Últimamente mis espacios no íntimos se llenan de conversaciones e incluso debates -más bien acaloradas discusiones-, sobre si el consumo responsable es o no es una necesidad, o incluso una responsabilidad de aquellos que eligen hacer lo que quieren con su dinero.
Dentro de la sociedad capitalista existe un concepto que viene a ser principal y que es una especie de vaca sagrada, y es que aquel que gana su dinero “es libre de hacer lo que quiera con él, faltaba más”. Decir lo contrario es atacar la libertad más intrínseca y natural de cada uno, y es una forma muy rápida de que cualquier se ofenda al verse invadido en su intimidad y sus derechos.
Creo que esta percepción surge del hecho de que el que se gana su dinero lo hace con dureza. Es decir, que como está esforzándose y dejándose su tiempo y su esfuerzo, es libre de gastarse el dinero como a él le parezca. ¡Faltaría más! ¡Si me he pasado trabajando día tras día de sol a sol para alimentar a mis hijos, solo falta que me digas que con lo poco que ahorro no puedo elegir el móvil que quiero comprar, hombre!
En realidad en todo este pensamiento hay una doble trampa, desde mi punto de vista. La primera es, en mi opinión, que el trabajador vive en un sesgo en el cuál gane lo que gane se cree la parte perjudicada del mundo. Normalmente en este sentido la mayor parte de trabajadores criticarán que el uno por ciento poseé un porcentaje injusto de las riquezas, pero no se meterán para nada con que por el hecho de ser occidentales en la actualidad ya estarán, seguramente, en el 25% más rico como poco.
La segunda trampa es que de hecho uno no tiene libertad de comprar lo que quiera con su dinero. Por poner un ejemplo, en España hoy un día uno no puede comprar una pistola, plutonio, o esteroides. Esto es porque la sociedad impone reglas mediante las leyes para forzar… bueno, lo que quiera que pretenda forzar en cada momento, normalmente en pro de sus individuos, al menos en su intencionalidad.
En este sentido la legislación en sí plantea una limitación estricta, pero la sociedad también puede hacer cierta presión de diversas formas, como por ejemplo, este artículo, un vídeo en youtube, o cualquier otro medio.
Para mí hay mucho debate en todo este asunto de si la ley, con sus múltiples problemas, debe meterse en este asunto del consumo responsable. De alguna forma, si lo hace parece que el debate se va a dirigir mucho más por las vías supuestamente democráticas, mientras que si no, el peso de este tipo de decisiones va a recaer en cada individuo y en los debates que se puedan producir.
Diría que la mayor parte de europeos están de acuerdo con el control estricto de armas de fuego. Diría que visto lo visto en las opiniones de redes sociales, muchos se alegrarán de que haya pocas armas en circulación debido a que la venta esté muy controlada y regulada. De esta forma nos salvamos no solamente de, por ejemplo, bandas organizadas, sino también de personas contrarias a nuestra opinión que sean demasiado airadas.
Pero pongamos que vamos un poco más lejos. Supongamos cierto que el aire contaminado de las ciudades guarda una fuerte relación con los vehículos privados que circulan por ellos, incluyendo especialmente los vehículos diesel. Si estas condiciones son ciertas, entonces el habitante de la ciudad está pagando un precio en salud por el consumo del conductor, el cual simplemente pagó el coste de fabricación del vehículo.
Creo que aquí está otra de las claves de este asunto del consumo responsable, y son los costes indirectos del modelo actual. Por ejemplo, pocos objetos llevan implícitos en su compra la gestión de los residuos asociados, y en este sentido se puede señalar directamente al modelo de embalajes que puede tener un impacto a largo plazo en la cantidad de materias primas disponibles, y por supuesto en el tamaño de los vertederos o incluso en la contaminación de mares o acuíferos u otros activos necesarios para la vida en el planeta.
