Hermanos Juramentados de la Espada Negra
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Zueban zehir (FB II)
10-12-2016 17:04
Nota de la autora: Sonaba esta música mientras escribía esto. Es un flashback del pasado de mi personaje, ocurre 16 años antes de la partida de Nased.

Los tambores marcaban un ritmo tenso en la noche, mezclando timbres de todos los colores: desde profundos y marcados, a cacharreantes y rápidos. Hacían temblar hasta la arena bajo sus pies. De vez en cuando se alzaba algún cántico sobre el estruendo, marcando cambios de ritmos inesperados, y haciendo que todas las cabezas se movieran al compás.

Faruq intentó tragar saliva, pero sentía la boca seca. Sentía todo el peso de las miradas de la tribu sobre él. Un gran círculo se abría en el centro del poblado, y las antorchas que la mayoría sostenía arrojaba una luz intensamente naranja y trémula, haciendo que las sombras se multiplicaran a su alrededor y todo cobrara una aspecto aún más irreal, por si con el atronador sonido de los tambores no tenía suficiente.

El sudor que perlaba su frente se deslizó fríamente por su rostro aún aniñado, pintado con los motivos de la serpiente. El corazón le palpitaba tan fuerte que pensaba que se le iba a salir por la boca. Estaba muy nervioso, pero sobre todo, muy asustado. Todos lo estaban siempre el día de la ceremonia, aunque intentaran no mostrarlo. Faruq no estaba sólo, otros le acompañaban, obligados a permanecer sentados en su propio círculo, en el centro de aquella escena. A su lado también estaba Bakr, totalmente lívido. Le temblaba el labio inferior, y a sus pies un pequeño charco amarillo delataba su terror interno. Faruq le apretó el antebrazo disimuladamente, intentando darle ánimos, pero su amigo no reaccionó.

El ritmo de los tambores cambió de nuevo, y los sacerdotes de la diosa se agacharon junto a una serie de cestos de caña trenzada que habían dispuesto en diferentes puntos del círculo. Los abrieron con rapidez, apartándose acto seguido. Las serpientes no tardaron en salir, siseando furiosamente y deslizando sus fluidos cuerpos de vuelta a la arena. Pronto todo el círculo quedó anegado por los reptiles, que se alzaban abriendo sus cabezas amenazadoramente, o sacudían sus colas, cascabeleando en la oscuridad. El sonido de los tambores y los largos palos de los religiosos evitaban que se intentaran salir del círculo. Uno de aquellos sacerdotes era Lahad, quien a pesar de mantener su habitual porte estoico y severo; no pudo evitar dedicarle una mirada ansiosa a su primogénito, sentado en el centro de aquel nido mortal. Una mano se aferró las pieles de aquel padre, la de Umar. No pudo evitar pensar que el pequeño tenía la misma edad que su hermano mayor cuando ambos perdieron a su madre. Esperaba no tener que lamentar aquella noche la muerte de otro miembro de su familia.

Faruq, por su parte, observó con inquietud manifiesta cómo las serpientes se iban arremolinando más y más alrededor del grupo de chicos. Alguno incluso rompió a llorar, a sus espaldas, y luego dejó ir un grito de dolor desgarrador. Las serpientes habían ido a por él. Inmediatamente uno de los sacerdotes entró en el círculo, apartando las serpientes con la vara, y se cargó el niño al hombro para sacarlo de ahí. Otro chico suplicó que le sacaran de ahí, al ver que se llevaban a su compañero. Se levantó, rompiendo el círculo, y salió corriendo entre el mar de serpientes. Faruq vio de reojo cómo éstas saltaban a por él en manada. Los chillidos del joven fueron desgarradores. Nadie acudió en su auxilio esta vez, las múltiples mordeduras provocaron que el niño se agitara macabramente sobre el polvo, excupiendo espuma por la boca y poniendo los ojos en blanco. Minutos más tarde, dejó de agitarse y quedó muerto en el suelo, con el cuerpo tenso y las extremidades agarrotadas. Faruq sintió ganas de llorar y le ardieron los ojos.

Su padre le había entrenado para ese momento, le había dicho qué era lo que tenía que hacer, cómo tenía que hacerlo. El miedo era su enemigo, de eso trataba la ceremonia del zueban zehir. Si mostraba miedo, las serpientes le morderían y terminaría como el otro chico, muerto en la arena.
Otro chico fue mordido, una madre gritó en la oscuridad. Faruq cerró los ojos, perdiendo de vista las luces, y tratando de ignorar completamente cualquier otra cosa que no fuera el sonido de los tambores. No quería escuchar los gritos ni los llantos desconsolados de sus compañeros, no quería oír los latidos de su desbocado corazón. Inspiró hondo, todavía temblando, y relajó los puños, dándose cuenta de que hasta el momento los había tenido cerrados con tanta fuerza que se había clavado las uñas en las palmas. Volvió a respirar profundamente, una, dos, tres veces. Escuchó lo que le decían los tambores, perdió su mente en el ritmo y los inconsistentes compases: Tum-tum tu-pá-tum, tum-tum tu-pá-tum, chac-tum-chac-tum tu-pá-tum, tum-tum tu-pá-tum...

