Hermanos Juramentados de la Espada Negra
Los jóvenes de hoy en día…
19-2-2017 14:42
Por Verion
Recuerdo que cuando tenía doce o trece años me gustaba irme a jugar al rol con los mayores, y en general pasé toda esa época y las posteriores con personas de entre 17 y 23 años, que para mí eran gente… bueno, muy grande. Por fortuna mi talla y mi actitud ayudaron en todo esto.

Con el paso de los años todos adquirimos responsabilidades y las diferencias de edad se volvieron mucho menos evidentes. En la actualidad casi no quedo con ninguno de ellos que han reaccionado de una forma diferente a mí en lo que respecta a esta evolución vital. Así que en mi tendencia de jugar al rol y tener amistades, queda muy poco de esta edad, y más bien quedo con personas más jóvenes que, desde mi punto de vista, tienen unas manifestaciones menos “viciadas”.

Esta perspectiva me ha conferido un pensamiento con respecto a muchos de ellos, y este ocurre cuando critican la juventud. Lo que podría ser conocido como el síndrome del “abuelo cebolleto” y que puede ejemplificarse con lo siguiente:

Quote:
¿Qué les pasa a nuestros jóvenes? No respetan a sus mayores, desobedecen a sus padres. Ignoran las leyes. Hacen disturbios enlas calles inflamadas con pensamientos salvajes. Su moralidad decae. ¿Qué será de ellos?


Tengo entendido que lo dijo Platón, hace ya algo así como dos mil quinientos años, y por lo visto desde entonces (y antes, supongo) ya lo habrían dejado caer otros tantos. Así que si el que está leyendo tiene este tipo de pensamiento, pues ya comparte algo con uno de los padres de la filosofía.

El caso es que a mí me causa cierta hilaridad observar esta forma de pensar en generaciones posteriores a la mía. Y ojo, que no es necesario que se de aludiendo a la moralidad o a preceptos aparentemente elevados, sino que también aparece en la música (en la década de los X sí que sonaba buena música en la radio), el cine (en mis tiempos sí que se hacían buenas películas de superhéroes), los videojuegos (ahora los videojuegos los hacen para niños que no toleran la frustración, el mejor Final Fantasy fue el que yo jugué), el uso de las tecnologías (en mis tiempos salíamos a la calle a jugar y no estábamos embobados con el móvil y las redes sociales), e incluso en los juegos de rol (en mis tiempos se jugaba en el patio de los colegios).

Creo que esta forma de pensar es tan común que es ridículo oponerse a ella. Debe tener alguna relación con la forma en la que el cerebro absorbe información durante su juventud, y la forma en la que esas experiencias grandiosas quedan acumuladas, o con las estructuras sociales que nos atrapan y nos obligan a aceptar las responsabilidades durante la edad adulta.

La gente con la que yo jugaba al rol siendo un zagal ya anda por los cuarenta años, y en las pocas ocasioenes en las que hablo con ellos suelen señalarme lo poco que se juega al rol ahora y el escaso renuevo generacional que hay. Antes les decía que yo voy a jornadas donde veo muchos jóvenes, y que en mi grupo de rol hay gente tan joven como 20 años e incluso menos, y que quizá sean precisamente los que andan por los cuarenta años los que no juegan al rol. Normalmente ante esta respuesta niegan de forma condescendiente. Supongo que pensarán que mi grupo de juego es una rareza estadística.

En este sentido me puedo sentir un poco triste porque ya he aprendido a reconocer un patrón que, sin ser absoluto, y desde luego estar sesgado por mi propia experiencia, parece reproducirse de una forma más o menos certera.

  • Fase de experimentación (normalmente hasta los 20): en esta fase el sujeto simplemente absorbe las experiencias y está todo el rato disfrutando sin preguntarse demasiadas cosas sobre el entorno. Es más o menos selectivo en función a su criterio y sin duda es vulnerable a las influencias de los medios.
  • Fase de endurecimiento (hasta algo así como los 25): la persona ha afianzado su personalidad y gustos, y si bien sigue absorbiendo cantidad de información se comienza a percibir preocupaciones de muy diverso tipo con lo que sea que no avance en su vida “como espera”. La presión de los medios suele ser menor.
  • Fase de aceptación (ya entrando en los 30 años): aquí lo que ocurre es que se empieza a aceptar responsabilidades, y lo que anteriormente venía de una forma fácil, exige un montón de trabajo y condiciona complemente lo que se puede hacer.
  • Fase de presión absoluta (momento absolutamente aleatorio, quizá en torno a los 35, aunque puede llegar mucho antes o no aparecer nunca): las responsabilidades vitales se vuelven demasiado pesarosas y la persona no puede recibir apenas influencias externas porque está demasiado ocupado cuidando de sus responsabilidades.
  • Fase de decepción (¿entre 32 y 40?): esta se produce cuando la persona ve que no ha conseguido sus expectativas vitales. Puede ser algo con sus hijos, o quizá simplemente no haber conseguido pareja o que su grupo de rol sea un desastre… sea lo que sea el sujeto acepta que la realidad es muy dura y que no puede conseguir lo que se proponía… ¡y culpa a los demás! A los jóvenes, por ejemplo.
No he llegado mucho más lejos porque para hablar de los bien entrados en los 40 y 50 tendría que buscar experiencias fuera de mis grupos de amistades y hablar de paradigmas de generaciones anteriores, y si bien la horrible naturaleza repetitiva me persuade de que repetiremos lo mismo, quiero pensar que el acceso a la información nos permitirá dibujar un futuro diferente. Sí, a veces soy un poco inocente.

