Hija de la desdicha - III "solo una furia"
22-12-2016 03:13
— Tranquila, tranquila... No voy a hacerte daño —Naep-This abrió los ojos, desorientada y confundida, ante aquellas palabras—, de verdad. Tranquila...
La muchacha se incorporó, sin reconocer la voz que le prometía aquello, grave pero afable, ni el extraño lugar en que se encontraba. Se dio cuenta de que estaba en una cama, probablemente, la mejor en la que había estado, incluyendo aquellas que había compartido con ricos clientes de Raamik: las sábanas eran suaves, y, al mirar a su alrededor bajo la tenue luz de las velas, se dio cuenta de que en la habitación había muebles de buena ebanistería, y preciosas cortinas. Sin embargo, no se detuvo a admirarlos. En su lugar, sus ojos verdes buscaron a los de su interlocutor y, acto seguido, trató de abalanzarse sobre ese desconocido...
Entonces, se percató de que tenía las manos atadas.
— Te hacías daño al dormir, Naeph-This... —Dijo el hombre. Era relativamente joven. De piel algo clara, ojos castaños y cabello bien peinado. Vestía bien y hablaba el harrasiano con cierto acento extranjero.— Tranquila, ¿vale? Voy a desatarte... Pero tienes que estar tranquila...
— Chkon tinah? Fayn hna? —Preguntó, echándose hacia atrás cuando él se inclinó, y notando su espalda rozar el mullido cabecero. No se dio cuenta de que hablaba en su lengua materna...
— Lo siento... No puedo entenderte. No hablo Najshet.
— ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
— No te acuerdas de nada, ¿verdad? —con precaución, desanudó primero una de las muñecas de la joven. Bajo la cuerda, había un buen vendaje.— Es normal... Ha sido mucho estrés en muy poco tiempo. Tuviste varios ataques de ansiedad en el viaje, y después, solo dormiste. Pero tranquila...
— ¿Dónde estoy? ¿Y quién eres tú? —insistió ella, mientras él desanudaba su otra mano. Se sintió tentada de volver a echársele encima, pero la debilidad y la curiosidad fueron más fuertes.
— Estás en Tagcedo, Dormenia —respondió—. Soy Emer Fedder, y esta es mi casa.
— ¿Dor...menia? —Había oído hablar de aquella nación, y yacido con algunos viajeros de allí. Pero, si apenas había visitado Harrasia, mucho menos ese lugar. ¿Qué hacía allí? ¿Y dónde estaba...— ¡Sekhmet! —exclamó, recordando de repente. Las imágenes volvieron a su cabeza y su cuerpo comenzó a agitarse— No... ¡No! ¿¡Dónde!?
— Lo siento, Naeph-This... —susurró el hombre. Y realmente parecía que así era, que lo sentía— No pude salvarla a ella también.
— ¿Sal...var...la? —se le quebró la voz, negando con la cabeza.
— La herida en combate fue mortal —explicó— os habría comprado a las dos... Pero llegué tarde.
— ¿Comprar? ¡Comprar! —ahora sí, trató de abalanzarse sobre él, con furia. Pero Emer, viéndolo venir, la sujetó de los puños, aprovechando la torpeza y debilidad de los que era presa la joven.
Ella trató de zafarse, una, dos, tres veces. En vano.
Las últimas palabras de su amiga resonaron en su cabeza mientras tanto.
Emer relajó la presión de su agarre, y la apoyó contra su pecho, tranquilizador.
Y en aquel momento, Naeph-This, sencillamente, se derrumbó del todo.
Porque Sekhmet... Se había ido.
No iba a volver.
Y todo era por su culpa.
No supo cuánto tiempo pasó llorando. Tal vez minutos, tal vez horas.
En algún momento, paró, y se atrevió a mirar a aquel hombre, desorientada:
— ¿Por qué...? —quiso saber— ¿¡Por qué!?
— ¡No es lo que parece! —aseguró, soltándola del todo al ver que se había estabilizado mínimamente— Solo quiero ayudar. De verdad.
—¿Por qué? —repetía, incesantemente, sin entenderle— ¿Por qué? ¿Por qué?
— Porque os vi. Sobretodo a ti... ¡Todavía una niña! —suspiró con pesar— Conocía la historia... Vuestra historia. La habían usado para atraer al público y subir las apuestas. Y aquello, no era justo. Quise ayudar. Quise sacaros de allí. Siempre que viajo, ayudó a alguien. Mis trabajadores son la mayoría gladiadores, furias, u otros esclavos de más lugares...
— Sigo... sin entenderlo... —Naeph-This negó con la cabeza— ¿Por qué? Yo solo soy... una furia... —Emer negó con la cabeza.
— Una persona —corrigió—, alguien que ahora está en una situación menos injusta —sonrió—. Eso hace del mundo un lugar un poco más justo.
— Pero... Sekhmet... —Naeph-This tembló— Sekhmet... —y, sin dejar de repetir ese nombre, volvió a romper en llanto.