas completamente conmigo.

-No he querido ofenderte, Thuran Ollvaror. Pero si has venido a hacer un regalo, ya han pasado tres días. Ya estarás suficientemente descansado.

-Estaba descansado hace dos días, Arnleirr Fosrodr. Claro que conozco el contenido de esa carta, y claro que me preocupa. No voy a negar que deseo conocer la disposición de Sigavald al respecto, y no creo que sea en absoluto ilegítimo ni que tú me puedas reprochar por ello. He depositado parte de mi alma en esa lanza, y es un precio más que justo.

-Sigavald es contrario a todo lo que dice esa carta, y está complemente en contra. Pero Sigavald tiene una edad, y cuando fallezca, Íngaur será el heredero del clan. Esto es así, y se sabe en el clan. ¿Tienes ya lo que estabas buscando?

-Sí -reconoció.

-En ese caso te deseo un buen viaje de vuelta a tus tierras. Si partes antes de que salga el sol tendrás una larga jornada tranquila. Yo te despediré adecuadamente de mi tío.

Thuran no pudo evitar sonreír.

-¿Eres miembro del consejo de guardianes del clan? -quiso saber.

-¿Qué te importa eso?

-Aquí y en general en todas partes se me trata bien. Vale con que uno diga que es un herrero Ollvaror para que todo el mundo quiera su favor. La mayor parte de veces no tengo ni que decirlo, mi armadura y mi arma hablan por mí mismo. Nadie quiere enemistarse con los mejores herreros de los clanes, y tú sin embargo… no te ha temblado la voz para enfrentarte a mí. Tienes un sentido de la responsabilidad muy arraigado, Arnleirr Fosrodr, me ha gustado tener una conversación sincera contigo.

Ni siquiera esperó a la mañana para partir. Se marchó inmediatamente, dolido por la justa recriminación y deseoso de alejarse de aquel incómodo deber que a fin de cuentas había cumplido, y que no le había reportado más que el reproche de una persona que en circunstancias normales debería haber sido su aliado, o incluso su amigo. Le molestaba pensar que no estaba siguiendo los dictados de su conciencia, pero aún seguía dispuesto a seguir la tónica mayoritaria del clan Ollvaror. Eso sí, también tenía derecho a luchar por cambiarla.

Se dirigió a la mina del este, no solo por intentar cambiar la opinión de Eiavald, sino también por aprovechar para juntar sus más que notables habilidades e intentar ampliarlas. Sin duda prefería eso a estar anclado en inútiles tareas de diplomacia, así que se entregó en cuerpo y alma a la tarea. Eiavald resultó ser un concienzudo herrero no tan centrado en la metalurgia, como él, sino más bien en la comprensión del cuerpo humano, y en las formas en las que armas y armaduras debían interactuar con la carne. Le sorprendió encontrar que con inferiores técnicas de manufactura lograba unos efectos increíbles mediante una personalización total, y que conocía a sus guerreros desde la suciedad de las uñas hasta la forma en la que miraban. También le sorprendió encontrar que en aquella caverna se lo veneraba como a un ser superior, casi un dios en la tierra, a pesar de que socialmente había personas de más rango en el lugar. Sin duda Eiavald era una persona especial que había pintado su carácter en toda la mina. Y aunque le gustaba participar con él y compartir sus superiores técnicas de forja, sabía que no estaba para nada en su hogar, y que no le gustaría vivir demasiado tiempo ahí.

-Diría que estás inquieto, amigo mío -le dijo un día, delante de unas cervezas. A Eiavald le gustaba mucho la cerveza, tenía un buen almacén, así que bebían con cierta frecuencia. En aquel momento lo que le perturbaba era que nadie más de sus hombres parecía tener acceso a aquellas comodidades.

-Es la lejanía al hogar, supongo.

-Puedes decirme lo que te perturba, amigo mío. Es evidente que somos diferentes, y que no aprobemos el estilo de vida del otro no significa que no podamos ser amigos.

-¿No? -preguntó él.

-Te sorprendería saber cuántas cosas no tolero de ti -bromeó.

-Me preguntaba cómo es posible que haya tantas mujeres entre tus guerreros.

-No hay tantas -objetó él-. La mitad, más o menos. Quizá alguna más.

-Creo que no es lo habitual en los cuerpos armados.

Eiavald rió.

-Sí, bueno. Supongo que lo que ocurre es que me gustan las mujeres.

-O sea… que te acuestas con ellas.

-¿Con todas? ¡No! Eso sería agotador, no las podría tener debidamente satisfechas ni… no, es que me gustan sus cuerpos. Creo que en cierta medida son mejores que los hombres. Para la guerra, digo.

A Thuran le sorprendió mucho esa afirmación. Eiavald era un inmenso conocedor del cuerpo humano, y hacía unas armas y armaduras totalmente personalizadas con las que se exprimía al máximo la efectividad de un guerrero.

-Las mujeres son por término general más pequeñas y menos fuertes. Además unos cuantos días de cada mes. ¿Qué ventajas aportan?

-Soportan mejor el dolor -sostuvo Eiavald.

-¿Sí? -preguntó él.

-Por los rigores del parto, ya sabes.

-¿Han sido madres todas ellas?

-No lo creo.

-¿Entonces de qué hablas?

-No lo sé -reconoció al fin Eiavald-. Una vez lo entendí mejor. Tenía una guerrera, y le hice una armadura magnífica y dije… ¿por qué no lo hago más veces? Pero nunca lo imité bien, la verdad.

