De la divinidad que gobierna nuestro mundo.
Nunca en la historia existió un dios tan poderoso ni absoluto como existe a día de hoy.
Pensáramos que en los días de la razón la adoración y superstición habían muerto,
y sin embargo se danza en pos de ídolos de papel y metal,
inútiles ofrendas de amarga satisfacción,
y se obedece con miedo y esperanza a sus profetas,
y se quema la vida en sus altares que cubren la tierra,
todo en pos de un ídolo arrugado y exvotos de metal redondo.
Y aunque lo odie como de su pútrido maná,
y me sumerjo en su tediosa y aberrante danza,
y tengo miedo de ser una oveja orweliana,
y de que en realidad mi fe no sea aparente,
y de que en realidad mi rebeldía sea la apariencia,
que solo sea otro adorador de el dios omnipresente,
y unos lo aman con fe desenfrenada,
y otros lo aman con amargo odio,
pero lo amamos y adoramos con voluntades vacías.
No es caballero,
dejó de serlo tiempo ha,
ahora, nacido de la tristeza, el sudor y el tedio, es Dios.