Hermanos Juramentados de la Espada Negra
El camino de la ética
8-1-2017 22:44
Por Verion
Mi vida es una mierda. Bueno, no es que me disguste lo que hago con ella, ni algunas de las personas que tengo cerca. Es que simplemente no encajo en general. Es un sentimiento de mierda que en ocasiones como esta hacen que se me salgan las lágrimas de puta frustración.

Ya sé quién es la persona que realizó el ataque homófobo sobre Espada Negra. Tengo una certeza absoluta, y la tengo porque la persona en cuestión ha cubierto fatal sus espaldas en un ámbito que a mí se me da DE PUTA MADRE. ¿Alguien ha visto Mr. Robot? Pues yo también tengo algo de ansiedad social.

Soy una persona pansexual. No es ni siquiera algo que elija en mí mismo, simplemente estoy abierto a encontrarme con cualquier persona que quiera amarme. Tampoco en mí soy alguien muy sexual en mí mismo, casi prefiero un abrazo, o una hora de silencio (padezco ansiedad social), pero otras personas lo ven como una parte fundamental del vínculo, y yo lo entiendo, sean del sexo que sean.

Este ataque no ha sido contra mi identidad sexual particular. Ha sido un ataque sobre Espada Negra en el que se deprecaba la homosexualidad como algo malo. Lamentable, una cosa muy mal hecha por parte de un enemigo de la hermandad que probablemente pasaba por algún momento malo que lo rebajó a esta bajeza.

De verdad que deseo señalar su identidad. En estos momentos lo deseo más que encontrar una persona que me amara y con la que pudiera fundirme en un nuevo ser, y es así porque el odio es una fuerza muy poderosa en mi interior. Deseo clavar su cabeza metafórica en una pica en la entrada de la web y que todos mis enemigos, al verla, sepan que soy un oponente temible. Me siento fatal porque con esta acción voy a renunciar a demostrar al mundo que conmigo no se juega. En lugar de ser fuerte, voy a ser débil, y todos sabrán que se me puede atacar. Mierda.

No quiero señalar su identidad porque sería un linchamiento público, uno que seguramente alejaría a esta persona incluso de jugar al rol. Ese es un castigo muy duro que nadie merece, y quiero pensar que esta lamentable acción ha sido una excepción en su vida, una ante la que debe recapacitar para no reincidir en ella. La primera, para que nunca vuelva a mencionar la homosexualidad como algo malo. La segunda, para que nunca más se vuelva a meter con la hermandad, porque aquí somos guerreros y pegamos duro.

Las personas no son mis enemigas. Son sus actos ocasionales los que despiertan mi furia, y ante las que puedo reaccionar con vehemencia. Con este sujeto ya he tenido problemas en el pasado, como con otros (unos cuantos) con los que tengo importantes diferencias, pero casi todos casi siempre ha sido cara a cara, con la verdad por delante, con mejores o peores heridas. Este ataque anónimo ha sido miserable, una indigna maniobra que incumple las más básicas reglas del respeto incluso entre enemigos. Pero ni aún así su autor no merece el linchamiento que señalaba antes.

Escribo estas palabras con mucha frustración. Voy a tener que atizarle al saco hasta que me sangren los nudillos, porque tendré que hacerme daño a mí mismo para superar esta frustración: su identidad no se hará pública.

Ahora, debe quedar clara una cosa: esta situación no es un bula para que, enemigo nuestro, reincidas en tus lamentables maniobras. Aquí en la hermandad esperamos que te tomes este evento como una oportunidad para reflexionar, porque si sigues obrando de esta forma llegará un día en el que alguien que distinga el bien del mal te de una buena hostia, real o virtual, a despecho de todo lo demás que hayas podido hacer.

Quizá algún día seas lo bastante maduro como para entender que deberías tú mismo señalar que cometiste un error y manifestarlo en público, sin anonimato. Creo que descubrirías una gran cualidad de perdón de la mayoría de personas que saben reconocer a alguien que admite un error. No tendrás el mío, eso seguro, pero de todas formas yo no voy a hacer nada contra ti.

Hasta el momento en el que tengas esa madurez, si es que llega, tendrás que lidiar con el hecho de que difícilmente podrás mirar a los ojos de ningún miembro de la hermandad, porque todos nosotros conoceremos el límite de tu madurez.



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