Mi madre era muchas cosas. Era una madre, era una feminista de tomo y lomo, era una médico y una científica, era una deportista consumadada, era una ecologista conienciada, una atea practicante, y por supuesto una izquierdista convencida. También era una persona rígida, sociable, habladora, ahorradora y leal, pero por encima de todas estas cosas era, y lo pongo en negrita, una persona
ordenada.
Esto era evidente para cualquiera de los que la conocíamos un mínimo, pero desde luego lo era para mí que conviví con ella todos los 37 años que tengo cuando escribo estas líneas, y algunos meses más. Y conmigo tenía una tendencia particular para hablar de su pasado, especialmente cuando ella ya no conducía y me había delegado el manejo del vehículo familiar. En esos momentos yo me quedaba callado, dejando que ella llevara totalmente el hilo a su ritmo, y solo de vez en cuando le preguntaba algún aspecto del que me entraban dudas. Por eso creo que puedo escribir sobre su vida con cierto conocimiento.
No obstante debo aclarar que esto no es un tratado de historia, así que probablemente alguno de sus hermanos podría corregir datos erróneos o mal interpretados. No obstante este artículo no pretende ser acertado al ciento por ciento, es un artículo de un hijo sobre la vida de su madre fallecida, y nada más.
Eso no significa que yo sea acrítico o que vaya a santificar a mi madre en este texto o en otros. Tengo buena opinión de mi madre en muchos aspectos, pero no era para nada una persona perfecta y recuerdo perfectamente aspectos de su personalidad y su conducta que no me parecían bien, y que citaré específicamente. Quede claro, no obstante, que todos los aspectos en los que me dañó están superados desde hace muchos años, y que creo que en balance mi madre fue un persona que aportó más de lo que tomó.
Iré al principio.
Cuando mi madre nació, el 24 de agosto de 1954, pesabas más de cuatro kilos, lo cual no era algo extremadamte raro en la familia porque la abuela Frías debía estar genéticamente bien dotada para esto de los partos. No en vano tuvo ocho hijos, y entre los dos primeros, que eran gemelos, pesaban más de siete quilos.
Para entender el ambiente en el que se crió hay que remontarse algo más atrás en el tiempo. El abuelo Frías había participado en la guerra civil y en la segunda guerra mundial, en el seno de la división azul. Ahí se había distinguido junto con sus compañeros y había sido merecedor de una cruz de hierro, dos distinciones por asalto con bayoneta, y otro montón de méritos que soy incapaz de recitar. Simplemente quiero dejar claro que era un señor falangista muy vivido y muy convencido de sus ideas.
Pero en contra de lo que se pudiera pensar, mi abuelo no hacía particular gala de sus méritos de guerra ni contaba batallitas que prácticamente había que sacarle con cucharilla. Yo conocí estas historias más por los hermosos dioramas que él montaba de la segunda guerra mundial, y de los que me acuerdo mucho cuando monto escenografía de Warhammer.
Así que si tengo que hablar de ese ambiente, diría que mi abuelo era más un hombre de su pueblo y de su familia que un hombre de guerra, por lo que mi madre tenía un sinfín de hermosas anécdotas de su infancia, sus padres y sobre todo de sus hermanos. Como quizá se ha ido intuyendo, los hermanos de mi madre eran por entonces unos gamberros de buen porte físico e infinita energía que ocasionaban la desesperación de vecinos y profesores.
Según decía mi madre, el abuelo Frías era un hombre que resultaba muy contradictorio. Por ejemplo, propugnaba literalmente por la lealtad fraternal (“¡al hermano se le defiende y luego se le pregunta!”), pero por otra parte instaba a mi madre con todo tipo de trucos para que se chivase de lo que habían hecho sus hermanos, cosa que ella hacía, porque, según sus propias palabras, era una niña dulce e inocente, cosa que creo que le valió para que su padre nunca le levantara la mano.
Pero mi madre acabó por aprender la lealtad por su hermanos que su padre propungaba porque estos si no, no la dejaban acompañarlos. Traeré una anécdota al respecto: mis tíos encontraron un cuartel abandonado de la guerra con cajas de munición, y se dedicaron a desmontar las balas, hicieron una montaña de pólvora, pusieron en ella los casquillos, se pusieron a cubierto y encendieron un reguero. La única herida fue mi madre en una mano, a la que encomendaron decir que fue por un caída. Mi madre resistió la presión paterna y se ganó la confianza de sus hermanos.
He escuchado docenas de anécdotas así, hasta el punto de que me parece un milagro que los Frías sobrevivieran todos a la infancia y pudieran ser adultos respetables. Una que me parece impresionante es que jugaban a pasar enganchados por los cables eléctricos con la mala fortuna de que un invitado -un no Frías, claro- se enganchó simultáneamente en dos cables diferentes provocándose la electrocución. Mi tío Julio (que a fecha de hoy sigue siendo un tío
durísimo) saltó hasta él y se enganchó de sus piernas, provocando su caída y salvándole la vida. Muchísimos años después la madre del muchacho tenía una gran devoción hacia Julio por este acto, ¡y no me extraña!
Como he dicho, muchas personas podrían pensarse que mi abuelo era un hombre rígido y duro, y quizá lo era, pero como persona contradictoria tenía un gran cariño por sus hijos y sus congéneres. Él era profesor de educación física en el instituto del pueblo en el que había sido destinado, pero también era “inspector del movimiento”, así que en definitiva era una fuerza viva del pueblo que se desvivió por conseguir un lugar mejor para todos. Consiguió abrir la piscina municipal, una emisora de radio, organizaba unas cabalgatas de reyes de caerse de espaldas, y sobre todo consiguió que tuvieran una residencia para estudiantes. Por lo visto mi abuelo recorrió todas las granjas del lugar y convenció a todos los granjeros de que escolarizaran a sus hijos, cosa que a priori no querían.
