Recuerdo la primera vez en la que me conecté a internet. Creo que fue aproximadamente en el año 1996, cuando los usuarios totales en este país no superaban los doscientos mil, y para ponerlo en perspectiva, ahora pasamos de los treinta y nueve millones: por cada uno que había en 1996, ahora hay casi doscientos.
El internet de aquella época era muy diferente y estaba bien relleno de limitaciones que se fueron superando a una velocidad que a veces se nos hacía lenta, pero por cada año que pasaba sentíamos que las oportunidades iban creciendo… hasta cierto momento no muy preciso en el que el sueño de un progreso indefinido fue remplazado por el gobierno de empresas con aviesas intenciones.
Como usuarios, ya soñábamos con las prestaciones que esta conexión nos otorgaría, y yo personalmente tenía grandes ambiciones con respecto a lo que podría surgir, pero muchas de las opciones me han decepcionado tanto que a fecha de hoy echo de menos muchas de las características de 1996. Voy a comentarlas, no sin antes mencionar que es un poco difícil hablar de esa época a aquellos que han “despertado” en el internet de las redes sociales y de la administración electrónica. Aún así lo intentaré.
Uno de los aspectos que deseábamos en los tiempos pretéritos era la
universalización de la conexión. No es en sí un logro técnico, pero sin duda exige de unos cuantos que a fecha de hoy parece que se pueden dar prácticamente por cumplidos: en España nos conectamos un 92% de las personas, y en el mundo un 50%. No parece lejano el día en el que usar internet sea tan habitual como desplazarse en un vehículo con ruedas.
No voy a negar que esto ha traído ventajas incluso para mí, pero también ha incorporado asociados una serie de vicios sociales que o no teníamos antaño, o que pasaban más desapercibidos. Creo que el motivo es que el internet actual se ha construido precisamente sobre el principio de que su uso sea trivialmente fácil, de manera que es una disciplina que al no exigir esfuerzo alguno, no impone tampoco ninguna reflexión sobre su uso. En 1996 existían una buena cantidad de escollos técnicos que en sí mismos suponían una criba: no eran en sí mismas difíciles, pero exigían esfuerzo y ganas, así que no las ibas a afrontar para escribir un comentario tipo “este artículo es una puta mierda”. En este sentido, tener tu propia página web en la que compartir tus ideas era en sí mismo un interesante reto con el que se aprendía y se disfrutaba.
Otro paradigma con el que soñábamos mucho por aquel entonces era con la
conexión permanente a internet. Eso que hoy en día hace cualquiera con un móvil de 50 euros y una cuota de 6 al mes, en 1996 nos habría dibujado una sonrisa de oreja a oreja. Nos encantaba conectarnos al IRC para charlar de nuestras aficiones, o actualizar nuestra página web con las actualizaciones en nuestros juegos de rol (aquí voy a recordar que la primera web de Espada Negra surgió en 1998), pero sin duda nos fastidiaba no poder hacerlo hasta las nueve de la noche, a un precio abusivo, para descubrir que aquellos con los que querías hablar no se podían conectar ese día, o a saber qué desmán había ocurrido en tu página.
Y aunque yo soñaba con llevar mi conexión conmigo, no anticipé lo que vendría detrás: que personas sin ningún interés ni respeto por el ente construido pudieran conectarse en cualquier momento e invalidar una argumentación sólidamente construida con un comentario insultante en cuatro o cinco palabras. O que cualquier
imbécil, como por ejemplo, tu jefe, te tuviera controlado fuera de tu horario laboral mediante una aplicación de mensajería instantánea. Y gran parte de lo que para mí son las cagadas del internet moderno vienen de aquí.
Otro de los cambios más sustanciales tiene una dimensión más técnica. En el internet primigenio nos manejábamos mediante
protocolos estandarizados y libres. Si querías mandar un archivo, usabas FTP (File Transfer Protocol), si querías leer las noticias, te conectabas a Usenet, para hablar de forma inmediata te conectabas a IRC. La clave fundamental de todo esto es que al ser protocolos estandarizados y libres, cada extremo podía implementarlos como le pareciera, y de esta forma comunicarnos todos de una forma armoniosa.
Evidentemente en la actualidad siguen existiendo protocolos, y aunque están muy influidos por las empresas, mi disgusto no va por ahí, sino porque todo ha tendido a estandarizarse en el protocolo de transferencia de hipertexto (HTTP) o en aplicaciones privativas nada transparentes. Me parece absurdo, por ejemplo, que las aplicaciones de mensajería no sean compatibles entre sí, pero claro, cada compañía diseña sus propios protocolos para hacer crecer su control.
