Dolorosa indiferencia
23-4-2012 17:08
En los próximos días escribiré una serie de artículos sobre unos cuantos defectos pasivos realmente relacionados e implicados entre sí. Al contar todos con esa cualidad común (la pasividad) sus efectos tienen también claves comunes. Intentaré diferenciarlos lo más posible, siempre con la limitación de la subjetividad. Hablo en este caso del individualismo, de la falta de personalidad y la indiferencia.
Me centraré en este caso en el último de ellos, que quizá sea el que tiene más contenido, a riesgo de, como ya he dicho, entrar en el terreno de los otros dos.
Entrando en el concepto histórico, citaré que los textos clásicos se refieres a la indiferencia en un puro sentido bélico. Sería el pacifismo mal entendido, o el contrario de la tenacidad militar. Su defecto opuesto es, pues, la belicosidad.
Hablamos pues, del defecto de negarse a utilizar los medios impositivos cuando ya no se encuentra otra vía de actuación posible.
En este punto soy consciente de una crítica muy fácil (y no por ello poco razonable) que argumenta que llegar a estas situaciones siempre es indeseable, y que la situación óptima sería no haber llegado a ellas mediante un sistema preventivo, como pudiera ser la prevención. No pudiera estar más de acuerdo.
Las circunstancias en cuestión nos ponen en una situación muy incómoda, francamente negativa. Pero es en estas cuestiones en las que una resolución no impositiva (no violenta) resulta más negativa en todos los aspectos. No solo en el individual, en el que se pueden perder ciertas capacidades, sino también en el caso social o colectivo, en el que puede rallar con la denegación al auxilio, de lo que hablaré más profundamente cuando trate el defecto de la individualidad.
Toda mi vida he visto casos extremos de indiferencia. Sin duda diría que es un defecto muy común asociado a la debilidad del carácter y al miedo, normalmente asociado a sociedades en las que las desigaldades sociales son muy marcadas: a mayores son estas, más crueles son los poderosos, y más poderoso es su control sobre los débiles, de forma que estos tienen más miedo de usar las herramientas impositivas.
La indiferencia social, en este caso, es muy visible en la actitud general del pueblo ante los atropellos que es evidente que producen sus gobiernos. Una indiferencia sorprendente ante mis ojos, pues se trata de auténticas circunstancias evitables en tanto que se tomen elecciones valientes por parte de estos gobernantes.
Me apresuro a señalar que en este sentido los prejuicios sociales forman también
un parámetro importante que habría que derribar. Personalmente yo, algo ajeno a los preceptos usuales, considero culpables de los malos sistemas de gobiernos a aquellos que, mediante el defecto de la indiferencia, no realizan la adecuada rebelión en su contra.