Hermanos Juramentados de la Espada Negra
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Alianza de bandas
16-12-2016 00:47
Por Verion
Marloc sonrió para sus adentros, pero se esforzó en que el gesto no se trasladase a su deforme cara. Luego recordó que su cara tampoco era agradable ni cuando sonreía, pero aún así decidió mantener su gesto habitual: había promovido demasiado el respeto basado en el terror, y había demasiada gente esperando al momento en el que demostrara un momento de debilidad. Tenía la sospecha de que ni las demostraciones más evidentes tenían un efecto permanente: dos mañanas atrás había tenido que ejecutar, de hecho, a uno de sus hombres. Lo había colgado en la plaza del pueblo, como a los demás, para que sirviera de ejemplo: no era cuestión de desaprovechar un cadáver.
Sabía que un gobierno del terror estable exigía un terror creciente. En las calles empezaban a estar acostumbrados a la violencia, y sería cosa de tiempo, más tiempo o menos tiempo, que todo el mundo asumiera su fragilidad en un estado deprimido, y él no quería un gobierno sobre unas personas sin nada que perder. No, necesitaba que tuvieran una esperanza, o inventar nuevas formas de terror.
Aquella misteriosa asesina que la observaba desde el lateral de la calle no parecía tener terror de él. Claro que creyéndose a escondidas todo el mundo era más valiente, y claro que podía sacarla de su error e incluirla en el mundo del terror, pero parecía perfectamente capaz de sacar orgullo de aquella lección y aprender a esconderse mejor. No, a ella no le diría nada, le dejaría creer en su mentira por si algún día tenía la orden de asesinarlo.
Inspiró aire por su maltrecha nariz, y casi agradeció que prácticamente no funcionara. Los servicios públicos habían decaído hasta un mínimo inaceptable, y entre otras cosas hacía mucho que la basura estaba estancada. No quedaban demasiados días antes de que eso se convirtiera en un problema incluso mayor que el de los descarriados y se culpara… bueno, a todo el mundo. Pero el concilio de minería era más visible. Así que en cualquier caso ese olor a inmundicia de la calle no le desagradaba, le recordaba que estaba un paso más cerca de la victoria, o de su muerte. Ambas cosas le parecían bien.
-Vete, pajarillo, a informar -dijo para sus adentros cuando la asesina se escurrió por las calles. Sí le inquietó ver que ninguno de sus hombres parecía haberla visto, pero a fin de cuentas eso era parte del plan. Tendría que darles una lección, en todo caso, para mantenerlos un poco en forma.
-¡Marloc, maldito bastardo! -dijo una voz desde la entrada de la calle poco después-. ¡Ven aquí y habla como una persona decente!
Esa vez sí que sonrió. Se levantó, se aseguró de que la espada saliera bien de la funda y se acercó a la entrada de la calle junto a sus hombres. Se detuvo a diez metros de la vieja guardia, esa élite Najshet que podría disimular, pero cuyas facciones no le pasaban desapercibidas a alguien como él.
-Haled Marek -dijo él, no sin esfuerzo, por las permanentes heridas de su cara-. Al fin te conozco -añadió, despacio, de la única forma que ya podía hablar.
-Podías haber hecho eso en cualquier momento, no tenías que simular un falso contrato para hablar conmigo.
Marloc suspiró y se pensó si no era mejor organizar una buena pelea mortal en ese momento… y le apetecía más que hablar, pero no podía debilitarse ante el concilio de minería.
-¿En tu barrio? -respondió al final-. Oye… me cuesta mucho hablar… me pienso cada palabra, ¿sabes? Hagamos como que ya hemos dicho todo lo obvio, ¿te parece?
-Vete a la mierda, cabrón de media cara -le espetó al asesino.
Suspiró. Quizá una pelea no era tan mala opción después de todo.
-Tengo trabajo para tu banda -tomó aire para pensarse sus siguientes palabras. Le iban a doler de la frente a la garganta, pero más le iba a escocer no decirlas-, especie de miserable rata del desierto. Trata bien a tu cliente, ¿no?
-Yo no trabajo para ti.
