Alsasua, que hermosa eres...
Alsasua es un pueblo precioso, en serio. Este pequeño enclave navarro linda con la frontera norte de Gipuzkoa, al pie de los Pirineos, rodeado de bosque y campo, y presenta muchos de los elementos mestizos de su herencia navarra y vasca. Le tengo mucho cariño a Alsasua, he pasado muchos fines de semana en la casa de un conocido (en aquel tiempo de sus padres, en paz descansen) y me lo he pasado realmente bien: rol, cerveza y música.
No hay demasiado que ver en Alsasua, es un lugar normal, aburrido incluso, pero supongo que es como se vive la vida en esos pueblos: poco a poco, como los zuritos. Si quieres hacer algo “espectácular” te vas a Pamplona, Donostia o Vitoria, pero para el día a día la paz y la tranquilidad, incluso la seguridad que proporciona estar en un pueblo en el que todo el mundo se conoce, para bien o para mal, son un condimento agradecido. El visitante urbanita pronto se dará cuenta que entre Urbasa y Aralar las cosas tienen un ritmo distinto.
Para el visitante acusado de cierta falta de empatía hacia todo lo que no huela a Castilla, comprada en el trapero posiblemente, no le recomiendo demasiado pasarse por Alsasua. Se habla euskera, mucho y con un acento algo cerrado. Para alguien con un vasco tan precario como el mío podría haber sido un suplicio, pero los locales (y remarco locales) son majos y no les importa hablar en castellano si con eso te facilitan las cosas. Se habla mucho de que es un feudo abertzale, lo mismo que todos los pueblos al norte de Navarra donde no gana Unión del Pueblo Navarro, como si eso lo convirtiese en una especie de Mordor donde se sacrifica a constitucionalistas en honor de Arnaldo, pero incluso una persona con poco amor hacia esta opción política como yo se ha sentido muy agusto con los locales (recalco, locales) de Alsasua, hablando con la libertad que el foráneo tiene donde no le conoce ni Dios.
En Alsasua hay poco que ver, la verdad. Los carnavales rurales están bien y son muy vistosos, la primera vez impresionan, si uno no es un gilipollas que acusa el folkclore rural de ser una frikada, y en fiestas la farra es considerable. Pese al nivel del alcohol presente reina entre los locales (recalco, locales) un notable buen rollo, y horrores como los de este verano en Pamplona (que protagonizaron miembros de los cuerpos de seguridad del Estado, por cierto) son casi impensables, pero ya se sabe, siempre hay una primera vez para todo. Son unas fiestas muy de pueblo y entiendo que a la gente de ambientes distinguidos, como mi señora hermana, le parezcan algo cutre. Pero no sé, las comidas populares y los concursos de Play Black cantando canciones de cuando los de Ken Zazpi no peinaban canas tiene su aquel. Por lo demás, hay un retablo chulo en la iglesia y en el frontón casi siempre hay alguien, pero como digo no hay demasiado que hacer.
Pero si hay algo que hace especial a Alsasua, algo que comparten muchos pueblos de Navarra considerados poco leales hacia el gobierno central y su majestad el rey, que reine por muchos años. Y es que, como si viajásemos al pasado, podemos ver miembros de la benemérita escopeta en mano patrullando de a dos por las calles del pueblo. Es como viajar a ciertos tiempos pasados de caudillos y pollos en las banderas, en las que reinaba cierta orden como dijo aquel político que compró su integridad en el trapero. Es algo que uno que rara vez verá en pueblos de las dos Castillas, Cantabria o Extremadura, y que se repite en la mayor parte de los pueblos del Norte de Navarra (feudos abertzales, ya saben) y lugares como Oñate. Es, como digo, un viaje al pasado sin necesidad de Delorean y para el visitante puede ser sorprendente, toda una experiencia. Recuerdo bien mi último viaje a Alsasua, hará ¿tres años? En tiempos en los que un grupo de violentos ya había dejado la calle, por mucho que de tanto en tanto sus supuestos enemigos le quieran resucitar (especialmente en tiempo de elecciones y juicios que corrupción, casualidades que tiene el espacio-tiempo), por cierto.