-¿Se trata de Kelia?

-Sí, claro. Es mi mejor obra.

Thuran pensó en si realmente se acostaba con ellas, si realmente aquella comprensión perfecta que tenía de sus cuerpos no era simplemente una cuestión de observación y estudio, sino también un enlace en el que adquiría el último de los conocimientos, uno que ni siquiera le comunicaba.

-Y la arriesgaste contra mi arma.

-También es tu mejor obra. Ambos arriesgábamos.

-No es solo metal, es una persona.

-Tampoco es solo carne. Es ambas cosas, ¿entiendes? Verás, hace tres Dabria Tulka fuimos atacados. Kelia luchó como otros, y tuvimos una victoria muy ajustada. Ella sufrió heridas, pero salió viva porque tenía mi armadura y mis armas. ¿Entiendes? Si no las hubiera tenido, ella habría muerto, así que desde ese momento parte de su vida es el metal en sí mismo. Desde entonces el metal y la carne ya no están separadas, sino que son una cosa en sí misma. Y como yo estudié su cuerpo e hice la armadura para ella, soy el sacerdote que convirtió carne y metal en una sola cosa. Porque sin mí la carne estaría muerta y la armadura vacía. Hay algo tan feo en una armadura vacía… es como el recuerdo de un fracaso.

Thuran supo que nunca iba a convencer a Eiavald de nada. Bajo su aparente buen humor y decisiones precipitadas sin duda había una persona que había pensado mucho y que había llegado a unas conclusiones infrecuentes y había logrado imponerlas a una comunidad. No se trataba de una persona que tomara decisiones a la ligera o que fuera a cambiarlas, y su sueño de hacer que carne y metal fueran una sola cosa estaría siempre por encima de otras consideraciones. Y si bien él no iba a recorrer ese camino, lo intentaría conocer, y desde luego lo respetaría, si no por su dimensión filosófica, sí por la dimensión más práctica que estaba dando lugar a temibles guerreros capaces de recibir un tremendo impacto sin sufrir heridas graves.

A fin de cuentas la técnica de hacer que la carne y el acero fueran una sola cosa no era tan extraña dentro de la mentalidad del acero. Al fin y al cabo se esperaba que un herrero pasara cierto tiempo conociendo al usuario de un arma y una armadura, y aunque eso sin duda cumplía con una función social, quizá el ancestro de esa costumbre no era tanto garantizar que la persona merecía el arma o armadura, sino que la técnica de hacer que la carne y el acero fueran una sola cosa se había olvidado, y Eiavald era el único capaz de recordarla.

Así que él aprendió. Sin duda no tanto como Eiavald, pero sí lo suficiente como para hacer un trabajo conjunto impresionante y para llevarse parte del conocimiento a la mina del norte. Y cuando partió meses más tarde se sintió otra persona.

Sabía que volvería a tratar con Eivald, pero también que tenía que cumplir con otros deberes. Pasó algún tiempo en la caverna del norte, donde compartió sus vivencias, y nuevamente viajó al oeste, para entrevistarse con Eorvarg, al que puso al corriente de su escasa relación con Sigavald y el clan Fosrodr.

-Se ve que no te gusta demasiado la tarea que todos decidimos que harías -criticó Eorvarg cuando se hubo explicado.

-Conseguí la información que necesitábamos, no había necesidad de pasar más tiempo ahí.

-El objetivo último de que te congraciaras con Sigavald no era tanto conseguir una información, sino conocer de primera mano el estado y las preocupaciones del actual jefe del clan del carnero.

-Creo que tienes toda la razón, Eorvarg. No es una forma adecuada de obrar para un hombre como yo. Si crees que se debe obrar de otra forma, que se encargue otro.

-Por fortuna yo he tenido mejores resultados de mi trato con Íngaur Fosrodr. He hecho algunos acuerdos con él, y dado el posible desenlace de todo esto, creo que será muy positivo que mantenga viva esa relación.

-Inviertes demasiado tiempo y esfuerzo en todo esto, Eorvarg. No tenemos ni idea de cuántos años puede durar Sigavald, y en cuanto a Íngaur… es una apuesta pobre. Es muy difícil que consiga apoyos, y tiene un espíritu totalmente viajero. ¿Dónde está ahora?

-En Dormenia.

-Quizá ni vuelva. Quizá esa carta haya sido para él una aventura más, algo de lo que quizá se olvide en un futuro próximo. Nosotros tenemos un deber con el acero, y estamos descuidándolo por la diplomacia.

-A ese respecto quisiera pedir tu consejo. Ando algo desorientado en un asunto muy trascendente, y dado que tú no estás tan distraído, quizá puedas pasar de donde yo me he quedado bloqueado.

-¿De qué se trata? -quiso saber.

Lo condujo por la intrincada fortaleza hasta la forja principal, en la que el espacio estaba principalmente ocupado por un único proyecto del que se podían ver tanto planos y diagramas como algunas piezas completas y muchas desechadas. Se veía claro que se había cambiado la naturaleza de la obra varias veces.

-Es una armadura para Íngaur -explicó Eorvarg-. Pensé que sería bueno para congraciarme con él, y ahora que sabemos que seguramente llegue a jefe de clan… es más oportuno que nunca que sea perfecta.

-Qué acero tan sorprendente, tiene un refulgir siniestro ante la luz. Sin duda sus enemigos temblarán de miedo en combate.