Es posible que en el futuro la citada legislación regule de alguna forma estas cuestiones. Por ejemplo actualmente pagamos un pequeño impuesto cada vez que cambiamos los neumáticos de nuestro vehículo que financia la gestión de los viejos. ¿Llegará un momento en el que esto ocurra de una forma generalizada? Por ejemplo, podríamos llegar a una situación en la que los envases más ominosos e innecesarios llevaran implícito un pago que implicara una mejor gestión del residuo generado.
En este sentido la intromisión estatal podría ser arbitrariamente elevada. Quizá podría llegar a determinarse, por ejemplo, que las impresión en color es mucho más contaminante que la que se produce en blanco y negro, y que los hermanos de la Espada Negra solo debemos hacerlo en blanco y negro, o incluso limitarnos a publicaciones digitales (el color quedaría quizá solo disponible para obras de más calado social, como el folleto del mediamarkt o cincuenta sombras de algo).
Entre una situación de control férreo como la citada en el ejemplo y la aparente libertad con la que nos movemos ahora hay mucho margen de maniobra, en la que desde luego diría que entra el criterio de cada persona o colectivo para aplicar uno u otros principios. Adonde quiero llegar es a que dicho debate existe, y que la si bien citada idea de que “si he ganado el dinero tengo total libertad en la que gastarlo” puede ser operativamente casi cierta, de dichas elecciones se derivarán consecuencias que afectarán a otras personas.
En este sentido hay una dificultad adicional, y es que normalmente los valores no son una parte del producto final que llega a manos de los compradores. Si yo me compro un móvil de la marca Sungsombo, seguro que no me informan en su preciosa caja de las condiciones laborales en las que fue fabricado, o de cómo gestionan sus propios recursos, sino del tamaño de la pantalla o de la capacidad de la batería. Y en el caso de las grandes compañías esto es relativamente fácil de determinar si uno decide informarse (aunque lleva tiempo), pero de cara a comprar un kilo de tomates o una bolsa de patatas, pues ya es prácticamente imposible saber en qué condiciones se cultivaron, y ya no digo si vienen de países sin control alguno.
Parte de la ¿gracia? de todo esto es que en realidad se diría que hay dos formas de ejercer un control sobre esta problemática: una es desde la legislación, y otra desde los criterios de consumo. Es decir, que el comprador tiene el poder de cambiar las condiciones en las que ocurren las cosas en tanto que decida tener criterios de compra que no se restrinjan únicamente a las cualidades del objeto, sino a (por ejemplo) las condiciones en la que fue fabricado.
En este momento tengo que hacer un inciso: espero que nadie se piense que soy un idealista que cree que se pueden cambiar las cosas. Toda esta exposición entra dentro del marco de lo puramente teórico, porque realmente creo que en la actualidad la batalla por hacer las cosas bien está directamente perdida. Creo que la humanidad siempre ha sido y será una puñetera mierda. Tendría ganas de acabar con todos los capullos de este mundo, pero hace tiempo que mi depresión superó a mi furia y en verdad el único capullo con el que ya tengo ganas de acabar es conmigo mismo. Creo que lo que hace que no lo haga es la profundidad de algunas de mis relaciones personales, la verdad.
Valga un ejemplo: antes citaba que la forma en la que fue fabricado un artículo debería ser un criterio de compra quizá más importante que las cualidades mismas del objeto, pero en la realidad sabemos (por investigaciones sociológicas y de neuromarketing) que los criterios de compra raramente están relacionadas con las cualidades o la calidad, sino con criterios mucho más irracionales, como pueda ser la ubicación en la tienda, el embalaje, o todo el aparataje de publicidad que lo rodea.
Por lo tanto, creo que es un debate necesario. Fundamentalmente perdido, pero sin duda necesario, no porque vayamos a tener algún tipo de éxito, que lo dudo, sino para poder identificar las opiniones afines y trabar de esta forma nuevas amistades que hagan que esa sensación de vacío sea algo menos frustrante, y al menos estemos un poco distraídos del hecho de que aquellos que tratan mal a sus trabajadores, que no gestionan sus residuos y que pensaban mucho más en publicidad que en creatividad serán sin duda los ganadores de la carrera. A fin de cuentas gestionar los residuos o tratar bien a los empleados es mucho más caro.
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