Al poco de bajarnos del coche en la calle Celai, los cuatro mochileros nos dirigíamos hacia la propiedad parental donde esperaba el colega en cuestión. Al poco, aparecieron un par de beneméritos, que fueron de las primeras personas con las que hablamos en Alsasua aquella mañana, y sin dar explicaciones nos ordenaron que vaciásemos las mochilas ¿por qué? Igual no les sonaban nuestras jetas, aunque no era ni la cuarta vez que íbamos, o igual se aburrían. El art. 18 de la L.O. 1/92, de Protección de la Seguridad Ciudadana dice lo siguiente.
"Los agentes de la autoridad podrán realizar, en todo caso, las comprobaciones necesarias para impedir que en las vías, lugares y establecimientos públicos se porten o utilicen ilegalmente armas, procediendo a su ocupación. Podrán proceder a la ocupación temporal, incluso de las que se lleven con licencia o permiso y de cualesquiera otros medios de agresión, si se estima necesario, con objeto de prevenir la comisión de cualquier delito, o cuando exista peligro para la seguridad de las personas o de las cosas.”, así que imagino que estos señores actuaron con todas las de ley pero dudo que cuatro roleros con sus camisetas de Blind Guardian y Encuentros Rúnicos sean muy sospechosos de reactivar una kale borroka que hacía ya varios años (dos) que no existía. Cuando se lo comenté a nuestro anfitrión me comentó que era lo habitual, y que a los beneméritos (usó una expresión bastante más hiriente) les daba fuerte por registrar mochilas a los vecinos según les diese. A mi no me sorprendía, no era mi primera vez en Alsasua, no era mi primera vez en el mordiriense norte de Navarra y desde luego no era mi primera vez como vasco en manos de la benemérita. Para mi ver a los beneméritos parar mi bus en el peaje de Luko de noche o de día, lloviendo o nevando, para pedirnos los DNI&039;s, escopeta en mano en todo momento ya era habitual.
Al menos, aquellos señores con escopetas fueron amables. Hasta nos desearon un buen fin de semana.
A la noche, tras jugar a Dungeons, fuimos a un bar y nos sentamos en una terraza porque hacía rasca pero mis compañeros querían cancer de pulmón. Eran las 22:00, no íbamos ni por el primer cubata cuando otros beneméritos emergieron para pedirnos la identificación. Primer problema, uno de los compañeros no llevaba el DNI ni el pasaporte. Segundo problema, aquella noche no debían decir nada divertido en la COPE porque estaban aburridos. De modo que nos hicieron levantarnos y durante una hora fuimos identificados, una hora de pié en la calle con dos pistoleros pendientes de nosotros. Ante la mirada de los locales. Los cuales, al final de aquel trance que sin duda hizo de España un lugar mucho más seguro, no dudaron en expresar de forma escatológica lo que opinaban de tales comportamientos que no eran precisamente raros. No puedo decir que fueran amables precisamente, pero si que se me aguó el cubata.
Nuestro tercer y último encuentro con esa hermosa forma de viajar atrás en el tiempo, o al futuro si lo que nos espera es una distopía orwelliana, fue a la salida al día siguiente. Eran unas intempestivas 12 de la mañana, y no hacíamos gran cosa. Queríamos tomar unos cacharros antes de comer. Bajamos y cuando llevabamos andados unos 20 metros unos beneméritos salvajes aparecieron para pedirnos, otra vez, la identificación para un control rutinario. Supongo que como éramos nuevos y estábamos cargados de mochilas, era como pedirlo a gritos.
En resumidas cuentas, me sentí como mi abuelo en aquellos tiempos de Aguiluchos y caras al sol, de grises en las calles. Es algo que no se vive en ningún otro lugar de España, es algo que muchos que llegaríais a Navarra por la autovía de Barranca (expresión cedida por el susodicho señor de Alsasua) no conocíais y de lo que sois conscientes. La tensión que hay en pueblos como Alsasua, Lesaka, Oñate...es muy real. Y no ayuda en nada que el gobierno corrupto justo antes de unas elecciones decida usar una pelea de borrachos entre los locales y los beneméritos, que no se llevan precisamente bien y no es difícil saber porque, decida resucitar a la ETA y llamar “patología social” el hartazgo hacia la presencia de un cuerpo militar tan intrusivo en sus vidas. Yo también estaría hasta las narices de que me llevasen al pasado cada dos tardes a base de “registros rutinarios”. Prácticas de tiempos pasados que ahí siguen, por la Gloria de España.