-No es solo su aspecto. Es el acero más resistente y flexible jamás creado. No se partirá nunca.

-Pero la técnica y el diseño… no están bien.

-Por eso quería tu consejo. Quizá quieras unirte a mí.

-Puedo hacer algo mejor. Puedo convencer a Eiavald para que se una al plan. Él hará un diseño perfecto para Íngaur, y yo moldearé tu acero negro. Entre los tres conseguiremos una obra maestra no vista con anterioridad en el mundo.

Eorvarg accedió, y por supuesto Eiavald también, semanas después. A Thuran no se le escapaba que con semejante armadura estaban dotando a Íngaur de un mensaje de aprobación, que gracias a ella su proyecto de convertirse en un rey gunear sería algo más posible que antes de hacerla. Era evidente que Eorvarg lo sabía, y aún así nunca dijo nada: la posibilidad de hacer aquella obra perfecta era algo a lo que ningún herrero Ollvaror podría negarse, y así se pusieron manos a la obra en la que sabía que sería la creación más extenuante de su vida, al menos por el momento.

Lo que no esperaba fue que la mayor extenuación no salió del prolongado trabajo, sino de las discusiones que surgieron desde el primer día. No hubo un acuerdo en prácticamente nada. Eiavald veía inconvenientes en el acero negro de Eorvarg, y Eorvarg no quería transigir con los diseños ligeros de Eiavald.

-¡Hemos conseguido el metal más resistente del mundo! -protestaba Eorvarg-, ¿y tú quieres reducir la masa? ¡Así cómo brillará su fuerza! ¡Se doblará como cualquier otra armadura!

-¡Íngaur Fosrodr no es un guerrero gunear al uso! -señalaba Eiavald-. Es un hombre que ha vivido mucho mundo, que ha guerreado en Dormenia y Harrassia.  Su técnica de combate está basada en la agilidad y en la esquiva.

-Es un gunear -señalaba Eorvarg-. Debe adaptarse a ser un gunear.

-¡Un hombre de treinta años no cambia porque le pongas una armadura pesada encima! -insistía Eiavald-. ¿Para qué me habéis traído si no es para que adapte este diseño?

-Íngaur es un hombre fuerte -señalaba Eorvarg-. He hablado con él, lo he visto.

-Pues yo solo tengo esta carta para conocer sus cualidades, y me dice que su técnica de combate es totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados.

Para dirimir el asunto hasta habían hecho una cimitarra harrassiana y una espada dormenia, y habían estado probando sus técnicas. Al final ninguno de todos ellos terminó de imponerse, y la armadura acabó a caballo entre ambos criterios, y aunque Thuran estaba completamente satisfecho del resultado, ninguno de sus compañeros parecía en absoluto contento.

A él eso le molestó bastante, pues habían invertido casi medio año de sus vidas en conseguirlo. No habían estado dedicados en absoluto al trabajo, por supuesto, y no solo no habían hecho otras obras, sino que habían viajado de nuevo en múltiples ocasiones. En uno de esos viajes supo que el jefe de la mina del norte estaba muy débil, y que él había sido nombrado nuevo jefe. Denegó completamente el cargo y se aseguró de que el gobierno fuera ejercido por un consejo del cual formó parte, pero fue consciente de que su constante viajar debía frenarse un poco para que garantizara la seguridad y estabilidad de su propia gente. Y de ese modo los meses pasaron sin que supiera del resto de minas, y así permaneció durante meses hasta que una carta de Eorvarg lo reclamó con urgencia. Una vez más viajó con presteza y se reunió con sus dos equivalentes.

-El día que temía ha llegado. Íngaur Fosrodr es el jefe del clan del carnero, y ha convocado a la reunión a todos los jefes de los clanes, incluido al jefe Ollvaror.

-Pues eso va a ser un problema -afirmó Eiavald.

-He tenido algunas conversaciones con él, y finalmente acepta la presencia de… unos delegados con capacidad de decisión. Y creo que esos delegados tenemos que ser nosotros tres. Por eso os he llamado.

-No soy la persona adecuada -reconoció él-. No creo que tenga el tipo de carácter correcto para un diplomático, y fruto de esto ya me he ganado la desaprobación de Arnleirr Fosrodr, que es un hombre grato de Íngaur.

-Yo tampoco deseo estar en este asunto -añadió Eiavald-. Tengo muchos asuntos que tratar en el este, así que lo mejor será simplemente que tracemos los mínimos aceptables del clan Ollvaror.

-Os incito a volver a pensarlo -insistió Eorvarg-. Este puede ser el momento más importante de nuestras vidas. Todas nuestras minas, todas, dependen de la relación con los clanes guneares, y estos podrían unirse bajo el dominio de Íngaur Fosrodr. Una unión gunear no nos viene bien en absoluto, y si no podemos evitar su formación, se deberán negociar condiciones que podamos sobrellevar.

-¿Cuales son esas condiciones? -preguntó Eiavald.

-No me han sido comunicadas. Íngaur quiere hacerse un trono durante esta reunión. Estarán todos los jefes de los clanes en un mismo lugar, ¿sabéis cuánto tiempo lleva sin ocurrir un evento así?

-Desde los tiempos de Nigveur -señaló él.

