Como quizá sepan los estimados lectores, este humilde escritor habita en un pequeñísimo pueblo que, precisamente por pequeño, no atrae la mirada de prácticamente nada. No ocurre así con otro que está a tan solo tres kilómetros y por el que sí debo pasar habitualmente, que cuenta con dos decenas de miles de habitantes, y en el que, por lo tanto, sí hay inversiones especulativas con intención de crear espacios comerciales.
Esta circunstancia ha llevado a la creación de una inmensa casa de juego que tiene un increíble protagonismo pues es lo que más se ve, quiera uno o no, cuando abandona el pueblo. Y además no es la primera, sino la segunda, y esa otra también tiene una ubicación aparentemente ventajosa.
Para quien no lo sepa, el juego (de apuestas) es y ha sido una lacra social desde el principio de los tiempos. Sé que escrito así puede sonar como un sacerdote de alguna religión que señala a los pecadores viciosos, pero no me refiero tanto a la actividad (apostar) como a las consecuencias en las personas, especialmente las de bajo nivel económico, que ven en estos lugares una puerta abierta que en realidad solo los lleva a un pozo. Esto es un resumen muy superficial, creo que cualquiera encontrará información fácilmente en internet, y en general todo el mundo se habrá encontrado con que estos negocios proliferan en su ciudad.
Evidentemente esto de la ludopatía no es nuevo, ni siquiera en la España en la que todos hemos conocido auténticos adictos a las tragaperras, pero sí que ha evolucionado por los cambios legislativos que garantizaban la liberalización del juego. En dos mil doce, cuando se liberalizó el juego online reflexioné mucho sobre las posibilidades de un casino online, cosa que evidentemente nunca haré porque no me gusta nada se partícipe de la desgracia ajena.
En este punto quiero dejar claro que no creo que la solución a los problemas sociales deba ser la prohibición legal, y de hecho estoy totalmente en contra de esta postura. No obstante sí creo que las personas, las comunidades e incluso los gobiernos pueden posicionarse y formentar sistemas de prevención y ayuda a las víctimas, como se hace en otros ámbitos. O sea, que no pretendo prohibir nada, solamente hablar del tema.
Señalar a los gobiernos como una posible colaboración en todo esto es lo más necio, especialmente si tenemos en cuenta que ellos son los gestores de la casa de apuestas más grande de todo el país: loterías y apuestas del estado. Supongo que no deben tener muchas ganas de que se abra el diálogo.
Como persona que ha trabajado en ella calle durante años, he visto varias tragedias asociadas a la denostada drogadicción, pero la verdad es que he visto más asociadas a la ludopatía. Siempre tendré en la memoria la historia que le aconteció a un miembro de mi grupo de juego hace unos veinte años: el padrastro de este resultó tener una ludopatía secreta con la que se gastó los ahorros de la familia. De esto se siguió la separación, y posteriormente el suicidio de la madre del compañero que cito.
Aunque muchas de las historias asociadas a la ludopatía no son tan temibles, la mayor parte de ellas sí implican adicción y pérdida de recursos económicos, especialmente en personas muy jóvenes que pueden quedar endeudadas de por vida.
Personalmente, nunca he tenido ni el más mínimo interés por las maquinitas de colores, por las apuestas deportivas, o por el póquer. Mis adicciones están más cercanas a los videojuegos en los que he caído más de una vez, y si bien pueden acabar con mi tiempo y mi productividad, por lo menos nunca me han ocasionado un particular agravio económico.
Más difícil aún es caer en algún tipo de adicción a los juegos de rol, pues el compromiso de este tipo de partidas implica, como todos sabemos, una gran coordinación entre los integrantes del grupo de juego. Y si bien hay personas que tienen un coleccionismo que casi podría ser tildado de adición, no creo que tampoco suponga la misma ruina que las apuestas.
Llegado a este punto señalaré que adictos ludópatas hay en todos los niveles sociales, y que si bien los pobres son los que suelen tenerlo más jodido, se dan situaciones también bastante dramáticas entre las personas ricas que acaban jugándose en una partida más dinero del que otros ganaremos en toda nuestra vida.
Si atendemos a lo citado en la documentación del juicio de Molly Bloom, retratada en la película “Molly´s game”, podemos encontrar nombres de actores y directores, y por supuesto de empresarios, que se jugaban estas increíbles cantidades de dinero. Este es un caso muy especial, pues me lleva a pensar en qué procesos mentales les permiten apostar estas ingentes cantidades que, como digo, solucionarían problemas inmensos de muchas personas, o incluso quizá de ellos mismos en el futuro. Algunos de ellos incluso se permiten hacer documentales moralistas -y demagogos- sobre otros temas. ¿Por qué no?
Un caso similar es el de las personas públicas que anuncian estas casas de apuestas, y que se pueden ver en televisión en el horario prime time y nocturno. Me refiero a presentadores, actores, y futbolistas, que según me dicen son héroes de los jóvenes, que gritan de forma imperativa, insistente y repetitiva que apuestes de una vez tus tristes dineros.
A mí esta gente me parece una vergüenza. Gente rica que quiere ser más rica y que no le importan los medios con los que se hacen con los recursos ajenos. Todo está permitido y no hay límites con tal de obtener aún más dinero, como el supuesto científico aquel mediático que salía en anuncios de pan de molde relleno de azúcar, puta mierda como casi todo lo barato.
Pero estas caras visibles son solo eso, caras públicas de un inmenso negocio que se puede permitir comprarlos con los restos de su poderosos beneficios, porque, y he aquí la clave fundamental de todo esto, la banca siempre gana. Esto es un principio que debería estar en todos los libros de matemáticas de instituto: cuando el tiempo tiende a infinito, el dinero en el bolsillo del jugador tiende a cero. Cuanto más tiempo estés en el casino, más pobre eres.
Supongo que no soy nadie para meterme en la vida ajena, ni tengo que ser el salvador de quien se tira a un pozo. Y no pretendo ser un héroe, ni nada así, simplemente me fastidia ver a esos jóvenes que salen del instituto y pasan a cien metros de esa llamativa casa de apuestas que abrirá sus puertas en unas semanas. Pero como está tan bien ubicada, la veo siempre que paso por ahí, ya sea para ir a trabajar, para llevar a mi madre a urgencias, para irme a jugar al rol, o para comprar alimentos. Y me acuerdo de la madre muerta de mi compañero de juego, de los documentales sobre la adicción, de los ricos de las partidas de “Molly´s game”, de los políticos que cobran sus impuestos y callan, del presentador de televisión y la puta madre que la parió, y de los dueños de esas empresas, ricos indiferentes a los que no logro poner cara.
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