Algo cálido lo abrazó, invisible, sutil, poniéndole sutilmente la piel de gallina. Un vago recuerdo de su madre le vino a la mente, haciéndole sentir inesperadamente bien. Una voz interior le dijo: "abre los ojos"; y eso hizo. Despegó los párpados despacio, casi sintiéndose adormilado. De repente todos los tambores se habían callado, y frente a él una cobra de escamas negras y brillantes que reflejaban la luz de las antorchas, le miraba fijamente, con la cabeza en vilo. El joven giró la cabeza, y se percató de de que ya tan sólo quedaban Bakr y él en el círculo. Su amigo seguía tieso como un palo, mirando sin apenas parpadear a la serpiente de cascabel que agitaba amenazadoramente su cola frente a él.

El frío contacto de la piel de la serpiente pilló desprevenido a Faruq, quien tuvo que contenerse para no pegar un bote al comprobar que la cobra estaba subiéndosele encima. Respiró, intentando mantener su estado de relajación. Un movimiento en falso y la cobra le picaría. Notó su líquido cuerpo subirle por el brazo derecho, rodearle el cuello por detrás y empezar a bajar por el hombro izquierdo. Toda al tribu guardaba un expectante silencio.
Un leve tic en la pierna derecha de su amigo reveló entonces las intenciones de Bakr. Faruq lo vio, adivinó, en ese preciso momento, que iba a reaccionar mal. Quería hablar, decirle que no hiciera lo que estuviera pensando. Pero tener la nuca rodeada por la cobra acalló cualquier intento de advertencia. La cobra seguía mirándole, enroscada en su codo izquierdo. Faruq le dedicó otra mirada a la serpiente, quien le atrapó en sus ojos obsidiana, profundos como pozos sin fondo. Parecía estar advirtiéndole de algo, como si quisiera decirle lo mismo que pretendía decirle a Bakr: "No lo hagas". Pero esta vez, Faruq no obedeció a esa voz interior.

Bakr se echó hacia atrás, tirándole un puñado de arena a la cascabel, que se retrajo hacia atrás con un siseo furioso. Faruq alargó la mano derecha hacia su compañero, buscando agarrarle para apartarle de la trayectoria de la serpiente. Pero la cobra le mordió el antebrazo, interrumpiendo su acción: Faruq no llegó a cogerle.
La cascabel saltó inesperadamente hacia delante, a través de la nube de polvo, y sus colmillos se clavaron en el cuerpo de su amigo. Faruq chilló, de rabia, de dolor. Cayó al suelo bocabajo, besando la tierra. La cobra negra entonces desenroscó los anillos de su cuerpo, y se deslizó lejos de él.

Se escuchó revuelo, el sonido de los tambores volvió a hacer eco en su conciencia atenazada por el dolor ardiente de la mordedura en su brazo. Fue vagamente consciente de que su padre le cogía en brazos. Inevitablemente, el mundo de Faruq se sumió en la oscuridad.
* * *


Tahira intentaba a toda costa no pensar mientras terminaba de machacar las hierbas en el cuenco. Si pensaba, se pondría nerviosa y empezaría a llorar por la presión que sentía en ese momento. No podía permitirse tal cosa. La vida de Faruq dependía de ella.

El olor ocre del jugo le escocía en la nariz y le hacía llorar los ojos. Rápidamente acudió al fuego, en el que había puesto agua a hervir, y añadió la mezcla para infusionarla. Tenía que ser rápida, y sobre todo, tenía que ser precisa. Repasó mentalmente cada uno de los movimientos que había dado en la preparación del antídoto, cerciorándose de que no se había saltado ningún paso, que no había calculado mal ninguna cantidad. Aquella era su misión, la de todas las chicas de su edad. También eran parte del zueban zehir. Los niños que se convertían en hombres se enfrentaban al veneno de la serpiente. Y era misión de sus futuras mujeres aprender a preparar el antídoto para salvarles la vida. Nadie salía del círculo sin ser mordido, tal era la tradición. Todos tenían que pasar la prueba de la serpiente... o morir por ella.

