Hermanos Juramentados de la Espada Negra
La disculpa que nunca esperé recibir
2-10-2014 15:26
Por Verion
Mi artículo anterior sobre la profesionalidad en las jornadas ha despertado toda suerte de comentarios en los que se ha entrado en debate del concepto de "profesionalidad" que quizá definí de forma errónea en el ámbito del artículo, y sobre eventos pasados sobre los que desde luego yo había decidido echar tierra. Ahora se reabren heridas para nada cicatrizadas que me dan mucho que pensar.

En el más potente hilo ocurrido en "facebook" se ha producido una discusión que como digo poco tiene que ver con el texto e ideas que pretendía promover, y en el que se han prodigado las citadas menciones sobre eventos del pasado reciente. En ella finalmente el señor Tiberio Graco señalaba que la organización de las LES nos debía una disculpa porque nuestro evento de torneo del juego de mesa de Espada Negra sufriera inconvenientes causados supuestamente por errores en su sistema de gestión.

La verdad es que mientras se produjeron los citados errores yo estaba organizando una partida de rol. No fui testigo, pues, de los sucesos, pero sí me fueron relatados con buen lujo de detalles por los que sí tuvieron que improvisar una solución que en cualquier caso no fue óptima. Finalmente el torneo se celebró, aunque no bien. Esto es muy evidente para nosotros porque organizamos torneos en muchas jornadas muy diferentes, y sabemos apreciar por experiencia cuando las cosas salen bien o no, cuando están bien hechas o no, y en algunos casos hasta dónde están los problemas.

El caso es que el señor Tiberio mencionó que quizá se nos debía una disculpa, y de golpe saltó un resorte en mí. ¿Por qué tendría nadie que disculparse con nosotros? Si fue un error, pues fue un error, no hace falta que se disculpen. Si fue a mala idea, desde luego no se van a disculpar.

Esta forma de pensar en la que no exijo disculpas a nadie no me la aplico a mí mismo. Me parece que yo debo disculparme por mis errores, y lo hago cuando me doy cuenta de que los he cometido, o se me hace notar, me parece una cuestión de modales positiva para la convivencia. Pero no la hago extensible a los demás.

Me he empezado a preguntar por esta forma que tengo de entender las cosas. ¿Y qué quieren que les diga? Me he acordado que en mi casa las cosas siempre han sido un poco extrañas, y que a lo largo de mi infancia, mi adolescencia e incluso mi madurez nunca escuché una disculpa ni en los casos más evidentes. Supongo que en algún momento de mi vida esperé una disculpa, pero me cansé de esperar. Si ese momento de esperanza existió, lo he olvidado.

Quizá debo agradecerlo. Quizá gracias a eso tengo una mentalidad más arrojada, y rara vez me pregunto por el causante o culpable de un fiasco, sino que arreglo el fiasco y sigo hacia adelante. Depurar responsabilidades es bueno, pero normalmente lo más importante es seguir adelante. En mi vida profesional he comprobado que salvo en casos dolosos, buscar culpables es una pérdida de tiempo. Y en los que son dolosos, ni siquiera soy juez, así que suele ser asunto mío. Y menos mal, porque como diría Justo Molina, soy bastante blando.

Algo parecido me ocurre con las disculpas. Yo me disculpo, especialmente si creo que he podido hacer daño a alguien, e intento remediar las actitudes que tomo mal. Pero por lo general las disculpas no me suelen aportar demasiado. Tanto da si un barco se hunde por los disparos de los cañones enemigos o lo hace porque su tripulación cometió errores: el barco está hundido, y el capitán está jodido.

Creo que lo más importante en este asunto es que una disculpa no sirve de nada si no va acompañada de un arrepentimiento sincero y un cambio de actitud relevante que vaya a aplicarse en situaciones similares.

Todo lo demás son palabras de poco peso que se lleva el viento.


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