Sobrevino un silencio pesaroso. No se estaba hablando de lo que Íngaur les exigiría, pero se lo podían imaginar. ¿Una armadura cada seis meses? No, reclamarían mucho más, armas y armaduras para un ejército, y eso les obligaría a cambiar su estilo de vida. ¿La búsqueda de la excelencia que habían perseguido durante ese año? No volverían a tener otra ocasión así.

-Hablando claro, ¿cuál es la posibilidad de que todos los clanes apoyen a Íngaur? Gangraz nunca accederá a un rey que no sea él mismo, y los Asgeifr… esos ya son medio dormenios.

-Se podría llegar a excluir a los Asgeifr -señaló Eorvarg.

-¿Y los Eorleik? ¿Qué tienen que ganar de un trato así? ¿Y los Ígvinror?

Eiavald se aclaró la voz.

-He leído esa carta cientos de veces -mencionó-. Lo he hecho para conocer bien a su escritor, con el fin de hacerle una buena armadura, y he aprendido varias cosas. Una es que se trata de un hombre que puede ser muy insistente y muy convincente. Otra es que su plan tiene sentido. No para nosotros, pero sí para los clanes. Esto es un peligro real que tenemos que afrontar, Thuran. Puede ser el final de la mentalidad del acero. Sugiero que le demos a Eorvarg plenos poderes para obrar de la forma que considere oportuna en la reunión.

-¿De qué estás hablando, Eiavald? ¿Estas diciendo que haga todo lo posible para garantizar que Íngaur no llegue a ser rey?

-Tú mismo te has declarado a favor que sea Eorvarg quien negocie.

-¡Negociar, sí, pero solo negociar! Todos hemos leído esa carta, seguro que Íngaur es una persona con la que se puede tratar. ¿Podemos culparlo de que quiera algo bueno para todos los clanes? ¿Qué clase de personas somos si instigamos en su contra?

-Podría ser el fin de los Ollvaror, Thuran.

-¿Y por una posibilidad vamos a destruir toda posibilidad de un gobierno gunear firme? También podría no ser el fin de los Ollvaror. Íngaur ha demostrado claridad de miras al imponerse a la tradición de su cultura, y mucha perspectiva para mantenerse firme. Puede entender la necesidad de nuestra forma de vida. Tú hace casi un año me criticabas mi escasa negociación con Sigavald, pues ahora tú tienes que estar a la altura con Íngaur.

-Hay algo más -dijo Eorvarg con gesto de circunstancias-. Un ejército de más allá de los mares ha atacado Dormenia. Podría ser que esa guerra llegara a afectar a los clanes.

-Maldita sea -dijo Eiavald, molesto.

-Son tiempos de cambio, hermanos -continuó él-. No conseguiremos nada simplemente escondiendo la cabeza o conspirando contra la gente de la superficie. Eorvarg debe negociar con Íngaur sin intrigar a su favor o en su contra, y conseguir un buen trato sea cual sea la situación. ¿Qué dices, Eiavald?

El líder de la mina del este meditó un buen rato.

-Maldita sea, no podemos conocer hacia qué dirección volará un águila. Hay que mirar al cielo y adaptarse. Muy a mi pesar no nos queda otra opción. Espero que no nos conviertan en artesanos, Íngaur, porque será nuestra culpa.

-Bueno, sé cuándo estoy en desventaja -reconoció Eiavald-. Me desplazaré a la convocatoria de Íngaur, y lucharé de forma honorable para conseguir un lugar para los Ollvaror en su reino, si es que llega a formarse.

-Tenemos plena confianza en ti -manifestó él.

-Esto me lleva a otra cuestión. Una quizá no tan acuciante pero sin duda al menos igual de trascendente. Íngaur recibió su armadura y… ocurrió algo inusitado. Me la devolvió, al menos de forma simbólica, para expresar su rechazo a mi negativa de acudir a su cónclave. Ahora se supone que he de llevársela de vuelta, pero… bueno, he de reconocerlo: no era adecuada para él.

-¡Lo sabía! -exclamó Eiavald, victorioso.

-¿Querríais intentar remediarlo?

-¿De cuánto tiempo disponemos? -preguntó él.

-Debería salir en una semana. Todo lo demás serán retrasos.

-Una semana es demasiado poco tiempo -aseveró Eiavald.

-Es imposible, pero debemos hacerlo -sostuvo él-. Esa armadura debe ser un mensaje para Íngaur Fosrodr, mediante ella debe entender el valor del arte Ollvaror. Debe llegar claramente a su percepción que nunca debe ser pervertido como artesanía. Debemos hacer lo imposible para asegurar el futuro de nuestro clan, haciendo lo que mejor sabemos hacer.

Y lo hicieron. Día tras día, noche tras noche sin más descanso que el necesario para dormir. El de comer lo empleaban en seguir planeando y discutiendo, aunque en esa ocasión lo hicieron de forma consensuada, no como un conflicto, sino con un objetivo común que aceleró totalmente los trabajos, y que debía haber sido la forma en la que tendrían que haber trabajado meses atrás. Y gracias al increíble diseño de Eiavald, y a su propio talento para adaptar el valiosísimo metal de Eorvarg, consiguieron lo imposible, y de una armadura que era excelente hicieron una armadura perfecta para el que podría ser el siguiente rey gunear.

-Ahora sí -aseguró Eiavald.

-Su simpleza es magnífica -añadió Eorvarg.

-Si con esto no queda convencido de la grandeza Ollvaror, entonces es que es un hombre ciego, y nunca lo hará. Es la obra de nuestras vidas.

