El orientado camino de Ostentosidad
9-4-2012 16:04
Mi habitual búsqueda de los defectos humanos me lleva a un camino que en este caso seguramente sea compartido por pocas personas, lo que me puede traer cierto desprecio de los lectores que lleguen a este lugar. Lo cierto es que no me dediqué a buscar los defectos por la aprobación externa, ni en el mundo de la Espada Negra ni en este, y sus no siempre agradables conclusiones pueden estar manchadas por mi subjetividad, pero en cualquier caso cuentan con mi más firme convicción, y el apoyo más férreos a todos los que guiados por su texto, o simplemente unidos por su redacción, convinan en mi valoración.
En este caso se trata de “Ostentosidad”. Este defecto se opone a “Discrección”, y es la mala interpretación de “Encanto”. Este conjunto de virtudes y defectos viene a ser uno de los más oscuros puesto que su interpretación es muy difícil de separar, y para colmo su definición está descontextualizada culturalmente. Quizá el término más usual en este lugar impulsado además por las religiones sea “Vanidad”, aunque no es para nada el mismo concepto, pues esta última es más amplia, suponiendo cierta arrogancia y presunción en ámbitos no necesariamente estéticos.
La ostentosidad hace referencia al mero hecho aspectual del individuo. Su imagen y apariencia física ante sí mismo y los demás.
En este punto debo señalar que resulta extremadamente difícil hablar adecuadamente de este concepto desde el punto de vista de una persona inmersa en el tipo de sociedad que lo valora. Viene a ser como hablar de un ordenador a un viejo lancero dormenio. Las dificultades intrínsecas heredadas del adoctrinamiento social hacen arduo el entendimiento y casi imposible el cambio realista.
Sin más preámbulos, trato a desarrollar lo que la búsqueda de la ostentosidad me ha llevado a observar:
Las personas (como individuos) tienden a desarrollar una seguridad o inseguridad (normalmente esto último) en función al aspecto físico que presentan. Si son altos o bajos, gordos o delgados, con grandes pechos o pequeños, si tienen mucho pelo o por el contrario presentan una alopecia severa. Estos hechos pueden implicar una funcionalidad comprometida, por ejemplo una persona obesa puede tener problemas cardiacos con mayor frecuencia que una delgada, pero en tanto que no se produzcan estas cotnraindicaciones sostengo que ningún individuo debiera basar ninguna valoración de sí mismo en función a los criterios estéticos. Hacerlo desemboca en ocasiones graves en enfermedades físicas y mentales sobradamente conocidas. Pero, ¿qué ocurre con los casos subclínicos? Aquellos que sin revestir suficiente gravedad para ser tratados por un especialista sufren de baja percepción de sí mismos tienen una aflicción en sí misma, un germen que limita su potencial como individuos y por lo tanto como sociedad. Esta limitación podría ser una expresión del caos al que puede tender este mundo.
Esta expresión no solo se limita a los esfuerzos que las personas realizan para suplir los defectos que interpretan en su persona, sino también a la decoración o camuflaje definidos y producidos en objetos comerciales, bien prendas de ropa o complementos que aportan un valor decorativo adicional a sus personas. Esta conducta dispara severos peligros que alientan otros defectos o males no tratados en este tema: para empezar estos elementos pueden no tener una funcionalidad adecuada, pueden tener un coste excesivo, y alimentar imperios comerciales de cuyo beneficio no deviene uno para la sociedad, y que manejan las tendencias con el único fin de alimentar su codicia.
He observado que existe una displicencia operativa frente a la ostentosidad en los términos subclínicos citados en estos párrafos. Si bien los casos extremos son observados y tratados particular y socialmente, el caso moderado parece ser más obviado. En mi percepción, sin perjuicio al trato de aquellos que sufren graves aflicciones, las aflicciones leves son mucho más importantes por su elevada frecuencia, pues en suma suponen un montante trascendente que puede ser una de las grandes fallas de esta sociedad y llevarla a su declive.
Existe un caso extremo, no obstante, que no tiene un tratamiento psicológico usual y que sin embargo me parece también digno de mención. Me permitiré la licencia en este caso de salirme de los ámbitos del asunto algo más de lo usual en mí, a fin de tratarlo con la máxima claridad posible, sin que esto signifique que no vaya a tratarlo en desarrollos posteriores.
Se trata de la conducta en la que el sujeto dedica una cantidad preocupantemente elevada de recursos a condicionar su propio aspecto. Las claves en este caso son el uso de una cantidad de tiempo irracional en el cuidado de su imagen, así como en la compra de elementos decorativos no funcionales. Como esto no repercute directamente en un deterioro de la salud, estos casos no se suelen considerar preocupantes, aunque yo sí lo hago, puesto que una persona que tiene este tipo de comportamiento con frecuencia sufrirá de forma indirecta la ausencia de los recursos que dedicó a su aspecto: algunos no sabrán qué han hecho con el sueldo de cada mes, mientras que otros ni siquiera comprenderán dónde va el tiempo de su vida. Esto limitará terriblemente su potencial como individuos y la capacidad de la sociedad. Aún más, podrán causar daños a otros individuos cercanos por omisión de ayuda debido a su ausencia de recursos.
Aunque quizá me haya excedido en este escrito tratando defectos como la inconstancia, la insistencia, la avaricia, la inconsciencia, la falta de personalidad, el individualismo y quizá otros más, creo que la ocasión merecía la pena.
Mis conclusiones al respecto no son tan contundentes como la misma redacción del texto. Ignoro si esta corrupta forma de actuar conducirá o no a una situación caótica, pero sí creo que los individuos que la sufren se hacen mucho daño a sí mismos. A este respecto solo puedo recomendarles que abandonen todo aprecio por aquello que es estético y que en su lugar configuren sus vidas en dirección a una configuración moral correcta, y a unos actos conformes a esos principios morales, tal y como hace la Hermandad de la Espada Negra.