Esto me lleva a la escolarización de mi madre. Como se entenderá, el instituto era para chicos así que la hermana mayor de mi madre no había estudiado en absoluto. Mi madre tenía una educación conjunta con una maestra del pueblo, pero según ella misma, no tenía ningún nivel de nada. Siendo muy jovencita (¿siete años?) se enteró de que había unas pruebas de escolarización y se lo propuso a sus padres, quienes opusieron resistencia, pero no mucha.
Según mi madre, la clave del éxito en este aspecto y muchos de su vida posterior, fue que ella pensaba que era estúpida, cosa que le había repetido su profesora y otras personas. Como pensaba que era estúpida, preparaba sus exámenes más que ninguna de sus compañeras, así que fue a la prueba muy concentrada y muy preparada, pero resultó que dicha prueba no tenía preguntas de historia ni de matemáticas, sino que debía ser -por cómo me lo describía- algún tipo de test de inteligencia infantil. ¿Y adivinan?, mi madre fue la que sacó la mejor nota y la única que recibió el honor de poder estudiar.
Por desgracia en el pueblo no había un centro femenino, y el abuelo Frías no contaba con recursos para mandarla a estudiar, pero era un hombre con contactos que sabía cómo había que hacer las instancias, así que mi madre pudo contar con una beca y fue internada en un colegio de monjas, ¡¡un periodo de su vida que odió y que recordaba con absoluta aprensión!!
Como ya he dicho, mi madre pensaba que era estúpida y lo siguió pensando muchos años, especialmente en el internado donde la vilipendiaban constantemente. Mi madre me contó que había tres tipos de niñas: aquellas cuyos padres pagaban por su educación, que tenían un trato más o menos decente, las que tenían una beca que más bien no, y aquellas cuyos padres no pagaban ni tenían beca. Estas recibían educación pero debían pagarlo con trabajo infantil, así que se pueden imaginar los lectores: lo mismo llamaban a una en medio de una clase para que fuera a desatascar un retrete.
Mi madre no solo se sentía estúpida porque la insultaran, sino porque ella había sido incluida en el sistema educativo uno o dos años tarde, así que los conocimientos abstractos se le escapaban por un poco, y debido a ello tenía un retraso en las clases de matemáticas.
Pero había algo que a mi madre se le daba excepcionalmente, ¡y era el arte! En una ocasión dibujó un caballo muy correcto, así que la monja le preguntó a mi madre de dónde lo había calcado. Mi madre, inocente y feliz le respondió que de ninguna parte, que había imaginado un caballo, así que la monja la abofeteó y la castigó por mentir. Desde entonces mi madre dibujó mal a posta para que no le pegaran... y así se cortó su talento.
Pero esto no es lo peor que me refirió de las monjas, porque según ella se produjeron constntes abusos sexuales hacia las niñas. Ella hablaba particularmente de una estudiante que se resistía a que la monja entrara en su ducha y a la que la monja también hostiaba… ¡y aún así nunca se doblegó! Mi made hablaba con mucho respeto de esta niña a la que no violaron y que se iba con la cara caliente a dormir, pero siempre serena, intacta y orgullosa.
Mi madre dice que ella nunca recibió abusos sexuales, y siempre ha sido muy explícita conmigo en prácticamente todos los aspectos, así que a falta de nueva información no tengo nada que añadir a este respecto.
Cuando acababa el curso, mi madre volvía a casa en verano, pero ella siempre decía que sentía que no tenía casa en ningún lado, que odiaba el internado y que la casa de los Frías tampoco era su casa, pero en cualquier caso siempre decía que le alegraba ver a sus hermanos, ¡y conociéndolos bien, no me extraña!
Conozco más detalles de su estancia en el internado, pero creo que es más oportuno pasar página al momento en el que superó dichos estudios y una vez más fue sometida a un examen con el que podrían intentar acceder a estudios universitarios. Mi madre estudió hasta matarse, pues se sabía más estúpida que las demás, y ¿adivinan? Tuvo éxito y pudo obtener una beca para cursar estudios preuniversitarios en una universidad laboral, que en este caso fue en Zaragoza donde ya estudiaba uno de sus hermanos mayores, Toño. A mi madre le sorprendió mucho este lugar, en primer lugar porque tenía mucha más libertad, y en segundo lugar porque podía preguntar sus dudas sin que le dieran dos hostias. Así que preguntó constantemente y finalmente pudo ponerse al día en matematicas, que siempre fue su talón de Aquiles. Llegado el momento pudo elegir qué carrera cursar, y se decidió por medicina, porque era algo con futuro.
A todo esto que en su casa fue un drama porque la niña se iba a ir de casa definitvamente. Mi abuela culpó a los estudios de esta desgracia, pero mi abuelo, que debía ser más práctico, se ocupó de que tuviera una beca universitaria. Mi madre siempre hablaba de esta beca como si fuese una condena, porque si le quedaba alguna en septiembre la mandarían a casa, y ella tenía pánico a perder la libertad que había adquirido. Vaya, si están pensando en una niña inocente e indefensa se están equivocando un poco porque la vida ya la había fogueado un poco. Baste decir que en su estancia en el colegio mayor de la universidad laboral ya se había acostumbrado a romper las normas y a desafiar a la autoridad -una costumbre familiar, por cierto-. De vez en cuando la pillaban, y la amenazaban:
-He escrito varias cartas a su padre -le dijeron en una ocasión-, su mala conducta va a tener conscuencias.