Habrían deseado observarla al menos un día más, pero antes de que pudieran acabar sus elogios una serie de ayudantes ya la estaban empaquetando, y sin poder despedirse decentemente Eorvarg partió. Ellos tampoco aguardaron ni una noche más. Estaban cansados, pero el orgullo los forzaba a regresar a sus respectivos hogares y seguir trabajando en un futuro para los Ollvaror.

-Estoy contrariado con este Eorvarg nuestro -reconoció Eiavald de camino.

-¿Crees que va a intrigar en contra de Íngaur?

-Sé que lo hará. Verás, la frontera entre hacer presión para conseguir algo, e intrigar para que así ocurra es lo bastante sutil como para que él se permita cruzarla si ve la ocasión de hacerlo sin que se note. Pero no es eso lo que me preocupa.

Thuran aguardó, pero Eivalad no continuó.

-¿Y de qué se trata?

-Tengo la sensación de que hemos desafiado a los dioses al hacer esa armadura. No se puede rozar tanto la perfección sin mandar un mensaje, y no tengo claro… ¿tú no sentiste su poder?

-Sí. Es decir, quizá no sea una persona tan espiritual como tú.

-A veces, Thuran, me gustaría poder entrar en mi caverna y sellar la entrada para siempre. No tener nunca más ningún contacto con la gente de la superficie. Sería todo mucho más fácil y mucho más simple, ¿no crees?

-Quiero pensar que hay algo de luz en la superficie.

-En eso nos distinguimos. Esperas algo de luz, Thuran, mientras que Eorvarg y yo queremos abrazar la oscuridad. Por eso nosotros somos Ollvaror de la oscuridad, y tú eres el Ollvaror de la luz.

-Pensaré en ello.

Y lo hizo durante el camino de vuelta al hogar, e incluso más tarde, cuando ya asumió el liderazgo efectivo de la mina. Fue consciente de que en la construcción de aquella armadura, y en la negociación realizada habían crecido todos como personas, y adquirido una confianza y capacidad que los distinguían, pero también se sintió totalmente incomprendido. Si él era, a fin de cuentas, el único Ollvaror de la luz, entonces es que no había entendido del todo el espíritu de sus compañeros. Pero quizá aquella obra que habían realizado entre los tres era la misma esperanza de una comprensión definitiva.

En cualquier caso echó de menos esa semana en la que habían trabajado como un equipo perfecto. En su caverna no contaba con el excepcional metal de Eorvarg, y su comprensión de la técnica de hacer que la carne y el acero fueran la misma cosa era claramente inferior a la de Eiavald, así que se sintió algo deprimido porque sus siguientes expresiones creativas estaban fuertemente limitadas. Además no podía dejar de preguntarse por el destino de las negociaciones de Eorvarg.

-¡Jefe, jefe, una estrella se cae del cielo! -le reclamó un auxiliar cuando él estaba preparándose para dormir.

-Pero… eso ocurre continuamente.

-Esta es muy grande.

Subió hasta la superficie calmando a la gente para encontrarse conque efectivamente era enorme. Pero más que una estrella parecía que un dios hubiera disparado un lento rayo de luz desde el cielo.

-Sí que son tiempos de cambio -dijo en voz alta.

No pudo dejar de mirar ni cuando la luz impactó y se hubo disipado. No durmió demasiado pensando en si debía dirigirse al lugar del impacto, y finalmente al día siguiente trazó una ruta y se dirigió hacia allí sin mayor tardanza. En esa ocasión sí que decidió llevar media docena de guerreros expertos, porque sospechaba que no sería el único que se dirigiera hacia allí, así que cuando semanas más tarde de atravesar montañas y penurias llegó al pico de Rongvarr, se sorprendió de que no hubiera cientos de curiosos y religiosos. Y tras no demasiado indagar fue el propio Eorvarg quien lo recibió.

-Ven, hermano, a observar la gloria del clan Ollvaror.

Y aunque no tenía ni idea de a qué se refería, sí sentía que iba a ser testigo de algo realmente importante, y no por la señal de los dioses que lo había guiado, sino por el gesto de seguridad y de pletórica revelación que se percibía en la cara de Eorvarg. Era como si hubiese descubierto algo que convertía su anterior obra maestra en un mero juego de niños, y cuando se adentró en la nueva mina Ollvaror fue consciente también de que fuerzas que no sabía entender los habían dirigido a algo mucho más grande.

-Esto… esto desafía todo lo que sabemos de minería. Estas estancias… son demasiado grandes. Esto es… imposible.

-Mira simplemente el arte en estas columnas -dijo Eorvarg acercando su vela.

-Increíble -dijo él.

Ya no era que el arte fuese de una calidad que él no hubiera conocido en su vida, sino que en los grabados de la piedra aparecían acontecimientos de los que no se tenía memoria alguna. Y todas las paredes, todas las columnas de esa enorme sala parecían estar recubiertos de esas prolongadas narraciones, tantas que llevaría años simplemente conocerlas. Una maravilla de un tiempo pretérito que misteriosamente se había puesto a su alcance.

-Y esto es sólo el principio. Ven, te enseñaré lo que hemos descubierto.

-¿Pero quién ha hecho esto? -preguntó él, maravillado, mientras era conducido por galerías y escaleras que recordaban a las de sus minas, pero con una superior manufactura.

-Hombres antiguos, anteriores sin duda a los clanes guneares, y poseedores de técnicas y conocimientos muy superiores a los nuestros.

