Aunque no escribo muy habitualmente por internet, sí que me dedico a “lurkear” amablemente algunos medios sobre algún que otro asunto de mi preferencia. El caso es que hoy en día es imposible no leer muchas noticias sobre la plaga que tiene preocupado a todo el mundo.
Es corriente, por lo tanto, leer artículos puntuales sobre tal persona que se contagió en un restaurante, o tal grupo de veinte personas que se contagió en un concierto furtivo con la consiguiente carga sobre los sistemas sociales, particularmente el de salud.
No me meto a valorar si estas incidencias son muchas o pocas. Dado que en este país somos más de tres docenas de millones de personas, desde luego no me extraña que haya conductas irresponsables e incluso hostiles con la vida, pero sin duda estas se producen en todos los ámbitos incluso sin la presencia de la plaga: el otro día incluso tuve que reprender a un joven conductor que ponía en peligro su propia vida y la de otros usuarios de la vía.
Lo que me ha llevado a esta reflexión es una práctica casi masoquista que yo realizo continuamente: leerme los comentarios y cuando menos afines son a mi forma de pensamiento, mejor. Supongo que es una forma de no adquirir fe alguna en la humanidad, y en cualquier caso de intentar ver las cosas desde otros ojos que no sean los míos.
He encontrado una tendencia que sí me parece bastante habitual, que es señalar que los que tienen estas actitudes consideradas irresponsables son dignos de cárcel, trabajos forzados, o incluso torturas o pena de muerte. Y no es necesario que sea un acto especialmente atroz, incluso una mínima cuestión ante las normas establecidas puede dar lugar a este tipo de comentarios.
Bueno, no estamos a estas alturas del siglo XXI como para que se nos caiga el monóculo por lo que uno u otro puedan mencionar por internet. Es su libertad, pero a mí sin duda me da que pensar, y mi primera reflexión es que se juzga con mucha ligereza.
A mí no me gusta juzgar. No querría ser juez de nadie ni de nada, porque para mí el concepto de culpa en sí mismo es muy cuestionable desde el punto de vista individual, así que como puedo pasar mi vida sin juzgar lo que hacen otros (ya que mi opinión no importa) pues no lo hago, me dedico a hacer las tres o cuatro cosas que mis pobres recursos me permiten, y listo.
Sí creo que en cualquier caso vivimos en la sociedad en la que vivimos, y que sus cualidades nos deberían ser conocidas a todos. Todos sabemos que es habitual que las personas beban alcohol y luego conduzcan, que consuman drogas que ponen en peligro su integridad física a corto o largo plazo, o que en general asuman conductas irresponsables, con plaga o sin plaga. Yo hasta pienso que muchas de estas conductas se propician, especialmente entre las personas jóvenes, que creo que no suelen ser el ejemplo de responsabilidad.
Así que si un joven alocado y fiestero asume riesgos constantes para sí mismo, ¿cómo pensar que dicha persona fuese a ser un ejemplo de responsabilidad cuando esta perciba que el daño se lo causa a otras personas? A mí me parece un poco ingenuo, la verdad.
Pero en cualquier caso hay algo más detrás de todo esto, y es que con las medidas de salud, los confinamientos, el aislamiento y todo esto… hasta el más paciente de los seres humanos tiene que estar echando de menos algo. Algunos será sentarse a cenar con unos amigos, otros poder abrazar a sus padres, alguno como yo simplemente poder jugar una partida de Warhammer. Cada cuál estará privado de alguna que otra actividad que sin ser esencial en sí misma le sirve para algo. Para evadir la mente, para relajarse, para transmitir sus emociones, o para lo que sea.
Porque algo que ha dejado claro esto de la pandemia es que todos somos libres, mientras sea trabajando. Y también somos libres para gastarnos el dinero en algo en lo que alguien esté trabajando. Pero si no estás trabajando, entonces tienes que volver a casa antes de las doce, o a las diez, o a las nueve, o comprar sin salir del pueblo, o llevar yo-que-sé-qué-cosa, o a saber qué nueva norma hay que cumplir. Y sin meterme en que estas normas puedan ser positivas para el control de la plaga, lo cierto es que algunas veces son escopetazos dados a ciegas, que atinan uno de cada diez perdigones y los otros nueve dan a ciudadanos que ni estaban siendo irresponsables ni ponían a nadie en peligro.
Y a lo que quiero llevar es que cada uno de los seres humanos sometidos a esta situación lleva una herida dentro. Bueno, no vivimos una guerra en nuestras localidades, tenemos papel higiénico y otros recursos que hacen que la vida no sea horrible. Quizá tengamos más que muchas personas con las que compartimos planeta en este momento, o que hayan vivido en tiempos pretéritos, o que estén por existir todavía. La realidad es que estábamos acostumbrados a algunas cosas, y que al privarnos de ellas, nos frustramos.
Sumado todo esto, cuando yo leo una de estas noticias sobre tal o cual persona que se saltó las normas y tuvo una actitud irresponsable, me pregunto, y solo me pregunto, cuáles fueron las circunstancias que llevaron a esta persona a portarse así. Me pregunto cuánta frustración sentía en su interior, y si ese acto irresponsable no fue, en sí mismo, una forma de dejar salir presión, la justa para no explotar.
Cuando concluyo estas preguntas, me siento contento por no ser el encargado de reprender, multar o juzgar a alguna de estas personas. Me llevaría muchísimo tiempo simplemente formarme un criterio suficiente para establecer mis conclusiones.
Y esta es mi reflexión. Un poco de paciencia interior para soportar la vida exterior.
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