De los trece chicos que habían entrado en el círculo, tres habían muerto esa misma noche; y el resto aún peleaba por sobrevivir al veneno. Habían sido emparejados con una de las chicas que también aspiraban a pasar la ceremonia. La fortuna, el azar, o tal vez el juicio de los sabios, habían querido que Tahira fuera la que se encargarse de Faruq, para desgracia de algunas.
Ya las había oído murmurar a sus espaldas, diciendo que no era justo que Faruq tuviera tan mala suerte con su pareja. Él era de los más tiempo había aguantado en el círculo, y sin embargo, tenía que curarle la chica escorpión. A pesar de haber crecido entre ellas durante los tres últimos años como una más; Tahira seguía siendo una extranjera para la mayoría. Un regalo de los Escorpiones para las Serpientes, uno de tantos presentes para acabar con las disputas territoriales que seguramente no tardarían mucho en volver a surgir.

Tahira sabía que la habían aceptado en su momento porque era bonita. No tenía familia entre los Escorpiones, sus padres habían muerto en un asalto a una caravana Harrassiana custodiada por los carsij. La tribu atravesaba una mala época debido a la sequía, nadie quería encargarse de ella, ni de las otras huérfanas. En ese sentido, los chicos tuvieron mejor suerte. Así que el jefe de la tribu decidió obsequiar a las jóvenes a sus vecinos, para asegurar la paz durante, al menos, una temporada. Tahira había tenido suerte de haber acabado con la tribu de la Serpiente, y de que la hermana estéril del jefe Coda, Idara, hubiera cuidado de ella como si fuera una hija más. Aún habiendo tenido que lidiar con las envidias y el desdén de la mayor parte de la tribu; Tahira fue consciente toda su vida de que podría haber sido mucho peor.
Si bien, eso no había impedido que la soledad hubiera sido una constante en su vida. Una constante que sólo pareció interrumpirse cuando conoció a Faruq. No podía decir que tuviera una relación estrecha con él, en sí, Tahira no tenía una relación real con práctiamente nadie al margen de Idara. Pero él era el único de toda la tribu que se había acercado a ella por primera vez de forma sincera, sin maldad en el corazón.

No, Tahira no iba a permitir que Faruq no superase el zueban zehir.

Con dificultad, la joven le alzó la cabeza a su amigo, viéndolo sudoroso y febril, escuchándole murmurar en el delirio provocado por el veneno. Con ayuda de una caña de junco, le hizo tragar el contenido, cuidadosamente. Luego cambió por tercera vez la cataplasma aromática de hierbas emplastadas que le cubría el antebrazo, evitando que se le inflamara y que la carne supurase hasta pudrirse. Se movía con agilidad, con presteza y determinación, ignorando deliberadamente comentarios y miradas reprobativas. Le daban exactamente igual: lo único que le importaba en ese momento era la vida de Faruq, y la certeza de que iba a salvarle.

Nadie podía batallar mejor el veneno que un escorpión...

* * *



La luz hirió sus pupilas con su claridad, a pesar de que dentro de la tienda todo siempre cobrara un matiz tenue y amarillento. Faruq carraspeó con la voz áspera y la lengua pastosa. Apenas segundos más tardes, una mano le levantó la nuca y el agua rozó sus labios. Hizo el ademán de mover la mano izquierda, pero un doloroso pinchazo le hizo cambiar de idea y rematar el gesto con la derecha. Eso sí, seguía vivo.
Su mano rozó otra mano mientras palpaba la rudimentaria bota de agua. Parpadeó, intentando vislumbrar algo entre la claridad que aún no le dejaba ver con nitidez.

