Hermanos Juramentados de la Espada Negra
El último duelo de Nelk
21-2-2016 03:27
Por Verion
Se acaba la campaña que más he disfrutado como jugador. Con algunas cosas feas.

Nelk miró a la arena del desierto y se preguntó si muy poco tiempo después sería su sangre la que se desparramaría sobre el suelo, si no sería su vida la que se apagaría con aquel viento seco y desagradable, el mismo que había vivido gran parte de su vida.
En ese momento no escuchaba apenas la conversación entre Msrah y los enviados del ejército del valle Najshet, los últimos engañados por las promesas estériles del mismo poder oscuro que había seducido a Maca en el pasado. Agradecía en verdad no escuchar esas palabras, porque sabía que estaban llenas de veneno de serpiente. Sentía que en verdad no era una cuestión de quién tenía la razón, sino que simplemente se iba a derramar la sangre. La cuestión era, simplemente, la de quien. Y entre aquellos que conversaban se encontraba el seducido Anubis, líder del ejército del valle y ya tocado por las venas negras. Se preguntó si no tenían ellos en cierta forma razón, pero ya habían elegido recorrer un camino totalmente diferente, y aunque agradecía no ser parte de la conversación, sabía que sin duda sería parte de su fin.
-La realidad, Anubis -interrumpió al cabo-, es que tenemos un documento firmado por Najshet que dice que si no rindes tus fuerzas no eres un najshet. Así que la cuestión es si quieres intentar vivir como un traidor o… rendirte y aceptar el castigo.
-¡Nosotros traemos la revolución! ¡Eliminaremos toda esa chusma harrassiana!
Ella se preguntó si a fin de cuentas no eran reflejos oscuros del mismo impuso. Si buscaban lo mismo, ¿por qué no podían juntar sus fuerzas?
-¿Y sigues teniendo el valor para enfrentarte a mí? ¿o ese miserable sacerdote ha anulado tu voluntad y tu personalidad…?
-Me enfrentaré a ti. Pero si te venzo, todo ese ejército se unirá a mí.
Ella se giró y miró a las tropas que los acompañaban. Una gran parte de ese ejército consistía en verdad en furias inexpertas cuyo transporte ya había supuesto en sí un milagro de los dioses. Un truco con el que dar fuerza al mensaje que llevaban. Un truco que desaconsejaba cualquier forma de batalla y que venía acompañado por otros planes, como presentar la expulsión del Najshet, tentar a su honor para retarlo a duelo, infiltrarse para asesinarlo, y si todo fallaba... luchar con los ejércitos.
-He luchado tanto -respondió-. He conseguido que su vida no sea tan mala… para que ahora su destino se juegue como quien arroja una moneda. Pero sí, Anubis. Si me matas, te obedecerán.
-Sea entonces -dijo él descendiendo del caballo.
-Vaya -se dijo a sí misma-. Y si hubiera rechazado… habría sido peor.
Pero no se sentía en absoluto segura de sí misma, y sabía que tenía motivos para sentirse así. No en vano Anubis ya la había vencido en el pasado, y si seguía viva era por que había decidido perdonarla. Pero Anubis ya no tenía esa actitud, y sabía que si la derrotaba le arrancaría la cabeza, la cogería por el pelo y la exhibiría ante las furias que tanto había luchado por liberar.
Se tocó a sí misma la cicatriz del abdomen y se dijo a sí misma que quizá esa primera derrota había sido en cierta forma una bendición, una señal del destino. Quizá gracias a eso Anubis se había confiado y aceptaba ese segundo duelo.
Claro que solo sería una señal del destino si ganaba.
-¿Tienes miedo, mujer? -preguntó el capitán-. No tengo todo el día.
-Me estaba preparando para mi muerte -reconoció.
-Haces bien. Prepárate para encontrarte con los dioses. Quizá te espere una encarnación mejor en tu próxima vida.
-¡Basta de palabras! -reclamó.
Y así ocurrió. Anubis se puso en guardia en un solo movimiento, y Nelk supo al momento que el dominio armado de aquel hombre era mejor que el suyo. No solo era mucho más grande y resistente, sino que además, o precisamente por ello, había alcanzado el tipo de dominio de la espada reservado solo a las personas más privilegiadas del mundo. Un dominio que ella sabía ver pero que no podía asimilar en su cuerpo porque nunca había tenido un bien maestro ni había sido capaz de entenderlo por su cuenta.
En su mente vio los movimientos perfectos que aquel equilibrado hombre ejecutaría en su contra. Tenía la sensación de que no sería una pelea corta como la primera vez. Anubis aguantaría la distancia y la golpearía solo en momentos muy certeros. Ella veía su sangre manando de su cuerpo, se veía jadeante, sin fuerzas.
Y sabía que si precipitaba el final de la pelea no saldría beneficiada. El mandoble de Anubis venía impulsado por unos brazos robustos y rápidos, y en cualquier caso su armadura metálica era mucho más resistente que su peto de cuero demasiadas veces remendado.
-¿Lo estás viendo, verdad Nelk? -preguntó Anubis con una sonrisa-. He aprendido la perfección de la espada por encima de los más grandes maestros. Pero he mejorado esas técnicas… ¡con el poder del caos!
Cuando dijo eso sus músculos se tensaron, y las venas negras destacaron desde sus brazales. Sus músculos crecieron instantáneamente, y no solo en fuerza bruta, sino también en velocidad. Se lanzó contra ella mucho más rápidamente de lo que imaginaba que podía hacerlo, y arrojó un golpe que ella apenas pudo desviar. Cedió con un gran salto e intentó recomponerse.
-Casi me rompe los codos -se dijo a sí misma-. Esta fuerza no es natural. Mi única ventaja es su exceso de confianza… y parece justificado.
-Veo lo que piensas, Nelk. Crees que si aguantas lo suficiente quizá el caos me consuma. Pero sé controlarlo, estarás muerta mucho antes.
-¡Estoy deseando que me mates con tal de que te calles! -gritó, preocupada.
Se preguntó si a sus espaldas Dafne había sonreído. O quizá sabía lo mal que iba el combate, y entonces no habría sonreído en absoluto.
-En fin. Lo siento, hermana mía -se dijo a sí misma-. El resto del camino tendrás que recorrerlo sin mí.
Tomó una última bocanada de aire.
-¡Hay que saber morir! -gritó.
Y se lanzó hacia él con toda la velocidad que le permitían sus piernas. Quizá no sería la suficiente, quizá nunca tendría bastante fuerza en sus brazos, pero si había algún camino para derrotar a aquel formidable oponente pasaba por encontrar un único lugar entre esa guardia perfecta y asestar un único golpe perfecto. Y cuando este impactó en su armadura supo que lo habría matado de haber golpeado en su carne desnuda. Aún así él no había logrado golpearle, y volvían a estar como al principio…
...o quizá no.
Anubis abrió la boca y escupió un buen espumarajo sanguinolento. De la misma sangre negra que palpitaba en sus potentes músculos.
-¿Pero… cómo es posible? -preguntó Anubis.
-Es la técnica de las dos cabezas de hiena -manifestó ella.
-¡Eso es imposible! Es un movimiento digno de un novato.
-Yo lo he perfeccionado. Estás demasiado ansioso, Anubis. Esa sangre negra ha afectado a tu equilibrio, y te aporta una gran fuerza en la inspiración, pero en la expiración… vuelves a ser la misma persona de siempre… solo que con esa ansiedad no puedes ni evitar mi golpe las dos cabezas de hiena. Incluso dentro de tu armadura te he magullado las costillas y el daño te llega al corazón. Si es que aún tienes.
-¡Tonterías! ¡Solo has tenido suerte! ¿Quién es ahora la charlatana?
-¡Ya no eres maestro de nada! ¡Has perdido la sintonía con los dioses!
-¡Basta de palabras! ¡Demuestra que estás preparada para morir!
Y se lo quiso demostrar. Se lanzó de nuevo contra él y una segunda vez consiguió ejecutar a la perfección su ataque doble, si bien con el primer impacto ya había atravesado la armadura de su oponente y clavado el arma hasta el corazón. Anubis soltó el arma y cayó al suelo no por el dolor, sino por su propia fuerza con la que lo empujaba. Y aún así tardó en morir, de rodillas, pero aún erguido.
Miró en todas direcciones. Dafne parecía aliviada, mientras que Msrah con su ausente gesto no le transmitía más que la genuina confianza que siempre había tenido en ella. Y miró al sacerdote caótico y al resto de auxiliares. Ninguno de esos tres sería oponente.
-Con mis últimas palabras os entierro en el caos -amenazó ese.
-Que así sea -dijo ella arrojándole su lanza.
Sabía que debería sentirse satisfecha de acabar con esa mala serpiente. Pero sentía que en ningún caso era justo que los inspirados anhelos de Anubis hubieran acabado de esa forma. Y quiso llorar, pensado que en realidad podía ser su cuerpo el que estuviera destrozado en el suelo. Pero aún había mucha muerte por delante.


