Hermanos Juramentados de la Espada Negra
Algunos pensamientos sobre el ahorro
13-7-2016 12:11
Por Verion
Este es un tema del que me es particularmente difícil escribir. Tratar de virtudes que se relacionan inmediatamente con asuntos económicos lleva muy rápidamente al pensamiento de que no todas las personas tenemos los mismos recursos, y esto lleva lógicamente al hecho de que las oportunidades están sobre todo relacionadas con el lugar en el que uno nace. Por lo tanto, cualquier virtud que se pueda relacionar rápidamente con la economía está ligada a la injusticia social.

Pero en verdad esto ocurre con prácticamente cualquier virtud. Hace algunas semanas hablaba de la lealtad, y la lealtad de una persona puede ser especialmente potente en relación con la capacidad socioeconómica del sujeto. Ahí logramos abstraernos totalmente de ello, pero al hablar del ahorro va a costar un poco más. Pido al lector, por lo tanto, que haga un esfuerzo de abstracción similar al leer estos pensamientos. A fin de cuentas solemos poder convertir tiempo en dinero (mediante el trabajo), aunque, que yo sepa, no podemos convertir directamente el dinero en tiempo. Ahondaré un poco en esto al final.

A lo largo de mi infancia yo crecí en un entorno en el que se promovía de forma divulgativa la virtud del ahorro. El que guardaba su dinero tenía más a lo largo del tiempo, y estaba cubierto ante posibles contingencias. Si uno no lleva esto al terreno de la tacañería, sino que es simplemente comedido en sus gastos y elige de una forma sensata en qué invierte sus recursos, puede contar con una reserva que le ayude en tiempos de necesidad, o incluso puede elegir trabajar menos, lo que significa que contará con más tiempo para hacer otras cosas.

Tengo que aclarar que algunas de las personas que intentaban inculcar en mí este mensaje tenían un comportamiento que no terminaba de encajar en esta mentalidad, y si bien sí tenían capacidad de ahorro a corto plazo, tenían a gastar el fruto de su ahorro en caprichos más grandes de lo habitual. Creo que esta mentalidad no es un ejemplo de una persona ahorradora, si bien era su elección: era su tiempo el que invertían… ¿o no?

Con el tiempo recibí influencias exteriores de otro tipo, y descubrí otra virtud que asocio a estos principios económicos. Estoy hablando de la capacidad de entrega, es decir, de compartir lo que uno tiene con sus semejantes sin reservas. Encontré entonces que esta generosidad me parecía también encomiable, especialmente porque surgía de personas que no eran para nada adineradas, sino que más bien lo poco que tenían lo compartían sin reserva.

Creo que en este tipo de asuntos es muy difícil moverse por la vertiente virtuosa del camino sin entrar en conductas perniciosas inadecuadas. Una persona ahorradora puede entrar fácilmente en la tacañería, es decir, controlar el gasto negándose a sí mismo y a otros necesidades fundamentales que resultarán perjudiciales. Por otra parte una persona entregada puede resultar descontrolada en sus gastos, de forma que tenga que trabajar más y más, perjudicándose también a sí mismo e incluso a aquellos con los que es entregado.

Personalmente no creo en los puntos medios, creo que una persona que sea absolutamente ahorradora y absolutamente entregada estará un camino mejor que la que sea tacaña o descontrolada (o las dos cosas simultáneamente).

Recuerdo otra trampa que está detrás de estos principios. En mi infancia las personas ahorradoras podían llegar a otorgarme una decente cantidad de dinero precisamente en la intención de gestar en mí las virtudes del ahorro, pero en verdad me era privada cierta capacidad de gestión de estos recursos. Es decir, se me entregaba un control parcial para que no invirtiera el dinero, por ejemplo, en placeres vanos.

Sin embargo las personas entregadas no tenían esa cualidad. Por lo general podían entregar menos, pero no ejercían control alguno sobre lo que yo hacía con lo poco que podían entregarme.

Curiosamente, en este ejemplo, al final el destinatario final no podía obtener lo que realmente deseaba en aquel momento, pero supongo que este no tiene por qué ser el caso general, sino una correlación que no implica causalidad.

