Aviso de que este es un relato extenso, pero se puede entender debido a la duración de la partida jugada. Es un resumen narrativo de lo que hicimos en esta sesión de la campaña de la Hermandad. Al final, podéis encontrar unas breves acotaciones de "fuera de personaje". Espero sea de vuestro agrado.
La tumba de Najshet XVII
Dejo aquí, por escrito, los periplos a los que los dioses nos conducen, y que ponen a prueba nuestra fe y nuestra entereza.
No es poco, ni mundano, lo que hacemos, y es mejor dejar buen recuerdo de ello. La hermandad me acogió con los brazos abiertos, quizás viendo en mis palabras la verdad. Exiria y yo estábamos aquí por los dioses y les ayudaríamos en su causa. La financiación de sus tropas era nuestro primer objetivo, y vista la decadencia del antiguamente excelso Imperio Najshet, no sería ilógico entrar en una de sus tumbas.
El hermano Siul fue de gran utilidad en este aspecto y nos consiguió una localización y un valioso diario con información sobre la misma.
Así pues, partimos hacia una tumba piramidal subterránea, seis hermanos, mi protegida, quince de mis hombres y unos pocos mercenarios, con sus propios seguidores. Por el camino nos encontramos con el hermano Eriask, hombre al que no conocía pero que terminó siendo indispensable, y un gran aliado. Claramente Daarmina guiaría su paso si no fuera tan alocado.
Debatimos un día y una noche sobre cómo aproximarnos a la tumba. Estaría protegida por unos cuarenta guardias, y Agderf nos aseguró que sería difícil llegar sin ser vistos. Finalmente optamos por la decisión diplomática.
Discutieron Sigeior y Elmat, el capitán de la guardia Najshet. Conseguimos un trato ajustado gracias a la información previa que Eriask nos había dado. No éramos los únicos interesados en la tumba, y los que vinieron después igual arrasarían con todo. El trato fue, pues, que ellos se llevarían el sarcófago de su ancestral señor, que bien valía su peso en oro, y nosotros podríamos entrar a por otros tesoros. No todo el mundo estaba de acuerdo en ello, pero yo lo veía justo, y Armeniam bien sabe que esa es la forma correcta de actuar.
Elmat nos guio hasta el segundo nivel, y pedimos a uno de los mercenarios, una capaz espía harrassiana, que se adelantara en las primeras salas a echar un vistazo. Pero por muy capaz que fuera, no estaba preparada para enfrentarse a un muerto viviente. Salió huyendo, y el caos que provocó hizo que discutiéramos acaloradamente en la antesala. Eso atrajo más enemigos y al final nos veíamos desbordados en la puerta intentando refrenar aquella marabunta de esclavos fallecidos.
Cuando parecía que la misión iba a fracasar antes de empezar, Exiria demostró por qué era la elegida de la Diosa Daarmina y brillando como la luna en noche clara, conjuró la energía de su deidad y dejó a todos los espectros paralizados.
Acabamos con ellos antes de que volvieran en sí, y por suerte no eran tantos como temíamos. En todo momento revisábamos y volvíamos a revisar el libro de la tumba, y es que nos daba pistas claves sobre los caminos a tomar, pero también nos creaba congoja al hablar de los peligros. Tres trampas mortales podían ser encontradas, y una de ellas sería la ruina de todos y cada uno de los aventureros.
Llegamos al fin a un lugar de valor donde nos enfrentamos, ya más preparados, a un grupo no muy numeroso de purulentos con algunas criaturas ágiles y chillonas. O más bien, partes de criaturas, pues de cabezas voladoras se trataban.
Terminada la sala, algunos hermanos insistieron en seguir, y finalmente así se hizo, tras llevar a la superficie lo ya encontrado. La reticencia de otros era que una poderosa sacerdotisa, probablemente animada por Taharda, se movía por distintas salas dependiendo del día. Era algo muy a tener en cuenta.
Bajamos un nivel y a pesar de nuestros esfuerzos por pasar desapercibidos, cometimos tal error que pronto Agderf y yo mismo nos vimos rodeados de caballeros de la muerte. Feroces, resistentes e incansables, libramos un largo combate contra ellos y contra su, aún más poderoso, líder Halaquet, guardia personal de Najshet.