Lo cual me lleva directamente a los
servicios de internet. Como se comprenderá, los 200.000 que nos conectábamos en España 1996 no importábamos a nadie, así que nadie nos ofrecía absolutamente más que la conexión -y eso a regañadientes y carísima-, así que básicamente nos dotábamos de lo que pudiésemos nosotros mismos, normalmente de formas bastante básicas. Y a nivel mundial no era mucho mejor: los buscadores eran una castaña, así que conseguir una buena información llevaba bastante esfuerzo, y por todas las páginas nos esforzábamos en mantener una lista de buenos enlaces con los que aportar a nuestros visitantes.
El momento en el que yo entendí que eso iba a cambiar fue cuando surgió Google Earth. Por aquel entonces esa compañía enarbolaba como lema aquello de “Don´t be evil” y aceptábamos sus “regalos” con cierta ingenuidad. Tener el mundo mapeado fue para mí el anticipo de lo que socialmente estaba por llegar: el continuo intento de cada compañía de monopolizar el uso de internet. Y lo están consiguiendo: el universo facebook, las compras amazon, las chorradas twitter, y supongo que no hace falta que me extienda mucho más. Todo un enorme esfuerzo por ofrecer servicios a los usuarios a cambio de que estos les den algo más caro que dichos servicios.
Yo por aquellos inicios también soñaba con que el esfuerzo colaborativo nos llevara a una
independencia absoluta de la publicidad. Es decir, que mediante el conocimiento compartido, dada una necesidad pudiéramos llegar a la mejor solución con poco esfuerzo y sin intervención de empresa alguna. Pero claro, como los mecanismos de búsqueda y de despliegue de información pertenecen a las empresas que precisamente se benefician de dicho entorno publicitario, pues claro…
Pero incluso aunque no fuera así, ya se ha visto como las formas de compartir reseñas de productos y servicios quedan contaminados por inmensos vicios humanos como el rencor o la competencia desleal. De nuevo creo que esto está relacionado con la carencia de esfuerzo exigida para compartir una información, y seguramente no vaya a menos sino a más, y con el tiempo vivamos enterrados en tantísima información que, de hecho, las empresas de búsqueda y recomendación no sean más triviales, sino al contrario, absolutamente necesarias para alcanzar alguna respuesta.
Diré que tras más de 20 años de uso de internet creo que todavía no he pinchando en ninguna publicidad, ni mucho menos he comprado nada siguiéndola.
Un aspecto en el que sí fui cínico y me vi venir un desastre que ha ocurrido es la
aparición de la legislación en internet: si cometes un delito singular y solitario sin apenas efectos (yo lo hago con frecuencia) no tienes que temer a los legisladores, pero si lo haces ruidosamente y a la vista de todos, te puedes cagar. En el internet de 1996 no había ley, y por lo tanto la libertad de expresión era completa. A los legisladores no les importaba lo que pasara a 200.000 personas, los jueces no sabían ni que era, y la policía no sabía cómo intervenir, así que sin esos elementos civilizadores se estaba bien en la jungla, se estaba tranquilo.
Los políticos entraron como elefante en cacharrería e hicieron lo que suelen hacer: legislar sin tener ni puta idea. Los jueces también hicieron lo que saben, imponer sus sesgos cognitivos, y la polícia… bueno, por lo menos no pueden dar con la porra y chantajear al personal, debe ser que en internet se deja mucha huella.
Pero desde luego si había algo que me maravillaba en 1996 fueron los
juegos multijugador. A finales de 1996 salió el “Diablo” y nos dejó a todos patidifusos, y pocos meses después el “Ultima Online” nos dibujó un boceto mental de lo que habría de traer el futuro. No puedo expresar lo emocionado que estuve con estos y otros títulos, y como he soñado con lo que estaría por venir.
Y lo que estuvo por venir fueron, primero los MMORPG en los que la libertad es como mucho una ilusión, y finalmente los e-sport. Esto es para mí tan decepcionante que escribiría un artículo de todo ello.
Y me dejo muchas cosas, como por ejemplo las subastas o la difusión de noticias, pero hay que saber cuando parar y arrojar una reflexión final:
Si alguien me preguntara si preferiría volver al internet de 1996 no sabría dar una respuesta sencilla. Por lo que he escrito en este artículo sin duda se desprende que la modernidad me repugna, pero eso es incompleto. O sea, pensándolo desde la actualidad, es estúpido pensar que algo pueda ser masivo sin traer las cosas malas de la masividad… pero también trae cosas buenas: por cada Google Maps existe un Open Street Maps, donde surge un policía aparece un algoritmo de encriptación, y los medios técnicos disponibles para hacer videojuegos multijugador son más accesibles que nunca. Y eso es bueno, por lo menos para los que nos gusta la libertad y Espada Negra, ¿no?
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