Ruego a los lectores que acepten mi salutación. Supongo que es lo más lógico que puedo decir después de tantos meses sin escribir por aquí. Últimamente siento pocos motivos para dejarme caer por esta bitácora, y bastantes para no hacerlo, como se podrá haber leído en artículos anteriores.
Pero aunque no sienta muchas ganas de publicar artículos en mi diario personal, sí siento que hay unas buenas razones para hacerlo. El deseo de comunicarme con algunas personas, la posibilidad de reflexionar como persona haciéndolo, el mismo valor intrínseco del acto de escribir… aunque ninguno de ellos ha sido en sí mismo suficiente para vencer a la sensación de absoluta falta de valor y sentido.
Lo que me ha llevado a escribir este artículo está relacionado con un anécdota que me ocurrió hace unas semanas, con el confinamiento ya “acabado”, sumido en esta “nueva normalidad” en la que no puedo hacer una buena cantidad de las cosas que hacían mi vida “normal”.
Lo que ocurrió, principalmente, fue que la tienda de informática del pueblo de al lado ha tenido la mala fortuna de quebrar durante el citado confinamiento. Desconozco las causas exactas y las circunstancias concretas, pero sí sé que algunos abueletes de mis cercanías se han quedado sin un sitio en el que arreglar sus computadores… y por aquí es bien sabido que yo tengo mano con estos asuntos, así que me llaman, y yo acudo.
Por lo general los problemas que tienen son muy fáciles de resolver. Estas personas normalmente realizan un pequeño número de tareas que repiten cada día, de manera que cuando algo tan simple como una actualización cambia la forma en la que se realiza, se pueden sentir atascados. En alguna ocasión mi tarea consiste simplemente en explicarles cómo lo tienen que hacer ahora, y cuando no, lo normal es que tenga que hacer un par de ajustes o como mucho limpiar un disipador.
Mientras ejecuto estas tareas, ellos suelen contarme algún aspecto de sus vidas. Es muy normal porque la mayoría de ellos me han visto corretear por los caminos desde que tengo tres años, y a mí me gusta escuchar sus historias, entre otras cosas porque a mí la muerte me ha negado la sabiduría de mis antecesores.
De hecho, considero que con esta sabiduría ya me pagan con creces, así que cuando me preguntan que qué me deben, yo les digo algo como: “¿Qué ocurre? ¿Es que tu pensión es tan grande que te sobra el dinero?”. A mí no me sobra, pero desde mi ética me parecería mal cobrarles por cambiar una opción del navegador.
Uno de estos señores me contó la anécdota que mencionaba antes. Básicamente un amigo de los tiempos pretéritos le había mandado una copia de una foto en la que salían ellos y otros cuatro jóvenes, vestidos de traje en la universidad. Se trata de una foto de los años sesenta, para ponerlo en contexto.
Gracias a la foto, a los recursos de internet, y también al tesón de este abuelete, pudo localizar a varios de los que aparecían en la foto y compartir con ellos hermosas conversaciones en las que se dijeron cómo les había ido la vida. Me lo contó casi entre lágrimas.
Y ya cuando su ordenador estaba perfectamente y ya me despedía, me dijo: “tengo grandes recuerdos en la memoria, y siguen ahí, pero no accedo a ellos porque no tengo un índice. Los jóvenes deberíais desarrollar sistemas para poder acceder al contenido pasado, índices para vuestras vidas”.
Y yo le contesté que llevo un diario digital en el que publico miles de artículos, y que se puede realizar búsquedas con posterioridad para encontrar mucho tipo de contenido, cosa que tengo que hacer de vez en cuando.
La verdad es que dudo que yo llegue a tener las necesidades de este señor, ¡y de hecho dudo siquiera que llegue a vivir tanto, vistos mis antecedentes familiares! Pero por si acaso se da la circunstancia de que llego a ser tan mayor, no me he causado un daño cerebral intentando suicidarme o en una pelea, y no ha colapsado la civilización… bueno, seguiré dejando registros.
Quizá sean útiles para alguien de estos tiempos (los años veinte), pero si no… si el yo futuro es el único lector al que han interesado estas palabras… espero que te hayan sido útiles o al menos entretenidas, y ruego que por el momento aceptes mi despedida.
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