De velas fantasma, o la promesa de aventuras.
Ayer no fue la primera vez que conocí el mar.
Ayer no fue la primera vez que embarqué, tampoco la primera que vi el mar azul, la primera vez que vi el mar fue siendo un bebé, cuando me soltaron en las aguas y el instinto que todos los bebés tienen me hizo nadar como solo nuestra especie de primates sabe hacerlo, no lo recuerdo; ¿la primera que embarqué?, recuerdo una sensación extraña, fue para ir a Marruecos de vacaciones, fue bonito, pero las olas estaban lejos, el olor de la brisa marina me llenó los pulmones, también vi delfines, pero se sentía muy similar a estar en tierra firme, solo que con mejores vistas.
Ayer no fue la primera vez que vi un barco.
Los barcos siempre han causado una poderosa fascinación en mi; desde pequeño un atavismo extraño podía hacer que me quedase embelesado largo rato a la vista de unas velas hinchadas por el viento; ya fuesen historias de piratas, balleneros, náufragos en islas desiertas o muchachos que se lanzaban a la aventura algo resuena en mi corazón junto a aquellas historias, algo rugía en las velas hechas de papel y tinta; es irónicamente la misma sensación que siento al ver una nave espacial, como si mi corazón no supiese diferenciar entre ver la hermosa goleta de tres palos en el puerto de Torrevieja y el lanzamiento de los cohetes de SpaceX. Junto al filo de una cuchilla y un denso bosque nada mas es capaz de desatar semejante atavismo en mi interior.
¿Ayer fue la primera vez que sentí esto?
Algo hay en las velas hinchadas por el viento lanzando al barco sobre las olas, que resuena en mi corazón trayéndome recuerdos de tiempos pasados, mas lejanos aún que mi nacimiento, ¿acaso los humanos se han hecho durante tanto tiempo a la mar con emoción y promesas de aventura que ello resuena en mi que soy su lejano descendiente?, ¿acaso mi alma que se siente cansado de este mundo, recuerda otro tiempo que le fue mas querido?, ¿por qué de esta sensación?, ¿por qué sentí que no era la primera vez? No digo que pareciese un viejo lobo de mar ágil como un mono sobre la cubierta, solo digo que se sentía normal, probablemente posea mas pericia sobre una bicicleta que en cubierta, pero mantener el equilibrio en una bicicleta no se siente tan "familiar", esto por contra era sencillo y familiar como lo es agarrar algo con las manos, empuñar un cuchillo o masticar.
Ayer sentí un barco.
Pasé el día con mi tío, un tío muy majo que se ha comprado un barco, no muy grande, de hecho no es grande en lo absoluto (quizás esto de hecho se bueno y ayudase a sentir mas el mar), lo justo para no ser una barca, digamos que es para los estándares modernos un barco de nivel 1, capaz de alejarse un poco de la costa y soportar cierto oleaje con dignidad. Lo primero que pensé fue como subirme, y no estoy de coña; lo que tienen estas cosas es que al estar en el agua tu peso influye en el posicionamiento de la nave, yo que no soy precisamente un silfo de 30 kilos tenía mis dudas, pero a la hora de poner el pie sobre la cubierta todo era... ¿natural?, ciertamente el suelo se movía bajo mis pies, pero, era cómodo, natural, como la primera vez que agarré dos piedras para hacer una cuchilla improvisada, salía solo. Mas tarde largadas las estachas, encendido el motor y maniobrando temí perder mis gafas, soy miope de cojones y para mi hubiese sido un putadón, pero tras ajustarme las patillas que andaban un poco sueltas y ver que se quedaban en su sitio no me preocupé mas.
Ayer no cabalgué el viento.
La embarcación en la que pasé esa mañana funcionaba con un motor de combustión, pero por mucho que cabalgásemos las olas a lomos de gasolina sentía la presencia de las velas, unas velas fantasma que parecían traer a mi mente el eco de aventuras lejanas, velas en las que el viento rugía promesas de aventura. Sobre la cubierta tripulando el barco y no siendo un mero pasajero algo rugía en mi corazón; no se trataba solo de la velocidad y el envite de las olas, se trataba de una promesa que se repetía cada vez que las olas me empapaban, cada vez que me inclinaba para evitar con mi peso que el barco escorase demasiado, en el tacto del salitre que lo impregnaba todo, en el helado viento y el abrasador sol que parecían besarse sobre mi piel.
Ayer algo cambió.
Ayer sentí algo nuevo (este "ayer" que he repetido tanto es de hecho es puramente metafórico, en realidad llevo unos cuantos días intentando poner esto que ahora relato en palabras) , del mismo modo en que pasado un bosque y sobre la cumbre de una montaña mi corazón se desangró en lágrimas de felicidad al sentirse libre y nunca he vuelto a ser el mismo desde entonces, del mismo modo, ayer sentí aventura, y creo que algo ha cambiado otra vez; ¿ocurrió algo en especial?, pues la verdad no, pero mi corazón se sentía felizmente inquieto como no lo había sentido antes, algo ha cambiado. Y a ver si de paso las cosas empiezan a irme bien de una puta vez, por el momento la cosa parece mejorar.
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