-¿Y qué les pasó?

-Aún es pronto para afirmarlo. Pero el destino ha querido que seamos nosotros los que estemos en este lugar, Thuran, Todos nosotros hemos sido convocados aquí con un propósito que aún tenemos que descubrir, y tenemos las armas para hacerlo. ¿Te das cuenta de lo que esto significa? Somos los Ollvaror elegidos. No puedes negarlo.

-No -reconoció él. Se consideraba una persona crítica, pero que un pedazo del cielo se desgajara y les indicara exactamente dónde encontrar ese lugar parecía de todo menos una casualidad.-. Pero elegidos… ¿para qué?

-Es algo que tienes que ver con tus propios ojos, Thuran. La mera descripción no sería más que un pobre reflejo de su gloria.

Su paso los llevo a un gran pasillo, casi más bien una sala, a cada uno de sus lados había una gran cantidad de celdas. Ya en una de ellas se adivinaba una figura humana, pero según se fue acercando fue consciente de que solo era vagamente humana. La deformidad se había cebado con esa persona, si es que el término “persona” era adecuado para describirlo. Tenía piernas y brazos, pero eran tremendamente deformes, y tenía cabeza, o más bien tres, ninguna de las cuales estaba en su sitio. En su cuerpo había al menos tres bocas y por lo menos media docena de ojos. Algunos en el pecho, otros en los brazos…

-No te acerques más -intervino Eorvarg-. Se mueve con una gran agresividad, y es capaz de desplegar un apéndice desde una de sus bocas.

Thuran quedó inmediatamente sorprendido por la temible deformidad de la criatura, y tuvo un impulso natural por acabar con su vida. No por sadismo o defensa, sino por dar fin a su miseria.

-¿Sufre? -preguntó.

-No puedo afirmar que los conceptos humanos sean exactamente los mismos que nosotros tenemos, sino que más bien ha trascendido a otra forma de entenderse a sí mismo. Aunque si preguntas por eso, yo creo que ese cambio sí está relacionado con el dolor que en algún momento sufrió por su cambio de situación. La mente humana parece no estar preparada para ese cambio, y lo que quede ahí ahora… me consta que entiende lo que es el dolor.

-¿Su cambio? Así que antes era una persona.

-Sí, así es.

-¿Alguien que yo conociera? -preguntó, inquieto.

-¿Cambia eso algo, Thuran? Cuando llegamos había unos cuantos de estos, y uno de mis hombres fue convertido.

-Así que es una enfermedad contagiosa -replicó. Había de reconocer que nunca en su vida había visto algo que le turbara tanto-. ¿Por qué lo mantienes con vida? Debemos eliminarlo inmediatamente.

-¿Quieres combatir con él? ¿Quieres que te abra la jaula?

-No, quiero que varios lo ataquemos desde fuera de la celda con lanzas de tres cuerpos.

-¿Y desafiar a los dioses, Thuran? Han puesto a este ser a nuestro alcance con un propósito, y tú quieres destruirlo sin ni siquiera hablar.

-Y tú sin embargo quieres utilizarlo -respondió, seguro de que así era.

-No has visto a estas criaturas combatir, Thuran. Un nuevo poder ha sido puesto al servicio de los Ollvaror, y con él podemos cambiar el destino del mundo. Ya no es una cuestión de si la economía de una unión gunear puede soportar el peso de los Ollvaror, ahora la cuestión es qué país queremos conquistar. ¿Dormenia? ¿Harrassia? ¿Esos eridios invasores del sur? Todo es posible ahora.

-Esto es el mal absoluto, Eorvarg. La más temible corrupción de la carne y del alma en beneficio de la ambición humana.

-No, Thuran, esto es el caos -respondió Eorvarg, y la palabra resonó en la mente de Thuran como un campanazo dado al lado de su oído-. Es el secreto de las profundidades que el clan Ollvaror lleva siglos buscando, y que nosotros ahora podemos perfeccionar. Ahora la técnica de hacer que la carne y el metal sean uno cobra un nuevo sentido, pues no solo podemos forjar el metal, sino también a la misma carne. ¿Qué límite tendrá ahora el ingenio de Eiavald? ¿Puedes negarte a combinar la carne mutada con tu maestría herrera?

-Claro que puedo. Y tú tendrás que hacerlo.

-¿Por tu voluntad?

-Por la del clan Ollvaror. Una decisión de este calibre no la puedes tomar tú solo. Deben reunirse de nuevo las tres minas y decidir qué hacer con este mal.

-Pero Thuran, Eiavald ya estuvo aquí. Se ha llevado algunas de estas criaturas para llevar a cabo sus propias investigaciones.

-No te creo. Estás mintiendo.

-¿Qué necesidad tengo de mentirte? Puedes ir tú mismo y comprobarlo.

Thuran sintió que algo estaba fallando, y sintió la tentación de desenfundar su pico de guerra y hundirlo en el cráneo de Eorvarg antes de que la situación se desbocase.

-Claro que lo haré -dijo, en su lugar.

Salió de la estancia y se reunió con su guardia, y no le sorprendió encontrar que estaban en una situación algo tensa con tres guerreros protegidos por armaduras robustas.

-No podéis salir hasta que Eorvarg lo autorice.

-¡Yo soy Thuran Ollvaror, guardián de la mina del norte! ¡Puedo salir de esta mina cuando esa sea mi voluntad! ¡Apartad de mi camino, necios!

