Supongo que no será una novedad para el que pase por aquí que realmente odio el capitalismo y las tiranías de los mercados, y no solo por la forma en la que afectan a las corrientes creativas, sino por todo en general. Soy del pensamiento de que actualmente vivimos en un mundo totalmente devastado por esta forma de actuar en la que todos somos una parte del daño que causamos a otros, una parte que, por acción o inacción, es culpable y siempre lo será. Realmente querría que esto cambiara.
El dinero es la forma mediante la cual nos organizamos. A lo mejor podría ser una forma interesante de organizarnos si fuésemos otro tipo de humanos, pero siendo los que somos, toleramos que unas personas nazcan en una situación con mucho menos dinero y no tengan ninguna oportunidad, mientras que otros hereden una situación familiar positiva y estén destinadas a tener una vida mucho mejor en todos los términos. ¡Aleluya!
Al final todos estamos vendiéndonos y todo está en venta. Cuando no estamos afilando nuestro curriculum para ser un mejor candidato que otro vecino, estamos consumiendo muchos objetos que quizá ni siquiera necesitemos, movidos no tanto por un criterio como por un impulso que… ¿de dónde viene?
Y en esta vorágine de locura que muta a lo intrascendente en fruto de deseo y a las personas en competidores marcados desde su nacimiento, encontramos a la detestable publicidad. Ese testigo incómodo de que todo está en venta., y que lo que claramente estaba en venta necesita un constante esfuerzo para tener presencia en nuestras mentes.
Es especialmente revelador cuando esto ocurre en publicaciones en las que se protesta. He perdido la cuenta de páginas feministas en las que tras su reivindicación aparece un anuncio machista, de los artículos de alimentación infantil en las que se acaba anunciando chocolate instantáneo para el desayuno, o de las soflamas de protesta contra tal o cual político en los que al final el autor reclama “oye, por cierto, he escrito este libro en el que cuento muchos más secretos y trapos sucios, por diecinueve con noventa y cinco en la plataforma de moda”.
Casi creo que los algoritmos se burlan de nosotros. “Sí, protesta todo lo que quieras sobre la obesidad infantil, que tu hijo va a tomar mierda digas lo que digas, porque si no lo haces tú ya se encargarán sus abuelos cuando les dejes el niño porque tienes que ir a trabajar, y si no cuando vaya al colegio y la sociedad lo convierta en un ser influenciado, como todos”.
Para mí este es el padre de todos los problemas, aquel contra el que habría que luchar con todas las fuerzas disponibles. Pero contra lo que se lucha es contra sus efectos visibles, como la obesidad infantil, la venta de armas o la caza de ballenas, porque tenemos miedo a ser radicales, porque al que habla de destruir todo lo malo se lo señala como un ser repugnante porque quiere destruir. Y así, con el deseo de preservar se convirtió a todo occidente en conservadores.
Bueno, a todo no. Quedamos algunos chalados que ejercemos algún tipo de resistencia activa o pasiva ante esta pasividad capitalista que lo mancha todo. Curiosamente ya ni siquiera somos atacados por el poder (que como mucho se ríe de nosotros en privado) sino que ya se encargan muchos obreros con familia, personas conservadoras que quieren un futuro para sus hijos.
Quizá lo más amargo de todo esto es que con toda esta impotencia nos hemos convertido, al final, en un nicho de mercado. De películas o series con un protagonista revolucionario, de placas base por treintaicinco dólares con las que hacer proyectos culturales, de guitarras eléctricas o de cuchillos de supervivencia. Porque si somos suficientes y se nos puede vender algo, se nos vende. Así es el capitalismo.
Hago especial hincapié en las obras creativas y artísticas, como puedan ser películas, series, novelas o cómic, en las que puede haber un mensaje muy parecido al que cito, pero acompañadas por una delatora manifestación de derechos de autor, y publicitadas en los medios habituales, para finalmente ser proyectadas en los canales tradicionales en un horario elegido y muy conveniente. Al final un mensaje domesticado que el sistema se puede permitir perfectamente, y que probablemente sirva para exponer a los radicales ante los conservadores como monos de feria, o para vendernos algo a los que sí somos radicales, y probablemente condicionarnos para que cambiemos nuestra conducta para ser... más canónicos en nuestra radicalidad.
Es una batalla perdida contra un enemigo demasiado fuerte. Me gustaría pensar que dentro de tres mil años una sociedad algo mejor enseñará con vergüenza cómo era el mundo en el siglo XXI. Aún recuerdo cuando mi profesora de quinto explicaba que en la antigua Roma todas las personas pudientes vivían con esclavos, y una alumna preguntó si no había personas buenas que lucharan contra eso en aquella época. ¿Ocurrirá eso en el año cuatro mil? La verdad es que yo no lo creo, tiendo a pensar que nos habremos desintegrado en una guerra termonuclear, o que habremos subido la temperatura del planeta cinco grados y lo habremos vuelto inhabitable, o habremos vertido nuestros residuos al mar hasta volverlo venenoso, todo tolerado y aplaudido desde las cadenas de la autocomplaciente sociedad en la que todos seríamos culpables de no haber luchado.
Yo creo que tendríamos que habernos declarado en la más grade de las huelgas, y no una huelga de trabajo, que también, sino una de procreación. No comparto el impulso que puede llevar a las personas a intentar traer a otra persona más a este mundo de mierda, y desde luego yo he tomado la decisión de no hacerlo como acto revolucionario. Querría golpear a todo el que no esté dispuesto a condenar a su especie al autogenocidio como medio para que de hecho existiera un futuro en el que mereciera la pena preservarse.
Desde luego el mundo no funciona así, y no hay en sí ninguna alternativa. Si hubiera un algortimo que seleccionara las palabras clave en las cabezas de las personas en lugar de en sus blogs, en la mía una sería, sin duda, suicidio. Casi parece la única respuesta posible para dejar de ser una parte culpable de todo esto.
Eso sí, ninguno de estos pensamientos pretenden vender nada, ni van a tener publicidad alguna en este medio. Es algo de lo que me siento orgulloso.
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