— No te muevas tanto, o te harás daño —. Faruq reconoció la voz de Tahira. Volvió a apoyar la cabeza sobre las pieles, intentando ubicarse y recordar. Su memoria no tardó en deshacerse de los últimos vestigios de oscuridad, y las imágenes empezaron a llenar su mente. Los tambores, polvo de arena, el cascabel de una serpiente, dos ojos negros...
— ... ¿Bakr? — consiguió preguntar, con voz ronca. En su visión aún borrosa, reconoció que la chica apartaba la vista unos segundos.
— Murió antes de que Gauda terminara el antídoto para él. No lo consiguió —. Faruq detectó un contagioso deje triste en la voz de ella. El joven cerró los ojos e inspiró con pesar.
— Yo... intenté decírselo, pero... — Se interrumpió. Si el miedo a la cobra no le hubiera paralizado, quizá podría haberle salvado la vida a su amigo.
Lebn ab´elmut. Era la voluntad de la diosa — recitó ella, como cabía esperar. Faruq arrugó el gesto y apartó su mirada, poco a poco más nítida, con evidente rechazo ante sus palabras. Desde la muerte de su madre, había aprendido a detestar esa frase. Como si con unas simples palabras se fuera a borrar el dolor de la pérdida, pero no era así. Nunca.
— ¿Qué fue de los demás? — preguntó por fin, aún sin mirar a Tahira. La chica apretó los labios en una fina línea, y se levantó de su lado para poner algo de orden en el interior de la tienda. En ella había sitio para más enfermos, pero por el momento, estaban solos.
— Tiduq fue el primero en morir, como viste —. Faruq asintió levemente, no podría quitarse de la cabeza la imagen del chico retorcido en la arena durante mucho tiempo. — Kenai salió corriendo después de que le mordieran varias veces, el veneno llegó a su corazón y el antídoto no le hizo efecto. Los demás están bien, excepto Edur. Le mordieron en el pie, su herida se infectó y seguramente perderá la pierna izquierda, pero sobrevivirá.
— ¿Y Gauda?
— Sola y deprimida. — resumió ella. Faruq la miró, pudiendo por fin ver claramente la figura de la chica de espaldas a él. Lo que no pudo ver fue como ella apretaba todo lo que tocaba con manifiesta frustración. — Se puso nerviosa, tenía muy poco tiempo para hacer el antídoto, y el de la cascabel es de los más difíciles. Además le había mordido en el cuello, y su garganta se infló. Tardó muy pocos minutos en dejar de respirar. Ahora ella se culpa por no haber podido salvarle, igual que tú. — Tahira dejó lo que estaba haciendo para devolverle la mirada a Faruq. — He intentado explicarle que no lo habría conseguido, ni aún haciendo bien el antídoto.
— ¿Por qué no?
— Porque el antídoto es demasiado lento, hubiera dejado de respirar igualmente —. La joven se tocó nerviosamente el pelo oscuro y liso. — No había tiempo, Bakr murió en cuanto intentó escapar.
Faruq amargó el gesto, incapaz de negar su culpabilidad. — Si la cobra no me hubiera mordido en ese momento...
— Te habría mordido la cascabel, y estarías muerto —. La interrupción de Tahira fue tan cortante que Faruq se la quedó mirando largamente, entre contrariado y confundido. — Puede que esa cobra te haya salvado la vida.
La revelación le dio que pensar. Recordó los ojos oscuros de la cobra antes de morderle, mirándole con esa extraña expresión que creyó ver en ella. "No lo hagas", ¿se refería a eso? — Puede... — murmuró con gesto ausente.

Tahira aprovechó el silencio para ofrecerle otro trago de agua, que el joven aceptó con gusto. Luego hizo el ademán de levantarse y marcharse, diciendo: — Descansa, esta noche honraremos a Bakr y a los demás...
— Espera —. Faruq la cogió de la mano con la diestra, instándola a que se quedara a su lado un momento más. — Tahira... — Ambos se miraron. La chica sintió que se le ponía la piel involuntariamente de gallina bajo su contacto, y reconoció la fuerza de su joven mano a pesar de estar todavía convaleciente. — Gracias por salvarme la vida — dijo él por fin. Ella sintió que se le ardían levemente las mejillas.
— No tienes que dármelas. Ya sabes lo que significa. — Preguntó con un hilo de voz.
— Sí. Lebn koib.
Lebn koib. — Repitió ella, apartando la mirada de los ojos verdes de Faruq.

El zueban zehir tenía otra costumbre añadida, derivada de la principal. Los niños pasaban a ser hombres, las niñas se preparaban para ser mujeres. Ellas les salvaban la vida, y ellos tenían una deuda de vida. Una que sólo podía pagarse de una manera...
Los dos jóvenes apartaron la mirada sin saber qué más decirse, y Tahira salió de la tienda dejando a Faruq sólo con sus pensamientos.
Re: Zueban zehir (FB II)
13-12-2016 03:11
Por Verion
Qué relación tan bella y a la vez tan macabra, la sensación de vulnerabilidad y responsabilidad tiene que ser muy fuerte.

Te iba a preguntar si escuchaste la misma pieza de un minuto todo el rato, peor la verdad es que yo me escribí un libro entero enfocando en dos piezas de seis minutos en total, así que la verdad es que no me resulta extraño.
Re: Zueban zehir (FB II)
13-12-2016 04:02
Es una idea que se me ocurrió sobre la marcha, la verdad. El concepto de que la mujer con la que te emparejas sea la que te ha salvado la vida en una ceremonia cuasio-mortal se me antojó bastante tribal. Aunque probablemente no lo sea.

Y sí, estaba ahí con el modo repetición. Tambores hasta en la sopa xDDD
Re: Zueban zehir (FB II)
14-12-2016 11:46