Hermanos Juramentados de la Espada Negra
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Kawe Ajhar (FB V)
12-7-2017 01:02
A Faruq le costaba mantener la concentración. Por más que lo intentara, no podía dejar de sentir las gotas de sudor resbalando por su frente, su nuca, su espalda... Hasta por las partes del cuerpo más insospechadas. El sol impactaba severamente tanto sobre él como sobre su padre. El joven guerrero abrió un ojo, y casi le molestó contemplar cómo a Lahad el calor no parecía importarle lo más mínimo. Era como si no sudara en absoluto. ¿Cómo podía lograrlo bajo aquel calor insoportable?

— Padre... —. Lahad no contestó. Faruq apretó los labios, con cierta duda sobre si éste se había sumido en algún tipo de trance que no quiso interrumpir —. ¿... Padre? — volvió a insistir, mas éste continuó en silencio, con los ojos cerrados bajo el turbante que lucía en la cabeza completamente rapada y surcada por tatuajes. Faruq decidió no volverlo a intentar.

Habían pasado dos años desde el zueban zehir de Umar. Desde entonces, ni él ni Tahira habían vuelto a mencionar nada relacionado con lo ocurrido esa noche. Ni siquiera sobre la repentina marcha de Kiba. Ciertamente aquel suceso logró entristecer a Faruq durante una temporada, pero como el viento sobre la arena, el tiempo había acabado por limpiar las viejas huellas y formado unas nuevas. La vida de la tribu continuaba. Y las suyas continuaron con ella.
Dumah dio por finalizado el entrenamiento de Faruq y Maboq, y tomó a Umar y a los otros dos supervivientes del zueban zehir bajo su tutela. Faruq ya era un verdadero guerrero cazador, y se unía de forma recurrente a los grupos de exploración que saqueban las esporádicas caravanas harrassianas. En todos los ataques, Faruq había tratado de buscar discretamente más de aquella extraña sustancia, pero nunca tuvo suerte.

Un día, sin previo aviso, su padre se presentó en su tienda y le dijo que el jefe Coda le había encomendado un viaje sagrado hasta la montaña de las tres piedras, Kawe Ajhar; y que debía llevarse a su propio hijo como guardaespaldas. Faruq quiso saber más sobre aquel extraño mandato, pero todo cuanto le dijo Lahad fue que era voluntad de la Diosa.
No hizo más preguntas en su momento, y allí, sentando en la ardiente arena, había empezado a arrepentirse. De haber sabido que su padre le sometería a un entrenamiento intensivo sobre las artes y ritos de Nadruneb, quizá hubiera buscado alguna excusa para intentar quedarse en el poblado. No es que estuviera muy puesto en cuestiones espirituales. Creía en la Diosa, claro, como todos. Pero siempre la había visto como un ser distante y errático, más un concepto que algo sólido a lo que aferrarse interiormente como había hecho su padre desde que su madre falleció.
Claro que, viniendo de Coda, quizá habría tenido serias consecuencias de haberse negado a seguir su orden. Como tener que enfrentarse a Grunda, por ejemplo. Eso no le hubiera hecho ninguna gracia.

Llevaban ya una semana en el camino. El primer día Lahad se había arrancado a hablar, y ya no callaba si no era para dormir, para comer o para meditar. Incluso a veces en las tres ocasiones seguía hablando. Que si Nadruneb esto, Nadruneb lo otro... Le contó las viejas historias de las tribus que ya había escuchado de niño, explicándole su significado, o al menos, el que él mismo les atribuía. Le habló del poder de la Diosa, oculto bajo las arenas del desierto y danzante en el viento y en las dunas...
Desde luego entre tanto monólogo, pues Faruq raras veces hablaba si no era para preguntar preguntar el rumbo o acordar dónde pasarían la noche; el joven guerrero aprendió algún que otro truco, como identificar las reservas de agua bajo la tierra por el color de ciertos matorrales concretos, a drenar el líquido de un cactus para no deshidratarse, o a encontrar huevos de serpiente que poder comer si tenía hambre. En cierto modo se sorprendió de ver el conocimiento que su padre albergaba del desierto, y el fervor riguroso que éste desprendía hacia Nadruneb. A veces se pasaba las noches sumido en su meditación, con la mano posada sobre los pinchos de un cactus, y al día siguiente éste aparecía totalmente florecido.

¿Magia? ¿Coincidencia? Para Faruq todo aquello aún era un misterio.