-¡Voy a empapelar mi habitación este verano con sus cartas! -le había respondido ella.
Y cumplió su amenaza. ¿Saben por qué? Gracias a la ya mencionada lealtad fraternal que el abuelo Frías había enseñado… ¡pues uno de sus hermanos interceptaba siempre las citadas cartas, y se las tenía guardadas, listas para empapelar la habitación!
Así que como he dicho, el carácter rebelde ya era una parte de mi madre cuando entró en la universidad, y no era lo único. Por aquel entonces ya seguramente sería bastante roja, indudablemente feminista y sin duda una adalid de la libertad, como también lo fue alguno de sus hermanos mayores, que eran sindicalistas cuando te podían matar por ello. Lo que sí seguía siendo era muy tímida y aún inexperta, pero también hay que entender que había muy pocas chicas en un entorno totalmente masculino.
Pero bueno, nada de esto le impidó, pese a sentirse más estúpida que las demás, aprobar todas las asignaturas, casi todas en junio y muy rara vez una o dos en septiembre. Pero esto le generaba un pánico muy importante.
Creo que fue en anatomía que hizo un examen perfecto, pero en el que puso una burrada sobre las glándulas suprarrenales. El profesor le suspendió por esta burrada, y en la corrección ella no pudo evitar echarse a llorar.
-¡Pero no te preocupes, mujer, si es evidente que te lo sabes a la perfección! En septiembre apruebas seguro.
Supongo que se puede entender el miedo que tenía mi madre a perder su beca y verse obligada a regresar al hogar familia donde tendría que dedicarse a hacer tareas del hogar y ocasionalmente casarte son algún hombre local. Pero nada de eso ocurrió, sino que mi madre finalmente sí que fue médico.
Mi madre me contó muchísimas anécdotas de cuando estudiaba, de las que paso a destacar una muy divertida. Estaba ella en una habitación de prácticas con otros estudiantes, siendo ella la más joven. Entonces entró el médico instructor y dijo:
-No sé si me cago o me corro, pero estoy mojado todo el día.
Supongo que debía hacer calor y simplemente sudaba, pero él no era consciente de que había una mujer en la sala. Todos los estudiantes miraron a mi madre, y finalmente el médico lo hizo, tras lo cual abrió la puerta y se largó corriendo por donde había venido, probablemente a esconderse bajo una piedra.
Toda la sala rompió a reír a mandíbula batiente, y aunque mi madre nos lo contaba riéndose también, dice que el momento lo pasó fatal.
En todo este ambiente mi madre hizo algo que yo personalmente considero uno de sus grandes fallos y que me cuesta perdonarle: fumó, y lo hizo durante bastantes años, parando durante sus embarazos pero regresando después, hasta que finalmente se concienciara y lo dejara. ¿Tendría esta fea costumbre relación con los cánceres que sufrió? ¿Qué sabré yo?
Tampoco tengo ordenados todos los hechos durante este periodo, pero en algún momento de ellos conoció al que sería su marido y maltratador. Por aquel entonces salía con algunas estudiantes y conocían chicos, pero ella dice que se le daba fatal. También hay que entender que otro de los pánicos de mi madre era quedarse embarazada, y no poder estudiar, y perder la beca… en fin, ya conocen el resto de la secuencia. El caso es que mi madre era intencionadamente bastante estrecha y no se puso a tener relaciones hasta que tuvo la certeza de que controlaba perfectamente todo lo que pasaba. Ni qué decir que conseguir métodos anticoncpetivos era difícil por aquel entonces, pero ellos eran estudiantes avanzados de medicina, así que finalmente tuvieron éxito.
El caso es que mi madre pasó a vivir con su novio, quien era mayor que ella y ya tenía un trabajo como médico oftalmólogo. Hay una anécdota muy graciosa de este periodo en la que mi madre acompañó a su novio a una guardia, y estaban teniendo relaciones sexuales cuando se presentó un señor con una urgencia. Su novio se puso una bata rápidamente y salió a atender la urgencia, con la mala fortuna de que no la cerró adecuadamente y le asomó la estaca durante toda la consulta.
Supongo que mi madre veía con buenos ojos su relación, porque finalmente se decidió a decirles a sus padres que se iba a vivir con él. Tenía mucho pánico a esta situación, por lo que cuando fue a la casa de su padre, se preocupó de que estuviera uno de sus hermanos mayores ya previamente compinchados, ¡pero este se hizo caquita y la dejo sola en el momento del máximo peligro! Mi madre tenía miedo porque el abuelo tenía un arma de la segunda guerra mundial, y ya he señalado que era experto en el combate con bayoneta... así que postergó el momento.
Finalmente quedaron en un restaurante público, y armados de valor se lo dijeron… ¡y aquello fue un drama! Pero no parte del abuelo, sino de la abuela. Cuando las cosas se calmaron, el abuelo Frías simplemente dijo:
-Te la llevas porque es mayor de veintiuno.
Las cosas en España habían cambiado mucho por aquel entonces. Franco había fallecido y era la época del destape, de la transición y de todas estas cosas. La familia Frías se había ido de aquel pueblo de Aragón tiempo atrás, pues supongo que ya no pintaba nada un inspector del movimiento, y vivía en Aranjuez. Estos hechos que cito ya ocurrían en Madrid, donde mis padre finalmente alquilaron un piso en la calle Toledo, donde yo viví dos años y muy cerca de donde actualmente jugamos al rol.