-Pues mejor, así no tendré que pagarte, pero empieza a darle un poco a la cabeza, porque… esos mierdas del consejo de minería están a punto de hacerse con todo, ¿entiendes? Tú y yo nunca nos hemos llevado mal porque nos parecemos… pero estos… quieren controlarlo todo. Desde el barrio de los Nasjhet hasta el de los mierdas importadores. Ahora tienen a la familia del médico y van a acabar controlándolo todo, así que hay que hacer… lo que tú y yo sabemos hacer.
-Entonces hazlo tú -propuso Haled.
-Ya lo hice, di el golpe de mano con mi banda. Ahora hace falta que vosotros hagáis vuestra parte de la forma que se os da bien, ya sabes, en las sombras. Hay que darles un golpe muy serio, en todos los cojones.
-¿No quieres al médico?
Marloc bufó.
-De ninguna forma. Las cosas están bien como estaban antes. Bueno, oye, quizá habría sido bueno tener esa idea, pero la tuvieron los del concilio, ¿eh? Si tienen a la familia… no se le puede hacer nada. -Marloc suspiró una vez más. Iba a tener que explicarse, y eso le hacía daño. Odiaba tener que hablar tan despacio-. Oye… o el tipo es un miserable como cualquiera y se queda escondido en un agujero hasta que maten a su mujer y sus hijas… o es un tipo mejor que tú y que yo y cederá al chantaje cuando los del concilio se pongan serios. Si es lo primero… pues ya está, pero si es lo segundo entonces hay que echarle una mano.
-¿Me estás diciendo que mate al médico?
Marloc suspiró. No iba a explicarle que si supiera donde estaba él mismo lo haría con sus propias manos, y que sería una liberación para aquel pobre desdichado que seguramente no encontraba las fuerzas para suicidarse: la única salida razonable, de hecho, para liberar a su familia.
-¿Es que... sabes dónde está? -preguntó al fin.
-No -reconoció.
-Claro que no -repitió él. Eran tres palabras malgastadas, pero sentía que tenía que decirlas.
-¿Entonces a quién quieres que mate?
-¡A nadie, joder! ¿Es que todo lo tenéis que solucionar matando?
-Explícate -solicitó Haled.
Marloc se permitió sonreír. Por fin la conversación exigía pocas palabras.
-Hay un político. Amigo del concilio.
-Y no se puede demostrar ante la justicia harrassiana -especuló Hared-, porque si se pudiera… ya se habría hecho.
-Muy bien.
-Así que quieres que matemos a ese hombre.
Marloc entrecerró los ojos y negó con la cabeza.
-¡Mal!
-Quieres que… ¿secuestremos a su familia? -Marloc realizó círculos con su mano derecha-. Para así organizar un intercambio de rehenes…
Extendió una mano con un papel en el que había escrito nombres, descripciones y direcciones. El otro pareció pensárselo, pero finalmente cubrió la distancia que los separaba y lo recogió.
-Que no tenga que ir a tu barrio, ¿eh?

Re: Alianza de bandas
30-12-2016 15:15
Por Verion
Marloc sabía que aquel no era un buen día. En los buenos días se levantaba tras haber dormido unas cuantas horas, y podía decir diez palabras antes de que el dolor empezara a hacerle sospechar que se le estaba despegando también el otro lado de la mandíbula.
Con gusto habría dejado de decir sus órdenes y habría pasado a escribirlas ante algún subalterno leal, pero esa cualidad no era una que brillara en aquel mundo, y la forma de mantener el liderazgo pasaba por una crueldad manifiesta. En esos días que no consideraba buenos, elegía a algún miserable canalla que además hubiera cometido alguna ineficiencia, y lo ejecutaba delante de los demás. En ocasiones como aquella solo les daba un tajo en las tripas, tras lo que tardaban el día entero en morir. Los gritos del moribundo cumplían dos objetivos: el primero, distraerlo de su propio dolor, y el segundo, advertir a los demás que no era un buen día para venirle con demandas.
Aquel día no estaba funcionando. Le seguía doliendo hasta callado, lo cual era una promesa de lo mal que iba a sentirse si decía una sola palabra. Y a su invitado no parecía importarle lo más mínimo, en parte porque parecía también algo maltrecho y dispuesto a usar las armas.