Contaba éste con una espada que causaba horror en sí misma, y he aquí la parte más oscura de este relato. Por su mano, el hermano Sigeiror envejeció dos años en lo que para todos fueron dos segundos. Pero yo… Yo entré en la pirámide contando veinte y tres primaveras, y cuando el enfrentamiento con esa criatura terminó, notaba las arrugas y la rigidez de alguien prácticamente una década mayor. Perdí parte de mi juventud en tan solo un suspiro, los dioses maldigan a Taharda.
Por suerte, nadie más fue alcanzado por ello. Exiria, falte decirlo, estuvo protegida en todo momento.
El combate nos dejó tan agotados, que algunos veíamos una locura continuar. Además, habría unos 30 caballeros de la muerte más. Mientras descansábamos, Agderf, Eriask, ahora armado con la Espada de los dioses, y Siul estuvieron investigando, y vieron que con la sagrada arma, podían pasar hasta el nivel 5 sin dificultad.
Allí había tesoros suculentos, pero yo ya veía demasiado riesgo. Intentamos convencer a Elmat de que sus hombres nos ayudaran, pero él exigía la Espada. Se debatió y se concluyó que el capitán cedería tarde o temprano a la presión. Pero el tiempo apremiaba.
Así pues, el día en que mis exploradores avisaron de que el ejército harrasiano se acercaba, Elmat acudió desesperado. Pero yo ahora veía arriesgado bajar. El tiempo era mi principal preocupación. Pero Siul, en un ansia que no entendí, argumentaba vehementemente lo contrario.
Bajamos con los guardias, derrotamos a los Caballeros de la muerte, y allí yo me planté. Exiria y yo recogeríamos los tesoros de ese nivel, con ayuda de mis hombres, y al menos, si la misión suicida del resto fracasaba, la hermandad recibiría el beneficio de lo conseguido. Mi protegida decidió sacrificar su débil enlace con su diosa temporalmente para que nuestros compañeros bajaran con más poder y con la capacidad de enfrentarse a las decenas de espectros que probablemente allí les esperaban, incluida la propia sacerdotisa, Nakrambat.
El terror y la crudeza del combate fue grande, como me relataron al salir de allí, pero nada pudieron recuperar del quinto nivel, salvo la Tiara sagrada que Nakrambat llevaba en la cabeza. ¿La razón? A algunos les costó describirlo, pero sus palabras trataban sobre una monstruosa criatura del caos y de cómo esta derrumbo los cimientos de la pirámide, hundiendo muchos tesoros, pero también a si misma y a otros enemigos, en la omnipresente arena de Harrassia.
Por suerte, todos sobrevivimos. Pero los horrores y el dolor nos acompañaran. No poco beneficio sacamos de esta incursión, pero aun ahora dudo de si mereció la pena. Solo los dioses dirán.
Opiniones del jugador:
La partida duró 11 horas, intensas, tensas y extremadamente divertidas. Nunca, y repito, nunca, ni siquiera como director, he jugado una “mazmorra” de más de tres horas sin que el tedio me cubriera por completo. Las bondades de un sistema de combate con continua táctica, entre otras cosas.
- Mi personaje envejeció 8 años. Y es que a pesar de salir todos vivos, fue una experiencia amarga. Sobre todo por que los tesoros que conseguimos no acercan ni a una ínfima parte de lo que esperábamos. Pero algo es algo.
- Hay que considerar que continuamente nos arriesgábamos a perderlo todo. Había una trampa que podía, literalmente, matar a todos los que estuvieran en un nivel e impedir el descenso del resto. Por otra parte, sabíamos que los harrassianos llegarían en cualquier momento, y solo en recuperarnos del primer día de incursión tardamos dos días… Imaginad cómo estábamos al quinto día…
- Si, necesitamos una semana entera para hacer todo lo relatado.
- En fin, una partidaza, con muchísima historia entre las ruinas, con un atrezzo realmente integrador, y unos jugadores inmejorables.
Alabada sea la Espada Negra
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