Hermanos Juramentados de la Espada Negra
Liberar el odio
16-11-2015 12:38
Por Verion
Nelk sabía que aunque todos habían estado de acuerdo, todos tenían dudas. Nadie las aireaba, por el bien del grupo, pero todos tenían algún gesto nervioso que señalaba que se sentían al menos algo inseguros. Kadhaj rascaba con la uña una marca de óxido en la bola de su mangual mientras Msrah meditaba sus rezos a la diosa muerte. Raim mi daba vueltas de un lado para otro, y ella misma tenía que recurrir a toda su voluntad para simplemente estarse quieta. Lo único que la mantenía calmada era, de hecho, conseguir que Anahita estuviera quieta.

Las únicas que parecían algo más calmadas eran Suansuah y Dafne, quienes también escondían sus dudas bajo las conversaciones de religión.


Todos tenían que estar nerviosos. Habían convocado a su enemigo en una trampa demasiado directa. “Aquí estamos”, les habían dicho, y ni siquiera se habían molestado en ocultar los objetos sobrenaturales que sus enemigos buscaban.


Estaban por llegar personas desconocidas a las que odiaba, y quienes también los odiaban a ellos. Sabía que tenían que drenar ese rencor, y que habían recorrido un camino insufrible para conseguirlo, pero sus oponentes también lo habían hecho. Muchos morirían, y se liberaría el rencor, pero nadie sabía quien permanecería con vida.


Cuando no mucho después pudo ponerles cara supo que habían enfadado a un enemigo que quizá no podían vencer. Uno superior a los treinta carsij que habían matado poco tiempo atrás. Y por esa victoria no podían echarse para atrás, y sintió impaciencia porque las conversaciones previas en esas palabras que no quería entender concluyeran. Así que cuando vio que llegaban a su fin, se acercó a Dafne.


-Lo que te dije el otro día fuera del pozo de furias… no lo pensaba.


-Lo hablaremos después -le respondió la guardiana.


Y empezó la muerte.


Aquello no era un combate como los que ella había vivido, eso era una terrible batalla de personas crecidas en la lucha contra veteranos de igual talla. Diez personas contra diez personas, sin más que las armas y el valor. Y no fue un caos, sino un baile de muerte en el que el más organizado, capaz y digno se alzaría como vencedor. Pero las cosas no pudieron empezar peor; sus oponentes, muy cualificados en el uso de lanzas largas los pusieron en problemas en primeros momentos cuando se echaron sobre Dafne y Kadhaj, quienes quedaron momentáneamente neutralizados. Y aunque ella consiguió defender en su ausencia a Msrah, por primera vez en su vida sintió que un golpe de lanza le quitó el aire, y constreñida por el dolor supo que había sido derrotada, y que llegaría una nueva era de oscuridad para todos ellos, o por lo menos para los que sobrevivieran. Y que si seguía violada por el dolor no podría luchar y conseguir una muerte para que no la devolvieran a una celda oscura.


No era lo único que iba mal en el combate. Las armas de sus enemigos estaban teñidas de sangre, y Anahita yacía en el suelo con una espada atravesada de lado a lado. Pero Suansuah no se rindió a la evidencia, y en una explosión de energías físicas y sobrenaturales logró decapitar a uno de lo más imponentes enemigos. A esta hazaña se unió un muy inspirado Kadhaj que de un increíble golpe de mangual destrozó el escudo de su oponente.


Y la sangre cambió de bando. Todos volvieron a ser el baile que no debían dejar de ser. El mandoble de Raim, el escudo de Dafne, la fuerza de Kadhaj, sus dos espadas, y por supuesto la fuerza sobrenatural de Msrah que dieron lugar a una rendición vergonzosa que dejó a Nelk tan frustrada como impotente.


El líder del grupo quiso negociar con Msrah y los demás. Ella y Kadhaj permanecieron en el exterior del templo y empezaron el ritual con dos de los hombres, un par de dormenios a los que les arrancaron las uñas y los ojos. Ella no quería mirar el cadáver de Anahita o sentir que había fallado, así que cuando ya no sabía más cómo hacer para alejarlo de su recuerdo, cortó el vientre del hombre y consiguió tras un par de intentos agarrar el tubo del interior y tirar, y tirar, y tirar, hasta que salieron varas y varas de las tripas del hombre. Varios asistentes vomitaron, hasta Raim mi puso cara rara. A Dafne no le había gustado nada.


Se dirigió hacia el cadáver de Anahita y sacó la espada de su cuerpo.


-Era tu amiga -le dijo Raim a su lado.


-No lo era, la odiaba -reconoció ella-. Era demasiado parecida a mí… así que cuando la miro con ese gesto de terror… siento que…


-No eres tú.


Claro que lo era. Un trozo de carne de furia, como todas las demás, solo que además esa era indomable como ella, terca como ella…


Y lloró. No sabía muy bien por qué, ¡ese era suelo de Liana, era un lugar estupendo para morir! Raim le puso una mano en el hombro, y ella hizo un esfuerzo por no sollozar demasiado, por no mostrarse débil como sabía que era.


-¡Doce hombres a caballo! -dijo su vigía.

  • En realidad la partida no fue solo un combate, y todo el asunto de los doce hombres a caballo está resuelto (¡y no son enemigos!), pero dejo esa parte como introducción del siguiente relato.
  • El combate fue una puta agonía. Nuestro tanque quedó aturdido al primer ataque, y el eje de la estrategia, Kadhaj, en el segundo. Solamente Nelk consiguió hacer algo de daño, por fortuna lo bastante para aturdir a un oponente. Ni siquiera en el asunto sobrenatural llevábamos las de ganar, pues el oponente se concentraba más rápidamente. El segundo turno salió en la dirección contraria, por fortuna. Suansuah tuvo su día, y Kadhaj remató. Nelk quedó aturdida, por contra. Un personaje menos, y todos muertos. Si el Creador hubiera tomado otra elección, todos muertos también.
  • Se ha liberado por fin el odio. Queremos afrontar un asesinato al financista del malo malísimo, y tratar el tema político con un posible aliado de el Assad del que todo el mundo hablar. Después de eso solo quedaría acabar con el famoso “caminante negro” y sacar a Sohaila de su secuestro. Pero, ¿es esto necesario?



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