Mucho más tarde este sujeto ha tenido cierta capacidad económica (tampoco mucha), con lo que me he visto en alguna circunstancia en la que he entregado dinero a algunas personas. Entonces me he encontrado con la situación en al que esta persona gastaba el dinero en placeres de los que yo me estaba privando. ¿Qué hacer entonces? Desde mi punto de vista, nada. Si uno entrega lo que tiene, tiene que hacerlo sin juicios de valor, garantizando de esta forma la libertad. El único juicio que creo que uno puede permitirse en esos casos es justificar que quizá lo que para uno es un placer vano, para la otra persona es una necesidad irrenunciable.

Al estar hablando de dinero todo se vuelve un poco sucio. He observado que en algunos entornos de compañerismo no se acepta el dinero como mediador (yo participo de esta mentalidad) mientras que hay otros en los que está totalmente integrado y aceptado, de forma que al final todo se puede valorar en dinero.

Por ejemplo, el hermano Sigeiror y yo llevamos casi veinte años haciendo todo tipo de obras juntos. Sería ridículo, casi ofensivo, pensar que haya que compensar las horas en las que él hace música con las que yo paso programando, y repartir proporcionalmente los ingresos que obtengamos de esta forma. No se nos ocurre.

Sin embargo en otros entornos prácticamente se empieza a considerar aceptable incluso el hecho de que un máster de rol reciba una remuneración por el tiempo dedicado a planificar la partida.

El grado de asimilación del dinero en las actividades sociales es muy controvertido. Diría que la mayoría ponemos un listón en lo que son las actividades profesionales (que se cobran) y lo que son las relaciones personales, que no.

Lo que sí resulta innegable es que la mayoría de nosotros tenemos que trabajar para conseguir dinero. Las personas ricas o aquellas que han nacido en un entorno superior tendrán menos problemas, pero como digo, no es el caso de la mayoría. Es decir, realizamos un esfuerzo en el que vamos a gastar tiempo y vamos a recuperar dinero.

El tiempo no vuelve, no podemos convertir el dinero en tiempo. O no directamente, porque por ejemplo sí podemos contratar un cocinero para no invertir el tiempo en hacer nuestra comida (si no queremos, que también puede gustarnos), limpiar nuestra casa o en general contratar servicios profesionales.

Aquí entra una curiosidad propia de las sociedades fuertemente estructuradas. Si mi trabajo está bien valorado y me he convertido en un profesional bien posicionado, entonces siempre me será mejor trabajar algo más e invertir ese dinero en profesionales de baja cualificación para realizar mis tareas (como limpiar mi casa), que hacerlas directamente. Seguramente los defensores del capitalismo digan que la sociedad recompensa mis cualificación y dedicación, pero a mí no me convence, esto me huele a clasismo.

Por otra parte también creo que una persona debe realizar todas las tareas que sea posible, por lo menos a un nivel básico. En primer lugar porque la especialización excesiva aumenta la dependencia y por tanto la debilidad, y en segundo, porque el alejarnos de estas tareas básicas puede crear una falta de conciencia con respecto a sus costes y cualidades, de lo que se puede seguir falta de empatía.

Personalmente yo he recorrido partes diferentes de estos caminos de los que he escrito, y como es lógico no me corresponde a mí emitir aquí un juicio de mi persona. Quizá incluso en las cuestiones económicas no lo haya hecho muy mal, pero estos conceptos de ahorro y entrega no tienen por qué asociarse necesariamente a estos preceptos económicos.

Una persona ahorradora en este sentido quizá medite de forma metódica y continuada sobre sus experiencias vividas, de forma que las comprenda y asimile en su interior. De esta forma estaría atesorando en su interior una sabiduría que utilizará más tarde en su beneficio y en el de aquellas personas con las que quiera compartirla.

Y en cuanto a esta ayuda, la entrega es mucho más fácil de cuantificar en términos no económicos. Podríamos hablar de ella como ayuda directa, en tiempo en sí mismo. La cualidad de una persona para proporcionar un bien a otra a coste de su esfuerzo y tiempo.

Yo creo que esta es una forma más adecuada de entender estas cualidades. Por mucho que el dinero esté tan metido en nuestras mentes como objeto en sí mismo, creo que no tiene más existencia que la de regular las relaciones, y normalmente, en mi opinión, empeorarlas.


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