Aquellos que hayan seguido mi anterior entrada sabrán que a la progenitora de este que escribe le diagnosticaron
tres cánceres diferentes. Supongo que a nadie le alegrará saber que, aunque el de colon es el realidad el mismo duplicado, este ha provocado metástasis múltiples en el hígado de forma que no es operable en este momento. En estos momentos está recibiendo tratamiento de quimioterapia en este momento.
No traigo a este lugar tanto este hecho como las consecuencias que tiene en mi persona con respecto a jugar campañas de rol. De hecho muchas personas me preguntaron si podían hacer algo por mí, y a mis amigos cercanos les dije que podíamos retomar una campaña de Espada Negra de forma que al menos durante unas cuantas horas por semana pudiera relajarme completamente.
Para seros honesto, esto es casi lo único que me está funcionando. El resto del tiempo, entre citas médicas, planificaciones de citas médicas, viajes a farmacias y ayudar aquí y allá como buenamente puedo, no es que en sí me quede poco tiempo, sino que una buena parte de ocupación mental queda en pensamientos de esta enfermedad y de sus consecuencias.
Pero cuando estoy jugando al rol es diferente, y voy a intentar explicarme. Yo cuando juego al rol (que suele ser de máster) me concentro totalmente en la actividad. También lo hago cuando soy jugador, porque me encanta la sensación, pero en el caso de ser máster me veo arrastrado por las necesidades del resto, de manera que es prácticamente imposible que conteste a un mensaje de móvil, vaya al servicio o que piense en otra cosa que no sea la partida. Creo que es tan exigente para mí que el mundo real más allá de la mesa de juego desaparece en su totalidad.
Y no es solamente una cuestión de atención. Reflexionando sobre el asunto he reparado en que llevo jugando al rol en mútiples circunstancias: cuando era un niño inocente en el colegio, de adolescente en el instituto, cuando trabajaba de portero de discoteca, en la universidad… en todas esas épocas jugaba y me evadía temporalmente de los problemas de mi vida. ¿Y qué es lo que quiero decir? Pues que todas esas mesas de juego tenían algo en común, y es que eran completamente atemporales. En cada partida que juego estoy muy cerca de ese niño sin preocupaciones, pero a la vez estoy también pegado al Verion moribundo al que (lo sepa o no) solo le quedan unos días de vida. Y esto es así sin un coste mayor. Sin nostalgias, ni poesía, ni lágrimas de alegría o tristeza; simplemente me ocurre.
Pero no todo es positivo. En algún momento alguien dice que hay que parar, o pregunta “qué se va a hacer para cenar”, y la magia desaparece. En ese momento vuelvo a ser consciente del mundo real, y el peso de la responsabilidad cae de golpe sobre mis hombros, de manera que dejo de ser un chaval ligero y vuelvo a sentir la resignación de lo que nos ha tocado vivir.
Pero en cualquier caso el domingo que viene me sentaré en una mesa con amigos a los que acompaño desde hace veinte años y con otros a cuya vida me he incorporado recientemente pero que son estupendos, y nos sumiremos en esas historias que, creo, nos sacan a los reinos de lo posible, y nos alejan de los sufrimientos de nuestra existencia.
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