Recientemente he recibido una pregunta en diáspora de lo que para mí significa la censura, y he querido dar una contestación suficientemente prolongada, ya que sin duda este es un tema bastante delicado que hoy en día está presente en muchos aspectos de nuestra vida.
Si nos atenemos a la definición más clásica, la censura se produce por una institución debidamente establecida que tiene el control sobre las publicaciones físicas. Incluso atendiendo a este modelo clásico, la era de internet nos aleja de esa visión en la que un funcionario lee todos los contenidos con una rígida guía elaborada por el partido en el gobierno.
Por ejemplo, aunque hoy en día nadie se pone a leer los comentarios que cada persona ponga en las redes sociales, si estos alcanzan cierta difusión, pueden ser objetivo de una denuncia -por ejemplo, de la propia fiscalía del estado- que concluya en su eliminación o en una multa muy costosa.
En este sentido el temor al castigo puede ser más funcional (en el sentido de censurar) que la propia eliminación del contenido, puesto que otras personas que pensaran en manifestar sus pensamientos decidan guardárselos para sí mismos en prevención de la multa o pena de la que pudieran ser objeto.
Este es un camino muy pernicioso, puesto que lo que ocurre es que esos pensamientos quedan recluidos y pueden suponer tanto una extinción de ideas provechosas para las personas, como el polvorín de actos violentos despertados por el rencor, especialmente si las manifestaciones censuradas eran de protesta.
En este sentido se puede defender (y con frecuencia se hace) que la censura puede ser positiva en ciertos casos. Un gobierno puede concluir que es positivo contar con un delito de “odio” cuya censura previene la expansión de actitudes violentas y terroristas, mientras que un partido político más “moderno” piense que hay que censurar las manifestaciones homofóbicas o transfóbicas.
Yo no soy partidario de ninguna forma de censura, por motivos que voy a citar a continuación.
El primero es que al
esconder una idea se impide toda posibilidad de debate, y la posibilidad de convencer a estas personas pasa de mínima a nula. Teniendo en cuenta que probablemente haya observadores neutros, la pérdida es más grande. Yo creo que en esta búsqueda del debate tenemos que reposicionar nuestros argumentos, y esta reflexión nos puede llevar a replantearnos nuestros principios o a afianzarlos mejor.
En segundo lugar creo que se crea una
falsa sensación de seguridad que es peligrosa en sí misma. Creo que deben existir espacios seguros en los que las personas se manifiesten con tranquilidad, pero también me parece que otros lugares deben ser un reflejo natural de la sociedad, que no siempre es agradable.
En tercer lugar tengo la opinión de que es
bueno saber quién opina qué, para no llevarse luego uno chascos peores, y para tener a los elementos opuestos a nuestro interés bien vigilados, y probablemente bien lejos.
En cuarto lugar y totalmente relacionado con el anterior, soy de la opinión de que el
soterramiento de la expresión no lleva a una reflexión o aceptación, sino que al contrario, la persona objeto de la censura tendrá rencor y verá justificados sus odios, de forma que tenderá a formar grupos ocultos mucho más difíciles de observar.
Y finalmente, hay que ser muy cuidadoso porque
los órganos censores pueden utilizar su poder de una forma diferente a la inicialmente planeada. Dado que las pruebas de que ha existido una censura son relativamente fáciles de ocultar, no es difícil que se produzca una impunidad de facto, y en cualquier caso no es complicado utilizar una ley de forma estricta pero con unos objetivos perversos.
Por todo ello, estoy en contra de toda forma de censura ejercida por una autoridad establecida.
Pero llegando más lejos, yo entiendo la censura de una forma más amplia, no como un acto que recorte una expresión, sino como un acto que concluya en que se recorte dicha expresión.
Por ejemplo, supongamos que yo acudo a una editorial con un libro que he escrito y me dicen que si quiero publicar con ellos tengo que eliminar un personaje transexual porque es contrario a la línea editorial, y a lo que quieren sus lectores. Según su forma de verlo, no me están censurando porque yo puedo ir con otra editorial o publicarlo por mi cuenta. Dicho de otra forma, nadie me ha puesto una pistola en la frente para publicar en esa editorial.
Pero si tenemos en cuenta que las editoriales tienen el poder de promocionar una obra, las opciones del escritor en este caso son, censurar el mensaje, o publicarlo por su cuenta y que no llegue a ninguna parte. En ambos casos el mensaje ha sido, en mi opinión, censurado.
En este sentido las personas que están en posesión de los canales de comunicación tienen el poder de promocionar o no una obra en función a su mensaje, y se han convertido, quieran o no, en órganos censores. En el caso citado, estaríamos hablando de una
censura ideológica.
Pero no es el único caso. Podemos referirnos, por ejemplo, a un promotor de contenidos de pequeño tamaño de beneficios muy ajustados que no puede permitirse publicaciones que no obtengan unos beneficios calculados. En este sentido ese editor nos diría que no puede publicar nuestra obra porque está muy condicionado por el mercado. En este caso hablamos de
censura del mercado.
No sería el caso de grandes empresas que sí tienen el poder de cambiar las líneas de consumo. En este caso se hablaría más bien de un interés por mantener la estructura mental acrítica que fomenta sus beneficios, y estaríamos hablando directamente de una
censura comercial.
Ya he señalado la censura institucional y a la editorial, pero creo que también existe un gran grado de censura personal mediante la cual cada persona se abstiene de manifestar sus opiniones en público.
Pongamos por caso que yo soy un autónomo que presta servicios a una empresa cuyos propietarios hacen gala de una homofobia evidente. Si elijo no manifestar mi opinión de dichos contenidos, entonces yo mismo me estaré aplicando una censura para seguir proveyéndome de alimentos sólidos.
Más relevante me podría parecer, por ejemplo, que en una partida de rol especialmente inspirada o trabajada uno o varios jugadores pudieran limitar los contenidos de forma
impuesta y arbitraria.
Creo que es más relevante aún el caso que
ocurre en las redes sociales, que normalmente se da por los administradores de grupos que han tenido un éxito apreciable. Los mismos razonamientos que he señalado en la censura institucional se aplican también en este caso.
Pero yo creo que incluso aunque no haya un órgano evidente, también se produce un grado de censura por presión social, o sea, por una acumulación de argumentos hostiles. No son pocas las personas que he visto acallar sus opiniones por esto, y quizá yo mismo he acabado por hacerlo así.
Como ya he dicho, yo estoy en contra de todas las formas de censura… ¡pero mucho ojo! También estoy en contra de que se censure cuando otros señalamos que el contenido inicial nos da asquísimo. Porque muchas veces resulta que algunos adalides de la libertad se muestran censores manifestando “yo tengo todo el derecho del mundo a decir mi opinión, ese no tiene derecho a criticarme”.
Puede haber quien crea que los efectos perniciosos de la censura puedan ser mejores que el acto que pretenden evitar, pero yo no soy de ese parecer porque de alguna forma me parece un método fácil, de vagos. Existen otras alternativas mucho más funcionales, como de hecho pueda ser la educación, el debate, o por supuesto la formación de espacios seguros alternativos. Creo que siguiendo por este camino podremos forjar una sociedad mucho más tolerante y permisiva con las peculiaridades de cada uno.
Y por el momento esto es lo que tengo que decir sobre la censura. Dudo que cambie radicalmente de opinión, pero quizá tenga algo que añadir en el futuro, y en cualquier caso siempre soy una persona sometida al debate y siempre cambiante. Deseando, por lo tanto, fluir con el honorable lector, me despido hasta el siguiente artículo.
Entradas similares: