Uno de los juramentos que los hermanos podemos ostentar es el de "ejercicio". En la hermandad creemos que realizar cierto ejercicio con objetivos saludables es un valor personal y social positivo, así que lo promovemos con nuestras limitadas herramientas.
A mí no me cuesta demasiado, porque por decirlo de alguna forma me he hecho afín a esta práctica, y aunque no he competido a nivel profesional (ni lo pretendo), sí soy constante y encuentro gran placer en actividades muy diversas, siempre desde los recursos de una economía ajustada.
Esta mañana tenía la cabeza ocupada con diversos asuntos, y ya que me voy de viaje esta misma noche (a las Hobbycon) decidí juntar dos días de deporte en uno. Empecé por hacer un poco de "pesas" en mi pequeño gimnasio, y cuando concluí salí a correr, vestido con lo que llevaba puesto (camiseta y pantalón corto) y con dos utensilios prácticos que voy a fotografiar porque se convertirían en una parte relevante de lo que me ocurriría posteriormente.
En prácticamente todo momento de mi vida llevo estas dos cosas, o algo equivalente. Un aparato tecnológico que me permita al menos realizar una llamada de emergencia, y un cuchillo, preferentemente multiusos. En este caso se trata de una "Leatherman surge", un modelo de gama media construido en su totalidad en acero. Su mejor virtud frente a sus hermanas de más gama es que tiene buen tamaño, y su defecto más notable es que pesa sensiblemente más. Pero ojo, que es buen cacharro.
Así que sin más me puse a recorrer una distancia de algo menos de diez kilómetros a un ritmo no muy acelerado. Lo bastante rápido como para ser ejercicio y como para alejar mi mente de las preocupaciones, pero sin agotarme demasiado porque mi día aún tendría muchas tareas.
Cuando llevaba tres kilómetros de recorrido fui consciente de que el tiempo suave que me acompañaba no era un regalo de los dioses, sino que estaba acompañado por una tormenta que se veía en el horizonte, a mi derecha. Y creía que iba a poder superarla antes de que me atrapara, pero en el kilómetro seis fui consciente de que no iba a ser así.
Las tormentas de rayos son un peligro que hay que respetar. La posibilidad de ser impactado por un rayo es mínima, pero a todos los gilipollas que les ocurre son a los que van por los campos que no deben durante una tormenta. Y yo prefiero pasarme de precavido a que otro hermano tenga que poner en google plus "Verion ha fallecido por un impacto de un rayo".
No soy un experto en supervivencia en entornos naturales, pero tengo mis nociones. Lo justo para obtener agua, hacer un refugio, y las cosas más básicas para garantizar la vida, conocimientos que he puesto en práctica por probar, nunca por necesidad. ¿Y qué hay que hacer en una situación como esta? Según mis conocimientos:
- No correr por una llanura. Ser un objeto que destaca y para colmo afilando tus electrones por el viento te convierte en un sabroso objetivo para esos dichosos rayos.
- Apagar dispositivos electrónicos. No sé si sus campos electromagnéticos atraen a los rayos, pero en cualquier caso la tormenta los va a estropear.
- No ponerse junto a un árbol ni estructura elevada. Son más imanes.
- No ponerse en la entrada de una cueva... pero tranquilo, que no había cuevas.
- No llevar cosas de metal. ¡Mierda, mi navaja!
Así que aproveché los últimos momentos (los truenos ya sonaban cercanos) para dejar mi móvil y mi multiusos junto a un árbol, para marcharme y tomar la patética mejor elección: tumbarme en un lugar alejado, al menos sus buenos tres cientos metros.
Y entonces ocurre lo que no me esperaba: granizo.
El granizo también es algo jodido. Es más raro que te mate, pero si tiene cierto tamaño puede hacerte bastante daño, especialmente en la cabeza. Así que rápidamente corté algunas ramas del árbol (no usé la navaja, solo mis manos) para hacerme de endeble protección, y me alejé, ya con los rayos encima.
Y entonces pasé un mal rato. Algo así como un cuarto de hora en medio de un campo en el que no había nada, sin ninguna posibilidad de comunicarme con nadie, y recibiendo golpes de granizo que, dicho sea, dolían bastante. Y ahí aguardé, humillado por la madre naturaleza porque no podía hacer otra cosa. Veía el reflejo de los rayos, escuchaba truenos cercanos, y ni siquiera pensaba mucho en ellos porque los golpes del granizo me causaban un daño bastante más inmediato y acuciante.
Tenía que ser una tormenta con rayos y granizo.
En fin, nada dura eternamente, y una tormenta de verano mucho menos. Con los rayos algo más lejos, y un granizo ya no tan grande y pesado, me acerqué de nuevo al árbol y recuperé mis leales instrumentos. Mi navaja y el cadáver de mi móvil, que había quedado empapado.
La temperatura había descendido bruscamente, estaba mojado (como el móvil), y de mi sudor caliente no quedaba nada. La sensación no era agradable, pero no me sentía desdichado. No me había dado un rayo ni me había abierto la cabeza un bloque de hielo.
Y entonces, sin que yo esperara recompensa alguna, recibí una: los calientes campos de cultivo cercanos estaban evaporando el granizo o el agua. Una importante sección del terreno desprendía un vapor tan llamativo que quise sacar una foto, pero mi móvil no iba a encenderse más.
La recompensa que la naturaleza me otorgaba venía acompañada de una olfativa. Un extraño olor, como aquel que se percibe antes de las tormentas, pero varios órdenes más fuerte, invadió mi sistema respiratorio. Así que me dejé llevar por la sensación, capté el mensaje de la madre naturaleza, y guardé el momento en mi mente, en una instantánea de los sentidos que nunca podré compartir con nadie, porque en esa ocasión y en ese momento era solamente para mí.
Los restantes kilómetros ya no fueron tan duros. Después me duché, comí algo, escribí esta entrada, y ahora voy a prepararme para partir hacia A Coruña.
Yo ostento el juramento de preparación. En la actualidad soy el único hermano que lo hace. No sé si me lo merezco, pero este principio es para mí un pilar de mis elecciones éticas. Y hoy lo rompí.
Debí mirar la previsión meteorológica antes de salir.
Pero supongo que de alguna forma el riesgo y el mal momento tuvo su recompensa en ese momento especial que guardo para siempre en el recuerdo, como aquella vez que haciendo apnea perdí mi cuchillo de titanio entre docenas y docenas de medusas, descubriendo en su avance un misterioso baile que me hechizó, o aquella otra en la que una enorme bandada de pájaros me hizo testigo de su migración, incluyéndome entre ellos, como si fueran parte de un remolino enviado por los dioses.
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