Faruq volvió a la realidad, al escuchar el revelador sonido de un ronquido proveniente de su padre, quien seguía en la misma posición, sin variar el gesto ni un ápice. — ¿Padre? — esta vez acompañó la pregunta con un gesto destinado a zarandear su hombro.
— ¿Mmn? Ah, hijo... —. Lahad sonrió y parpadeó con los ojos levemente entrecerrados —. Perdóname, creo que me he dormido.
— ¿¿Dormido?? — exclamó Faruq, estupefacto. Su padre se rió a modo de respuesta, y acabó por sonsacarle una sonrisa. Después de todo, hacía mucho que no veía reír a su padre.
Re: Kawe Ajhar (FB V)
20-7-2017 17:57
Tras varias jornadas de viaje bajo el abrasador sol del desierto, Lahad y Faruq vislumbraron la cima del monte Kawe Ajhar en el polvoriento horizonte. El joven guerrero había empezado ya a albergar sus dudas sobre si su padre realmente sabía a dónde iba. Durante la mañana caminaban manteniendo el sol de frente, por la tarde dejándolo a la espalda, y al anochecer, Lahad alzaba la mano dejando los dedos juntos y el pulgar extendido para buscar el rumbo entre las estrellas. Ya le había preguntado anteriormente si alguna vez había estado en el mítico templo de la diosa, y como sospechaba, no había sido así. Si no fuera su padre, seguramente Faruq ya habría discutido con él en su intento de convencerle de que no sabían a dónde iban, y que si continuaban así acabarían perdiéndose y muriendo irremediablemente a merced del desierto. Pero le veía tan convencido a la hora de marcar el camino que no se atrevió ni una sola vez a poner en duda tamaña seguridad.

Al final, la perseverancia de Lahad se había visto más que recompensada.
En contraste con la luz del sol poniente se dibujaba la silueta de tres gigantescas rocas dispuestas en forma de pórtico, como si en tiempos pretéritos la mano de algún dios las hubiera dispuesto así deliberadamente. Faruq le preguntó a su padre quién había construido aquello, pero éste no supo responderle.

— Hay muchas historias que hablan de por qué las tres rocas están donde están, desde milagros de la naturaleza a caprichos de otros dioses antiguos. También he oído a alguien decir que fue una tarea que la Diosa encomendó a nuestros ancestros hace más generaciones de las que puedo contar —. Lahad hizo una pausa y, mientras le veía observar el horizonte con una expresión que no supo descifrar, Faruq se percató de lo súbitamente viejo que parecía. No se podía negar que ambos se parecían mucho, si bien su padre tenía ya el pelo gris y la barba totalmente afeitada, de modo que sus arrugas y cicatrices envejecidas bajo el sol le dieron un aspecto mucho más gastado de lo que le hubiera gustado reconocer —. En cualquier caso—continuó Lahad, sacando a su hijo de sus pensamientos—el por qué o el cómo no importa tanto como el para qué. Este lugar es un templo sagrado dedicado a Nadruneb.
— No somos los únicos que vamos hacia allá, ¿me equivoco? — Faruq enarcó una ceja, aunque ya llevaba días imaginándose la respuesta. Concretamente, desde que había visto a otro reducido grupo de personas siguiéndoles en la lejanía mientras buscaba algún nido de serpiente que saquear.
— Para nada. Nos dirigimos a un cónclave. Todas las tribus han sido convocadas, y tú y yo vamos en representación del Jefe Coda —. Lahad no parecía hablar desde el orgullo personal, sino más bien desde la enorme responsabilidad que aquellas palabras conllevaban. Faruq llegó a sentirse un poco incómodo. Entre las tribus del desierto rara vez solía haber paz.
— ¿Crees que habrá algún jefe entre los reunidos?
— Me sorprendería mucho que se presentara alguno — sonrió Lahad.
— ¡Menudo cónclave entonces! — Faruq se cruzó de brazos, relajando la actitud.
— No seas ingenuo, Faruq. Los jefes de las tribus no se reunirían pacíficamente así como así — alegó Lahad, indicándole a su hijo con un gesto que acamparían esa noche en el sotavento de la duna sobre la que oteaban el horizonte.
— ¿Por eso mandan a sus sacerdotes?
— Obviamente. A diferencia de los jefes, los sacerdotes de las tribus tenemos algo en común que nos permite sentarnos a hablar sin que corra la sangre —. Nadruneb, claro. Era fácil de adivinar.
— ¿Y por qué te pidió Coda que yo viniera contigo? — a parte de acompañarle en el viaje y de tener a alguien con quien compartir horas y horas de monólogos sobre la Diosa.
— Por si acaso alguien prefiere hacer correr la sangre en vez de hablar.

Faruq parpadeó. Debía admitir que no se esperaba esa respuesta. Pero, bien pensado, su padre había sido uno de los mejores cazadores de la tribu antes de dedicarse por entero a Nadruneb. Tal vez por fuera pareciera envejecido, pero tras varios días viendo lo bien que aún sabía desenvolverse por el desierto, Faruq no podía poner en duda las destrezas de Lahad tanto en la supervivencia como en el combate. ¿Quién no le decía que el resto de sabios de las otras tribus no eran, como su padre, gente capaz de plantar cara de un modo temible?

Faruq tuvo claro en ese instante que Coda le había ordenado explícitamente ir con él para servirle de apoyo en caso de problemas. No se consideraba el mejor guerrero de la tribu, ni por asomo. En ese sentido Grunda hubiera sido la opción más evidente. Pero Grunda tenía la mente dura como una piedra y el genio tan impredecible como el picotazo de una cobra. Él no hubiera ido a hablar, sólo a buscar sangre. Y Faruq debía reconocerse que, pese a su juventud, era un buen luchador, y poseía una mente ágil y abierta de las que no muchos (ni muchas) hacían gala en las tribus.

Puede que Coda realmente supiera lo que se hacía.

Lahad y Faruq llegaron al pie de la enorme montaña al día siguiente, cuando el sol comenzaba a bajar. No se podía negar que aquel sitio parecía tocado por los dioses. La montaña se elevaba varias decenas de metros, solitaria entre las dunas de arena, recubierta de árboles achaparrados y retorcidos rebosantes de dulces frutos, y tapizada por una alfombra verde y fresca que Faruq no había visto nunca, y que su padre llamó “hierba”. Le había informado también de que en el interior del templo había una fuente de agua que corría por el interior de la montaña y transcurría bajo las arenas del desierto. No habían terminado los odres de agua, ya que ambos sabían suministrarse bien durante los viajes largos, pero no podía negar que nada sabía mejor después de tantos días entre sol y arena que un trago de agua fresca.

Encontraron tres campamentos apostados ya alrededor de la subida, bastante separados unos de otros. Al parecer, no eran los últimos en llegar. Lahad determinó que era mejor acampar dejando también cierta distancia, para evitar enfrentamientos innecesarios antes de la reunión. Eligieron la última parte de la montaña en la que aún se podía disfrutar de algo de sombra. Obviamente, los que habían llegado primero habían cogido los mejores sitios en ese sentido. Crearon una tienda pequeña al ras del suelo para guarecerse del sol, a base de hojas de palma, ramas y un par de troncos gruesos.

En su inexperiencia, Faruq se sentía bastante incómodo con aquella situación. No estaba acostumbrado a la política, ni tampoco a tratar con la gente de las demás tribus. El único que se sabía que mantenía relaciones relativamente asiduas era el Jefe Coda. Pero hasta donde él entendía, era una rara excepción. En sí, los jefes de las demás tribus no querían saber nada de los demás, ni se involucraban en los asuntos de otras tribus si no era por cuestiones de territorios, comida o fuentes de agua, por las cuales generalmente unos derramaban la sangre de otros. La batalla por la supervivencia en el desierto se libraba en todos los sentidos posibles, y podía resultar extremadamente violenta. Faruq lo sabía bien.

Por eso, no podía evitar tener una actitud tensa y constantemente alerta, aunque se hubieran colocado en un lugar bien protegido en el caso de que quisieran asaltarlos. Lahad no había parado de decirle que nadie se atrevería a matar a los pies del templo de la Diosa, pero aún así Faruq no terminaba de relajarse del todo. Mantenía siempre un ojo abierto y centrado en la luz que arrojaban las otras dos hogueras, sin dudar lo mas mínimo en que sus dueños también estarían haciendo lo mismo.

Ya entrada la noche, el grupo de gente que Faruq había vislumbrado a lo lejos se presentó con aspecto agotado y agradecidos de poder encontrar agua y comida. Nadie saludó, no mostraron ningún signo de hospitalidad, sencillamente pasaron de largo y comenzaron a hacer su propio campamento. Faruq, contrariamente a su confiado padre, se quedó haciendo guardia hasta que los párpados le pesaron demasiado como para mantenerlos levantados. Cuando despertó a la mañana siguiente, ya había llegado el quinto y último grupo a la montaña.

Re: Kawe Ajhar (FB V)
15-11-2017 16:21

Aquella misma mañana, Faruq y Lahad se levantaron temprano para admirar la obra de Nadruneb sobre aquella montaña, y para recolectar los frutos maduros de sus árboles. Aparentemente, sólo estudiaban el terreno y paseaban a la sombra del monte. Pero, en realidad, Lahad iba hablándole a Faruq de los asistentes a aquella peligrosa reunión.

Tal y como su progenitor había supuesto, no había ni un sólo jefe entre los presentes. Atanah, líder del Escorpión, había enviado en su lugar a un sacerdote viejo y revenido llamado Sarok, y a un guardián fuerte, joven e inexperto, Ahanat.
Drosón, del clan de la Iguana, había mandado a un sacerdote ya entrado en años llamado Sajar, cuya presencia allí tras un viaje por el desierto ya se podía considerar milagrosa. Con él viajaba Drakar, un hombre lleno de cicatrices cuya complexión física no tenía nada que envidiarle al mismísimo Grunda.
Osnoug, el frágil líder del Antílope, tenía como representantes al veterano Denaug, quien protegía a un chamán más joven llamado Akin.
Razi, chamana de la Hiena, era una mujer tosca y fuerte. No tenía protector. Faruq nunca supo si lo perdió durante el viaje o si había ido hasta allí sola. Capaz, desde luego, se la veía.
Y finalmente Habra, sacerdote de la Araña; era probablemente la cabeza con mayor rango entre todos. Venía custodiado por Anasi, una mujer con el rostro tapado y armada con lanzas y filos de hueso. Podía parecer pequeña a simple vista, pero Faruq no se permitió el lujo de subestimar a la que sin duda sería una rival difícil de cazar en un combate directo...

El cónclave se celebró a la tarde siguiente, en lo alto de la montaña, dentro del templo formado por aquellas rocas primigenias. En principio sólo los sacerdotes iban a reunirse en el interior, sin armas y sin guardaespaldas, para asegurar la paz. Pero ni Lahad ni Faruq fueron tan ingenuos como para confiar en semejante promesa. Efectivamente, Lahad fue sin armas y aparentemente en solitario a la reunión. Pero Faruq se escabulló a pocos metros de él, usando los bajos matorrales y los árboles achaparrados para seguirle los pasos a su padre y colocarse cerca del templo, donde pudiera escuchar y ver la reunión... O intervenir, si se diera el caso.
No tardó demasiado en darse cuenta de que absolutamente todo el mundo había tenido la misma idea. Los susurros entre la hierba, alguna rama rota allí o una piedra que caía rodando más allá; le informaron de que el templo estaba totalmente rodeado.

—El jefe Coda os da las gracias a todos por acudir—Lahad fue el primero en hablar, claramente intentando llamar
—Este viaje por el desierto bien se merecería algo más que un “gracias”. ¿Por qué no ha venido Coda?—exigió saber Sarok. Tenía la voz áspera, como si masticara arena al hablar. Hubo un asentimiento general.
—Por el mismo motivo por el que tampoco han venido aquí Osnoug, Drosón, Atanah, Ceria o Kujah—respondió Lahad con tranquilidad.
—Ninguno de nuestros jefes nos ha mandado a través del mar de fuego para intercambiar palabras contigo, chamán sin nombre—gruñó
—Soy Lahad, hijo de Iukram. Y vengo en representación de Coda y de la Serpiente, como vosotros venís en representación de vuestros jefes y vuestras tribus
—Debo admitir que esperaba encontrarme a Trecna en tu lugar, como mínimo—habló Habra—. Si el asunto es tan importante como para convocar este concilio, no creo que deba ser tratado entre sacerdotes menores…
—Cuida tu lengua, Araña. No vaya ser que la pierdas antes de que el sol se ponga—. Aquella amenaza vino de Razi
—No creo que Coda nos haya pedido una reunión para discutir sobre rangos…—empezó a decir Sajar, con voz temblorosa.
—¡Tú no tienes voz aquí, escoria Iguana!—gritó Sarok, señalando a Sajar con un dedo acusador—. Tú y tus parias ofendéis a la Diosa con vuestros tratos con esos perros Harrassianos. Tu presencia aquí es una blasfemia.

Hubo gritos y acusaciones. Sólo el joven chamán del Antílope se mantuvo en silencio. Faruq vio cómo el fuerte Drakar salía de su escondite y hacía acto se presencia, irrumpiendo en el templo para sacar al viejo chamán Iguana del lugar antes de que la tensión aumentara. Desde luego su imponente presencia ayudó a que Sarok relajara un poco su actitud. Faruq miró a su padre, esperando algún tipo de señal o de gesto. Pero éste se limitó a alzar las manos, esperando a que todos dejaran de insultarse y amenazarse.

—Creo que es suficiente por hoy. Mañana rezaremos y volveremos a reunirnos al atardecer—enunció Lahad.
—Por fin oigo algo inteligente…—comentó Razi, yéndose también.

Todos se retiraron, reuniéndose con sus respectivos guardianes. Faruq no se había equivocado: todos los acompañantes habían espiado la reunión.
Al reunirse de nuevo con su padre, en el camino de vuelta al campamento, el joven le preguntó:

—No ha ido muy bien, ¿verdad?
—¿Qué no?—. Lahad parpadeó, sorprendido por su presunción. Y acto seguido sonrió, más que satisfecho—. Nos hemos visto todos las caras y nadie ha salido herido. ¡Ha ido mejor que bien!