Una de las verdades “jodidas” de la vida es que “nada dura para siempre”. Todo lo que uno construye, hasta uno mismo, es indudablemente limitado en el tiempo.
A mí esta verdad se me hizo evidente en algún momento de mi crecimiento. Cuando uno es niño el tiempo pasa muy lentamente, y algo que dure un año, o tarde un año es impresionante. Todo está cambiado continuamente, y todo es enriquecedor.
Cuando uno llega a la edad adulta todo cambia bastante. En este sentido de la transitoriedad, uno empieza a ver que las cosas que va a tener están intimamente ligadas a su duración en el tiempo. Si uno se compra un ordenador sabe que va a tener ordenador para cinco años, si uno se compra un coche supone que le durará unos veinte años, y así.
Supongo que más adelante, cuando uno tiene cierta edad, la visión es diferente, y ya las cosas van a durar más que lo que le queda a uno en el mundo.
Pero sin entrar en esa visión, yo siempre he tenido el “deseo” subconsciente de que los objetos fueran eternos. Que uno tuviera sus juguetes para siempre, sus ordenadores para siempre, y su coche para siempre. En verdad personalmente las cosas me duran bastante, pero en cualquier caso se que su incorrupción es imposible.
En mi experiencia, no obstante, si que hay cosas que pueden durar “para siempre”, o por lo menos lo suficiente para que de esa sensación. El primer grupo está formado por “las otras personas que no son uno”, y que conforman una red de relaciones que le dan a la existencia esa agradable continuidad.
Diría que el segundo gran grupo está formado por la experiencia que uno acumula de todo el diverso arte que uno “consume” a lo largo de su existencia, y que le deja unos recuerdos y unas sensaciones. Eso, mientras uno tenga memoria, le acompaña siempre.
El tercer grupo, para mí, lo configuran las obras que uno hace. Y digo esto, porque volviendo al mito de lo que es “muy duradero”, hay pocas cosas que den tanta sensación de eternidad como concluir una obra personal, especialmente si uno siente que esta cuenta con las cualidades que uno desea.
En estas fechas estoy muy implicado con la corrección de “La última luz”, novela que ya está en descarga en nuestra página, pero que muy pronto estará depurada y acabada, en un estado más perfeccionado, y que me produce una honda satisfacción. Debo haberla leído una docena de veces, pero en sus personajes y su historia encuentro un gran consuelo en relación con la misma vida. Y me ayudan a comprender la huella que los hermanos de la Espada Negra hemos de dejar en el mundo.
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