Haled Merek ni siquiera había enfundado su espada, con la que indicaba muy claramente que no solamente representaba un peligro para los presentes, sino también para su rehén, el familiar del político que intercambiaría por la familia del alquimista… pero a juzgar por el aspecto de Haled y sus hombres, el secuestro no había salido bien.
-Marloc, maldito bastardo -recriminó aquel-. ¡Debería matarlo aquí mismo!
Marloc suspiró. Sabía que algo así iba a pasar en algún momento porque de hecho él sabía que el político se proveía de una muy decente seguridad que sería mucho mayor a partir de ese momento, lo sabía tan bien que no quería haber enviado a sus propios hombres. También sabía que la banda de “la vieja guardia” representaría un peligro a medio plazo, así que tampoco le venía mal que se redujera un poco. Pero sobre todo sabía que Haled no iba a matar a su rehén, porque ya podía haberlo hecho sin reunirse con él, y porque por mucho que fingiera enfado, era un tipo bastante razonable, y si no era idiota, seguramente entendía que estaba con el polvo hasta los pulmones, porque si no se movía otra pieza, el sindicato no entendería que aquello era obra de Marloc y entonces iría a por “la vieja guardia” y la aplastaría junto con el barrio Najshet.
Claro que le iba a costar negociar con él con todo ese dolor en la cara.
En cualquier otra circunstancia se habrían acuchillado hasta morir, pero ahí estaba ese rehén, su llave a cambiar realmente la situación.
-Bueno… -dijo muy despacio-. Habéis tenido… algún problema…
-¡No me vengas con esas, Marloc! ¡Tú sabías perfectamente lo que nos íbamos a encontrar ahí!
Claro que lo sabía. Y si aquel hubiese sido un buen día hasta lo habría reconocido, y le habría explicado que él más bien contaba con docenas de inútiles que hacían bastante ruido y generaban mucho dinero, pero que no podrían haber realizado ese secuestro. Que las bajas que había sufrido eran buenas para ambos. Y que calmadamente podrían negociar un acuerdo que los beneficiara a ambos. Intentó concentrar todos esos pensamientos en no más de ocho palabras, y en el dolor de cabeza resultante se preguntó si no merecía más bien la pena echarle encima docenas de inútiles, y que ocurriera lo que tuviera que ocurrir.
Finalmente se dio la vuelta y se acercó al moribundo al que había rajado las tripas. Sus sollozos tenían la cualidad de distraerlo no solo del dolor, sino también del asunto en cuestión. Desenfundó la espada, le inclinó la cabeza y le clavó la espada de punta en el cuello. Esta entró en su torso destruyendo… Marloc no recordaba exactamente cuántos órganos. Pero sin duda se impuso el silencio.
-No salió bien… vale. No es mi culpa… pero vale. Habrá guerra… con sindicato. Te quedas territorio.
Haled pareció pensar en aquello.
-¿Todo? -preguntó.
Marloc inspiró profundamente y hasta eso le escoció. En una negociación decente habría hecho una división pormenorizada por calles, pero sin duda no tenía el ánimo para aquello, y en verdad no tenía ganas de perder aquel rehén, ni de hecho el posible apoyo de la vieja guardia, que pese a resultar un tanto ingenuos, habían demostrado bastante cuajo sobre el terreno. No podía dejar de pensar que ese Haled y él podrían haber hecho lazos mucho mejores si aquel no fuera, a fin de cuentas, un repugnante hijo del Najshet.
También tenía ganas de decirle que todo aquello no sería nada si la cuerda floja por la que caminaban no daba algún rédito futuro, que aún había mucho que luchar. Pero seguramente podría decírselo en el futuro.
-Todo… joder.


NOTA IMPORTANTE: Pocas horas después la banda de Marloc hace una ostentación de fuerza paseando al rehén por las calles, con el fin de acordar un intercambio de rehenes con la banda del sindicato. La partida del domingo 15 de enero versará sobre este conflicto. El día anterior, el 14, se jugarán otros asuntos más cercanos a los personajes presentes.