En esto, el novio de mi madre tuvo una buena actitud -y mira que le he visto hacer idioteces-: insistió mucho en ir a visitar a los abuelos Frías y que mi madre no perdiera el contacto. Por aquel entonces mi madre estaba muy enfadada con ellos y no quería ni verlos, pero finalmente por insistencia de su novio se abrió una época de comprensión y contacto, y, ¿adivinan?, el abuelo Frías llegó realmente a apreciar al novio de mi madre, hasta el punto de que creo que dijo de él que era el yerno perfecto. Creo que con el tiempo se habría tenido que retractar.
Mi madre aprobó su último examen preñada de su primera hija en el año 79. Poco después, días antes de dar a luz, fue sola al cine a ver “Alien, el octavo pasajero”, película que siempre citaba entre sus muy favoritas. Iba sin tener ni idea de lo que iba a ver, así que alucinó. Me contaba que a su lado estaba sentado un militar de uniforme que se levantaba constamente y se iba al baño mientras decía.
-Esto es insoportable.
Luego volvía y se quedaba en el pasillo, como mirando con reservas. Ah, sin duda era otra época.
Aunque mi madre dedicó mucho tiempo a criar a los hijos, se sacó la especialidad en oftalmología, pero durante unos años era su marido el que trabajaba. Y digo marido porque... sí, se habían casado por lo civil en un juzgado en el que la trataron de puta, así que tampoco es un episodio trascendente. El caso es que ella truncó su carrera profesional y él no, cosa que va a ser trascendente más adelante.
Poco después de su primera hija tuvo al segundo. El día anterior ella había estado en la noria del parque de atracciones, y el hijo nació con el cordón umbilical enrollado en el cuello. Pudo haber muerto, pero vivió y 37 años después se dedica a escribir en este blog.
Por aquel entonces su hermano Julio se había metido en una cooperativa de viviendas que salían muy económicas, y que eran un espacio mucho más amable para criar una familia. Ellos se metieron también, y tras superar unos desmanes importantes… ¡mi madre tuvo su propia casa, en la que viviría casi todo el resto de su vida!
No quiero que esto se convierta en una historia sobre mí, cosa de la que si eso ya escribiré otro día, pero desde este momento empiezo a meclar las cosas que mi madre me contaba con las que yo mismo recuerdo, y yo siempre recuerdo a mi madre como una persona infeliz y bastante frustrada con su trabajo -en un centro de reconocimiento de conductores- y con su matrimonio. Lo que vi siempre en su marido fue una decadencia hasta que muchos años después se volvió un imbécil constatado, pero en ella también sentí cosas muy contradictorias. Está claro que nos quería a mí y a mi hermana, pero como ella no podía desarrollar su personalidad en sus relaciones y su trabajo, la proyectaba sobre su casa, y por eso siempre digo que la casa era suya y no de su marido, porque volcó absolutamente todo lo que tenía hasta un nivel de manía y obsesión. Y hablo de una persona que regañaba por todo, hasta el punto de que cuando yo tenía seis años empecé a irme de casa a dar paseos por el pueblo cuando ella regresaba de trabajar, y en realidad tampoco me gustaba demasiado el pueblo.
Pero pese a todo, en los momentos más oscuros se podía contar con ella. Yo sufrí una afección física y sin duda estuvo conmigo, y cuando mi hermana tuvo un cáncer de tiroides, ella fue un apoyo importantísimo, si no el mayor.
Pero cuando las cosas no eran graves… no puedo decir que mi madre me pareciera el mayor de los apoyos. Recuerdo que en una ocasión perdí el autobus en el pueblo de al lado, con la mala fortuna de que la carretera estaba en obras y había que dar un rodeo de unos nueve kilómetros. Llamé desde una cabina telefónica, y me dijo que estaba muy cómoda viendo la tele.
Así que me puse a andar. Nueve kilómetros son un taco, me pareció mejor tres en línea recta, y no me arrepentí de la decisión, porque en el barrizal de la obra un motorista había quedado encallado. Entre los dos sacamos la moto, pero me puse de barro hasta las orejas. Y claro, cuando llegué me llevé una bronca espectacular.
Quiero decir que en aquel momento me sentó mal, y que en muchas ocasiones mi madre me hizo sentir que valía mucho menos que los objetos caros de la casa, hasta el punto de que tuve un listado de en qué lugar me sentía, pero la verdad es que pude pasar página de estos eventos sin tener que hablarlo formalmente con ella, porque años más tarde hizo algo que lo compensó.
Yo creo que todo esto habría sido mucho más fácil para mi madre si ella hubiera tenido amistades -como más tarde sí tuvo-, pero la verdad es que creo que de hecho su marido boicoteaba estas amistades, no porque quisiera tenerla más controlada, sino porque era un paranoico pesado que criticaba a todo el mundo.
No sé cómo señalar lo mal que lo hizo este señor. Con él todo era aleatorio, arbitrario y descontrolado. Se cabreaba con ella y con cualquiera por cosas que no tenían ninguna importancia, era intolerante, se agobiaba por cualquier chorrada, se perdía por las calles, era un caprichoso autocomplaciente y no tenía ningún control de las finanzas, hasta el punto de que yo tenía la sensación de que éramos pobres.
Y encima ni siquiera era algo estable, sino que fue degenerando de una forma manifiesta, hasta que consiguió discutir e insultar a todos los Frías, echar a su hija de casa, y finalmente echarme a mí. Y todos éramos personas que le aguantábamos todas sus
GILIPOLLECES, que no eran pocas, y habríamos seguido aguantándoselas el tiempo que fuera, no por él, sino por mi madre. Pero así son las cosas que algunos imbéciles cavan su propia tumba, y este señor se la cavó bien profunda.
