Dentro de un día entrará en vigor el primer paquete de medidas de los muchos que vamos a tener que obedecer en mayor o menor medida las personas que vivimos en este país, y yo soy uno de esos, y curiosamente ya estoy notando sus efectos de los que quiero escribir.
No podría reflexionar sobre este asunto sin imprecar contra los nefastos políticos que son capaces de permitir una manifestación y un mitin en pleno inicio de la crisis para luego ponerse ellos malos y prohibirnos a los demás hasta salir a un campo en el que no haya absolutamente nadie, a no ser que tengas perro o vayas a cortarte el pelo, que entonces sí.
Así que este primer artículo en una sopa de odio con tropezones de asco y desprecio, pero supongo que los que ya me conozcan ya saben que yo pondría a todos los políticos a… bueno, a varear la oliva.
Pero esos despojos de la humanidad, obviamente dotados de un intelecto limitado y cegado por el peso de su injustificado e ilimitado ego crean leyes, y eso coloca a las personas como yo, frecuentes disruptores de muchas otras leyes en un debate interno: ¿debo obedecer a estas leyes, o como otras, limpiarme el culo -discretamente- con ellas?
En este sentido he podido observar que un sentimiento buenista se ha apoderado de la sociedad, o por lo menos de una buena parte de la madrileña que con diligencia sale a los balcones a aplaudir a los enfermeros y otros participantes del sistema de salud que heroicamente conforman la primera línea de fuego.
Bueno, como persona que ha pasado el último año muy en contacto con el sistema de salud tengo que decir que algunas de estas personas son esforzados sujetos -héroes si queréis- con una vocación de ayuda digna de mención, y que otros son unos canallas miserables capaces de ponerse a fumar en la salida de oncología donde pasan los enfermos con cáncer de pulmón, pero que todos, absolutamente todos, son personas que tienen un contrato y que van porque cobran un sueldo, porque son trabajadores. De acuerdo, quizá habría alguno que iría incluso aunque no le pagaran, pero creo que no serían muchos.
Y no pretendo con esto trivializar su tarea o condición, sino al contrario. Lo que quiero decir es que una vez más el sistema nos tiene a todos los trabajadores pillados por donde más nos duele: el sustento. ¿Así como vamos a tomar decisiones libremente? Operarios de maquinaria, envasadores, transportistas, informáticos, médicos… bueno, no todos estamos en contacto con montones de enfermos que ponen nuestra vida en riesgo… pero todos vamos a acabar contagiados porque la cuarentena dice que no podemos ir a un bar pero sí dice que podemos ir a trabajar, que eso sí es responsable.
Pero esto no va de quién se contagia y quién no. A estas alturas todos sabemos que se trata de no sobrepasar la capacidad del sistema de salud hasta el límite en el que no puedan ni atendernos tras un accidente de tráfico o cualquier otro incidente. Pero no nos engañemos, amigos trabajadores (por aquí no pasará ninguna rata de político), el culpable no es el que va a un bar o al que es embestido por un camión cuyo conductor lleva trabajando quince horas, el culpable es el político que ha decidido adelgazar el sistema de salud hasta hacerlo anoréxico, legislatura tras legislatura. El culpable es el político que decidió desmontar una unidad militar capaz de desplegar un enorme hospital en cualquier lugar del país. Cuando nos dicen que nos quedemos en casa y seamos responsables lo que estamos haciendo no es tener conciencia cívica, es lavar y blanquear el robo continuado que ha sucedido y seguirá sucediendo. El claro establecimiento de una clase noble que no vive con las mismas normas que el trabajador.
Y ese es uno de los motivos por los que el día cero de la cuarentena ya estoy molesto, y preguntándome cuántas normas tendenciosas voy a respetar. Igual me voy al campo y hago prácticas de supervivencia. Ahí seguro que no me pillo un coronavirus, cosa que seguro que sí acabaré haciendo si voy a trabajar.
Tengo más chorradas que decir. Si no hago eso del campo, la escribiré por aquí.
Entradas similares: