Tras un parcial extrañísimo en el que he tenido que contestar improvisando por corresponderse de forma abstracta con el contenido de las pasadas clases, me ha asaltado un ataque de preocupación por la nota que ha derivado en un pseudo-coloquio-manifiesto bastante curioso.
Acabemos de perfilar el contexto: frustrado y preocupado por la nota (aunque es muy probable que sea satisfactoria), me ha asaltado un nerviosismo extremo. Una de mis compañeras, muy tranquila por habernos quitado la prueba de encima, me ha dicho que no me preocupara, que seguro que estábamos aprobados y una cosa menos. Mi indignación ha ido en aumento, a continuación desgranaremos el por qué.
No nos engañemos:
la nota importa. Y en este país mucho, quizás demasiado. Debería aclarar que parto de mi visión como científico (o investigador, si prefieren) en formación, pese a haber finalizado el grueso de mis estudios. Tal vez mi opinión no se corresponda con otras áreas del conocimiento, sean más afines o no.
Volvamos a la nota. ¿Realmente es tan importante como digo? No, lo es más, hasta el punto de resultar vital. Y no exagero. Cualquiera puede encontrar los requisitos de las becas de doctorado, pese a que en la práctica son más elevados por la tremenda competencia que existe. Por poner un ejemplo, hay muchos más y la variabilidad de opciones no es muy extensa.
Quiero aclarar que me estoy refiriendo a la oferta pública; en el ámbito privado existe una ligera mejora de la que pocos pueden aprovecharse debido a la sobresaturación del mercado.
Imagino que a estas alturas, uno ya puede estar convencido de lo necesaria que es la nota para poder seguir formándote y/o obtener una mínima remuneración por tu trabajo. Esto contrasta fuertemente con la tendencia europea, en la que no solo se valora la puntuación (se suele tener en cuenta el prestigio del investigador que te "
apadrina" y el lugar de trabajo, que hay que intentar que sea el mejor para desarrollar nuestro trabajo).
Y ello me lleva a la principal contradicción del sistema de enseñanza español. Por un lado, muchos docentes (a todos los niveles) están de acuerdo en que lo importante es aprender, interiorizar los conceptos y saber pensar, pues es más útil que vomitar conocimiento memorizado. Pero por otro, el sistema te obliga a ser competitivo con tu expediente.
En mi visión de un aprendizaje adecuado, y por mi experiencia personal en el mío propio, se aprende muchísimo más de los errores que van surgiendo. En un área en la que tener certeza de algo es muy difícil, errar está a la hora del día. Creedme, no soy el único que piensa así. Las situaciones reales distan mucho de la ilusión que se genera en las aulas. Cualquier coincidencia entre la realidad y los libros es eso, una mera coincidencia. No son pocos los conceptos abstractos a los que no sabes cómo coger hasta que no te enfrentas a ellos cara a cara. Lógicamente, la amenaza de un examen no tiene nada de estimulante.
¿Y quién se atreve a errar cuando el sistema te penaliza tan duramente por ello? Un fallo puede significar no lograr una media óptima, hecho que te condicionará de por vida. Algunos pueden opinar que sobran estas monsergas y que hace falta más estudio.
Pero esta aproximación es pura demagogia.
Es imposible que TODO te interese de igual forma, ni que seas bueno en TODO. No bueno, cuasi perfecto. Incluso podría aludir a mis propias notas, que sin ser pobres ni excelentes, superan con creces la media. Por lo que si yo, que podría considerarme "
privilegiado", me encuentro en una situación tan desalentadora, ¿qué opciones les quedan a la ingente masa que cuenta con peores expedientes?
¡Fórmate!, gritan.
¡Aprende!, piden.
¡Pero sin dieces no hay paraíso!, obvian.
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