Porque el día que me echó de casa yo no me achanté ni me plegué a sus normas. Esta es una historia bastante más compleja, pero yo tenía dónde caerme muerto y tenía claro que podría echarme, pero que no me iría sin decirle cuatro cosas que opinaba sobre lo que había hecho, así que se lo dije, con muy malas formas y sin cortarme un pelo. Y a mi madre le encantó porque al fin alguien le plantó cara de forma explícita.
Así que mi madre dijo “basta”. Dijo “esta casa también es mía y este hijo mío vive en mi mitad, y si no te gusta te jodes”. Y sé que lo hizo por mí, pero también sé que lo hizo por ella porque tenía miedo de quedarse sola con ese imbécil que maltrataba a todo el mundo menos a mí que nunca me dejé, y me dijo que por favor que no me fuera.
Y vino una época con muchísimo sufrimiento y con muchas lágrimas para mi madre, pero también una época de crecer y de terminar de complementar su carácter escapando del marido que la había tenido constreñida. Mi madre tenía miedo de perder la casa y tenía miedo de no tener dinero para sobrevivir, porque desde este momento sus condiciones económicas fueron un poco malas. Pero la verdad es que no le faltó apoyo, y no me refiero a mí mismo que estuve cuando ella estuvo mal, sino a sus hermanos que demostraron un aprecio por ella
INFINITO.
Como no podía ser de otra forma, el señor est puso una demanda de divorcio que en realidad fue su condena, y mi madre se cagó de miedo. Se preguntaba, ¿cómo puedo yo llevar las finanzas de una casa si soy una persona bastante estúpida y mi marido dice que es imposible llevarla con los sueldos de los dos? Y yo le respondía que eso era un embuste del caprichoso de mi padre, que yo había hecho cuentas y que lo que decía su marido era una mentira para llevarla por donde él quería, que era vender la casa.
El caso es que era perfectamente posible que la casa en la que ella había vertido tanto acabara vendida por mandato judicial, así que habló de ello con todo el mundo, no porque pidiera nada, sino porque necesitaba exteriorizarlo. Y como digo, sus hermanos estuvieron al nivel.
-¿Qué hago si el juez nos obliga a vender la casa? -le preguntó a su hermano Fernando, el que más adelante quiso darle su hígado.
-No creo que se de el caso porque tú aún vives con tu hijo que está estudiando, pero si se da, y no hay otra opción, te vienes a vivir a la casa de la Lala.
Hay que decir que por aquel entonces la abuela estaba en un asilo, y que la casa, aunque estaba vacía, había pasado a ser gestionada de facto por Fernando.
-¿Puedo hacerlo? -preguntó ella.
-¡¡Pues claro que puedes!! -le respondió-. ¡Es tan tuya como de cualquier hermano!
Así que poco después mi madre me vino y me dijo que si no había otro remedio que iría a casa de la abuela, que si me parecía bien y estaría dispuesto a ir con ella.
Yo le dije que sí, pero porque quería calmarla. No estaba dispuesto a que renunciara a su casa y sí estaba dispuesto a hacer muchas cosas. No en vano había vivido mucho tiempo con el enemigo y lo conocía muy bien, así que jugué mis cartas librando una guerra con mucha paciencia.
Lo peor para ella durante este periodo es que seguía obligada a vivir con él. Tengo una anécdota que expresa muy bien cómo fue este periodo. Mi madre había vuelto de su trabajo relativamente tarde porque el atasco había retrasado al autobus y porque cuando se retrasan los autobuses no llegan hasta mi pueblo, así que hizo autostop desde el pueblo de al lado y eso le llevó tiempo. Eso no lo sabía su marido, claro, quien por algún motivo que no puedo llegar a entender del todo se enfadó bastante. Hay que decir que en mi casa nunca nos había dado un calambre en el dedo por hacer autostop.
-¿Y por qué no me has llamado? -le preguntó él con muy poca paciencia.
-Te he llamado -dijo ella muy tranquila, casi silenciosa. Y se lo demostró: la llamada estaba tanto en el móvil de ella como en el de él.
Creo que él no se había entendido bien con el aparato, pero simplemente montó en cólera y empezó a gritarle un montón de tonterías, a llamarla histérica y decirle que no le gritara, lo cual era bastante estúpido porque ella no le había elevado la voz en absoluto.
-No tengo porqué aguantar esto -le interrumpió ella al fin-, déjame en paz.
Y lo dijo sin gritar en absoluto.
Él salió del hogar familiar pasando por delante de mí, y golpeó una puerta con furia. Creo que se hizo algo de daño en el pie.
Recuerdo que uno o dos días después él me pidió disculpas (¡a mí!) a su forma.
-Te hemos dado un espectáculo lamentable -me dijo, aplicando el plural.
Yo podía haber dicho que él había dado un espectáculo lamentable, que no podía maltratar a mi madre, pero sabía por mi hermana y por mi madre que no se ganaba nada de enfrentarse a él, de hecho creo que me estaba provocando porque siempre fue un retorcido. Pero yo ya tenía una buena respuesta a eso.
-Tú no tienes que disculparte ante tu hijo, esta es tu casa y yo soy un inquilino. No te proecupes por mí.
Claro que insistió, pero yo me enroqué en ese mismo argumento tres o cuatro veces. Cuando me centro soy bastante terco.
