Nuevos comienzos
8-12-2016 15:44
Ahora que las cosas, de momento, parecían avanzar a un ritmo más pausado, pudo pensar en los últimos días, apoyado en un muro dentro de la nueva casa que parecía, de momento, desconocida para toda la gente que andaba buscándola.
Lo encontró, encontró al médico. Costó mucho, se estaba escondiendo, pero pudo dar con él. A su llegada a Nased enseguida había empezado a apreciar como la ciudad estaba comenzando a tambalearse. Si bien los últimos años en el puesto avanzado habían sido, más que tranquilos, mortecinos, nunca había perdido del todo ese instinto de vigilancia del que vive y duerme en tierra hostil. Retazos de conversaciones alteradas, movimiento de tropas, adictos nerviosos deambulando por las calles. Por lo visto por la noche era todavía peor, entonces los carsij dejaban el terreno a las bandas.
No se esperaba la situación en la que Khalik se encontraba. Su familia raptada, y eso si no estaban muertos. Fugado, perseguido y amenazado. No pudo reprochar al resto de personas de la casa, de ese escondite en plena ciudad, su desconfianza. Pasará, pensó. Estaba acostumbrado a estar donde no se le apreciara. Al menos, la suerte le permitió que enseguida entrara uno de los funcionarios, y pasar desapercibido en la conversación. Un laboratorio. Crear nantio modificado para calmar a unos adictos que amenazaban con tirar la ciudad abajo. Muchos dilemas para ese hombre, que acababa de salvar la vida, y la libertad, de milagro. De postre un combate en la arena, y una esclava liberada, una furia, volviendo a la pelea, a la arena. A veces la gente te sorprendía. El grupo se dividió. Quiso ir con Khalik al nuevo laboratorio. Porque había venido a esta ciudad para aprender, para curar, aunque parecía que, de momento, la medicina no era el recurso que más tendría que utilizar.
Acarició la espada, apoyada a su lado junto al muro de su nuevo escondite. Herencia familiar, de su padre. Oficial de un carsij, uno de los más condecorados, le había despreciado cuando no pudo seguir la tradición familiar. Todavía recordaba la mirada, de infinito desprecio, cuando se enteró de que su hijo iría a un puesto, a ser parte de la "gloriosa" infantería de Harrassia. Ni siquiera tenía una frase que recordar, cuando quería, cuando necesitaba, mortificarse con ese recuerdo. Solo esa espada, que su padre había dejado en la puerta al día siguiente, día de su marcha hacia el puesto.
El emblema del carsij, en la guardia de la espada, era ilegible. Lo habían desfigurado. Nunca se había engañado con que el hecho de dársela significara nada bueno. No, le conocía. Y su padre a él. Sabía que le dejaba un recordatorio. Algo para llevar encima, siempre. Algo que mantuviera esa mirada prendida a él, para el resto de su vida. Algo que él no sería capaz de tirar.
Entrenó con esa espada, la conocía como había llegado a conocer a su antiguo poseedor. Se le daba bien. Aunque no le gustara reconocerlo, se le daba mejor que curar. Y parecía que, al menos de momento, eso era lo que más necesitaban Khalik y el resto del grupo.
Los observó. Desde su perspectiva, algo externa, la de alguien que acababa de caer en ese gran embrollo, necesitaban calmarse y procesar todo. La ciudad se estaba desestabilizando por momentos, y ellos estaban demasiado solos, demasiado desamparados. Encontraron la casa anterior. Encontraron el laboratorio y encontrarán esta. Era solo cuestión de tiempo, lo malo era no saber de cuánto. Los hilos con el departamento estaban cortados, y había que buscarse nuevo patrón. Ni uno, ni varios soldados de infantería pueden sobrevivir mucho en el desierto, solos. Y Nased empezaba a ser más peligroso que eso.
Quizás podrían aprovechar todo ese cambio, todo ese movimiento. Y tenían la carta más valiosa para esta partida, aunque fuera una que había que jugar con mucho cuidado. Al acordarse de nuevo del médico pensó cuánto tardaría en ponerse a hacer el nantio. Los pudores morales solamente retrasarían lo inevitable. Se haría nantio para Faruq porque Faruq lo necesitaba. Luego, estaba seguro, Khalik haría lo imposible para encontrar el remedio a su adicción. Los había visto hablar, en susurros, y creía conocer algo al médico. Iba a curar a ese nómada.
Al final se haría nantio también para los demás adictos, por los mismos motivos por los que se iba a hacer para Faruq. Es lo que se necesitaba ahora. Ya habría tiempo para hacer del mundo un lugar mejor. Acarició la espada. A veces, también para curar, hace falta que el paciente sangre.