-No podéis salir hasta que Eorvarg lo autorice.

-¡Esta es mi autorización! -dijo levantando su arma.

Sus hombres se le unieron y rápidamente se produjo un encarnizado combate. Los hombres de Eorvarg sabían defenderse bien con sus armaduras y escudos, pero ellos no estaban en absoluto mal entrenados y los doblaban en número, así que pese al estrecho terreno, era cuestión de tiempo. Él mismo hirió de gravedad a uno de los combatientes cuando ni uno solo de sus hombres había sufrido heridas importantes, y los otros dos no parecía que fueran a durar demasiado. Mas cuando pensaba que nada podía salir mal, un grito de uno de sus hombres le robó totalmente la concentración. Tuvo que girarse para ver que su mismo cuerpo estaba cambiando, y cayó a cuatro patas para vomitar un horrible combinado de sangre negra, ojos y tentáculos. No fue el único, y mientras eliminaban a los dos restantes guardias, el cuerpo de los hombres cambió y tomó forma idéntica al de la criatura de Eorvarg.

Se defendieron contra ellos, pero los apéndices los pillaron por sorpresa, y mucho antes de que pudiera reaccionar, uno de sus hombres estaba muerto, y otro yacía en el suelo vomitando coágulos de sangre negra.

Él combatió con todas sus fuerzas sin conseguir encontrar un punto débil. Con cualquier oponente humano él sabía buscarlo, atravesar la armadura con la punta de su arma y causar una herida grave, pero aquellos seres parecían soportar el dolor de lesiones espantosas, y aunque lograron eliminar a dos, también sus hombres cayeron, y él era el único que quedaba contra una de esas criaturas.

Para colmo, aunque no estaba especialmente herido, su protección de cuero estaba completamente destrozada donde no había podido esquivar los ataques de aquellos seres, y además estaba agotado. La criatura, poco antes uno de sus hombres, estaba completamente fresca.

-No me convertirás en un engendro del caos -afirmó, convencido.

Aquella cosa se lanzó contra él, y él hizo lo propio, dispuesto a despiezarla con todas sus fuerzas. Y aunque supo que había logrado uno de los mejores impactos de su vida, también la criatura le impactó en la frente con su apéndice.

No supo si el dolor obedecía a que le hubiera abierto el cráneo, o si estaba convirtiéndose en uno de ellos, porque en cualquier caso cada vez lo veía todo más negro.

-No tengo que caer… no tengo que caer…

No llegó a perder la consciencia del todo. Vagamente se percató de que fue arrastrado e internado en una celda, donde le pusieron grilletes en las muñecas. Poco después supo que estaba de rodillas, cuando fueron a llevarle agua. El único momento en el que reunió fuerzas quiso estrangularse con las cadenas, pero no tenía fuerzas ni posibilidades.

-¿Cuál es el destino que me aguarda? -se dijo.

Pasaron algunas horas antes de que la puerta de la celda se abriera y dejara pasar a Eorvarg.

-¿Quién te crees que eres, desgraciado? ¡Yo soy el guardián de la mina del norte, no puedes…!

-¡Yo soy el heredero del caos, necio! -le cortó Eorvarg-. No hay ninguna autoridad en la tierra que me diga lo que pueda o no pueda hacer. ¿Guardián del norte? ¡Eso podías haber sido! Pero ahora… eres un hombrecillo derrotado, Thuran. Y pronto serás uno de mis más fieles seguidores.

-¡No! -se sacudió.

-Tiembla ante mi poder, Thuran. No te molestes en resistirte… en cierta forma te envidio -dijo poniéndole una mano en la frente-. Vas a conocer el dolor inmenso de primera mano, tu mente va a desfigurarse más aún que tu cuerpo para dar lugar a una criatura del caos. Me pregunto en verdad cuánto dura la conciencia en ese estado, aunque creo que bastante poco.

-¡NOOOOOO! -gritó al sentir el dolor en sus propios huesos, especialmente en la frente en la que Eorvarg tenía apoyado su cráneo. ¿Le estaban cambiando? ¿Le estaban mutando? ¿Cuánto duraría ese dolor?

Para su sorpresa no solo no duró demasiado, sino que menguó. Eorvarg se apartó, y se miró la mano con gesto de incomprensión.

-Un cráneo tremendamente duro -dijo-. Al menos en tres sentidos.

-¡El caos te comerá a ti, Eorvarg Ollvaror! -gritó él-. ¡Puedo resistir tus maldiciones una y mil veces! ¡¡Vas a tener que matarme!!

-Eso lo veremos -dijo cuando ya estaba saliendo de la celda.

-Joder, maldito sea – se dijo a sí mismo-. Al menos… al menos se ha ido. Al menos estoy solo… pero, ¿podré resistir otra vez? Volverá, joder, volverá.

Intentó tirar de los grilletes con todas sus fuerzas, se revolvió, y gritó de desesperación. Deseó haber tenido el cráneo algo más blando y haber muerto poco antes. Maldijo a los dioses, y finalmente se echó a llorar.

-Oilgne… amor mío… ayúdame...

-¿Ahora hablas conmigo? -recibió como respuesta.

Thuran levantó la mirada, y deseó poder limpiarse las lágrimas. Se restregó los ojos contra los hombros para distinguir la visión de su mujer.

-¡Amor mío!