Como es evidente el marido de mi madre estaba muy perdido con respecto a la vida por aquel entonces, pero creo que sigue estándolo cuando escribo estas líneas. Pero en lo que se refiere a la cuestión de la economía familiar, él tenía la sartén por el mango. Esto se debe a que mientras había cuidado de los niños, él había progresado. Y anticipando el resultado posterior, el juez dicatminó que no tenía que aportar nada a mi madre.
NADA. Mi madre por aquel entonces tenía un trabajo que estaba yendo a peor y que iría mucho a peor hasta el año en el que enfermó, hasta un punto bastante miserable: mientras el padre de familia vive con más de dos mil euros mensuales, mi madre percibió del estado la cantidad de setencientos un euros con los que tenía que pagar su vida y todo lo que implica tener dos cánceres. Si alguien me habla del kharma, o de que exite un motivo para todo o algo así en este momento, le sacudo.
Quizá alguien se pregunte cómo mi madre llegó a esta situación tan miserable. Es algo a aclarar, pero antes de hacerlo tengo que decir que mi madre, en esa situación bastante mala vivió con lo mínimo pero con dignidad, y aún así se las arreglaba para dar dinero de vez en cuando a mi hermana.
Para entender cómo mi madre pudo acabar con una jubilación tan pobre hay que entender que ella no fue nunca una médico del sistema social ni tuvo una consulta privado porque estaba ocupada cuidando de sus hijos, pero, amigos, cuando sus hijos tuvieron suficiente edad para cuidar de sí mismos (y esta edad fue dos y cinco años, creo), ella se preocupó de trabajar. No tenía experiencia en medicina, pero sí el título de oftalmología, así que tuvo un puesto en un centro de reconocimiento de conductores: ya saben, ese incómodo trámtite en el que uno acaba renovándose el permiso de conducir… o el de armas. Y así mi madre dejó de ser médico y se convirtió en detective, porque, estimados lectores, a mi madre no se le pasaba ni uno. Si tenías sordera, te pillaba, si eras daltónico te pillaba, si tenías alta la tensión, te pillaba, y si fingías estar enfermo te pillaba también. Una vez un amigo de la familia que es transportista me preguntó si mi madre era muy estricta, porque tenía que renovarse el carnet y tenía una dolencia que no puedo comentar. Tras reírme un rato le recomendé otro centro.
Todo esto es algo muy curioso porque los centros de reconocimiento tienen menos problemas si son poco estrictos, porque a fin de cuentas el cliente es al que estás puteando, pero mi madre tenía una integridad profesional a prueba de bombas, y como ya he dicho, un talento para detectar las enfermedades de los conductores. Y es que la jodida además tenía mucha paciencia y si algo le olía mal se podía estar con el sujeto una hora hasta que le acababa pillando, y entonces cantaba.
Me estoy disipando bastante del asunto principal, pero para mí es relevante porque es una faceta importante de mi madre. Verán, cuando mi madre iba al médico siempre me decía que no dijera que ella era médico porque ella se consideraba totalmente alejada de la práctica médica y se sentía, básicamente, menos que cualquier médico, porque desde que su profesora le dijera que era idiota, como ya he relatado, ella siempre tuvo un complejo de inferioridad, pero en cierto sentido mi madre si ejerció como médico, y no solo como detective, porque me consta, porque me lo contó, que diagnosticó a docenas de personas de parkinson y demencia, no dejaba de mandar a personas al neurólogo o al cardiólogo, o incluso a urgencias siguiendo su criterio personal que solía estar acertado, ¿y por qué lo se?, porque luego iban a su centro a agradecerles que les hubieran salvado la vida y porque me llegan incluso ahora llamadas a su teléfono cuya linea no he dejado de pagar para poder comunicar a estas personas la triste noticia.
Esto evidencia, por desgracia, otra triste realidad, y es que muchas personas no tienen ninguna revisión médica en muchos años, más allá de la que puedan ocurrir en sus trabajos, de contar con esa prestación, o en este caso en los centros de reconocimiento de conductores. Tengo muchas anécdotas muy entrañables que no voy a contar por privacidad, pero quiero dejar constancia por escrito que mi madre, a pesar de su pobre opinión de su práctica médica, era una sanadora, y ejerció como tal durante muchos años. Y yo creo que lo hizo bien, especialmente para los recursos míseros con los que contaba.
Pero retomando el hilo, durante muchos de los años que realizó este trabajo, el estado, en su gran sabiduría, determinó que los médicos que estaban fuera del sistema público no podían cotizar en la seguridad social sino en algunas entidades privadas colaboradoras con el estado… ¿y adivinan? La entidad en la que ella cotizó durante años quebró, y no lo pudo hacer en peor momento.
Para colmo la homologación de la legislación europea hizo un roto a los centros de conductores y mi madre se encontró en una situación en la que ni siquiera podía cotizar decentemente, y en fin, eso le llevó a la situación de pobreza previamente mencionada.
Cuando se divorció de su marido, esta situación ya estaba sobre el papel, pero legalmente no valía nada, así que el juez no consideró los sueldos como bienes gananciales y mi madre recibió cero euros de su exmarido, pero cuando este se fue consiguió algo que a nivel personal le fue mucho más valioso: recibió la libertad.
Mi madre descubrió que las tareas que realizaba su marido no eran para nada excepcionales y que podía sacarlas adelante. Cuando alguien le ponía un problema, ella se mantenía en sus trece, y cuando no cedían, ella mandaba un burofax. Muy rápido tenía todo bajo control, y de hecho un día me vino toda orgullosa y me dijo que se había sacado la tarjeta del corte ingles.
