Tener público se parece un poco a tener novia. Entiéndanme, no es que yo diga que tenga un gran público, ni una experiencia particularmente relevante en ninguno de estos sectores, pero es el pensamiento que tengo en este momento.
Por cierto, quiero añadir que este artículo es un poco deprimente y no pretende reflejar en absoluto una verdad universal, solo una percepción personal. Ruego que nadie se lo tome como más de lo que es. Particularmente ruego que nadie se de por aludido de forma individual, porque estoy no va en absoluto de individuos, y yo no quiero proyectar en absoluto negatividad sobre un colectivo que me ha aportado tanto.
Yo siempre he intentado evitar los contratos sociales, debido a que vivo mucho más cómodo definiendo cada relación por sus propias características, y no basándome en estándares sociales de facto. En este sentido siempre he evitado tener novia, y siempre he evitado tener público, pero de alguna forma ha habido entes que se han comportado como una y como otros.
Cuando yo era joven pensaba que el día que tuviera una novia todo sería fantástico, y viviría en un mundo de amor y generosidad, pero luego la realidad me dio unas cuantas hostias, y con lo que me encontré fue con que la convivencia era casi imposible, y que aquello que doy no es suficiente (o aceptable) para la mayoría, y que aquello que me dan no me parece suficiente (o aceptable).
Con el público pasa una cosa parecida. Y ojo, que nunca he tenido la menor intención de tener público, o diga que lo tenga como tal, ni pretendo decir que yo sea alguien importante, que no lo soy, ni nada así. Pero hay una relación, una que se produce entre el creador (en este caso, los creadores) de una obra de aquel que la disfruta (o que no la disfruta, que también pasa).
En cierto modo es una parte del proceso creativo que yo nunca he querido del todo, y de ahí que no me guste que esté mi nombre en parte alguna. En mi modelo ideal el creador se relaciona con la obra, y la obra se relaciona con sus destinatarios, y no es porque sea un misántropo o me guste estar solo, sino que me parece ideal así porque no hay ningún tipo de influencia en el proceso creativo.
Y claro que hay un valor positivo en encontrarse con los destinatarios de la obra, e incluso hay una proyección idealizada subconsciente de cómo quisiera que fuera esa relación. En ella uno imagina ilusión y disfrute, que no veneración, ni mucho menos peloteo. Pero eso no se produce siempre, sino en ocasiones.
Supongo que una gran parte de la sabiduría en este campo es saber entender la estadística de todo esto. Entender dónde está el apoyo y en qué cuantía, y donde están las zancadillas y en que cuantía. Por desgracia a la mayor parte de personas nos afectan más y nos resultan más llamativas las segundas, o eso me ha parecido a mí cuando lo he visto en terceros.
Y uno se va acostumbrando a una forma de funcionamiento, y esa es la forma de pensar que se vuelve habitual y la que uno pasa a esperar. Y aunque uno pataleé e intente convencer a quien sea de que las cosas se pueden hacer de una forma diferente, no importa, porque cada cual es como es, y uno no va a cambiar a nadie… con lo que llega la resignación.
Pero un día uno se encuentra con un gesto diferente. De hecho, varios. Vender cuarenta novelas y dedicar treinta, que un jugador que juega al mismo juego desde hace decenios decida probar con tu obra, o llegar tarde al lugar y que un grupo de juego estén ya en el stand jugando a tu juego de mesa, y que cuando te sientas descubras una broma afectiva. o jugar un torneo con jugadores que sudan de nervios en las finales. Y vender es lo de menos, estoy hablando puramente de la relación natural e ilusionada.
De alguna forma debe ser como encontrarse con un acto de amor desinteresado: un pequeño empuje emocional en el que apoyarse, al menos momentáneamente. Y digo “debe ser” porque para mí en ese plano emocional personal es básicamente desconocido. En mi experiencia los actos desinteresados suelen ser o efímeros o falsos, y uno se encuentra con la realidad más interesada, mucho más convenida poco después. Tan pronto como uno vuelve al hogar y se asoma a la ventana virtual y vuelve a ser consciente como siempre lo ha sido, de que lo que funciona es la fama, y que los que cortan más bacalao que los que cortan menos imponen su ley. Y no hablo de individuos, ni tengo ningún deseo de señalar a nadie del sector más cercano porque puedo señalar al más lejano, a las grandes compañías, que reproducen ese mismo comportamiento pero a una escala mayor.
Y es lo que hay. En la música, en los juegos de estrategia, en los partidos políticos, en los videojuegos y en todo. Fama y más fama, y mucha vanidad.
Y seguiré en ello, porque desde luego en mi vida el proceso creativo ya es de lo poco que merece la pena. Por las partes buenas, que también están.
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