Los que esperaran una fina metáfora en el título de este artículo quizá se sientan decepcionados, porque es extremadamente literal. Bueno, en realidad son más de mil días, pero en ninguno de ellos he encendido el agua caliente.
Tengo que enfatizar en que este compromiso no es tibio: me he duchado todos los días al menos una vez, ya fuera verano o invierno, o estuviera sin ganas, o incluso aunque estuviera enfermo (aunque poco de eso ha habido). Sin excepción ni perdón ni excusa alguna.
Esto ha planteado algunas cuestiones que voy a escribir en este artículo de una forma bastante extendida. ¿Por qué? ¿Cómo es? ¿Te acostumbras? ¿Vas a seguir haciéndolo? Empecemos con el asunto.
¿Por qué lo he hecho?
No hay un único motivo, y quizá ninguno de ellos sea suficiente por sí solo, pero lo que sí creo es que hay muchos motivos para hacerlo, y muy pocos para no hacerlo. Haré hincapié en ello tras cuatro motivos principales.
No voy a negar que hay
algo económico detrás de ello. Hace tres años un socio se me llevó 4.260 euros, y me sentó bastante mal. A pesar de que no estaba “a dos velas”, pensé en cómo podía ahorrar en todo lo posible, y esta era una forma. He estimado que el termo eléctrico instalado en mi domicilio (que ya no uso) tiene un coste de unos veinticinco céntimos de euro por cada ducha, así que tras mil duchas he ahorrado doscientos cincuenta euros.
Pero si vamos un poco más lejos, en seguida aparece un
criterio ambiental. Creo que está claro que calentar agua consume energía, y que en esta viene de consumir recursos planetarios no renovables que además contaminan cosa fina. Así que… duchándome con agua fría evito un poco el calentamiento global. Quizá así quede un planeta un poco mejor para las siguientes generaciones, si es que hay.
Ciertamente también hay una
cuestión deportiva práctica. En verdad yo ya pasaba los veranos duchándome con agua fría, y había observado que me ayudaba a estar algo más… no sé, despierto, especialmente tras hacer deporte intenso. En ese sentido lo que he hecho es extenderlo al resto del año. Ah, por cierto, creo que evita las agujetas o algo de eso.
Mentiría si negara que
me gustan los retos. En este sentido es uno tan bueno como muchos otros, y de hecho tengo unos cuantos “mil días...” algo menos llamativos, y estoy cerca de cumplir otros que también son tela. Este de las duchas sabía que implicaba cierto grado de disciplina y resistencia, así que en ciertos sentidos me parecía bien.
Hay algunos otros motivos menores, pero creo que con esos cuatro se justifica. Es decir, si lo hago ahorro dinero, evito el calentamiento global, me anima tras entrenar y me mantengo en un reto, y solo a cambio de cierta comodidad. Puede sonar algo muy loco, pero para mí está muy claro.
¿Cómo ha sido?
En realidad “cómo es”, porque no voy a dejarlo. Recuerdo que cuando empecé lo hablé con algunos amigos, y empleé la frase “me he hecho un propósito débil”. Tengo que reconocer que me parecía algo complicado y que no sabía si lo lograría. Mis amigos, no obstante, estaban más seguros de mí que yo mismo, y daban por sentado que lo lograría.
No lo he dicho antes, pero entre mis motivos estaba el hacer un experimento; tenía la teoría (y no voy a decir por qué) de que con el tiempo me acostumbraría, así que lo más duro estaría al principio.
La verdad es que el primer año tuvo sus momentos duros. Los peores son los días en los que regresas de un día de estos en los que el frío ha calado hasta los huesos, y te toca ducharte para no meterte en la cama oliendo a choto. Ahí sí que pasé algunos momentos que se me hacían difíciles, pero la verdad es que pude con ellos.
Otra cosa chunga fue lavarme el pelo. Todo esto habría sido más fácil (trivial, de hecho) si tuviera el pelo corto, pero la verdad es que lo llevo largo, y echarse la fría agua del pozo sobre el cuerpo está bien, pero sobre la cabeza cuesta más, y aclararse una melena es lento.
¿Te acostumbras?
Creo que sí, pero aún me queda. El primer año me mojaba, cerraba la ducha, me enjabonaba y luego me aclaraba. Actualmente me tiro debajo y me doy el jabón tranquilamente, así que sin duda me he acostumbrado, pero aún me impresiona un poco el choque. No sé, quizá en diez años ni piense en ello.
En donde más noto la costumbre es en lo de aclararme la cabeza. Antes me parecía bastante duro, y ahora lo hago un poco como quien no quiere la cosa. Como digo, es lo más duro. Casi es lo único duro.
¿Notas otros cambios en tu persona?
No puedo estar seguro para nada. Lo único que puedo citar es que cuando acabo de hacer deporte estoy algo cansado, y que esto me levanta el ánimo, pero quizá pasado el rato se pase también el efecto, no lo sé. Todo lo demás que pueda decir es demasiado aventurado.
Una cosa que me tenía en duda era si podría aguantarlo cuando me diera un gripazo o algo así. La verdad es que en tres años solo he tenido un catarro de un par de días. ¿Hay relación? Pues no sé yo, porque desde que salgo a correr regularmente solo me he puesto enfermo dos o tres veces, y hablamos de unos trece años.
Para sacar alguna conclusión debería apuntarse más gente. Mucha más gente.
¿Conoces a algún otro que lo haga?
Sí, un miembro de la hermandad, Koldraj. Cuando se lo comenté le pareció una idea interesante, y se apuntó también al asunto. Me consta que sigue en ello, porque se lo acabo de preguntar (literalmente ha dicho "pasan pronto"). En general nuestras experiencias al respecto son parecidas.
Diría que no es una práctica muy extendida, porque cuando lo hablo, por lo general las personas “alucinan”. No sé, quizá haya personas por ahí, pero supongo que el parte también es el propósito de este artículo.
¿Esperas seguir haciéndolo?
Sin problemas. Junto con otros desafíos a la cultura del siglo XXI sobre los que ya iré escribiendo.
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