El caso es que en este proceso de afianzado de la personalidad he podido ver como paralelamente se afirma el síndrome del abuelo cebolleto. Allá voy.
  • Fase de experimentación: no hay abueltocebolletismo. ¡Estos son los jóvenes!
  • Fase de endurecimiento: empiezan los síntomas, ya se sueltan algunas frases que empiezan por “en mis tiempos...” o algo similar.
  • Fase de aceptación: en esta fase lo normal es que no haya muchas manifestaciones evidentes y la persona intentará no entrar en reflexiones de este tipo sino disfrutar del poco tiempo que tenga libre. No obstante de vez en cuando se empezará a ver que el abuelocebolletismo está ahí, latente y silencioso, pero muy afianzado.
  • Fase de presión absoluta: en esta no suele haber reflexión pura más allá de “no me entero de nada de lo que ocurre porque estoy muy ocupado con el trabajo/niños.
  • Fase de decepción: abuelocebolletismo garantizado al ciento por ciento.
Ojo, en absoluto quiero dignificar la juventud, que tiene sus propios y evidentes problemas, y es que, amigos, la falta de experiencia es algo que lleva a cometer horribles errores e incluso a que muchas personas sean casi insoportables, pero tanto a unos como a otros siempre recomiendo tener un espíritu tolerante y disfrutar en lo que se pueda.

Hay quien dice de mí que mi cualidad más destacada es que soy muy cabezón, o que trabajo mucho, o que en ocasiones soy original. Yo creo que mi naturaleza más impositiva es que soy curioso. ¿Y qué me dice mi curiosidad al observar personas para evitar el abuelocebolletismo? Pues en mi experiencia lo que he observado que funciona es lo siguiente:

  • Tener un espíritu tolerante: podemos fijarnos en lo que no nos gusta de las cosas, o en lo que sí nos gusta, y esto va a cambiar de una forma muy importante cómo obramos ante ellas. No digo que haya que ignorar las ofensas o ser acrítico, pero dado que ya conozcamos las carencias de algo, tampoco conviene darles mil vueltas hasta que sea lo único en lo que pensamos.
  • Salir de la zona de confort: sí, ya sé que suena completamente a tópico, pero si no queremos convertirnos en un hueso rígido vamos a tener que intentar escuchar música de ahora, ver algunas películas de ahora, entender videojuegos de ahora e intentar extraer qué sacan esos jovenzuelos. Luego ya veremos qué hacemos con ello, pero sin duda vamos a tener que conocerlo.
  • Conocer las opiniones de otros: en esto lo que más me gusta a mí es quedar con grupos de edad heterogénea, pero si no puedo, también es muy apropiado leer opiniones y ver vídeos en internet.
  • Ser autocrítico: también lo que nosotros hacíamos y disfrutábamos era criticado por nuestros progenitores, así que, ¿no conviene por lo tanto echar un ojo crítico sobre nuestras propias convicciones?
Voy a profundizar un poco en esto último. Creo que hay un efecto de visibilidad muy importante en el que no reparamos, y es en magnificar el pasado basándonos en sus buenas experiencias e ignorando las que eran más bien malillas. Por ejemplo, si pensamos en las películas de finales de los setenta y principios de los ochenta recordaremos las que nos llamaron la atención como “Alien” o “Indiana Jones”, pero no las que fueron una auténtica castaña pilonga. Sin embargo para juzgar al presente miramos la cartelera en la que con suerte hay una peli buena y decimos “ya no se hace buen cine”. Bueno, yo no lo digo, lo dicen otros.

Personalmente creo que hubo grupos de música muy buenos en los setenta, en los ochenta, en los dos mil y en los dosmil diez. Gran parte de la música que escucho hoy en día se ha compuesto durante los últimos diez años, sin que esto signifique que renuncie a lo que se compuso cuando tenía 20 años, o cuando aún no era un embrión, o incluso aquello que ya sonaba mucho antes de que existieran los teléfonos móviles, los teléfonos no móviles o incluso de que se usara la electricidad.

Soy del pensamiento de que el mundo es una mierda hoy, y que era una mierda (quizá mayor) en los tiempos pretéritos. Cuando no han sido los aristócratas los que decidían cómo era el mundo, lo han sido las grandes empresas capaces de manipular las percepciones mediante el acceso a los medios publicitarios. ¿Cuántas obras han permanecido en el olvido porque sus autores no tuvieron una oportunidad? ¿Qué clase de mundo acepta con naturalidad que las cosas son así?

Podemos vivir nuestra vida como nos de la gana. Soy de la opinión de que, como individuos, más nos valdría entender que el mundo no está degenerando, y abandonar todo abuelocebolletismo. Y como sociedad, más nos valdría aceptar que el mundo nunca ha estado bien, y abrazar la lucha como una necesidad.

Me despido con la inconstancia. Hay cierto desorden en ese aparente orden.



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