-¿Y para qué quieres la tarjeta del corte inglés? No te viene a mano, es caro y ni siquiera te gusta especialmente.
-Ya, pero me la he sacado para mí.
Supongo que fue una victoria moral para ella, a pesar de que creo que no llegó a utilizarla ni una sola vez.
Pero en realidad había muchas cosas que le daban miedo a mi madre. Tenía un miedo pavoroso del estado, y particularmente de la hacienda pública y de la declaración anual. Intenté enseñarla, pero ella prefirió siempre que se la hiciera yo, a pesar de que soy tardón y dejado para estas cosas.
Aunque en realidad lo que más miedo le daba a mi madre era quedarse sola. Yo lo sabía muy bien y sentía que ella no se habría atrevido a divorciarse si no hubiera podido contar conmigo. Yo intenté ser un buen hijo y nunca le hice sentirse de menos ni nada así, ni pretendí forzar una conversación al respecto con ella, hasta que un día ocurrió por su voluntad.
Esto ocurrió cuando yo salía con mi anterior pareja, a quien no le gustaba que yo viviera con mi madre, cosa que puedo entender perfectamente. Puedo entender que incluso alguien piense que yo soy una especie de fracasado que nunca se fue de casa, e incluso respeto que lo piense, pero la verdad es que me da igual. Mi pareja de entonces había tenido una conversación conmigo en la que ella me pedía que tuviese un trabajo normal y nos fuésemos a un piso, y yo en general no participé en la conversación porque no tenía ninguna gana de explicarle que no encajaba con mis valores. El caso es que mi madre lo oyó, y le entró miedo, y uno o dos días después me vino y me preguntó, literalmente.
-¿Y qué va a ser de mí cuando te vayas?
Tuvo que hacer un esfuerzo importante, y no lloró, pero noté que por dentro estaba muy agobiada. Yo le expliqué que no me iba a ir, y que había estado callado en la conversación porque no merecía la pena intervenir, y que cuidaría de ella, y bueno, creo que lo hice. Para la mayoría de gente mi madre era una mujer dura y rígida, pero yo creía ver a la niña que quería dibujar y a la que pegaban las monjas.
Pero que conste que no cuidé de mi madre de una forma paternalista e interesada como habría hecho su marido. De acuerdo que le hacía la declaración de hacienda, pero ella estaba siempre delante y comprobaba cada dato con precisión. Y por ejemplo, muchos años atrás le regalé un ordenador, el cual le empezó dando tanto miedo como la hacienda pública… y acabó dominándolo tanto que era ella quien dirigía el aspecto informático de los centros en los que trabajaba.
Pero quiero que quede claro que mi madre no era en absoluto una persona débil de carácter o particularmente influenciable. Prueba de ello fue la inquebrantable voluntad con la que hizo deporte todos los días de su vida hasta que estuvo tan enferma que no pudo hacerlo más. Hay que entender que se trabaja de una mujer de metro setenta y dos y un porte bastante aceptable que no aparentaba la edad que realmente tenía. Y como todos los miembros de su familia, era de sangre caliente. No tenía ningún problema en gritarse con quien fuera y no tenía ningún problema en llegar a un enfrentamiento físico si se daban las circunstancias, y me consta que discutió muchas veces, ya fuera porque alguien fumara donde no podía fumar, o porque hiciera alguna guarrada en el supermercado, o por un asunto de tráfico. Sirva una anécdota que no sé si me han contado o si estaba delante, porque yo era muy pequeño. Ocurrió en el nudo de manoteras, que es uno de los trenzados peores del tráfico madrileño actual, donde ella frenó y el tipo de detrás le chocó. Ambos salieron del vehículo, y el que le había chocado, le increpó.
-¡Pero bueno! ¿Dónde le han enseñado a conducir? ¿Es que no sabe
frenar?
-¿Que no se frenar? -dijo ella, indignada-, ¡Si me ha chocado usted, gilipollas!
-Pero bueno, no insulte a mi marido -intervino la mujer del gilipollas.
-¡No le insulto, me limito a constatar lo evidente! -continuó mi madre, no haciendo por rebajar la tensión.
-¡Que sepa que no le pego porque es mujer! -intervino entonces el tipo.
-¿Pegarme? -dijo mi madre-. Pero si le puedo, ¡enano!, ¡¡gilipollas!!
No puedo contar esta anécdota sin reírme. Ni que decir que el gilipollas no le pegó, pero realmente creo que mi madre le habría hecho morder el asfalto. Pero creo que en este sentido mi madre no estuvo siempre dotada con la prudencia… digamos… socialmente aceptada.
En mi humilde opinión he encontrado que es relativamente fácil valorar la bondad de una persona en función de lo que está dispuesta a hacer por un completo desconocido. O sea, está claro que uno siempre hará todo lo posible por defenderse a sí mismo, o más aún por defender a un hijo, hermana o amado, pero, ¿y por un desconocido? Es algo que le pregunté a mi madre en alguna ocasión, y por lo que decía, tenía su dignidad en mucha más estima que sus habilidades médicas. ¿Y era verdad?
Pues sí, en múltiples ocasiones defendió a personas en situación de debilidad, y en más de una ocasión lo hicimos juntos, en equipo. Sin duda conmigo se sentía segura y podía dar rienda suelta a sus improperios multisílabos, pero claro, tengo que decir que normalmente la gente se corta conmigo, por decirlo de alguna manera, prefieren que las cosas no lleguen a las manos. Pero, ¿lo hacía también sin mí, poniendo en riesgo su seguridad?
