Hace algunos años yo andaba trabajando en diversas cosas, cuando caí en la cuenta de un proyecto que por aquel entonces era prácticamente un experimento que no se sabía adónde iba a llegar: bitcoin. El concepto me apasionó al momento, y estuve algunos días trasteando con ello y planteándome posibilidades.
Tengo que reconocer que creía que aquella criptomoneda se haría fuerte en el futuro que ya es presente, y llegué a meditar el poner algo de dinero en ella. No lo hice porque considero que la especulación es inaceptable moralmente, y debido a ello no soy millonario hoy en día. Por aquel entonces una bitcoin estaba por debajo de un euro (muy por debajo en realidad), mientras que cuando escribo este artículo se pueden vender por unos dos mil cuatrocientos euros. Hagan sus cuentas.
No son las únicas veces en las que he visto este tipo de “agujeros” en el destino. Ocasiones en las que los listillos de turno se hacen ricos, y los que tienen mala suerte hunden sus finanzas y las vacaciones de los próximos veinte años. He dejado pasar tres ocasiones de este tipo, y en mis cercanías todo el mundo se pone nervioso cuando lo menciono.
El caso de las bitcoin me parece uno de los más tristes de todos. Lo que parece nacer como criptoanarquismo y en definitiva una forma de escapar del control de los corruptos y nefandos estados modernos rápidamente se convierte (como no podía ser de otra forma) en la más cruda ley del más fuerte, el sueño adorado de los teóricos liberales en materia económica. Tanto es así que el coste de obtención de bitcoin ya adolece de la horrible característica de ser enormemente antiecológica, con increíbles consumos materiales y energéticos.
Ya lo habré dicho en el pasado: la especulación económica me parece una barbaridad inaceptable. Una forma de que el fuerte se aproveche del débil, o de que el suertudo saque provecho de aquel que más bien está tocado por la desgracia. Puedo llegar a aceptar que el mundo está reglado por el dinero, como forma de intercambio de valor de actividad humana… pero si es así, su dignididad está sujeta al valor de la misma vida que va a poder mantener o reducir. ¿Cómo es posible que una cuestión de esta importancia se deje manejar no solo por el azar, sino incluso por los intereses?
Algunas personas me dicen que si hubiera aprovechado esas ocasiones y ahora tuviera cientos de millones de euros, podría utilizar ese dinero para luchar por mis ideas de una forma mucho más eficaz. Quizá sea verdad, pero creo que obrar de esa forma emponzoñaría completamente el espíritu de esa lucha. Al aceptar las normas del sistema no podría siquiera escribir este artículo y decir que siempre me intenté comportar de una forma acorde a las ideas que se defienden.
En este sentido creo que cuando se lucha por unos ideales, tan importante es el objetivo final como la forma en la que se afronta, pues en ese sentido prácticamente son la misma cosa. Si luchamos por desmilitarizar el mundo mediante un ejército organizado, rápidamente los partidarios de nuestras ideas renunciarán a nosotros, y en el improbable caso de que consiguiéramos el éxito, este estaría empantanado, y las personas que participarían en la administración resultante serían aprovechados y mentirosos que a la postre no cambiarían absolutamente nada. Por lo tanto, una lucha debe estar siempre respaldada por personas que crean en su causa sin hipocresía, de manera que si llegan a tener cierto éxito, luego puedan administrar el resultado con el reconocimiento alcanzado.
En mi opinión una causa noble debe acometerse de la forma más escrupulosa, sin ponerse escusas ni jugar dobles morales. Si de esta forma logramos el apoyo de otras personas afines, se debe seguir adelante, y si no se debe seguir luchando en solitario mientras tengamos fuerzas, y cuando no, debemos acurrucarnos y morir sin pervertir en ningún momento el significado original de la mencionada causa. Evidentemente es la forma más triste de morir, pues no solo implica el fracaso personal, sino probablemente también el social.
No soy una persona rica en dinero, pero no soy materialista, así que en realidad, en términos personales, no me importa apenas. Tengo todo lo que me hace falta, y quizá un poco más, y sobre todo tengo tiempo para poder seguir leyendo, escribiendo y reflexionando. Por lo tanto, soy rico en tiempo, pero quizá también en relaciones personales.
Hoy estoy dejando pasar otra de esas oportunidades económicas, y me parece bien. A veces pienso en las personas que podrían beneficiarse de que obrara de otra forma, y me da algo de lástima, pero también he de pensar en las que no conozco, que perjudicaría si lo hiciera, aunque estas se vayan a ver perjudicadas de todas formas.
Y mientras esté corriendo por el campo, o levantando mancuernas, o mejorando levemente mi técnica de patinaje, sabré que he hecho bien, y lo sentiré dentro de este templo particular que es mi cuerpo, cuyo culto, por fortuna, cada cual puede cultivar (para el suyo propio) sin la necesidad de grandes capitales.
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