Y por penúltima vez... algunas notas.
  • El mil veces maldito Anubis manejaba la espada a nivel ocho, ¡qué horror de enemigo!
  • No fue lo único que pasó en la partida. Para llegar a tener algo de presencia hubo que hacer presión política y reunir el ejército de pega. Después se abrió un portal del caos y hubo que pegarse con algunos defectos. Pero el duelo me pareció uno de los momentos buenos.
  • La pelea era dura y empezó con una suerte un poco regulera por mi parte, pero rápidamente se enderezó.
  • Con esto se cierra el ciclo de los tres cultistas del caos que ya he traido en otros rol-atos, y se acerca el final de la campaña. Ahora el grupo puede entrar en el más allá y enfrentarse a un ¿debilitado? caminante negro encarnado en algo así como una especie de defecto mayor. ¡Glups!
  • Nelk ha cumplido por quinta vez su gran anhelo. ¡Así que ha subido a rango héroe! Y aún así su ficha sigue siendo una castaña pilonga.
Y una nota adicional. El domingo 28 se dará fin a esta campaña tan especial que nos ha tenido ocupados, contentos e interesados desde hace meses. Dado que parece que va a ser un infierno, el Creador ha autorizado que Dafne, Msrah y Nelk vuelvan a hablar con Najshet y soliciten algunos voluntarios lealistas Najshet. ¿Y qué significa esto? Que se pueden unir algunas personas en este... horrible final de temporada y campaña.

Si alguien cree que tiene una ficha capacitada de lealista Najshet que pueda ayudar a nuestros personajes el próximo domingo en Madrid, que no dude en comunicarlo. No obstante el criterio de aceptación para esta gesta incluirá:
  • Haber participado anteriormente en la campaña. ¿Estáis ahí, Kadhaj y Raim mi?
  • Contar con lealtad y principios demostrables.
  • Disponr de al menos un punto de energía para entrar en el más allá.
  • Ser un decente combatiente ducho en el sistema.


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