Pues en múltiples ocasiones. Citaré una de tantas que le ocurrió en la calle, cerca de su trabajo. En esa ocasión lo que observó fue a un tipo maltratando de una forma muy obvia a su pareja, y me refiero a física y verbalmente. Por lo visto a mi madre se le encendió el piloto de la dignidad herida sumado al del feminismo más activo.
-¡Machista asqueroso! ¡Gilipollas! ¡Déjala en paz! -le debió gritar. No puedo garantizar las palabras exactas que utilizó porque lo he olvidado, pero más o menos recurro a su léxico habitual.
-¿Qué pintas, vieja? ¡Cállate! -le debió gritar a su vez el maltratador gilipollas.
-¡Que la dejes! ¡Ella es libre, no tiene por qué aguantar a un imbécil como tú!
Esta frase tampoco es literal, pero sí bastante aproximada. Creo que mi madre se vio a sí misma en aquella joven, y quiso darle lo que a ella no le habían dado: una oportunidad para correr.
Y vaya si se la dió: el gilipollas maltratador fue a agredir a mi madre, y la tipa pudo escapar de él. Por si quieren saberlo, ella también escapó sin lesiones porque pudo entrar en el portal de su trabajo, y el tipo se limitó a romper los cristales.
Más tarde le pregunté si no había tenido miedo. Ella me dijo que en el momento no, y que en realidad no habría cambiado lo que había hecho porque así lo había distraído y la chica había podido escapar. Por lo que se de mi madre, ella no tenía demasiado miedo a que la mataran, creo que le habría fastidiado mucho más pensar que había vivido como una miserable.
Y esto es en verdad lo que más valoro de mi madre, y por lo que ella siempre estuvo tranquila consigo misma. Es decir, no tenía en gran estima su inteligencia, ni su cultura, ni sus habilidades médicas, pero sabía que tenía una escala de valores con unos principios claros, y no los había traicionado. Y yo añado que aunque tenía tacos (y castigos) desproporcionados para faltas realmente pequeñas, a la hora de la verdad nunca le puso la mano encima a nadie, y yo creo que tuvo ocasiones, porque uno de sus valores no necesariamente heredados por sus descendientes era
el amor por la paz.
Es por esto por lo que a muchas personas nos duele tanto su muerte. O sea, sabemos que la muerte y la enfermedad es algo que no tiene nada que ver con la justicia, el kharma, Jehová u Odín. Pero nos duele que a una persona tan buena le pasen estas cosas porque sabemos que nosotros no lo somos.
En realidad podría alargarme mucho más. Podría contar docenas de anécdotas sobre las cosas que le gustaba hacer, sobre cómo nos trataba a sus hijos, sobre las hermosas palabras que tuvo con algunas personas días antes de su muerte. Podría hablar de lo que la navidad significaba para ella, o de cómo se entregaba meticulosamente para hacer algo bonito por mi hermana y por mí. Esos hechos en reallidad pertenecen a la intimidad familiar. Espero que algún día toda esa tristeza que siento se disipe y queden esos recuerdos hermosos en una neblina compasiva, aunque hoy por hoy no lo veo como algo ni remotamente cercano.
Sí hay una anécdota con la que quiero cerrar esa breve narración. Una personal, una que nos implica a ella y a mí.
Era una mañana de esas de quimioterapia de un día frío de invierno. Para cumplir con esta situación, salíamos de casa a las seis de la mañana para evitar el atasco y que no sufriera retrasos. Debido a los efectos de algunas cirujías ella iba sentada atrás, creo que con abrigo y gorro, y sin el cinturón de seguridad.
Ella todavía tenía fuerzas y no se veía la muerte cercana, pero ambos ya pensábamos en ello, como sería evidente por lo que me dijo.
-Sabes, hijo… de todos los años que he vivido, la mejor época ha sido estos últimos años desde que me divorcié y he vivido contigo, porque he sido libre y no he tenido miedo.
Yo estaba conduciendo y me pilló desprevenido. No fue un gran discurso, no utilizaba grandes palabras, pero a mí se me quedó grabado, como uno de los días más importantes de mi vida.
No sé que le dije, supongo que le diría que quizá tendría buenos días por delante, a pesar de que ninguno de los dos lo pensamos. Quizá simplemente le manifesté que me alegraba de haber compartido con ella esos años buenos, pero la verdad es que le estoy muy agradecido con esas palabras.
Mi madre era una persona rígida, fuerte y limpia. Era dura en sus juicios y muy vulnerable en sus debilidades, y con ese momento de sinceridad me hizo entender que yo había sido un buen hijo para ella. Eso me ayudó a poder afrontar los hechos siguientes con entereza, muchos de lo cuales ya he descrito en anteriores artículos.
Según va pasando el tiempo, esas palabras son más importantes para mí. Es verdad que ella hizo muchas cosas por mí, a fin de cuentas era mi madre y me profería el amor más sincero que una persona puede sentir, pero ella sentía que yo había sido un buen hijo, y yo sentí que había hecho lo que es debido, y seguí haciendo hasta el último de sus días que también tengo grabado.
Con ese reconocimiento yo he sentido que he sido un buen hijo para mi madre. ¿Puede todo el mundo decir eso? Pues no lo sé, pero yo sí puedo, y es algo que tengo en mi haber y que nadie puede quitarme. Ni la hacienda pública, ni el presidente del gobierno, ni el alcaide de una prisión turca. Yo puedo mirar a los ojos a cualquier persona y saber que llegado al momento yo di la talla e hice lo correcto.
Y el que opine lo contrario puede besarme el culo.
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