-Un año, Thuran. Un año sin dirigirme la palabra. Un año sintiendo cómo me desprecias y me olvidas, y tras un año de la soledad más absoluta pronuncias mi nombre solo en la más temida de las desesperaciones… para que te ayude.

-Nunca te he olvidado, amor mío. Todos… todos los días has estado en mis pensamientos.

-No me mientas, Thuran. Al principio… puede. Pero después… todo este año ha sido un momento de descubrimiento para ti. La gloria de Thuran Ollvaror ha sido su obra, su arte, su maestría. Nunca su familia.

-¡Eso no es verdad! Este tiempo he alcanzado un nuevo conocimiento, pero mi mayor deseo habría sido compartirlo con mi familia.

-Reconócelo, Thuran Ollvaror. Te debates entre la culpa de lo que has hecho y la gloria de lo que has alcanzado porque ninguna de los dos cosas puede estar al mismo nivel. El amor de tu familia o tu gloria, ¿cuál ha sido para ti más importante?

-¡Mi gloria! -reconoció-. ¡Pero es que vuestro amor ya lo tenía! -gritó entre lágrimas-. Podía hacer algo grande, una obra de arte inmensa…

-Y todas las acciones de tu vida han tendido a ello. Nosotros te hubiéramos frenado. No deseabas nuestra muerte, pero tampoco has hecho nada por castigar al culpable.

-¡Nunca he podido hacerlo! Yo… lo habría combatido con mis propias manos. Habría luchado con él… si hubiera sabido…

-¿Y quién puede atacar a tu familia en plenas montañas, Thuran? ¿Quién puede orquestar la muerte de Sigavald Fosrodr? ¿A quién has ido siguiendo todo este tiempo como un cordero, porque pese a que digas que no, tiene la llave la gloria de Thuran Ollvaror?

-Eorvarg Ollvaror -respondió.

-Yo estoy muerta, Thuran. Tú lo sabías todo, y después de haber recorrido su camino… ¿por qué combates contra él? Ríndete a la evidencia y accede a la gloria.

-No -respondió.

-¿Y cuál es la alternativa?

-Antes seré un ser informe que ceder a las maquinaciones de ese hombre miserable. Debí haberme dado cuenta mucho antes, no haber sido una oveja de su rebaño.

-Pero mi amor, no tienes alternativa. Antes la tenías, pero…

-La próxima vez que venga lo mataré a mordiscos, le arrancaré las tripas, lucharé con las fuerzas que me queden. Tengo un cráneo muy duro.

-Ese es el hombre con el que me casé -dijo  Oilgne entre lágrimas.

-Y ese será el hombre que muera.

-¿Por qué no intentas escapar?

-Estos grilletes son… bastante rudimentarios, pero las cadenas son firmes. Si tuviera una varilla de metal, o simplemente un palo…

-¿Un hueso de rata?

-No puedo moverme de aquí.

-Yo sí puedo -dijo Oilgne. Y así lo hizo, recogió el hueso y se lo puso en sus manos.

Thuran lo vio durante un segundo. Era el pedazo de materia más simple y valioso que nunca había tenido entre sus dedos, un pedazo de amor de los dioses mucho más puro que cualquier arma, que cualquier armadura que cualquier estrella que se desgajara demasiado de los cielos.

No quiso pensar demasiado en si eso era posible por miedo a que se desvaneciera. Lo manejó nerviosamente, y para su sorpresa logró abrir el primer grillete. El segundo lo sucedió aún más rápido, y la puerta no tardó mucho más. Salió de lugar dispuesto a escapar de la mazmorra, pero inmediatamente se detuvo y miró hacia atrás. Oilgne ya no estaba en el lugar.

-Gracias amor mío.

Aturdido salió del lugar intentando no hacer demasiado ruido. Llegó hasta la entrada principal donde permanecían solamente dos guardias. Dos más de los que podría vencer.

-Un arma- se dijo a sí mismo-. Necesito un arma. Joder, lo que sea.

-¡Un prisionero! ¡Se ha escapado un prisionero!

-Necesitas un arma, amor mío -escuchó a su lado-. Necesitas tu pico de guerra.

-Necesito mi pico de guerra. Necesito mi pico de guerra. Necesito mi pico de guerra para acabar con mis enemigos y algún día poder volver para acabar con Eorvarg Ollvaror. Lo necesito aquí y ahora. Lo tengo, lo tengo aquí y ahora. Lo tengo en mis manos. Siento su peso, su maldita forma. Lo conozco. Puedo abrirles el cráneo con él.

Y ahí estaba. Y pudo abrirles el cráneo con él, no solo porque tuviera la técnica y el arma adecuada, sino porque estaban absolutamente desconcertados por la sorpresa. Incluso se tomó un poco de tiempo para coger algunas cosas de sus cadáveres que le serían necesarias para el viaje de vuelta.

Lo abordó con toda la velocidad que pudo, pero también con una extrema inquietud, pues la revelación de Oligne le había demostrado una conspiración que en verdad siempre había sospechado, pero en la que se había negado a creer. Cuando encontró la mina del norte ocupada y sometida por las fuerzas de Eorvarg supo que se había convertido en un hombrecillo, como él había dicho, sin ningún poder, y que no podría recurrir a Eivald, ni mucho menos a los grandes clanes que ya habían cedido al inmenso poder del caos.

Pero pese a ello, sabía que era un hombre vivo, minúsculo e insignificante que debía huir para algún día poder matar a Eorvarg Ollvaror.

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