La usual cara de la temeridad
17-5-2012 15:23
Hace unos meses tuve una ocasión para expresar mis opiniones sobre la cobardía, principalmente en relación con los seguros y la consiguiente evasión de la responsabilidad personal en favor del pago social.
En este caso me dispongo a tratar el defecto contrario, la temeridad. Este defecto se opone a la prudencia, y está asociado al valor (en el sentido de que es el valor mal entendido).
En estos tiempos la temeridad es mucho más relevante de lo que uno pudiera pensar. Esto se debe a que el hombre moderno tiene mucho más poder del que se cree: un hombre de hoy accede a recursos superiores a los que podía disfrutar un rey de antaño, pero a diferencia de estos, el coste de dichos recursos está desvinculado de su uso.
La temeridad en este caso viene asociada con un consumo muy exagerado que sin embargo es tolerado y alentado por la sociedad. Se puede hablar de una temeridad en relación con la tierra y sus dioses, en el sentido de los abusos que se acontecen contra ellos, pero también de un abuso incluso del propio tiempo que causa un perjuicio a medio plazo contra la sociedad.
En este sentido es muy interesante estudiar el caso genérico de las personas que realizan un acto temerario con sus ahorros participando o adquiriendo productos de inversión que a la larga demuestran ser absolutamente insostenibles y que conllevan la desgracia de la persona en particular. En estas circunstancias el sujeto suele no poder pagar bien, y se puede ver en una situación en la que no pagar su letra, y pierde el objeto pagado, así como el dinero ya abonado.
He observado tendencias en la actualidad que pretenden imponer la dación del objeto sobrevalorado en pago por la deuda. Esto, sonando razonable en primera instancia tiene sus problemas. Si la adquisición del producto fue un ejercicio de temeridad, el perdón de las consecuencias es el no castigo de un defecto y conlleva necesariamente daño a otras personas, probablemente a la sociedad. En este caso podría venir marcado por el hecho de que el prestador del dinero decidiera empeorar las condiciones de los adeudados que no fueron temerarios, entrando una vez más en el indeseable reparto simétrico de la responsabilidad.
No pretendo encontrar una respuesta por ahora, a pesar de que personalmente tengo la mía, solo señalar la existencia de un importante defecto tolerado en la sociedad. La cuestión queda abierta, para cuando trate el horrible defecto de la codicia.