Hay días en los que no trabajas para nadie, días que no son días de ocio, días que no son sábados ni martes ni nada así, son días que escapan absolutamente a tu control porque la deriva de los hechos es tan fuerte que no puedes más que seguir su corriente.
Supongo que todos tenemos días así, unos cuantos de vez en cuando. Acabas y te sientes raro porque no has sido tú mismo, has afrontado los hechos con tu personalidad y tu entrenamiento, pero en realidad has sido otra persona porque te tocaba.
A veces estas jornadas vienen impuestas por la naturaleza, como ha sido el caso. Hoy ha nevado en la comunidad de Madrid, más que ningún día que yo pueda recordar, y probablemente más de lo que pueda recordar casi cualquier persona viva.
Seguramente esto no sería nada para una persona de Suecia o incluso de Guadarrama, pero las infraestructuras que tenemos en la llanura castellana no están preparadas para estos eventos. Y si en la ciudad están inmovilizados, en los pueblos estamos aún peor. Hoy he recorrido caminando la carretera que nos une al pueblo más cercano y considero que era impracticable para los vehículos habituales de esta zona, pero esta situación se prolongaba más allá, así que no hay reposición de medicamentos ni de alimentos, si te rompes una pierna te quedas con ella rota y si te da un ictus te quedas también con él. No va a venir ninguna ambulancia, ni ningún helicóptero.
Diría que esta irrupción del estilo de vida occidental y este acercamiento forzado a la naturaleza me produce cierta paz, pero ni siquiera es cierto. He tenido que dedicar muchas de mis energías a reparar daños sufridos durante la noche y a garantizar que durante los próximos días pueda contar con leña, agua y las tres o cuatro cosas necesarias para seguir con vida. Me he preocupado también por los vecinos más desprotegidos que ni siquiera pueden salir de sus casas. No he hecho otra cosa que sobrevivir, y eso es bastante cansado.
Durante los próximos días pasarán cosas que normalmente no supondrían ningún reto, pero que en las circunstancias actuales van a ser extremadamente problemáticas para algunas personas. Creo que cuento con recursos para afrontarlos, pero alguien habrá que no.
Esta nevada nos plantea un cambio de panorama en el que el paisaje y la orografía constituyen únicamente un símbolo del abandono al que estamos sometidos ante la cruel madre naturaleza. Nos vemos obligados a enfrentarnos a la adversidad, incluso con la fuerza de nuestros brazos y la cadencia de nuestras paladas, en una lucha contra reloj para que toda la nieve acumulada no se convierta en hielo y nos sepulte aún más en un estado de confinamiento que ya un buen conocido de todos nosotros.
Y en realidad esto no es una tormenta particularmente dura. Lo es para las llanuras castellanas, pero no es nada excepcional en otros lugares del mundo en los que no tendrían permiso para dejar de ir a sus trabajos, ni para dejar de ser martes o sábado.
El devenir de los acontecimientos nos puede traer cosas mucho peores que una tormenta o un virus. Seguramente no tendremos capacidad para prevenir que ocurran, por lo que como mucho podremos navegar en su corriente para evitar que nos destruya. ¿Sabemos estar preparados?
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