Una vez un tipo sabio me dijo:
todos somos el gilipollas de alguien. No es una reflexión que me resulte en absoluto ajena, pero la forma de resumirlo en seis palabras me convenció, y desde entonces hago referencia a este hecho con esta misma frase. Creo que es algo muy real, muy humano, y en cierta medida un poco triste… y todo lo contrario.
Supongo que esto tiene que ver con la positiva diversidad necesaria para nuestra evolución. El hecho de que seamos todos bien distintos sería, en este sentido, la causa de que por mucho que creamos estar en lo correcto, siempre habrá alguien a quien estemos fastidiando o puteando.
Se me ocurre que esto tiene un ejemplo muy claro en la conducción. Seguro que todos (¡o muchos!) hemos tenido la sensación de que “ese de ahí” ha realizado una maniobra totalmente fastidiosa, pero, ¿acaso nosotros no nos equivocamos cuando vamos por un sitio que no conocemos? ¿No hemos puesto el intermitente mal en alguna ocasión, o nos hemos dejado el “warning” puesto? Seguro que esa acción molesta alguien.
Creo que parte del problema de todo esto puede ser la falta de comunicación. Tiendo a pensar que si todos nos hablásemos razonablemente podríamos entendernos con mucha más facilidad, en lugar de guardar rencores y odios, pero claro, seguramente con esta actitud me esté convirtiendo en el gilipollas de alguien.
También quiero que quede claro que este concepto no pretendo dar alas al relativismo moral que parece circular con relativa facilidad en nuestra época. Tengo unos principios muy claros que rigen mi conducta, e incluso tengo un credo con el que llevarlos a cabo, y si eso me convierte en el gilipollas de alguien me da igual. Ni aunque fuera el gilipollas de todo el mundo los cambiaría, sino al contrario.
Creo que en ese sentido, eso es lo que importa. Si uno se entristece por la diferenciación brutal que tenemos como personas, o cede a la presión y acalla su opinión minoritaria, entonces entramos en una tónica más que preocupante. Creo que para conseguir una convivencia sana todo el mundo debería decir su opinión sin que esto pesara demasiado en nadie, especialmente entre los que tienen la contraria. Y si luego se criticara su opinión, tampoco debiera importarle demasiado al sujeto. Este es, en gran medida, el valor de la diversidad que nos hace crecer.
Incluso a la opinión propia le viene bien enfrentarse a los argumentos que pueden desmontarla, bien para cambiar de idea si estaba equivocada, o para encontrar nuevos argumentos para defenderla con los que cimentar otras ideas futuras y afianzar nuestro intelecto.
Si
todos somos el gilipollas de alguien, también hay un corolario:
todos somos la esperanza de alguien. Ya sea en términos personales, románticos, comunitarios o los que sea. Quizá una persona encuentre en otra la fuerza para vivir, o simplemente una opinión que le despierte una sonrisa en un día arduo de trabajo en el que todo parece estar cuesta arriba. Quizá haya una persona deprimida que se sienta hermanada por un mensaje amigo, o quizá alguien con ansiedad entienda que el mundo no es un lugar tan malo porque tú estás con tu mensaje ahí.
Si todos somos el gilipollas de alguien, también somos la esperanza de otro alguien. Y el que opina que eres un gilipollas puede bloquearte o pasar de tu culo-opinión. Pero aquel para el que eres la esperanza no puede sentir tu apoyo si no te manifiestas.
Lo escribo en segunda persona aposta. Este artículo va dirigido a ti.
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